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domingo, 24 de diciembre de 2017

Mentir, mentirse… @dealgunamanera...

Mentir, mentirse… 

Miope es la mirada del Gobierno sobre la violencia. Foto: Cedoc Perfil

Mucho se ha escrito sobre que la política sin mentira no es posible. Tanto la mentira propia como convertir en mentira lo que sostienen los opositores. Y probablemente Macri no sea aún consciente de que ya se ha convertido en un político. Miente.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 24/11/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

“Nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas. La mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable para la actividad no solo de los políticos y los demagogos sino también del hombre de Estado.”  (Hannah Arendt,Verdad y política)


* * *

Todo el tiempo, Macri se refiere a la mentira como aquello en lo que nunca caerá. “No vine aquí a mentirles”, repite en cada discurso marcando tácitamente que eso es lo habitual de los políticos (él viene de otro lado), y muy especialmente de sus predecesores kirchneristas. Mucho se ha escrito sobre que la política sin mentira no es posible. Tanto la mentira propia como convertir en mentira lo que sostienen los opositores. Y probablemente Macri no sea aún consciente de que ya se ha convertido en un político. Miente.

Dos ejemplos de la última semana sobre la mentira propia y la conversión en mentira de lo que sostienen los opositores: el Gobierno insiste en que cuando pase el tiempo los jubilados comprobarán que sus ingresos mejorarán con el nuevo sistema de actualización y que la oposición mintió. Esto, al mismo tiempo que justifica la ley porque el actual sistema de actualización de las jubilaciones no es sustentable y se precisa cambiar para producir un ahorro de 100 mil millones de pesos anuales en las jubilaciones. Una contradicción que no resiste análisis lógico. ¿Un discurso para la tribuna y otro para el círculo rojo porque los ciudadanos pueden ser confundidos –en la era de la posverdad como también en el siglo XX– repitiendo una mentira la suficiente cantidad de veces hasta hacerla verosímil si se cuenta con la benevolencia de la mayoría de los medios de comunicación haciéndose los sordos?

El otro ejemplo fue el operativo de seguridad del lunes conducido por Rodríguez Larreta, donde la Policía soportó una lluvia de piedras durante horas solo con sus escudos y recién pasó a utilizar balas de goma y gases lacrimógenos al final porque antes los violentos estaban mezclados con los manifestantes pacíficos y –según se explicó– esperaron que estos últimos se desconcentraran. En la represión del jueves anterior, conducida por Patricia Bullrich, la Gendarmería disparó balas de goma desde el inicio, cuando los violentos estaban mezclados con los no violentos. Otra mentira fue quejarse públicamente porque la jueza Patricia López Vergara impidió que se usara armamento letal cuando ese es el protocolo de la Policía de la Ciudad frente a todas las manifestaciones. Mentiras hechas para no reconocer públicamente que el operativo del jueves conducido por Bullrich había sido excesivo y un error político.

La técnica retórica continuó en el reportaje que Macri le concedió a América TV el jueves, donde le dijo a Fantino: “El año que viene van a cobrar más. Las jubilaciones van a crecer entre 4 y 6 por ciento más que la inflación. Y el otro año, de vuelta. Y el otro año, de vuelta” sin aclarar que ese “más” va a ser menos que lo que cobrarían sin la reforma previsional porque de lo contrario no habría ahorro fiscal.

Fantasías saludables.
 

Probablemente a quienes Macri califica como mentirosos, categoría de la que él se siente claramente excluido, sean los poetas a quienes Platón expulsó de la república porque estos “narradores profesionales o mitólogos ambulantes fabrican fábulas nefastas que, con nombres estremecedores e historias inquietantes y ambiguas (¿los kirchneristas?), despiertan fascinación en una población inexperta en asuntos políticos”. Y para “evitar la fuerza disruptora del horror y del pánico sobre el frágil patriotismo de la población”, había que sustituirlos por la mentira útil o pharmakon khrésimon, medicina o veneno útil y mentira bella “puesto que solo la más amable de las ideas, la belleza, tiene garantizado un acceso inmediato al ánimo de los hombres”. Esta otra forma de persuasión era una herramienta fundamental para la administración del gobierno que imaginaba Platón.
Sobre la mentira en política, Jacques Derrida dijo: “Se pensó durante mucho tiempo que la mentira era un privilegio natural de la derecha. Pero, más allá de sus loables esfuerzos, no supo conservar esa exclusividad. La derecha perdió su monopolio de la mentira al igual que la izquierda perdió el suyo de la compasión y la virtud. Como dijera con acierto Tocqueville, la democracia acaba siempre igualando las condiciones. Abolidos todos los privilegios, la mentira se ha democratizado. Humilde, ya no aspira a perpetuarse en la historia.

