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domingo, 7 de marzo de 2021

A 20 Años de la derogación de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final… @dealgunamaneraok...

El 6 de marzo de 2001 la Justicia argentina declaró inconstitucionales las leyes de "Obediencia Debida" y "Punto Final"…


Lo determinó el juez federal Gabriel Cavallo a partir de un recurso presentado por una agrupación defensora de los Derechos Humanos.

© Publicado el sábado 06/03/2021 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.

 

Previamente, en 1986, el senado aprobó, por 25 votos contra 10, la llamada Ley de “Punto Final” que establecía la prescripción de los delitos cometidos por militares, policías y funcionarios carcelarios durante la última dictadura. 

Al año siguiente, la cámara de Diputados aprobó, por 125 votos contra 54 más una abstención, la ley que reglamentó la “Obediencia Debida” en las Fuerzas Armadas. 

La norma autorizó la eximición del proceso judicial a oficiales que, por su ubicación en la cadena de mandos, obedecieron órdenes de sus superiores, lo que significó la libertad de la mayoría de los acusados que permanecían en prisión preventiva. 

A estas dos leyes se le sumaron los indultos firmados por el entonces presidente Carlos Menem en 1989 y 1990. 

El primero de ellos,  estableció la liberación de 280 personas, mientras que el segundo, benefició a los mandos de las Juntas Militares que encabezaron el golpe de Estado, Jorge Rafael Videla y Roberto Viola y Emilio Massera. 

Once años después, el juez federal Gabriel Cavallo declaró inconstitucionales las leyes de “Obediencia Debida” y “Punto Final” a partir de un recurso presentado por el Centro de Estudios Legales y Sociales. 

La resolución de Cavallo, a la que él mismo consideró “la más importante de su carrera”, se dio justo cuando frente al Ministerio de Defensa se encontraba Horacio Jaunarena, que ocupó el mismo puesto cuando las mismas leyes fueron elaboradas. 

Link de video alusivo © Radio Perfil:

A 20 Años...






jueves, 16 de junio de 2016

1955 - 16 de Junio - 2016... A 61 Años del Bombardeo a Plaza de Mayo... ©dealgunamanera...

60 años del ignominioso bombardeo a Plaza de Mayo…


El bombardeo del 16 de junio de 1955 a Plaza de Mayo, antesala del golpe que derrocó al presidente Juan Domingo Perón en septiembre del mismo año, y del cual se cumplen 60 años, exhibió el mismo código genético que la dictadura terrorista de Estado que usurpó el poder entre 1976 y 1983.

© Publicado el 16/06/2015 por http://www.conclusion.com.ar

Aviones de Armada y Fuerza Aérea lanzaron 14 toneladas de bombas, equivalentes a la mitad del explosivo con el que aviones alemanes e italianos destruyeron la ciudad vasca de Guernica en 1937.

La masacre de Plaza de Mayo dejó 308 muertos, la mayoría civiles, según estableció una investigación del Archivo Nacional de la Memoria (ANM) divulgada en 2009 por el entonces secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde.

Sólo 12 de los fallecidos (4 por ciento del total) estaban adentro de la Casa de Gobierno, donde impactaron 29 bombas, de las cuales estallaron seis.

“El resto de las bombas, proyectiles y fusiles semiautomáticos FN de fabricación belga que los infantes de Marina estrenaron ese día, estuvieron dirigidos a la población”, según el informe con las principales conclusiones de la investigación del ANM.

En “connivencia con sectores políticos y eclesiásticos, las Fuerzas Armadas descargaron sus bombas y ametralladoras contra la población civil como forma de implantar el terror y el escarmiento, para lograr la toma del poder”, puntualizó.

El régimen genocida surgido del golpe del 24 de marzo de 1976 heredó -y llevó al paroxismo- estas características, pero también a varios participantes del bombardeo de junio del 55, entre ellos a Emilio Massera, Oscar Montes y Guillermo Suárez Mason.

Las dictaduras implantadas en 1955 y en 1976 compartieron también similares matrices cívico-militares.

