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domingo, 25 de diciembre de 2022

¡Muchaaaachos!

 ¡Muchaaaachos! 


Al dente, ‘Fideo’ Di María. Dibujo: Pablo Temes

La Selección mostró que la historia se vuelve a escribir todos los días. 

© Escrito por Carlos Fara el viernes 23/12/2022 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina. 

Existen varios tipos de muchachos en la Argentina. Obvio, se nos vienen a la mente los muchachos peronistas. También estaban Los muchachos de antes no usaban gomina, Adiós muchachos, de Gardel, o Los muchachos de mi barrio, de Palito Ortega. Pero en estas últimas semanas todos fueron claramente desplazados por los Muchachos del tema de La Mosca, con lo cual ahora nuestro país tiene dos himnos: el de López y Planes y el del grupo musical que entronizó a la Selección hasta el próximo Mundial.

Los Muchachos –con mayúscula– son el nuevo parámetro de la sociedad. No solo porque hayan triunfado, sino porque son lo que la mayoría social quiera que sea la Argentina: tenaces, profesionales, humildes, con garra, planificados, serios, que juegan en equipo y que tiran todos para el mismo lado. En los últimos meses era común en los estudios de opinión pública que los entrevistados querían que el país se pareciese a Messi por esos atributos mencionados. Esa identificación, más allá del éxito deportivo, es lo que hizo que se movilizaran cuatro o cinco millones de personas para saludarlos, que en un punto es como saludarse a sí mismos.

La Selección le mostró a la sociedad que el esfuerzo y la disciplina (o sea, el mérito) rinden y tienen su premio, a la corta o la larga. Por eso, de toda la letra de La Mosca, quizá lo que más impacte sea: “nos volvimos a ilusionar”. ¿A ilusionar con qué? ¿Con el equipo? Desde ya. Pero en realidad, el punto es que los argentinos y argentinas se volvieron a ilusionar con ellos mismos, porque de la política claramente poco esperan.

En los grupos focales realizados esta misma semana no visualizamos un cambio de ánimo respecto al país. Los mismos sentimientos de los últimos meses siguen estando sobre la mesa: angustia, impotencia, bronca, desesperación. ¿Pero, entonces, cómo le impactó a la sociedad el triunfo deportivo? “Fue un día de alegría sin pensar en la economía”, “despejar un rato la mente”, “tirar todos para el mismo lado”, “la unión, no estaba dividido como en la política”, “éramos un solo país”. Casi les faltó decir que sin la política estaríamos mejor, porque lo que no cambió fue la perspectiva sobre el futuro del país: “la gente se olvida pronto”, “Argentina no va a cambiar”, “va a ser un proceso largo para salir de la situación”, “hay mucho para arreglar”. En definitiva, lo deportivo y la alegría colectiva transitan por un carril distinto del derrotero del país.

Un triunfo deportivo en el principal deporte de masas y en la cúspide de la competencia global, iban a generar un sentimiento de felicidad temporal enorme. Pero hay un ingrediente adicional a la lógica alegría individual, que es la satisfacción porque también se viva una dicha colectiva. Es decir, la buenaventura de todos bajo una misma consigna es un rasgo que potencia la que siente cada uno en forma personal.

Cuatro o más millones de personas en paz bajo una misma consigna también muestra el desagrado que despierta la grieta, como lo hemos comentado en esta columna muchas veces, o a la inversa, lo que conmueve la unidad. Algún lector o lectora me podrán decir legítimamente: “Pero, ¡qué vivo! Cuando se trata de la Selección campeona todos íbamos  a estar unidos”. Es verdad. Pero acá hay varios puntos por señalar que muestran dónde está la opinión pública:

·           La movilización más grande de la historia argentina, sin duda (el tamaño sí importa), teniendo en cuenta que a priori había un circuito a recorrer o un punto de encuentro.

·         Mucha gente en cualquier circunstancia y con alto fervor, puede ser el caldo de cultivo de que algo termine mal, una “puerta 12” o algo parecido. Pero casi nada de eso pasó, salvo los hechos aislados que todos conocemos.