Ha tenido que aprender a coexistir. La mentira democrática es efímera, ecléctica, posmoderna”.

Claro que hay una diferencia entre ocultar la verdad al pueblo en determinadas circunstancias (por ejemplo, diría Macri, la gravedad de la recesión al comienzo de su gobierno agregando ánimo al decir que “lloverán inversiones” en el “segundo semestre”) y crear un Ministerio de la Verdad enteramente dedicado a fabricar mentiras, como imaginó George Orwell (el Indec kirchnerista). Pero aun en la construcción de fantasías saludables, a la que la economía es tan afecta, el Gobierno subestima a la audiencia cuando su ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, en el Congreso, ante la pregunta de la diputada Victoria Donda sobre cuánto tendría que cobrar un jubilado en marzo si se aplicara la nueva fórmula de actualización y cuánto si no se modificara la ley, respondió: “No hicimos esa cuenta”.

El libro de ciencia ficción Ciudad de verdad, de James Morrow, construye una sociedad donde todos sus habitantes dicen siempre la verdad. En ella los políticos reconocen haber recibido sobornos, la publicidad anuncia los defectos de los productos y cada uno, sus vicios y errores, hasta demostrar que una sociedad donde exista la incapacidad de mentir se hace inviable. Pero igualmente a Macri le convendría, como con el endeudamiento, no abusar y recordar siempre la frase de Lincoln: “Es posible engañar a unos pocos todo el tiempo. Es posible engañar a todos un tiempo. Pero no es posible engañar a todos todo el tiempo”. O sea, en su caso, no mentirse.


domingo, 16 de abril de 2017

Aplazados en Democracia... @dealgunamanera...

Aplazados en democracia…


Corría el siglo I de nuestra era cuando Esquilo, uno de los padres del gran teatro trágico griego (autor de Prometeo encadenado, La Orestíada, Los siete contra Tebas) decía en Las suplicantes, otra de sus obras, que la libertad de palabra es esencial para la democracia.

© Escrito el domingo 16/04/2017 por Sergio Sinay, escritor y periodista, y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Veinte siglos más tarde, en esta semana, la dirigente gremial docente Marta Maffei afirmó que, en el país, no hay democracia sino una mascarada. Lo dijo pública y libremente, en televisión, y su opinión fue replicada en medios de alcance nacional.

¿Qué sería una democracia para quienes, como esta y otros gremialistas y militantes, dicen pública y libremente que el gobierno actual es una prolongación de la dictadura? ¿Además, los eufóricos recién llegados a la militancia “combativa” y a la “resistencia” conocen qué es una dictadura por experiencia propia y no por relatos dogmáticos? ¿Tienen que esconderse, exiliarse, viven en la clandestinidad (más allá de taparse las caras con capuchas muy parecidas a las que usaban los desaparecedores de la dictadura), tienen que hablar en susurros y en penumbras, ven desaparecer vecinos, amigos y conocidos cada día?

Y los otros, los que ya no se cuecen en un hervor y hablan de una presente dictadura, ¿perdieron la memoria que tanto invocan, los está traicionando esa memoria y los acerca al delirio, son moral e intelectualmente honestos cuando tergiversan sus discursos para acomodar pasado y presente a un dogma que a fuerza de repetir acaso ni ellos mismos pueden diferenciar de la realidad?

El uso de términos como genocidio, dictadura u holocausto requiere una enorme responsabilidad y conciencia. Dispararlos ligeramente, de forma reactiva, despreciando la posibilidad de pensar, comparar, reflexionar, conlleva el riesgo de banalizarlos vaciándolos de contenido y significado. Además de revelar un preocupante nivel de ignorancia. En especial cuando se trata de dirigentes docentes, y tomando en cuenta la particular función educativa y formativa que deberían honrar, no estaría de más que compartieran con sus alumnos (cuando ir a las aulas sea lo normal) una lectura de Política para Amador, ese extraordinario trabajo que el filósofo español Fernando Savater ofreció como herramienta para la educación política de adolescentes (aunque es un buen recordatorio para adultos).

“La democracia nació entre conflictos, dice allí Savater, y sirvió para aumentarlos más que para reservarlos”. Lo dice en defensa de ella. La razón es simple. A mayor libertad, más aflora la diversidad, más minorías se despliegan. Y la función de la democracia es establecer las condiciones para articular esa diversidad, para proteger la existencia y la expresión de las minorías.

Minoría significa lo opuesto de totalidad. Una sociedad está compuesta de minorías, puesto que ningún grupo de ningún tipo (político, cultural, étnico, religioso) abarca al cien por ciento de los integrantes de esa sociedad. De ahí que la vida democrática será siempre conflictiva y requerirá honestidad política e intelectual, portación de valores morales, capacidad de escucha y aceptación para entender que la vía posible de articulación de esos conflictos pasa por entender que es necesario resignar de lo propio en beneficio de la común.