Por otra parte, la impunidad de los responsables de la masacre de junio de 1955 contrasta con los fusilamientos de 1956 en José León Suárez y otros lugares, en represalia por el intento de levantamiento que encabezó el general Juan José Valle contra el régimen de la autodesignada “Revolución Libertadora”.

“Los militares de junio de 1956, a diferencia de otros que se sublevaron antes y después, fueron fusilados porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del peronismo y la clase trabajadora. Las torturas y asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956 son episodios característicos, inevitables y no anecdóticos de la lucha de clases en la Argentina”, escribió en 1969 Rodolfo Walsh.

En el prólogo a la reedición de ese año de su libro “Operación Masacre”, Walsh alertó, premonitorio: “Que (la oligarquía) esté temporalmente inclinada al asesinato es una connotación importante, que deberá tenerse en cuenta cada vez que se encare la lucha contra ella. No para duplicar sus hazañas sino para no dejarse conmover por las sagradas ideas, los sagrados principios y, en general, las bellas almas de los verdugos”.



 


domingo, 26 de abril de 2015

Homenaje al fiscal Julio Strassera... @dealgunamanera...

A 30 años del juicio a las Juntas, homenajean al fiscal Strassera en el BAFICI…


La conmemoración se realizó durante la presentación del film “Un juicio inadvertido”, del director Pablo Racioppi. Protagonistas y testigos directos de ese histórico momento participaron del evento.

A treinta años del comienzo del juicio a las Juntas militares de la última dictadura, el BAFICI ofició el miércoles 22 un homenaje al fiscal de ese histórico proceso, Julio Strassera, con la presentación del documental sobre su vida, “Un juicio inadvertido”, y una mesa de debate en la que participaron integrantes de la Conadep, exjueces y personalidades que participaron de distintos modos de aquel enjuiciamiento.

El encuentro tuvo lugar en el Palacio de Tribunales, en la Sala de Derechos Humanos, el mismo lugar donde décadas atrás fueran enjuiciados Jorge Videla, Emilio Massera, Roberto Viola, Armando Lambruschini, Orlando Agosti,Omar Graffigna, Arturo Lami Dozo, Leopoldo Galtieri y Jorge Anaya.

A casi dos meses de su muerte, el fiscal Strassera, principal referente del Juicio, fue recordado por el panel que participó de la exposición, entre los que se encontraban los excamaristas Ricardo Gil Lavedra, Jorge Valerga Aráoz, León Arslanián y Guillermo Ledesma; las integrantes de la Conadep Magdalena Ruiz Guiñazú y Graciela Fernández Meijide; el CEO de Editorial Perfil y editor del Diario del Juicio, Jorge Fontevecchia; y el auditor general de la Nación y exembajador Leandro Despouy. A ellos se sumaron el exfiscal Pablo Lanusse, el referente peronista Julio Bárbaro y la diputada Laura Alonso.

© Publicado el sábado 25/04/2015 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



lunes, 6 de octubre de 2014

Reportaje a Luis Moreno Ocampo... De Alguna Manera...

“Los chicos de veinte años no saben qué pasó en la dictadura”...

Comparación. “Menéndez, un hombre muy duro, quería fusilar como Pinochet, mientras que Videla quería ejecutar en secreto. ¿Quién es mejor?”. Foto: Néstor Grassi 

El ex fiscal del juicio a las juntas reconoce que Kirchner, después de Alfonsín, fue el presidente que más impulsó las causas por los derechos humanos.

En coincidencia con una visita a Buenos Aires, donde vive su familia, aparece en las librerías Cuando el poder perdió el juicio, que el ex fiscal Luis Moreno Ocampo publicó a raíz de su desempeño como asistente del fiscal Strassera en el juicio a los comandantes de las tres juntas militares que gobernaron el país durante la dictadura desde 1976 hasta 1983. Siempre recordamos que el entonces fiscal Julio Strassera manifestaba una enorme satisfacción al subrayar lo que significaba tener a aquel joven fiscal adjunto liderando su equipo de investigación.

Moreno Ocampo, que luego de desempeñarse como profesor en Harvard y en Stanford ahora trabaja en Nueva York en un estudio de abogados, tenía entonces sólo 32 años.