·         La gran mayoría de los cuatro millones de personas que esperaban saludar a la Selección se vieron frustradas por la imposibilidad física. Sin embargo, la reacción masiva fue de alegría y comprensión con los jugadores en los helicópteros luego de muchas horas de trajinar.

·         Se comentó mucho la desorganización o falta de previsión, que si fue un papelón, etc. Obvio, que todo el operativo fue fallido, como estamos bastante acostumbrados en la Argentina. Lo cierto es que la alegría desbordante percibida en la calle hizo que nadie se preocupase mucho por una organización fracasada. Capítulo aparte es la saga de si iban o no a Casa Rosada, los cambios de trayectoria sobre la marcha, etc.

¿Qué significa todo esto?

·         Cuando la sociedad se siente agradecida a quienes muestran los atributos deseados, los detalles negativos pasan de largo (de los cuales los jugadores no eran los responsables, claramente).

·         Cuando los liderazgos transmiten calma, la mayoría social no se enerva por deporte. Luego, claro está, los conflictos producen reacciones. Sería tonto pensar que el clima del martes va a ser el permanente. El punto es si queremos vivir de forma agresiva los conflictos o no.

Seguro no somos los maravillosos del martes solamente. También somos conflictivos, irreverentes ante todo tipo de autoridad, reacios a apegarnos a las reglas, cuestionadores hasta el infinito, propensos a los excesos. Sin embargo, el punto es que no somos una sola cosa. También somos los que nos movilizamos en el final de la dictadura y la llegada de la democracia. Los que llenamos plazas en Semana Santa del 87. Los que repudiamos el atentado a la AMIA en el 94. O los que saludamos a los subcampeones en 2014 como si hubiesen traído la copa a casa.

Scaloni, Messi y compañía muestran que la historia se empieza a escribir de vuelta todos los días. Que una serie de derrotas sin fin siempre se pueden revertir. Que todos podemos cambiar para mejor. Que lo inesperado acontece. Que tenemos con qué. Que no somos geniales, ni un desastre. Que no estamos condenados al éxito, ni tampoco al fracaso.

La frase que ha calado hondo y se ha viralizado hasta el infinito ha sido la de De Paul: “Más que nunca todos juntos”. No nos olvidemos que esos 26 jugadores y el equipo técnico nacieron acá y también podemos ser nosotros. ¡Feliz Navidad! 

* Consultor político. Ex presidente de Asacop.



lunes, 2 de julio de 2018

Cuando Macri era Gardel y Argentina Disneylandia… @dealgunamanera...

Cuando Macri era Gardel y Argentina Disneylandia…
                          
22/10/2017: Cambiemos festeja su triunfo sobre Cristina Kirchner. Fotografía: CEDOC / PERFIL

La gran promesa incumplida de Macri es terminar con la inflación, ya que sin ella se reduciría la pobreza y el déficit fiscal.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 01/07/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Se acabó. Así como Mascherano, al terminar el partido con Francia (derrota que inevitablemente deviene en metáfora), dijo “se acabó: a partir de ahora pasaré a ser un hincha más” y Federico Sturzenegger analiza volver a Harvard a ser profesor, algo se acabó para el conjunto del Gobierno.

El mismo que proyectaba su sucesión en 2023, en noviembre, cuando Macri era Gardel y Argentina Disneylandia. Para comenzar, se acabó un tipo de relato: por ejemplo, sería difícil hoy para el polémico diputado Fernando Iglesias taparles la boca a opositores con cifras positivas, como vino haciendo en tantos programas durante la campaña electoral 2017.

Pero no dilapidaron gran parte del capital político que construyeron al derrotar a Cristina por los errores cometidos en estos seis meses. Vale siempre recordar que nunca el capital es tan grande como se cree después de cualquier triunfo: en política, todos se ilusionan con la perennidad después de ganar dos elecciones seguidas. Además, podía ser previsible que muchos poderes que apoyaron a Macri, para que venciera a Cristina, cumplido ese trabajo pasaran a tener otras prioridades

El error del cambio de metas de inflación en diciembre último es parte de una cadena de equívocos que arranca durante la campaña de 2015, cuando en múltiples apariciones en los medios Macri repetía que bajar la inflación “es lo más fácil”, partiendo de los errores de sus dos principales economistas: Alfonso Prat-Gay y Federico Sturzenegger. El primero, al sostener que los precios de los alimentos al final del cepo ya habían asumido el valor del dólar blue, un 50% mayor que el dólar oficial. Y el segundo, sosteniendo que el aumento de tarifas no solo no era inflacionario sino que era desflacionario porque, al deber pagar más por los servicios públicos, la gente iba a tener que comprar menos otros productos, los que no iban a poder aumentar porque se quedarían sin consumidores.

