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sábado, 16 de septiembre de 2017

Desaparición de Maldonado, no fue un gendarme fue la Gendarmería. Video... @dealgunamanera...

Desaparición de Maldonado, no fue un gendarme fue la Gendarmería...


El siguiente video exclusivo echa por tierra las explicaciones del Gobierno y Gendarmería en torno la desaparición de Santiago Maldonado, y aporta pruebas de quien y como lo habría ultimado perteneciente a la Gendarmería. Y como su cuerpo fue sacado del Pu Lof Mapuche por la tranquera de ingreso con rumbo a Esquel, con los medios, la intervención institucional, y el encubrimiento por parte de la Gendarmería.


© Publicado el jueves 14/09/2017 por el equipo de Redacción e Investigación de Striptease del Poder

Sobre la desaparición de Santiago Maldonado hay dos versiones. La oficial que primero dijo que los gendarmes no habían llegado al rio, y nunca tuvieron contacto físico con nadie, y que no había filmaciones.  Que ahora se modificó diciendo que algunos gendarmes podrían haber golpeado a Maldonado y a este se lo habría llevado el rio.

Y la de la comunidad mapuche del Pu Lof, que dice que Santiago Maldonado huyó con su mochila, y los gendarmes lo capturaron en el rio, lo golpearon, lo subieron a un Unimog, y luego lo trasladaron como un bulto a una camioneta blanca que partió hacia Esquel.

El siguiente video exclusivo, elaborado en base a imágenes de Gendarmería y medios afines al Gobierno, canales de televisión, y a fotografías tomadas por los mapuches, demuestran la veracidad de la versión mapuche.  Y las falsedades de Gendarmería y el Gobierno en la desaparición de Santiago Maldonado.


No obstante el juez federal Guido Otranto en lugar de investigar el accionar de Gendarmería, conforme la caratula de la causa de “desaparición forzada”, ordenó rastrillar los  800 kilómetros del Rio Chubut. Suministrándole así una oportunidad a Gendarmería para que arroje el cuerpo de Santiago Maldonado en cualquier lugar del mismo.

Así con la aparición de sus restos sumamente deteriorados, la carátula de la causa pasará de “desaparición forzada”, a “averiguación de causales de su muerte”. O como máximo conforme las últimas versiones sostenidas por el Gobierno, a “lesiones seguidas de muerte”. Y al no poderse acreditar gran cosa, ella podrá durar indefinidamente, consagrándose la impunidad, como tantas otras veces sucedió en Argentina.

O cerrándola con una leve condena, que caiga sobre algún subordinado, como sucedió con la desaparición del soldado Omar Carrasco. Para poder salvar a la cadena de mandos, que en este caso puede llegar hasta la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, quién de entrada negó obstinadamente la responsabilidad de la Gendarmería. No obstante que su segundo en el ministerio, Pablo Noceti, ese día estaba en el lugar de los hechos, en su comienzo y en su trágico final.


Fuerza con la que la ministra Bullrich ha cultivado una estrecha e inusitada relación, inaceptable desde el punto de vista de su control. Y a la que se le ha confiado delicadísimas tareas, como la revisión de la pericias en la causa por la muerte de Nisman concretadas por los expertos de la Policía Federal, que dictaminaron que no existía evidencia alguna de la intervención de un tercero en ella.

Casualmente la entonces diputada Bullrich, fue la gran promotora de la denuncia del fiscal Nisman contra el anterior Gobierno, por encubrimiento del atentado de la AMIA. Y la gran sostenedora de la hipótesis de su asesinato, sin que existiera prueba alguna de ello.

Causas judiciales que tuvieron un gran peso en el resultado de las elecciones presidenciales de ese año. Por eso el interés directo de la ministra que se resuelvan conforme sus planteos, lo que explica su más que permisiva actitud en relación con la Gendarmería, que acaba de anticipar un resultado de sus pericias en el caso Nisman, conforme las aspiraciones de ella.




domingo, 3 de septiembre de 2017

Desaparecer, verbo argentino... @dealgunamanera...

Desaparecer, verbo argentino...

Macri se había ido a Punta del Este. Foto: Reproduccion Revista Nocias del 13/01/2007. 

Cuando desapareció Jorge Julio López, Mauricio Macri era candidato a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (asumió a fines de 2007) y diputado nacional. La desaparición de López creó una justificada conmoción porque se trataba de un testigo que acababa de declarar contra un ex represor de la dictadura en el contexto de la reapertura de esos juicios emblemáticos. Mientras todas las fuerzas políticas producían declaraciones, se movilizaban y buscaban la mejor forma de transmitir su consternación, el candidato Macri se había ido a descansar a Punta del Este. Eso motivó la tapa de la revista Noticias que ilustra esta columna cuyo título era “El candidato haragán”, y que luego mereció una serie de réplicas y contrarréplicas porque Macri pidió un debate por escrito que duró varias semanas.