—Me imagino lo que esta responsabilidad habrá significado para un hombre tan joven.
—Yo siempre pensé que fue la tarea más importante de mi vida. En realidad, mi primer caso. Yo trabajaba preparando dictámenes para la Corte Suprema. Mi trabajo era distinto. Como le decía, preparaba borradores sobre una tarea de gabinete y, de pronto, ¡paf!, me vi metido en una historia apasionante. Lo que yo sentía era que no podíamos perder. Teníamos que hacerlo todo a la perfección.

—Una tarea enorme. Usted en su libro analiza, por ejemplo, las normas que impulsaron a las Fuerzas Armadas a cumplir las atrocidades que luego se conocieron. Hay allí personalidades diferentes y también diferentes grados de complicidad.
—Sí, pero yo no creo que haya habido demasiadas diferencias entre Videla y sus colegas. Es cierto que Massera es peor que Videla, y Viola era diferente. Pero lo importante es que el comandante en jefe imparte una orden, impulsa un plan y, a partir de ahí, se pone a funcionar una máquina asesina. Ya no importan las características individuales de sus integrantes. Ese era el problema. Y, para mí, esto es terrible. Es lo que no entendemos.

—De esta lectura también surgen diferencias como las que aparecen entre Videla y Menéndez.
—Ocurrieron hechos increíbles como que el Partido Comunista decía que Menéndez era como Pinochet y, en cambio, que Videla era el bueno de la historia. Recordemos que el Partido Comunista apoyaba a Videla y se quejaba de la Obediencia Debida cuando apoyaba una unión cívico-militar. El actual presidente del Partido Comunista, Patricio Echegaray, hizo lo mismo. En las elecciones de 1983 apoyaba una unión cívico-militar. Lo que ocurrió fue que Menéndez, un hombre muy duro, quería fusilar, como Pinochet, mientras que Videla quería “ejecutar” en secreto. Entonces, ¿quién es mejor de los dos?

—Obviamente, ninguno.
—¡Claro! Lo que pasa es que, justamente, un hombre como Menéndez es más fácil de controlar que Videla. ¡Videla parecía más bueno y fusilaba en secreto!

—Recuerdo que la viuda de Hidalgo Solá contó personalmente que, cuando fue a pedirle a Videla por la aparición de su marido, Videla guardó silencio y se quedó mirando por la ventana de su despacho. Finalmente, ante esto, ella se retiró con sus hijos.
—El caso del embajador Hidalgo Solá es muy particular porque ahí aparece la impotencia de Videla hacia quienes habían cometido aquel crimen. Era la gente de Massera. Los casos de Hidalgo Solá, Holmberg y Agulla son casos en los que, básicamente, gente de Massera mata a gente de Videla. La dictadura militar no tenía mecanismos para manejar conflictos internos. No podían manejarlos. Odiaban a Massera y, después, hicieron fuerza para meterlo preso pero, en su momento, no pudieron manejar ese conflicto.

—¿Cree que fue tan así?
—Estoy seguro. ¿Por qué?

—Porque daría la sensación de que todos fueron cómplices.
—En esos tres casos fue así. Incluso, Juan Alemann dijo luego: “Esos casos fueron un error. 
No deberían haberlos matado. Los demás están bien matados”. Eso dijo Juan Alemann. Ese era el concepto. Por eso, hasta mataban a gente de la propia tropa.