No había un plan económico porque el plan político era ganar siempre las elecciones.

Lavagna, con más experiencia en la economía real, explica exactamente lo opuesto: cierto grado de recesión no reduce el aumento de precios sino que es inflacionario para las pymes porque el dueño de una pequeña empresa o comercio, al reducírsele la cantidad de compradores, la única forma que tiene de sobrevivir es dividiendo el costo fijo entre menos unidades vendidas, o sea, aumentando más que la inflación hasta, claro, cerrar pero no sin pelearla.

Independientemente de la cuestión de fondo y a pesar de que las metas de inflación fueran incumplibles, fue un error político anunciar su cambio en diciembre de 2017, como si se tratara de algo importante, cuando tampoco podían subir la meta a un valor verosímil porque ya habían votado el presupuesto y anunciado una pauta de paritarias del 15%.

Quedó claro que el objetivo de esa puesta era otro: que los triunfadores en una interna del Gobierno anunciaran la devaluación del propio Sturzenegger y producir el primer salto del precio del dólar justo cuando se venía aumentando la tasa de interés en Estados Unidos y ya había señales sobre cuánto la sequía podía reducir nuestras exportaciones.

Todos los errores tienen un elemento en común: soberbia y excesiva autoconfianza. La psicología podría explicar cómo el haber tenido una vida afortunada produce en las personas cierta sobreestimación de las propias capacidades. No sería el caso de Dujovne: comentan en Gobierno que fue ascendido de ministro de Hacienda a virtual ministro de Economía porque ya probaron que lo podían mortificar y no se rebelaba. Del mejor equipo de los últimos cincuenta años quedaron en el camino Prat-Gay, Melconian, Sturzenegger y Aranguren, y sobrevivió, pero como presidente del Banco BICE, Pancho Cabrera, casualmente por su disciplinamiento “al equipo”.

Al FMI le importa menos que en 2021 la inflación sea de un dígito que en 2019 pierda el populismo

Se podría decir que no hubo ministro de Economía porque no hubo plan económico, pero sí hubo un plan político: jibarizar al kirchnerismo incentivando y aprovechando el repudio que generó con sus abusos de todo tipo. Y aún hoy el plan político del Gobierno es competirle a Cristina Kirchner en 2019 en un ballottage. Pero “la droga Cristina”, que hace al Gobierno más potente, tiene efectos secundarios.

Los del pasado, cuando, con tal de ganarle en 2017, desatendieron la lucha contra la inflación cebando electoralmente el crédito, planchando artificialmente la corrección del dólar y siendo igualmente populistas que todos los demás gobiernos al hacer un año de agua caliente (el de las elecciones) y otro de agua fría, y destruir valor por esa propia ciclotimia.

Más el efecto secundario futuro: no contribuir a la creación de una oposición peronista sensata que pudiera ser alternancia de gobierno, algo que alguna vez tendrá que ser inevitable, como reconoció con sinceridad el jefe del bloque de diputados del PRO, Nicolás Massot, quien por ser la mano derecha de Emilio Monzó tampoco es de los disciplinados “al equipo”. Massot fue más allá esta semana al decir: “En el peronismo hay buenos cuadros que han ayudado a mejorar los proyectos” de Cambiemos.

La gran promesa incumplida de Macri es terminar con la inflación, ya que sin ella se reduciría la pobreza y el déficit fiscal, porque los países que pasaron de alta a baja inflación crecieron notablemente más. Y más allá de que el acuerdo con el FMI prevé bajar la inflación a un dígito entre dos y tres años, el problema estructural de 2015 continúa: la mitad del gasto público está indexado por la inflación anterior, y hay paritarias libres que también se guían por la inflación anterior.

