Verano
electoral...
Atados para no tentarse. Solá, Fernández y Massa, bajo el influjo de
CFK. Dibujo: CEDOC
Un cisne negro aparece con aterradora frecuencia en los
comentarios políticos de los diarios. Como si todo el mundo hubiera encontrado
en el libro de Nassim
Taleb El imperio de lo altamente improbable una
clave sencilla para no hacer el trabajo más pesado de buscar conexiones
ocultas, incluso hipotéticas, entre los acontecimientos. El cisne negro
equivale a una renuncia a interpretar, renuncia que se hace con el guiño de que
ya se ha interpretado.
© Escrito por Beatriz Sarlo el domingo 17/02/2019 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Hace casi dos décadas, le tocó el turno a la “modernidad líquida”,
brillantemente teorizada por Zygmunt
Bauman en un libro que tuvo la desgracia de que su
título fuera usado incluso por quienes no lo habían leído. De la noche a la
mañana todo era modernidad líquida. Taleb no tiene la culpa de que se le haya
ocurrido la metáfora del cisne negro. No es responsable de que la pereza del
análisis recubra con oscuro plumaje todo acontecimiento que parezca imprevisto. Es hora de buscar otras
historias para satisfacer el hambre de imágenes y alegorías.
Basta
de cisnes. Terminada la guerra de Troya, en el canto XII de La Odisea,
Ulises enfrentó las conocidas aventuras que dilataron su regreso al hogar.
Entre otras, el peligro de las sirenas. Circe, la maga, le advierte: “Llegarás a las sirenas, que hechizan a
todos los que se acercan a ellas en sus naves. Quien escucha la
voz de las sirenas ya no experimentará la alegría de volver a ver a su esposa y
sus tiernos hijos, ni podrá compartir su alegría porque ha vuelto a casa.
Antes, las
sirenas lo hechizarán con su canto melodioso, sentadas en un prado sobre un
montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca.
Cuando te acerques a las sirenas, ordena que tu nave pase de largo; derrite
cera y, como si fuera miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno
de ellos las escuche. Si tú quieres complacerte en oírlas, manda que te amarren
al mástil de pies y manos. Si
suplicas a tus compañeros o les ordenas que te desaten, que ellos te sujeten
con más cuerdas”.
Ulises que,
como es inteligente, no desoye consejos, obedece y se amarra al palo mayor de
su nave. Quiere escuchar el canto de las sirenas, pero no quedar preso de sus
hechizos fatales. Por eso puede seguir viaje y llegar, finalmente, a Itaca,
donde desbarata a la nube de pretendientes que rodea a su esposa.
A muchos
políticos les convendría releer el canto XII de La Odisea. Y, acto
seguido, pedirles a sus compañeros que los aten al mástil de la nave, para que
las melodías de la Sirena no los atraigan al lugar donde, hace poco, juraron
que no acudirían.
Desde esa
posición inmóvil podrían escuchar los musicales mensajes de Cristina,
pero no saldrían corriendo a su encuentro, porque su final puede ser el de los
desdichados navegantes que no siguieron los consejos de atarse al mástil y
perdieron la vida, la juventud y la posibilidad de un futuro. Hace un año o
poco más, Felipe Solá, Alberto Fernández y Sergio
Massa no parecían dispuestos a escuchar el canto de la
Sirena. Transcurrieron
unos meses y empezaron a hablarle por teléfono o visitarla. No
solo se acercaron, no solo olvidaron atarse al mástil que hasta ese momento los
había sostenido a prudente distancia de la Sirena, sino que ahora parecen dispuestos
a una nueva vuelta de la vieja melodía.
No es culpa de
la Sirena. No se puede culpar a la Sirena. Ella sigue sus impulsos naturales y
hace lo que debe hacer cualquier sirena que se precie: canta para embaucar a
quienes la escuchan y cometen, una vez más, el error de pensar que ese canto es
indispensable para seguir el viaje.
El
Ulises de Homero no leía encuestas, por eso siguió el consejo de no
acercarse a las sirenas. Acá sí se dejan seducir.
Ulises no leía
encuestas. Por eso pudo seguir los consejos que le advertían no acercarse a las
sirenas. Entendió que el peligro era mayor que cualquier cosa que las sirenas
pudieran ofrecer. Pero los
políticos sirenizados, calculadores, inseguros, leen encuestas y concluyen que
la melodía también llega a los oídos de un 30 por ciento de los que navegarán
hacia las urnas en octubre.
La épica de
Homero nos enseña que quienes no obedecen los buenos consejos terminan mal.
