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sábado, 1 de junio de 2024

Los Años 70. ¿Cómo recordar sin quedar prisionero del pasado?... @dealgunamanera...

 ¿Cómo recordar sin quedar prisionero del pasado?...


Los 70. “Nuestro país vivió una década signada por la violencia”. Fuente: Cedoc

En 1995, como jefe del Ejército, en un mensaje institucional público, entre otros conceptos, expresé: “Nuestro país vivió en los 70 una década signada por la violencia, el mesianismo y la ideología, que se inició con un terrorismo contra el Estado y que desató una represión que aún hoy estremece. No debemos negar más el horror vivido (…) Asumo toda la responsabilidad del presente, e institucional del pasado…”.

© Escrito por Martín Balza (*) el viernes 31/05/2024 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.


El mensaje tuvo muy positiva acogida en nuestro país y en el exterior, excepto para los represores Massera, Videla, Viola, Galtieri, Bignone, Díaz Bessone, Harguindeguy, Riveros, Menéndez y Bussi. O el coronel Pascual Oscar Guerrieri, que amenazó, telefónicamente, de muerte a mis cuatro hijos. Todos gozaban de un indulto presidencial.

Un viejo coronel retirado –nostálgico del 55– por carta me indujo al suicidio. Y Eduardo Luis Duhalde, crítico de los militares, calificó el mensaje como “engañoso, reticente y poco ético”. En la década citada, un grupo paramilitar de extrema derecha conocido como Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) perpetró –se calcula– cerca de mil asesinatos. Las organizaciones irregulares armadas cometieron execrables crímenes, vandálicos atentados y actos terroristas.

Según Díaz Bessone: “Las FF.AA. respondieron con un innecesario golpe de Estado cívico-militar que no se debió a la lucha contra la subversión. Nada impedía eliminarla bajo un gobierno constitucional. El objetivo fue clausurar un ciclo histórico” (Quiroga y Tcach, A veinte años del golpe, pág. 127). Invocando esos hechos y principios cristianos, se concibió un terrorismo de Estado que se ejerció con total impunidad. Las organizaciones armadas cometieron actos criminales, pero más grave fue que el Estado se convirtió en criminal.

Ese período fue calificado por el cardenal Jorge Bergoglio como “una de las lacras más grandes que pesan sobre nuestra Patria. Los horrores que se cometieron se fueron conociendo con cuentagotas. Matar en nombre de Dios es una blasfemia. Pero eso no justifica el rencor, con odio no se soluciona” (Sobre el cielo y la tierra, pág. 183).

Al respecto, el rabino Abraham Skorka dijo: “Cuando se mata en nombre de Dios, duele muchísimo más. El daño es mayor ya que, amén del crimen perverso y la destrucción de la dignidad humana, se destruye la dimensión de la fe (…) Como el otro no vive como yo creo que Dios dice que hay que vivir, entonces lo puedo matar”( Op. Cit. Pág. 77 y 79).

El periodista David Rieff, en la revista The New Yorker del 23 de noviembre de 1992, escribió, a propósito de la guerra civil en la ex-Yugoslavia: “Para los serbios, los musulmanes han dejado de ser hombres”. La moraleja que extrae el filósofo estadounidense Richard Rorty es que “los serbios que matan y violan no están convencidos de cometer una violación a los derechos humanos porque los musulmanes no son seres humanos…”. Algo similar manifestó un conocido represor: en 1976, el obispo Enrique Angelelli pudo entrevistarse en Córdoba con el general Mario B. Menéndez. El prelado le sugirió rezar un padrenuestro por los perseguidos por ser los dos creyentes. Menéndez le replicó: “El padrenuestro no lo rezo por los subversivos porque no los considero hijos de Dios” (Colombo S, Clarín, 4 de agosto de 2001).

El Libro de la sabiduría (9.13-18) dice: “¿Qué hombre conoce los designios de Dios? ¿Quién puede hacerse una idea de lo que quiere el Señor?”. Se concibió un terrorismo de Estado que se apartó del orden jurídico vigente y de elementales normas morales y religiosas, una forma extrema de eugenesia que incluía a quienes se consideraba “irrecuperables”: obreros, estudiantes, empleados, docentes, políticos, sindicalistas, religiosos, mujeres, ancianos, deportistas, miembros de nuestro cuerpo diplomático y militares.