Llevaría bastantes años con paritarias por debajo de la inflación, o una severa recesión que duplique el desempleo, llegar a tener un dígito de inflación sin un plan heterodoxo (palabra que al Gobierno escandaliza) que de alguna forma desagie la inflación pasada para los precios futuros.



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sábado, 30 de septiembre de 2017

Allanaron el Café de los Angelitos... @dealgunamanera...

 Allanaron el Café de los Angelitos por una causa de narcotráfico y lavado…

El histórico Café de los Angelitos, en la esquina de Rivadavia y Rincón, en el barrio porteño de Balvanera. Fotografías: Semanario Región 

El operativo policial también incluyó a otros 10 restaurantes y cafeterías. La extensa historia ligada al crimen del reconocido bar porteño.

© Publicado el sábado 30/09/2017 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El célebre Café de los Angelitos del centro porteño y diez restaurantes fueron allanados esta tarde por la Gendarmería Nacional en el marco de una causa por supuesto lavado de dinero proveniente del narcotráfico.

Las fuerzas de seguridad realizaron los operativos en procura de encontrar y secuestrar documentación de relevancia para la investigación judicial.

Además del Café de los Angelitos, ubicado en la esquina de avenida Rivadavia y calle Rincón, a dos calles del Congreso de la Nación, los uniformados y funcionarios judiciales realizaban allanamientos en otros diez restaurantes y cafeterías, según informaron fuentes de la gendarmería a DyN

La investigación a cargo del juez Penal y Económico de Morón Néstor Barral llevó a realizar dichos allanamientos que asombraron la atención de los vecinos del barrio Balvanera.

El organismo especializado en delitos de narcocriminalidad, la Procuraduría de Narcocriminalidad (PROCUNAR) también estuvo en el allanamiento para asistir técnicamente a la fiscalía.

Un bar con mucha historia. 

El Café de los Angelitos es un café de tango histórico de la Ciudad de Buenos Aires, ubicado en la esquina de la Avenida Rivadavia y Rincón, en el barrio de Balvanera. Era el lugar en el que Carlos Gardel estableció su "barra" a partir de 1912, cuando comenzó su carrera artística formando dúo con José Razzano. Este último, en 1944 compuso un célebre tango con letra de Cátulo Castillo, titulado precisamente "Café de los Angelitos".

El café fue inaugurado en 1890 con el nombre de Bar Rivadavia por el inmigrante italiano Bautisto Fazio, con instalaciones precarias y piso de tierra. En 1920, lo compró el español Carlos Salgueiro y lo rebautizó recordando la anécdota de un viejo comisario."Voy a ver a mis angelitos", decía cada vez que había un crimen en el barrio, porque los malandrines recalaban en el Rivadavia

Tras sucesivas crisis económicas, en enero de 1992, sus dueños decidieron cerrar el negocio luego de 100 años de existencia y la casa quedó abandonada, deteriorándose a tal punto que se ordenó su demolición. En 2006 fue reconstruido y reinaugurado al año siguiente.



sábado, 7 de enero de 2017

Mi Noche Triste… Carlos Gardel… @dealgunamanera…

Cien años atrás, Gardel estrenaba el primer tango canción de la historia…

Carlitos. El Morocho del Abasto lo estrenó en el entonces teatro Esmeralda, hoy Maipo, el 3 de enero de 1917. Rápidamente se volvió un éxito. Foto: Cedoc Perfil

Hasta entonces, el tango era un revoltijo de ritmos y voces llegados de todos los rincones, que no terminaban de cristalizar en un todo armónico. Con este éxito nació un género universal.

© Escrito por Rubén Tizziani, Escrito y Periodista, el sábado 07/01/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


El 3 de enero de 1917, en el teatro Esmeralda (hoy Maipo) de Buenos Aires, Carlos Gardel estrenó Mi noche triste, una canción con música de Samuel Castriota y letra de Pascual Contursi. Tres minutos bastaron en aquella función para que un músico y un poeta, que no se conocían entre sí, y un cantante nacido Charles Romualdo Gardes en la ciudad francesa de Toulouse, dieran forma definitiva a un género musical que aún recorre el mundo.