El doctor Moreno Ocampo reflexiona en silencio y, luego:
—Todo esto que estamos hablando usted y yo son cosas que interesan a la gente que sabe lo que pasó. Yo veo que ahora los chicos de veinte años no saben qué pasó en la dictadura. El otro día, estuve en una charla y el decano que me introducía dijo: “El doctor Moreno Ocampo fue el fiscal del caso Suárez Mason”. Yo vi las caras de los chicos y les pregunté a los que estaban cerca: “¿Ustedes saben quién era Suárez Mason?”.
“No”, contestaron todos. Luego, el decano insistió: “Fue fiscal en el caso Seineldín. ¿Ustedes saben quién era Seineldín?”. Misma respuesta. Esos chicos nacieron en el ’93 y para ellos la democracia es como el agua que sale de la canilla. Abren la canilla y sale naturalmente el agua. Abren la canilla y sale la democracia. La libertad es algo normal, lo cual, en un sentido, es fantástico pero, bajo otro aspecto, es un problema porque tenemos que recordar de dónde venimos para saber adónde vamos. Lo que yo veo es que a los chicos no les importa mucho, les parece que eso “ya pasó” y entonces no saben nada. ¿Y el riesgo de esto cuál es? Me quedé pensando en por qué esto es riesgoso y diría, en primer término, porque me parece que lo que nos pasó en los años 70 fue que nuestros dirigentes políticos no tuvieron la capacidad de enfrentar la violencia de aquellos años. Por ejemplo, en 1975, la dirigencia política era incapaz de manejar la Triple A o la guerrilla. Por eso, los militares fueron recibidos con los brazos abiertos. Y esto a mí me asusta porque yo, hoy, escucho voces de gente que dice que hay que pasarles el problema de la seguridad a los militares. ¡Y cuando se hizo eso fue un desastre! Justamente no ocurrió sólo en Argentina. Por ejemplo, en México quisieron usar a militares contra el crimen organizado y fue un desastre. Los militares tienen un rol distinto cuando se trata de violencia doméstica. Y ésta es una cosa que me desespera que no hayamos aprendido.

—Por otra parte, tengo entendido, que una de las misiones primordiales de las FF.AA. es la preservación de fronteras. Son muchas las denuncias que señalan que los narcos entran al país con toda tranquilidad.
—Por eso, el tema del narcotráfico. También a mí me parece que el crimen organizado que observamos en Argentina no está bien focalizado porque tiene básicamente alianzas con sectores policiales y políticos. Los intendentes son clave. Por ejemplo: ¿por qué, de pronto, en Rosario hay mafia colombiana? ¿Y por qué todo el tiempo se mata gente? Algo está pasando en Rosario. Y esto hay que controlarlo porque, si no, estamos perdidos. A mí me da pánico la negación del problema.

—Daría la sensación de que, con respecto al narco, habría opiniones divididas en el Gobierno. Fíjese que el titular de la Sedronar, el padre Molina, considera que el consumo de droga tendría que liberalizarse, cosa que acaban de refutar los curas villeros.
—Observo muchas discusiones y lo que veo es que los argentinos discuten mucho lo que ocurre en las cortes judiciales pero, en realidad, el problema básico es cómo evitamos que maten a la gente, que le roben. Por ejemplo, en ciertos lugares, han mejorado las cosas poniendo más luces. A veces la discusión no es sobre quién va preso sino cómo evitamos que la gente se muera, y eso me parece que es un tema que nos falta discutir. Debemos ser más pragmáticos planteando cómo evitamos violencia, cómo cuidamos a la gente.


—Sí, pero también la lentitud y la lentitud de la Justicia son dos temas graves. Por ejemplo, el motochorro que, el otro día, atacó al turista canadiense tenía un arma en la mano, fue filmado y ahí estaba en todos los programas de televisión.
—Sí, lo vi con Ivo Cutzarida en pantalla… –se ríe–. Ivo fue alumno mío pero el tema más grave no es por qué no está preso el motochorro sino cómo investigamos a la mafia colombiana en Rosario. ¿Cómo llegó hasta ahí? ¿Cuáles son las connivencias políticas y policiales con ella? Y éste es un tema en el que no veo que haya discusión. ¿Cómo cuidamos a la gente de que le roben y la maten? Las estadísticas demuestran que los más ricos se cuidan mejor. Tienen mayores posibilidades. Los más pobres, obviamente, no. Creo que el país tiene que encontrar la forma de protegerlos a ellos. Y evitemos las connivencias políticas con el crimen organizado.Todo esto me sirve para pensar: ¿y en los 70? Había connivencia política con la Triple A, con los guerrilleros, y ahora hay connivencia política con el crimen organizado. Y también, como en los 70, los políticos argentinos no saben cómo resolverlo y les quieren pasar el tema a los militares. Esto es ridículo.