Los altos mandos –que tenían dominio del hecho y poder de decisión– nunca aceptaron su responsabilidad en la comisión de violaciones sexuales, secuestros, asesinatos, robo de bebés, saqueos de propiedades, torturas, tirar vivos o muertos prisioneros al río o al mar y desapariciones forzadas de personas. Ignoraron el derecho humanitario y que “La persona no es una cosa, sino que refleja la presencia del mismo Dios en el mundo” (cardenal Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, pág. 126).

Al asumir, el presidente Menem dictó una catarata de indultos en favor de militares y civiles que antes habían sido procesados y condenados durante la gestión del presidente Alfonsín, “porque pretendía crear las condiciones para la reconciliación y la unión nacional”. Imponía el arrepentimiento de los beneficiados que, hasta ese momento, nunca lo habían expresado. Ninguno pidió perdón, el Ejército lo hizo el 25 de abril de 1995.

En septiembre de 2003, tres generales indultados confesaron públicamente a la periodista y cineasta francesa Marie-Monique Robin la comisión de crímenes de lesa humanidad. Todo se difundió en un documental, en Francia por Canal Plus y en la Argentina por Telefe. Ello consta en su libro Escuadrones de la muerte. La escuela francesa (Bignone, págs. 420 y 421; Harguindeguy, págs. 446 y 447, y Díaz Bessone, págs. 437, 440 y 441). Por eso no recibieron ninguna sanción ni condena.

Desde 1955 no hemos superado el concepto de “grieta”. Pero creo que los argentinos anhelamos otra palabra: reconciliación. Que es un largo camino hacia la concordia, por medio del cual un pueblo avanza de un pasado controversial a un futuro compartido. En nuestro caso, no es fácil, por la grave polarización sobre el pasado y por sectores que están muy consolidados a su propia verdad. Hemos carecido de grandes líderes y testigos que conocieran la realidad del sufrimiento, de la violencia, de la injusticia y de la bondad del hombre a la manera de una Teresa de Calcuta, de un Gandhi o de un Martin Luther King.

En Colombia, monseñor Luis Augusto Castro me recordó un concepto de Nelson Mandela: “Para poder generar una reconciliación a nivel social, cultural o político, es necesario ante todo vivir una conversión humana, profunda y muy espiritual”.

(*) Ex jefe del Ejército Argentino, veterano de la Guerra de Malvinas y exembajador en Colombia y Costa Rica.



    

sábado, 3 de septiembre de 2022

Nelson Mandela. Cuestión de esencia no de apariencia... @dealgunamaneraok...

 CUANDO NELSON MANDELA OFRECIÓ EL ALMUERZO AL QUE SE ORINÓ EN SU CABEZA...


“Después de convertirme en Presidente, invité a mi acompañante a almorzar a un restaurante. Nos sentamos y cada uno preguntó qué quería.

En la mesa de enfrente, había un hombre esperando a que lo sirvieran. Cuando lo sirvieron, le dije a uno de mis soldados que fuera a pedirle a ese señor que se uniera a nosotros.

El soldado fue y le dio mi invitación. El hombre se levantó, cogió su plato y se sentó a mi lado. Mientras comía, sus manos temblaban constantemente y no levantaba la cabeza de la comida. Cuando terminamos me saludó sin mirarme, le estreché la mano y se alejó.

El soldado me dijo: Madiba ese hombre debe haber estado muy enfermo ya que sus manos no dejaban de temblar mientras comía.

- ¡No, no, absolutamente! La razón de su temblor es otra.

Así que le dije: Ese señor era el alcalde de la prisión en la que yo estaba. Después de que me torturó, grité y lloré pidiendo un poco de agua y él vino y me humilló, se rio de mí y en lugar de darme agua, me orinó en la cabeza.

No está enfermo, tenía miedo de que yo, ahora presidente de Sudáfrica, lo mandara a la cárcel y le hiciera lo que me hizo a mí.

Pero yo no soy así, este comportamiento no es parte de mi carácter, ni de mi ética. Las mentes que buscan venganza destruyen estados, mientras que las mentes que buscan reconciliación construyen naciones.

Al salir por la puerta de mi libertad, supe que si no hubiera dejado atrás toda la ira, el odio y el resentimiento, todavía sería un prisionero. "

Nelson Mandela

Cuestión de esencia no de apariencia.
Somos lo que hacemos no lo que decimos que vamos a hacer.


   

lunes, 17 de febrero de 2020

Perder-perder… @dealgunamanera...