Hasta entonces, el tango había sido un género amorfo, inacabado, revoltijo de ritmos y voces llegadas de todos los rincones, que no terminaban de cristalizar en un todo armónico. Como alquimistas que consiguen al fin penetrar los misterios del Opus Nigrun, Castriota y Contursi, cada uno por su lado, tomaron esos materiales híbridos e hicieron con ellos algo que antes no existía: el tango canción. 

En 1916, el pianista Samuel Castriota, que solía actuar en el café El Protegido, del barrio de Boedo, estrenó un tango de su autoría que tituló Lita. Entretanto, el poeta y cantor Pascual Contursi, argentino radicado en Montevideo, se ganaba la vida cantando “a la gorra” en los cabarets. Cuando descubría una composición que le agradaba y no tenía letra, le adosaba textos suyos y la incorporaba a su repertorio. Así hizo con Lita, que bautizó con el primer verso del tango que lo haría inmortal: “Percanta que me amuraste”.

Mi noche triste condensa la totalidad de los elementos que caracterizan el tango: ese aire grave, cadencioso y dramático que todavía lo distingue y una línea argumental que alimentó el género durante más de treinta años: el triste monólogo del hombre que lamenta el abandono de la mujer amada. 

Además, inauguró un “lenguaje tanguero” al introducir voces lunfardas –percanta, amurar, encurdelarse, cotorro, catrera– en un contexto de respetable nivel poético. 

Esa inclusión suma fuerza y expresividad a un sentimiento del mundo que durante décadas irían a compartir varias generaciones de rioplatenses: la invencible nostalgia del paraíso perdido.

El mundo donde nació el tango. ¿En qué contexto histórico, social y económico se produjo la aparición y el desarrollo del tango? 

El período 1880-1914 fue la etapa de mayor crecimiento económico del país. Entre 1880 y 1913, el producto bruto per cápita creció a más del doble, mientras que la población se multiplicó por cuatro como resultado de la inmigración masiva: de menos de 2 millones de habitantes a comienzos de la década de 1870 a más de 8 millones en 1914. En 1869, la Argentina tenía 1.737.000 habitantes, 211 mil de los cuales eran extranjeros (12,2%); en 1914, con un total de 7.900.000 habitantes, los extranjeros sumaban 2.391.171 (30,5%). Ese fenómeno fue más acentuado en la ciudad de Buenos Aires. En 1910, un 58% de los habitantes de la Capital eran extranjeros. 

Con este telón de fondo, el tango dio sus primeros pasos hacia 1880, según la mayoría de los historiadores. Creció en los barrios bajos de la ciudad y los suburbios: en los conventillos de La Boca, los cafetines y postas de carreta, los corrales, pulperías y prostíbulos. En esos tugurios y barracas, tríos de guitarra, flauta y violín interpretaban ritmos primitivos y vulgares, con letrillas casi siempre procaces: Afeitate el 7 que el 8 es fiesta (en lenguaje vulgar, siete es el nombre del ano); ¡Al palo! (significa que el hombre tiene una erección); Date vuelta; Dejalo morir adentro o Dos sin sacarla (dos eyaculaciones consecutivas); Dame la lata alude a las fichas de latón con que se daba turno en los burdeles.

Amores contrariados.

Los parroquianos de esos peringundines, como se llamarían en lunfardo, eran gauchos, orilleros, algunos negros e inmigrantes recién llegados. La mayoría se ocupaba en trabajos rudos y modestos, aunque no faltaban desocupados y vagabundos. Ni las prostitutas. 

Los amores contrariados en los cuales el hombre es siempre víctima de una mujer veleidosa y sin corazón es un asunto que tiene en el tango un peso insoslayable. Mi noche triste –que funda literalmente el género y traza todas las coordenadas dentro de las cuales se moverá de ahí en adelante– trata, precisamente, el tema del abandono. 