Aquel Macri todavía joven y hedónico de hace once años en poco se parece al de hoy, pero la dificultad para comprender la connotación que tiene en la Argentina el verbo “desaparecer” se mantiene. Es una palabra que por sí sola genera electricidad en el cuerpo de la sociedad. Tres años después, cuando el kirchnerismo discutía la Ley de Medios haciendo foco en su ataque al Grupo Clarín, su señal de noticias hizo una campaña publicitaria diciendo que si se aprobaba la ley TN iba a “desaparecer” y se armó un revuelo por el uso del verbo por aquellos que, supuestamente, eran quienes menos tenían derecho a invocarlo.

Ya siendo presidente, otra vez Macri chocó con el mismo problema al responder con desdén en un reportaje a un medio extranjero que no tenía ni idea de cuántos eran los desaparecidos. El entonces secretario de Cultura porteño, Darío Lopérfido, quiso salir en su defensa discutiendo la cantidad de desaparecidos que se menciona que hubo y terminó electrocutado (tuvo que renunciar) por no comprender que ciertas emociones no entienden de razones. 

Lo mismo les sucede al Gobierno y a sus comunicadores más afines hoy con la desaparición de Maldonado cuando tratan de argumentar que no hay pruebas de que se lo haya llevado la Gendarmería. Es como si hubieran hecho falta pruebas de que a Jorge Julio López se lo chupó realmente una organización parapolicial cercana a los ex represores para recién entonces poder creerlo cierto. Es no comprender que en estos casos se invierte la carga de la prueba.

La misma miopía consiste en argumentar a posteriori de una desaparición que los mapuches son violentos o irracionales: es tan contraproducente como salir a explicar que los montoneros también eran asesinos tras la desaparición de Jorge Julio López, como si fuera una justificación autoinculpatoria.

Desaparecer en argentino es morir de la peor manera, a manos de una fuerza de seguridad oficial o relacionada con ellas de alguna manera. Tampoco hace falta que se trate de un plan sistemático para que se califique de “forzada” a la desaparición, como se la pasaron discutiendo según el lenguaje técnico jurídico (otra vez el racionalismo) representantes del Gobierno y comunicadores afines. Si desaparición en el sentido que se usa políticamente es sinónimo de muerte por asesinato, no podría no ser forzada. Son discusiones estériles; además, un solo caso en una fuerza de seguridad alcanza para que la memoria colectiva lo enhebre al connotado significado de la palabra “desaparecido”. Porque desaparecidos con esa connotación simbólica también lo fueron Omar Carrasco, José Luis Cabezas, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, y Mariano Ferreyra además de Jorge Julio López y Santiago Maldonado.


Carrasco obligó en 1994 a Menem a abolir el servicio militar; José Luis Cabezas, en 1997, a Menem a desistir de la re-reelección; Kosteki y Santillán, en 2002, a Duhalde a llamar a elecciones anticipadas; y Mariano Ferreyra –el militante del Partido Obrero asesinado por una patota de un gremio cercano al gobierno– le costó a Néstor Kirchner un disgusto que, según su hijo Máximo, le produjo el infarto por el que falleció siete días después.

Es que desaparecido/asesinado por fuerza de seguridad del Estado o por grupos cercanos al gobierno de turno es traducido en el inconsciente social como gobierno malo. “Macri, basura, vos sos la dictadura” no tiene explicación lógica, pero sí la tiene si se apela al lenguaje de condensación y desplazamiento, que es como los seres humanos procesamos las emociones en el inconsciente. 

Un gobierno como el actual, que ha dado muestras de desinterés por “el curro de los derechos humanos”, como lo definió el propio Macri, y que a la vez precisa que las fuerzas de seguridad tengan un protagonismo mayor en la lucha contra el delito, no debería esconder la cabeza como el ñandú ni tratar de escaparse del tema ignorándolo o mostrando desinterés sino todo lo contrario, sobreactuando ante el menor indicio de exceso de una fuerza de seguridad. Con la misma determinación con que lo hace cuando descubre que un policía de la Bonaerense y ahora de la Metropolitana es corrupto o está en connivencia con el delito.

Es cierto que estamos en medio de una campaña electoral que agita los temas con fines políticos, pero el gobierno de Macri no debería olvidar que también contribuyó a su triunfo electoral en 2015 la justificada agitación política que generó la muerte del fiscal Nisman, sobre quien tampoco se pudo probar que haya sido asesinado, pero esa falta de pruebas contundentes no impidió que la enorme mayoría de la sociedad creyera que fue asesinado por quienes trabajaban o habían trabajado para el kirchnerismo.

El Gobierno necesita cambiar de estrategia incorporando el tema de los derechos humanos a su agenda, como lo hizo al sumar a las organizaciones sociales sin importarle que hayan sido kirchneristas. Negar el sentimiento que produce la lucha contra la dictadura es como si Alfonsín hubiera discontinuado el reclamo por las islas Malvinas aduciendo que habían sido usadas por Galtieri y la dictadura.