Busquen todos los ejemplos que quieran en La Odisea y La Ilíada. Traigo la historia de Ulises y las
sirenas porque, como toda buena historia, puede ser trasladada a otros
escenarios y ser representada por otros personajes.
Cualquiera se da cuenta de quién es la Sirena y cualquiera sabe,
además, que su canto ha sido atendido por políticos impacientes.
Ulises también
estaba apurado por llegar a su hogar en Itaca, tan apurado como esos políticos
argentinos que aspiran a la presidencia. Como todo viajero que ha estado lejos
muchos años, Ulises quiere llegar cuanto antes, porque no sabe bien qué le espera,
no sabe si su mujer le ha sido fiel, no sabe si su hijo se ha convertido en un
hombre de bien. Pero es inteligente y el apuro no le gana a la sensatez. Es
astuto y no se deja engatusar con los cantos. Es un guerrero experimentado y
sabe que la única manera de tener un futuro es tener un buen pasado y no
equivocarse en el presente.
Resistir
la tentación. Ulises es sabio y atiende el consejo que le han dado: no
escuches a las sirenas. Si
Ulises las hubiera escuchado, jamás habría podido regresar a su hogar,
porque habría sido víctima de su propia curiosidad. Se hubiera quedado a mitad
de camino, y la Sirena podría darse el lujo de caminar sobre su cuerpo como
caminó sobre los huesitos de los que cayeron porque la escucharon. Por eso creo
que los políticos argentinos en vez de fijarse tanto en si llegan los cisnes
negros, deberían esforzarse por dos cosas: la primera es pensar que los
imprevistos son inevitables, y que, sin embargo, hay que estar preparado para
enfrentarlos; la segunda y más importante es que los cantos de la Sirena deben
encontrarlos atados al palo mayor de la nave o del buquecito que han decidido
comandar. Si no se atan al palo mayor para evitar la tentación del canto de la
Sirena, les volverá a suceder lo que muchos de ellos saben que les sucedió
antes.
La Sirena conoce bien sus poderes y,
sobre todo, sabe que a esos políticos les cuesta resistir la tentación. A
Ulises lo llamaban con una palabra griega que admite las siguientes
traducciones: prudente, experimentado, lleno de recursos, sagaz, aventurado,
ingenioso, profundo, incansable. Buenas cualidades para un político. Por eso,
venció el canto de las sirenas, mientras que otros todavía están dando vueltas
alrededor de Cristina.
La mitología
griega (que no es elitista, sino que formó el imaginario europeo durante
siglos) tiene más calidad que el abuso de metáforas ornitológicas como el cisne
negro, llegadas de la academia global. Imagino a los pretendientes
presidenciales atados al mástil para no salir corriendo cuando silbe la Sirena.
En verdad solo quien demuestre independencia explícitamente, sin
medias palabras, puede reclamar que se le reconozcan las cualidades de un
posible presidente. De los nombres en los primeros lugares de las encuestas,
solo un economista experimentado se comportó como Ulises y dejó en claro que no
le interesan los cantos de las sirenas. Los ansiosos candidatos que ya se
anotaron se desataron del mástil que les impedía tirarse al agua y andan
boyando por ahí.
Escuela de sirenas. Ese fue el título de una película donde la actriz y eximia
nadadora Esther
Williams brilló por su elegancia y demostró que no es
fácil convertirse en sirena. Se necesitan muchas cualidades y gran trabajo. A
Macri, que le gusta la pop music, no le vendría mal darle un vistazo a la
película. Esta semana habló ante los empresarios para hacerles conocer, según
titula Clarín,
un “plan buenas noticias”.
En estos tres años, comenzando por su viaje a Davos, Macri difundió varios planes “buenas noticias”, sin
contar las incumplidas promesas que hizo durante la campaña electoral.
Una anécdota de
filmación de Escuela de
sirenas nos hace pensar que los acontecimientos pueden
repetirse en diferentes escenarios. Las secuencias de la película que debían
filmarse en la piscina tuvieron lugar durante el invierno, y la gramilla de los
exteriores lucía parda y mortecina. El director del film dio la orden de que
una cuadrilla la pintara de verde intenso.
Macri ya ha
pintado varias veces la reseca gramilla donde pronuncia sus optimistas
discursos. Ya ha intentado convencer de que su gobierno logrará los mismos
éxitos que todavía hoy están más ausentes que una sirena verdadera. Su último
discurso, el del miércoles pasado ante empresarios, es uno más de esta serie de
intentos frustrados. No canta como una sirena quien quiere, sino quien
puede.
Sin ayuda de la mitología y sin la magia del
cine de Hollywood, las embaucadoras sirenas no aparecen. Deben estar en alguna
parte, sentadas sobre los brotes verdes.
(Fuente www.perfil.com).
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