Tanto fatalismo impregna las mejores páginas del tango. ¿De dónde sacaron aquellos poetas la idea de que las mujeres –a excepción de las madres– eran engañadoras, desleales, y que el amor estaba, inevitablemente, destinado al fracaso? De la realidad. 

Entre 1880-1930, llegaron 264 hombres por cada 100 mujeres. La única compañía femenina disponible para ese “excedente” masculino eran bailarinas, prostitutas, “alternadoras”, como decía el eufemismo de la época. Era lógico que eso originara sólo vínculos precarios, pasajeros.

Así y todo, en esa fragua se irían amalgamando los elementos que en el escaso lapso de 35 años terminarían por modelar uno de los géneros musicales más difundidos del siglo XX: el tango canción, que tiene un argumento e incorpora un universo temático digno de la tragedia griega y que, más allá de los amores fugaces y del abandono, habla del viaje, el desarraigo, la madre, el barrio, los amigos y la casa natal, el coraje, el paraíso perdido y el olvido. 

Como si Buenos Aires, una ciudad que nació y creció con los ojos puestos en otra orilla, a miles de kilómetros de distancia, hubiera sido desde su creación un territorio destinado a fusionar historias, fantasías, emociones y sueños de millones de mujeres y hombres que el destino unió a orillas del río ancho como el mar. 



miércoles, 4 de julio de 2012

Astor Piazolla, Veinte Años No es Nada... De Alguna Manera...

Cómo reinventarse una y otra vez...

 A mediados de los años ’50, el bandoneonista volvió de París lleno de ideas y con la decisión para llevarlas a cabo.

A veinte años de su muerte, la música de Astor Piazolla lo sigue resistiendo todo. El repaso de los múltiples giros que practicó en una carrera signada por un espíritu inconformista da pruebas de lo que significa el bandoneonista en el panorama de la música argentina del siglo XX. Este año habrá ediciones para redescubrir.

Veinte años no es nada, cantaba Gardel. Y ésa era la cifra que Astor Piazzolla, el bandoneonista que a los 13 años había aparecido en un breve papel junto al cantante en El día que me quieras, había elegido en 1964 para la temprana retrospectiva discográfica 20 años de vanguardia con sus conjuntos. Y fue hace dos décadas, el 4 de julio de 1992, cuando Piazzolla falleció tras una larga agonía. Esta vez, ese período sí ha significado algo. Aun cuando muchas cosas sigan siendo más o menos iguales, está claro que a Piazzolla y al valor de su música ya no lo discute nadie. Y aún más: para muchos no hay, para nombrar a Buenos Aires –e incluso al tango–, un sonido mejor que el que el marplatense construyó a lo largo de un conflictivo medio siglo, desde que a los 20 años ingresó como instrumentista en la Orquesta de Aníbal Troilo hasta su último sexteto pasando por sus propias orquestas y, desde ya, por sus geniales quintetos.

Inquieto y preocupado por registrar los latidos de su época, Piazzolla no tuvo un solo estilo, ni siquiera una biografía. Si no existiera el derrotero que comenzó en 1955 con el Octeto Buenos Aires, si no hubiera más que aquel orquestador que a los 22 años comenzó a arreglar para Troilo, que a los 24 dirigió la orquesta que acompañaba a Francisco Fiorentino, que un año después formó la propia –grabando 16 discos de 78 rpm para Odeón, entre septiembre de 1946 y diciembre de 1948–, y que entre 1950 y 1953 compuso para las principales orquestas del momento –Troilo, Fresedo, Francini-Pontier y Basso– alcanzaría para considerarlo un nombre fundamental del tango. Sus arreglos de “Inspiración” o, ya en 1951, de “Responso”, para Troilo, sus versiones de “Chiclana”, “Taconeando” o “Quejas de bandoneón”, con la Orquesta 1946-48, y piezas propias como “El desbande” (lo primero propio que grabó), “Se armó”, “Villeguita”, “Para lucirse”, “Prepárense”, “Contratiempo”, “Triunfal” y “Lo que vendrá” están entre lo mejor del tango de los ’40 y ’50.