—Y hablando de los 70, usted habrá visto, Moreno Ocampo, que “el relato” kirchnerista se ha apoderado del tema derechos humanos como si no se hubiera hecho nada antes de sus gobiernos. Es cierto que no era obligatorio firmar un hábeas corpus pero, como bien dice el fiscal Strassera, no hay ningún hábeas corpus que lleve la firma de quienes hoy subrayan que antes del kirchnerismo no se había hecho nada en ese tema.
—Argentina tuvo tres años donde el tema logró un consenso absoluto. La gente votó, Alfonsín lideró con el 52% y el peronismo se ajustó. Pero el peronismo, en época electoral, tenía gente como Triaca, que estaba de acuerdo con Viola. Después se ajustó con Cafiero y Bittel. Lo cierto es que el peronismo se renovó y empujó a Alfonsín más lejos todavía: el juicio a las juntas, la Conadep, donde había gente que no pertenecía a ningún grupo político, que generó el Nunca más, que sirvió de base para el juicio a las juntas. Aquél fue un momento único, en el que hubo un movimiento en la sociedad para reclamar que se aplicara la ley, se votó, hubo líderes políticos, hubo Congreso y hubo jueces. Reitero: fue un momento único. A partir de allí, se complicó la vida porque el proceso de Alfonsín no incluía juzgar a los de abajo. Y ahí se complicó todo. Hubo revueltas militares, hubo Obediencia Debida y, luego, Menem los perdonó. Aquí surge algo muy interesante: el rol de la Justicia internacional, del juez Garzón.

—Garzón empieza a investigar en España.
—Sí pero Menem no quiso saber nada con esto y De la Rúa tampoco. Quien le abrió la puerta fue Kirchner para que Garzón, con su energía, empujara para que se anulara la Ley de Obediencia Debida. La Corte Suprema empezó a cambiar y entonces Kirchner lideró la reapertura de los juicios, y yo entiendo que, para todas las víctimas, esto fue fundamental. Si a mi hija la violan y la matan, yo quiero ver quién lo hizo, además de Videla.

—Sí, justamente la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (Conadep), que ya había terminado su función, publicó un documento oponiéndose a las leyes del perdón.
—Es cierto pero, en su momento, esas leyes se impusieron igual. Yo digo que, después de Alfonsín, entre los líderes políticos quien empujó luego el tema fue Kirchner. Hay que reconocerlo. Lo que sí creo que no tiene comparación fue el hecho de investigar a Videla en 1985. Equivalía a no saber lo que podía ocurrir en la mañana siguiente. Podía ser, o no, un golpe de Estado. Investigar hoy a los generales, que tienen 85 años y no tienen ningún poder, está bien. Hay que hacerlo pero no significa un cambio político.

—¿Y qué opina acerca del prólogo que se adosó al “Nunca más” en 2006, dejando sentada la opinión de gente que, en aquel momento, nunca participó en la elaboración del informe?
—El tema sigue vivo en Argentina. Es un debate sobre lo que nos pasó. En los 70, lo que ocurrió es que la gente estaba harta de violencia política: los Montoneros habían saturado a todo el mundo. La gente ya no quería saber nada con la guerrilla. Esto es obvio. Lo cual no quita que hubo mucha gente secuestrada y desaparecida sólo por haber hecho trabajo social. No me cabe duda de que eran jóvenes idealistas. Entonces, eso hay que entenderlo. No me parece mal que ahora haya que investigar otros casos. Nadie puede oponerse a eso.

