El mundo según
Alberto…
La política exterior llevada adelante por Alberto Fernández es el resultado
de un delicado equilibrio en un mundo convulsionado. Prudencia y pragmatismo
parecen ser las líneas rectoras frente a este complejo escenario.
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Escrito por Christian Gebauer, Profesor de Filosofía y Analista Internacional,
el miércoles 15/01/2020 y publicado por el Diario La Vanguardia de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
Considerando el tema de las virtudes humanas, Aristóteles destacaba que
residían en el punto medio entre dos extremos. Uno de los ejemplos que da es
que la prudencia se opone tanto a la temeridad como a la cobardía. Ahora bien,
el término medio es, justamente, aunque con alguna excepción, lo que define la
política exterior que está llevando adelante el gobierno de Alberto Fernández.
En términos generales, hasta el momento la postura ante los conflictos
globales busca equilibrar los gestos y las declaraciones. La muerte de
Soleimani y el aumento de la tensión en Medio Oriente motivaron una mención a
“violencia reciente”, aludiendo veladamente a la acción norteamericana, pero
también un refuerzo de la protección de los activos de ese país en Argentina.
Análogamente, la ministra de Seguridad se refirió relativizando a Hezbollah,
mientras que el canciller lo hizo del modo contrario. ¿Fallo de comunicación
interna o deseo de quedar bien con todas las partes? El cambio de actitud del
propio Fernández acerca de la muerte de Nisman refleja la misma política, adscribiendo
alternativamente a ambas teorías, suicidio y asesinato.
A su vez, la situación de Venezuela está directamente determinada por las
superpotencias, y aquí también se verifica esta tendencia. En efecto, nuestro
país se abstuvo durante la última votación de la Organización de Estados
Americanos. Se trataba de reconocer a Guaidó, que obtuvo 20 votos, o a Maduro,
que logró 5. Ocho países se abstuvieron, destacando Méjico y Argentina.
El término medio es, justamente, aunque con alguna excepción, lo que define
la política exterior que está llevando adelante el gobierno de Alberto
Fernández.
Esto representa un giro respecto a la política previa, de marcado
alineamiento con Washington. Así es que la embajadora de Guaidó aceptada por
Macri vio perder su status diplomático cuando Felipe Solá se hizo cargo de las
relaciones exteriores. De hecho, para la asunción de Fernández ya había sido
invitado un ministro de Maduro sancionado por USA. Pero ello no obsta que, para
compensar, Argentina continúe en el Grupo de Lima y haya criticado la actuación
del chavismo durante la última elección de autoridades parlamentarias. También
se intercedió para la liberación de seis norteamericanos presos por Maduro. No
sé si Aristóteles lo habrá advertido, pero el camino del medio es sinuoso.
En cierta medida, Fernández parece también seguir a otro griego, Tucídides.
En el primer texto de geopolítica existente, este general ateniense se
preguntaba acerca de la justicia y la fuerza, y concluía que la primera solo
puede tener lugar en las relaciones internacionales cuando ambas partes se
encuentran relativamente equiparadas en cuanto a la segunda. No hay posibilidad
de justicia si hay un gran desbalance de fuerzas. La creación de instituciones
como la ONU no ha atenuado mucho la verdad de esta afirmación, si bien la
guerra puede ser hoy más económica que militar.
Es así que, en lo que hace a la política regional que no
es decisiva para las potencias, Fernández ya se permite posturas más claras.
Por ejemplo, cuando fue a visitar a Lula da Silva a la cárcel. El candidato
peronista y Bolsonaro venían manteniendo un álgido intercambio de ataques
verbales, pero este gesto fue una incursión concreta en territorio brasileño a
favor de Lula. Un tiempo más tarde, horas después de que éste fuera liberado
Bolsonaro autorizó una compra de trigo por fuera del arancel común del
Mercosur, perjudicando a Argentina. Y a los pocos días el ministro de Economía,
Guedes, se dijo favorable a un eventual tratado de libre comercio entre Brasil
y la Unión Europea, lo que significaría la terminación del Mercosur.
La situación causó perplejidad, ya que es inédita, y cierta preocupación en
algunos sectores. El presidente brasileño ha trazado una línea roja,
significativa si el Mercosur es realmente importante para Argentina. Brasil no
es hoy una potencia mundial, pero sigue siendo bastante más grande que nuestro
país y su importancia para nosotros es mucho mayor que la nuestra para ellos.
Donde sí se permite Fernández tomar una postura fuerte es en relación a un
país pequeño, Bolivia. Si bien las potencias tienen sus preferencias en la
interna boliviana, no representa para ellas una apuesta importante. Evo
Morales, por ejemplo, expulsó a la DEA y criticó muy fuertemente a Estados
Unidos durante mucho tiempo, pero nunca fue sancionado por ello. Por otro lado,
Rusia describe la salida de Morales como un golpe, pero no hizo nada para
evitarlo. El cambio de gobierno se debe más a factores internos que externos.
Es cierto que la OEA jugó un papel en ello, pero no fue decisivo. Morales había
dicho que aceptaría el resultado de su peritaje, y lo hizo tras su publicación
al convocar a nuevas elecciones. El principal candidato opositor, Mesa, estaba
conforme con la medida, pero otros opositores tomaron las calles para presionar
a Morales y capitalizar su eventual renuncia. Los mismos opositores que
posteriormente pasaron a candidatearse por su cuenta.
Es así que el presidente argentino puede tomarse la libertad de cobijar al
desterrado Evo y desconocer a Añez. La Casa Blanca puede mostrarse en
desacuerdo, pero lo cierto es que lo de Añez es provisorio y por ahora el
tiempo juega a favor de Fernández.
Argentina no tiene necesidad de alinearse
en torno a los conflictos globales, solo debe atender a sus intereses. Sin
embargo, también allí debe haber un equilibrio.
La constitución de un bloque político con Méjico era esperada. Por lo
pronto, y como lo demuestra la votación mencionada, no tenemos simplemente una
izquierda y una derecha latinoamericanas, también hay un espacio de
identificación con el centro.
Descontando el episodio con Lula, el actual presidente argentino parece
inspirarse en los clásicos. Una mejoría en comparación con la situación previa,
si la relación con Brasil no se descarrila. Por más que el endeudamiento con el
FMI requiere cierta colaboración con Washington, China es un socio comercial
más importante. Argentina no tiene necesidad de alinearse en torno a los
conflictos globales, solo debe atender a sus intereses. Sin embargo, también
allí debe haber un equilibrio. La reciente limitación de licencias automáticas
de importación podría desencadenar demandas ante la Organización Mundial de
Comercio, como sucediera durante el último período de CFK. Un mundo complejo
requiere una respuesta compleja, no adhesión instintiva ni egocentrismo
desbocado.
Es posible que el eje con el Méjico de López Obrador, que
este año presidirá la CELAC, pueda ampliarse a una suerte de internacional
socialdemócrata. Esto podría suceder por intermedio de España, con cuyo líder
actual, Pedro Sánchez, Fernández mantiene buenas relaciones. España está
también, por ejemplo, en cierta medida enfrentada con el gobierno de Añez. El futuro dirá.