Pero ése era un género con el que Piazzolla estaba en crisis. Lo conocía como nadie, admiraba a muchos de sus músicos pero despreciaba su conformismo y falta de horizontes. Decía que con sus colegas no había de qué hablar. Y, si bien gozaba del respeto de los más prestigiosos, había otros que no cesaban de hostigarlo. Y la Argentina no era –ni lo sería después– un lugar caracterizado por la tolerancia. La renovación de una música como el tango –y ya su orquesta, aunque claramente anclada allí, proponía una mirada distinta– tomaba los atributos de la traición a la patria. Y lo que en otras partes (las polémicas sobre el be-bop en los Estados Unidos, por ejemplo) no pasaba de la discusión estética, en Buenos Aires acababa frecuentemente a las trompadas. En 1953, Piazzolla, que luego de estudiar con Alberto Ginastera había ganado un concurso de composición organizado por el gobierno –el concurso tomó el nombre de Fabien Zevitzky, director de la Sinfónica de Indianápolis que el año anterior había conducido a la Orquesta del Estado y al que se comprometió para que dirigiera un concierto, en la Facultad de Derecho, con las obras premiadas–, decidió viajar a París y allí llegó a tomar diez lecciones con la prestigiosa Nadia Boulanger. Quería convertirse en compositor clásico, pero el resultado de su periplo fue paradójico. La vieja maestra le recomendó que se dedicara al tango.

La experiencia parisina resultó fundamental para el nacimiento del segundo Piazzolla. Por un lado, grabó una serie de discos, para los sellos Festival, Vogue y Barclay, donde por primera vez prescindió del molde de la orquesta de tango (aun con agregados como el oboe, tal como había sucedido en la grabación de “Dedé”, en 1951), colocando al bandoneón como solista absoluto, junto a un piano y una orquesta de cuerdas. Y por otro, porque el dueño de uno de los sellos para los que realizó estos registros, Charles Delaunay, de Vogue, le hizo escuchar otros discos grabados por él, entre ellos los que documentaban las actuaciones del cuarteto de Gerry Mulligan en la Salle Pleyel, poco tiempo antes de que el bandoneonista llegara a París, y el del sexteto de Oscar Pettiford. Una grabación que tuvo una influencia notable en el octeto que Piazzolla crearía al volver a Buenos Aires. Allí había un cello (tocado por Pettiford) y estaba, además, la guitarra eléctrica de Tal Farlow, en un papel solista que resultaba sumamente novedoso. El regreso a la Argentina nada tuvo que ver con aquel de Cobián a Bahía Blanca. El bandoneonista no volvió vencido, a pesar de la decepción con Boulanger, sino lleno de ideas y con la decisión para llevarlas a cabo. Creó el revolucionario Octeto Buenos Aires, donde incluía otro bandoneón, tocado por Leopoldo Federico, dos violines (el virtuoso Enrique Mario Francini y Hugo Baralis, quien había sido solista en su Orquesta 1946-48), el piano de Atilio Stampone, el cello de José Bragato, la guitarra eléctrica de Horacio Malvicino (reclutado en el Bop Club) y el contrabajo de Hamlet Greco, luego reemplazado por Juan Vasallo, y con el que grabó un disco de duración media para Allegro (Tango progresivo) y un LP para Disc Jockey (Tango Moderno). Y, paralelamente, con la misma conformación de sus discos parisinos, grabó cuatro temas para el sello TK (“Azabache”, “Negracha”, “Sensiblero” y “Lo que vendrá”), dos para Odeón (“Vanguardista” y “Marrón y azul”) y dos LP, Lo que vendrá, registrado en Montevideo para Antar-Telefunken, y Tango en Hi-Fi, para Music-Hall. Allí el violín solista era el de Vardaro y había temas notables como “Melancólico Buenos Aires” (en el segundo disco) y “Tres minutos con la realidad”, uno de los experimentos más modernistas de Piazzolla, que aparecía en ambos discos aunque en la versión montevideana tenía percusión, lo que ponía más en evidencia su filiación bartokiana.