—Por supuesto, pero sería interesante, por ejemplo, que los que enmiendan el “Nunca más” hicieran otro informe acerca de los desaparecidos en tiempos de la Triple A de López Rega, ¿no es cierto? ¿Por qué enmendar un informe publicado y reconocido por ustedes mismos en el juicio a las juntas en vez de investigar los años anteriores a 1984?
—Esa fue una pelea con Antonio Troccoli que pertenecía, como Ricardo Balbín, al ala conservadora del radicalismo. Habían negociado con los militares. Y Troccoli, como ministro del Interior, cuando la Conadep presentó por Canal 13 un primer documental, usó aquella frase de los dos demonios. A mí me parece que ese debate no puede definir la cuestión. El debate es “la gente no puede matar” y, a pesar de todo, existe en Argentina, treinta años después. La Argentina ayudó a toda América Latina a plantear eso. Creo que la gente no dimensiona lo que fue 1983. Alfonsín ganó con el 52% de los votos. Pinochet, en 1988, perdió la elección, perdió el referéndum pero sacó el 44%. O sea que tenía a medio Chile con él. En 1989 Uruguay vota el referéndum para decidir qué hacer con la impunidad de los militares y el 56% vota para que no se investigue el pasado. Por eso la Argentina fue más que el juicio. Fue un momento crucial en el que reclamó que se aplicara la ley. Y por eso tuvo un impacto mundial. Acaba de aparecer un libro, La cascada de la Justicia, de Kathleen Sittle, profesora en Harvard, que dice: “Nüremberg y el juicio a las juntas señalaron una tendencia mundial de investigar y castigar a los poderosos que cometen crímenes”.
Y eso es lo que hizo Argentina.  
Mientras conversamos con el doctor Moreno Ocampo, el oficialismo, sin la oposición, que se retira del recinto, vota la reforma del Código Civil.

—¿Usted no cree que el Código Civil, que define situaciones fundamentales en la vida de todos nosotros, debería discutirse con detenimiento y escuchando todas las opiniones? ¿Sin apuro?
—Esto no sólo ocurre en Argentina. En todo el mundo advertimos que la gente no se escucha una a la otra. Se busca definir quién tiene más apoyo. El problema es que no hay mucho diálogo. En Estados Unidos, el tema es terrible. No es sólo un problema argentino. El gran avance tecnológico ha hecho que la gente se escuche menos. La gente lee lo que le gusta y no lee lo que no le gusta. Creo que los argentinos tenemos que discutir, por ejemplo,, cómo mejoramos la economía y cómo mejoramos la seguridad.

© Escrito por Magdalena Ruíz Guiñazú el Lunes 06/10/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



miércoles, 10 de noviembre de 2010

Massera... Desde las sombras de la mediocridad... De Alguna Manera...

Desde las sombras de la mediocridad...

Quizás sea, después del horror que propició, el signo más notorio de la vida pública del ex marino Emilio Eduardo Massera; su intento, personal, tozudo y, finalmente, fallido por mostrarse como el único de los tres hombres de la primera cúpula de la dictadura militar que ocupó la Argentina a partir de marzo de 1976, capaz de elevarse por sobre la mediocridad que caracterizó aquella experiencia.

Jorge Rafael Videla parece haber aspirado a lo mismo durante algún tiempo, pero no tardó mucho en rendirse a la evidencia de su propia medianía y, en cuanto a Orlando Ramón Agosti, sólo es posible recordar su inhabilidad para quebrar el silencio con algo más que un par de frases huecas. Incapaz de construir, el trío se las ingenió, sin embargo, para infligirle al tejido social de la Argentina un daño del que aún no se ha recuperado plenamente.

En uno de los muchos libros que intentaron descifrar aquellos años de la Argentina -“Un léxico de terror”, 1998- la académica de la Universidad de Harvard, Marguerite Feitlowitz, se aproximó al significado que tuvo la presencia de Massera en la Junta Militar del inicio del Proceso de Reorganización Nacional.

“Brutal, sádico y depredador -escribió la autora- todo el régimen fue intensamente verbal”. En ese contexto, encontró Feitlowitz, “el gran orador del Proceso fue el almirante Massera, maestro del ritmo mayestático, de tono culto y de mensaje que, aún siendo profundamente confuso, resultaba cautivador”. Massera, en síntesis, mintió tanto o más que los otros protagonistas de la dictadura colectiva, pero entre todos sólo él parece haber estado convencido de que sus mentiras lo llevarían hasta la playa de una victoria política personal.

No fue así; contra su intenso deseo -que nunca ocultó-, Massera ni llegó a una Presidencia a la que aspiró a través de un mecanismo de rotación que el Ejército se encargó de condenar, ni pudo luego convertirse en el heredero con votos de la experiencia de excepción. En el final, su modo de mentir condenó tanto a los otros como a sí mismo.