Nada más opuesto al pensamiento autoritario y a su práctica. Ese pensamiento y esa práctica sí llevan a mascaradas democráticas. Ponen el número y la prepotencia por encima del respeto a la diversidad. La mayoría circunstancial manda y hace lo que quiere porque está en el vértice de la pirámide del poder, como explicaba Hannah Arendt, y dice recibir el mandato que la autoriza. Ese mandato es abstracto y arbitrario.

Se llama “pueblo”, “bases”, “militancia” y se ejerce con prepotencia hasta el límite de la ley. Pero incluso para el autoritarismo la ley es un límite. Si no fuera así, el sueño de eternidad de los autoritarios se haría realidad. Con la dictadura desaparece la ley y sólo cuenta la voluntad del tirano. Quienes llaman dictadura a la conflictiva democracia sólo expresan su dificultad para vivir en ella.

Una materia que les espera. 

Link


"Yo quiero una democracia en serio, no una máscara..."




sábado, 18 de mayo de 2013

Videla, un mediocre… De Alguna Manera...


Un mediocre…

Qué fácil decir “murió el diablo”. Qué fácil es hoy sobreactuar indignación. Mucho más difícil es reconocer que los autores de actos monstruosos puedan ser personas ordinarias. Es más desolador porque nos impide excluirnos como sociedad de la responsabilidad de los hechos. Videla era un mediocre. Un hombre del montón, como escribió Hannah Arendt sobre Eichmann, al ser juzgado en Israel, en su célebre ensayo La banalidad del mal.

Por decir que Eichmann no era diabólico ni un psicópata, a ella, la gran filósofa de su época, judía, escapada de los campos de concentración de Alemania durante la Segunda Guerra, la acusaron de nazi. Ver a Eichmann o a Videla como monstruos nos produce mayor consuelo. Pero ese bálsamo que nos pone a reparo de nuestra conciencia aumenta los riesgos de volver a repetir autoengaños sociales autodestructivos.

Arendt se sorprendía de que Eichmann no se sintiera culpable de sus crímenes y al mismo tiempo no se tratase de alguien psicológicamente anormal. Eichmann decía haber leído a Kant y que su accionar estaba dirigido por “el imperativo categórico que él asumía con escrupuloso deber”. Lo mismo se percibe al escuchar la entrevista que Ceferino Reato le hizo a Videla en la cárcel antes de morir: él creía que la sociedad le había dado al Ejército el mandato de salvar la república y cumplía su obligación de soldado con dedicación.

Nada podrá nunca disculparlos, pero Arendt se lo explica a sí misma distinguiendo la diferencia entre conocer y pensar. Conocer es la habilidad de acumular conocimientos y saberes que permiten resolver cuestiones prácticas. Pensar es otra cosa, requiere la capacidad de diálogo consigo mismo, de autorreflexión y autocrítica; ponía el ejemplo de Sócrates con su daimón, su álter ego interior con el que debatía constantemente. La falta de reflexión crítica, junto con la capacidad técnica, permitía a Eichmann cometer actos monstruosos “sin motivaciones malignas específicas”.

Ver a Videla diabólico es engrandecerlo. Nos sirve para no enfrentarnos con lo malo dentro de nosotros mismos y en distintas proporciones repetir historias vinculadas: nadie votó a Menem, ni con los años nadie habrá votado a los Kirchner, nadie nunca tiene culpas, la culpa es siempre de unos pocos, y la Argentina es un “país de buena gente” que antes eran “derechos y humanos”.

Para Arendt, tales equívocos sociales son posibles cuando confluyen tres clases de personas para formar una mayoría. Los nihilistas, que al no creer en nada adhieren cínicamente a la tendencia dominante para obtener beneficios. Los dogmáticos, que en busca de una seguridad que los haga sentir plenos se fanatizan y consideran enemigos a los que no son de su condición. Y los despreocupados, que por comodidad se dejan arrastrar por lo que les recomiendan el Estado, la propaganda y el discurso de época.

Al terminar la Segunda Guerra, Adorno reescribió el imperativo categórico: “Actúa de tal forma que Auschwitz no se vuelva a repetir”. En la Argentina, el nuevo imperativo categórico de nuestro “nunca más” debería ser: “Actúa de tal forma que el fanatismo no se vuelva a repetir”.

Los fundamentalistas se aprovechan de que las personas normales no saben que todo puede suceder. Gracias a la última dictadura, los argentinos sí sabemos que todo puede suceder. Y sólo de nosotros dependerá que no suceda.
© Escrito por Jorge Fontevecchia el viernes 17/05/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.