En 1958 llegó otro viaje. De nuevo Nueva York, donde Piazzolla había vivido en su infancia, y el sueño de trabajar allí con un proyecto del que después renegaría pero cuyos resultados estuvieron lejos de tal escarnio. Además de algunos arreglos para grupos y cantantes latinos (Fernando Lamas, José Duval, The Di Mara Sisters, Machito), el bandoneonista creó por primera vez un quinteto (en rigor un sexteto, ya que a su instrumento, vibráfono, guitarra eléctrica, piano y contrabajo, se agregaba percusión) en el que mezclaba temas propios con versiones de clásicos del jazz. Más allá de las congas, que en esa época eran vistas por cierto público fino –en el que se contaba Piazzolla– cono signo suficiente de oprobio, en ese grupo se sumaba, al manejo experto de los contracantos y al swing que siempre había tenido, una nueva contención en la escritura. Y un sonido que, con la incorporación del violín en lugar del vibráfono, caracterizaría a la creación más extraordinaria y duradera. Ese quinteto que fundó al regresar a Buenos Aires y al que, con algunos cambios de integrantes y a pesar de varias idas, siempre volvería.

En el comienzo se sucedieron tres violinistas, Symsa (Simón) Bajour, Elvino Vardaro y Antonio Agri, que permaneció incluso hasta la primera formación del grupo eléctrico de 1975-1977. A Malvicino lo sucedió Oscar López Ruiz, que integró también el Noneto de 1972-1973 y la primera formación del nuevo quinteto de fines de 1978. Durante el primer período se alternaron dos pianistas, Jaime Gosis y Osvaldo Manzi, y el contrabajista fue Kicho Díaz, que había tocado en la orquesta de Troilo. En 1964 hubo un breve octeto con flauta y percusión, una formación a la que volvería en 1968, para la “operita” María de Buenos Aires, que compuso junto a Ferrer, con quien también creó, un año después, dos de sus piezas más exitosas, “Balada para un loco” y “Chiquilín de Bachín”. Después del noneto, Piazzolla se mudó a Italia, donde comenzó a grabar con un formato más cercano al jazz rock (el solo de órgano eléctrico en la versión de “Adiós Nonino” incluida en Libertango, el de piano eléctrico en “Whisky”, en la Suite Troileana). En esa época formó su grupo electrónico, que hacia fines de la década abandonó para volver a su viejo amor, esta vez con Fernando Suárez Paz (que había integrado la primera formación del Sexteto Mayor) en violín, Pablo Ziegler en piano y Héctor Console en contrabajo. López Ruiz fue el primer guitarrista y, en un movimiento simétrico al de los comienzos, lo reemplazó Malvicino.

Luego llegó el sexteto, con cello en lugar del violín, el agregado de otro bandoneón y un impensado Gerardo Gandini en piano. Sin dejar ningún disco de estudio completado y con varios cambios de integrantes en apenas un año de existencia, queda de este grupo, no obstante, un sonido espeso y oscuro, nuevos arreglos de viejos temas, como “Buenos Aires Hora 0” y “Tres minutos con la realidad”, y unos cuantos estrenos. Pero, dicen los que lo conocían, Piazzolla no era el mismo. Había tenido un infarto de miocardio en 1973 y en 1988, antes de formar el sexteto, le habían realizado una operación de cuádruple by pass. El 5 de agosto de 1990, en su casa de París, tuvo un infarto cerebral. Lo trasladaron a Buenos Aires una semana después. Contaba su hijo Daniel –que además había sido su músico, tocando el sintetizador a mediados de los ’70–, que reaccionaba cuando escuchaba música y, durante los dos años hasta su muerte, se ocupó de que siempre estuviera sonando la que él prefería. “La muerte del ángel”, “Romance del diablo”, “Calambre”, “Tristezas de un Doble A”, “Invierno porteño”, “Milonga del ángel”, “Revolucionario”, “Soledad”, “Contemporáneo” y, claro, “Adiós Nonino” son apenas algunas obras que transformaron para siempre el campo de la música artística de tradición popular. Veinte años después, el Conservatorio Superior de Música de Buenos Aires y el aeropuerto de Mar del Plata, su ciudad natal, llevan su nombre. Son muchas más, sin embargo, las marcas de su música.

© Escrito por Diego Fischerman y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el miércoles 4 de Julio de 2012.