En aquellos días, ensayó un doble juego público y reservado. En el silencio de este último, comandó el segmento militar que, de modo más sistemático, ejerció el terror desde el Estado -la nómina de antecedentes es casi interminable, desde el infame “grupo de tareas 3,32” hasta el infierno en que transformó a la Escuela de Mecánica de la Armada-, mientras que en la superficie ensayó la justificación más acabada de esa pesadilla nacional.

Entre sus antecedentes de juventud, hay un flirteo intelectual de Massera con la filología que quizás ayude a explicar sus pretensiones. En una de las piezas oratorias más promocionadas del período -conocida como “el ciclón silencioso y sutil”-, intentó recuperar para el régimen militar el control del lenguaje de los argentinos. Las palabras de una sociedad que parecía empeñada en un cambio mayor se habían vuelto “infieles a su significado” y, por lo tanto “perturbaban nuestra capacidad para razonar”.

“Aun la palabra de Dios -dijo entonces- es usada por los asesinos para inventar una teología que justifica la violencia”. Sólo las nuevas palabras del poder militar eran “seguras”, agregó, porque ofrecían materia para la “meditación” sobre cuestiones de “la realidad objetiva”.

No conviene dejarse llevar por la soberbia intelectual de sus sobretonos; en ese mismo discurso Massera definió la relación entre las Fuerzas Armadas como una “hermandad indestructible” , quizá la definición de absurdo más evidente.

Massera forcejeó cada día de la experiencia con la supremacía histórica del Ejército en las experiencias militares y, en particular, con Videla y su adláter Roberto Viola y utilizó la muerte -no sólo ya como el medio para ganar la “guerra sucia” que habían inventado- sino como una herramienta para dar jaque a sus adversarios internos.

Los asesinatos de Héctor Hidalgo Solá y de las religiosas francesas Alice Domon y Leonie Duquet, ejecutados por la Armada, fueron precisamente eso: no eran golpes contra las organizaciones guerrilleras, sino parte de la puja política intestina que se dio en el régimen.

No tuvo éxito y debió dejar, en 1979, la Junta Militar y la comandancia de la Armada pero no se resignó. Intentó trasladar su carisma de caudillo naval a la política sin uniforme e incluso fundó un partido -Cambio para la Democracia- que buscó sus raíces, sin poder reclamarlas por cierto, en una difusa socialdemocracia y terminó condenado a cadena perpetua el 9 de diciembre de 1985, en el juicio a los ex comandantes, por tres homicidios agravados por alevosía; 12 tormentos; 69 privaciones ilegales de la libertad calificadas por amenaza y violencia y siete robos.

Aunque se benefició con el indulto de 1990, volvió al arresto por la sustracción de menores y también por la apropiación de bienes de desaparecidos.

En la novela “Trampa 22”-apropiada como referencia porque es sobre militares- el autor, Joseph Heller, afirma que “algunos hombres nacen mediocres, algunos alcanzan la mediocridad y a otros la mediocridad les es impuesta”. No es difícil ubicar a Massera en una de estas categorías.

© Escrito por Oscar Raúl Cardozo (*) y publicado en el Diario Clarón de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el martes 9 de noviembre e 2010.

(*) Oscar Cardoso falleció en julio de 2009. Escribió este perfil, que nunca se publicó, en 2002, el día en que Massera sufrió un accidente cerebral.


Emilio Massera, verdugo de la dictadura Argentina...

Emilio Massera, verdugo de la dictadura Argentina... Internivo en el golpe militar junto a Videla y dirigió uno de los mayores centros de tortura del régimen.

El almirante Emilio Eduardo Massera, de 84 años, el hombre que convirtió a la Armada argentina en sinónimo de espanto y que animó a muchos de sus oficiales a transformarse en torturadores, secuestradores y asesinos, falleció el lunes en el Hospital Naval de Buenos Aires víctima de un derrame cerebral. Massera, integrante de las Juntas militares que gobernaron el país entre 1976 y 1983, sufrió en 2002 un aneurisma vascular que derivó en un deterioro "crónico e irreversible" y terminó sus días demente e incapaz.

Massera fue, entre todos los militares que protagonizaron el golpe de Estado de marzo de 1976 y el terrible "Proceso de Reorganización Nacional", el que más aspiraciones políticas alimentó. De hecho, pretendió incluso presentarse como candidato a la presidencia de la nación, recién acabada la dictadura militar. Su "carrera" y su increíble egolatría fueron cortadas de cuajo, primero por la acusación de haber tirado al mar, desde su yate oficial, al marido de una de sus amantes y luego, por la famosa causa judicial "Nunca Más" abierta por el Gobierno democrático de Raúl Alfonsín, que terminó, en 1985, con la condena a cadena perpetua de los principales responsables de la dictadura militar. El llamado "Proceso" supuso la muerte y desaparición de unos 30.000 argentinos, según los cálculos de los organismos de defensa de los derechos humanos.

Massera no pasó todos estos años en la cárcel, como ordenó aquel tribunal, sino que salió en libertad poco después, en 1990, gracias al indulto concedido por el presidente peronista Carlos Menem. En 1998 los jueces volvieron a imputarle por el delito de robo y secuestro de niños (hijos de mujeres desaparecidas tras pasar por instalaciones militares de la Armada) y en 2007, con el gobierno de Néstor Kirchner, la Corte Suprema declaró "inconstitucionales" los indultos de Menem y las leyes de Obediencia Debida y ordenó reabrir todos los casos de asesinatos ocurridos durante la dictadura. Para entonces, sin embargo, Massera ya estaba lo suficientemente enfermo y loco como para ser declarado "incapaz".

El marino que legó a la Historia de la infamia las siglas de la ESMA (Escuela Superior de Mecánica de la Armada) como sinónimo de horror, obtuvo el grado de almirante de manos de Juan Domingo Perón en 1974, con 49 años de edad, quizás el más joven de la Historia argentina. De buena presencia, muy mujeriego (lo que no impedía su imagen de católico fervoroso ni sus excelentes relaciones con la jerarquía de la Iglesia) Massera acababa de cumplir 51 años cuando, junto con el general Jorge Rafael Videla, y el jefe de la Fuerza Aérea, Orlando Ramón Agosti, formó el primer triunvirato militar que dio el golpe de Estado y derribó el ya tambaleante Gobierno de Isabel Perón. Los tres oficiales decidieron repartirse el poder por tercios, una para cada arma, y se lanzaron a una represión feroz, primero contra los "subversivos", integrantes de los Montoneros y otros grupos armados de izquierda; "después contra los cómplices; luego, contra sus simpatizantes; y, por último, contra los indiferentes y a los tibios", según explicó otro almirante de su misma ralea, Alfredo Oscar Saint-Jean.

Según palabras del periodista Horacio Verbitsky, que dirige hoy el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), el almirante Massera se caracterizó por "su impostación operística, su debilidad por las actrices más jóvenes y por las metáforas más arcaicas, bíblicas, dentro de lo posible". Fue el menos gris de los integrantes de las Juntas militares, pero no porque fuera más brillante o inteligente o menos cruel, sino porque disfrutaba con su papel público y exhibía encantado su poder. Conspiró contra sus compañeros militares, pero no para limitar la sangrienta locura en la que se habían implicado, sino para reclamar mayor parte del botín y de la "gloria".

Es difícil describir las torturas, vejaciones y horrores que se cometieron en los centros clandestinos de detención que controló el almirante Emilio Massera. El informe elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), que creó el presidente Alfonsín y que presidió el escritor Ernesto Sábato, recogió detalladamente la manera sistemática, organizada y disciplinada en la que se torturó y asesinó. La causa por los secuestros, quebrantos y asesinatos cometidos en el amplio grupo de edificios de la ESMA, a la salida de Buenos Aires, se está llevando a cabo actualmente en el Tribunal Federal número cinco, con 19 imputados. El tribunal tomó declaración precisamente ayer al cardenal Jorge Bergoglio, en relación con la desaparición de dos sacerdotes, "chupados" por un grupo de operaciones de la Armada.

© Escrito por Soledad Gallego-Díaz y publicado por el Diario El País de Madrid el lunes 8 de Noviembre de 2010