Perder-perder…

Pesadumbre. Mental y física de Cristina en Cuba. Fotografía: CEDOC

Envejecer es un arte difícil, en muchos sentidos. Para Cristina también. Ella tampoco es ejemplo de la promesa de “volver mejores”. No puede superar el estigma de crecer en silencio y expulsar afectos cuando habla. Lo mismo que pasaba en su primera campaña nacional, en 2007, cuando el por entonces jefe de Gabinete Alberto Fernández se esforzaba por explicar que con Cristina el kirchnerismo entraría en la fase superior, la republicana a lo Ángela Merkel. Cuando Alberto Fernández explicaba lo que ella era, crecía. Cuando ella mostraba lo que era, producía rechazo en un sector. Quizá también por eso produce amor en otro sector.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 16/02/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires., República de los Argentinos.

En la polémica a favor de la existencia de presos políticos, los alineados con Cristina utilizaron el ejemplo de Nelson Mandela para desarmar el argumento de Alberto Fernández sobre que solo lo son los detenidos a disposición del Poder Ejecutivo. En la columna de ayer se explicaron las diferencias jurídicas (Si hay lawfare, hay presos políticos) pero lo más importante ahora son las diferencias de actitud. Mandela, tras estar 27 años preso, se dijo al recuperar su libertad: “Mientras salía por la puerta que conducía a mi libertad, pensé: ‘Si no dejás atrás la amargura y el odio, aún estarás en prisión’”.

Cruel hasta con ella misma, antropofágica y resentida, esa Cristina es una de las caras de Jano argentinas

Asumiendo que Cristina Kirchner hubiera sentido estos cuatro años de Macri haber sufrido una prisión simbólica, su triunfo electoral y la recuperación de gran parte del poder público deberían resultarle un abrazo sanador de gran parte de la sociedad. Sin embargo, a diferencia de Mandela, ella prefiere continuar en la prisión simbólica de la amargura y el odio.

Transmitió el resentimiento que no puede superar y la hace prisionera del pasado al presentar su libro Sinceramente y decir: “El componente mafioso del lawfare se tradujo en la persecución a mis hijos, pero especialmente a Florencia. Debe ser ese componente mafioso, los ancestros de quien fuera... como denunció un conocido periodista de Página/12 cuando habló de la ‘Ndrangheta’. Deben ser esos ancestros”, refiriéndose a la mafia de Calabria, lugar de origen de la familia Macri.

Pero Macri es in-significante y no podría ser principal sujeto de su inquina algo a lo que le asigna tanta mediocridad. Su problema es que, lejos de disfrutar este nuevo ciclo de su existencia, su rostro denota disgusto con la vida confirmando que, si fuera cierto lo que cuentan quienes tienen algún contacto con ella, hasta llora al transmitir ese sentimiento en la intimidad.

Macri también mostró en su rostro huellas de disconformidad con la vida. En las fotos de su cumpleaños 61, el sábado 8 de febrero, le aparecen bolsas en los ojos de alguien bastante mayor. En el caso de Macri, su sufrimiento no debería ser a causa de resentimiento sino de haber comprobado al ejercer la presidencia cuántos atributos menos tiene respecto de los que presuponía.

Pero esas dos caras de tristeza, la del resentimiento y la de la impotencia, son dos metáforas del rostro del país que hace 45 años fracasa sin cesar. En gran medida por la irreconciliable relación entre unos y otros.

Entre los que se quedan, no son pocos los que se van al exterior, escucho a macristas consolarse tontamente pensando que Alberto Fernández no tiene plan de crecimiento y que, cuando se evidencie, la presión social insatisfecha sumada a la interna con los cristinistas hará que todo explote, creándose las condiciones para el regreso del no peronismo. El mismo consuelo mediocre del kirchnerismo cuando perdió en 2015 pensando que, más tarde o más temprano, Macri terminaría yéndose en un helicóptero y regresaría triunfante el kirchnerismo.

Aun cumpliéndose estas profecías, cada sector se hace cargo de una pesadilla cada vez peor, comenzando desde más abajo, un juego perder-perder donde pierden todos.

En la primera presentación de su libro Sinceramente, Cristina Kirchner expuso como ejemplo de éxito el pacto social que el último ministro de Economía de Juan Domingo Perón, José Ber Gelbard, instrumentó en 1973. Cuando Cristina lo recordó no se sabía que Alberto Fernández sería el candidato, pero luego él mismo rescató el ejemplo de aquel pacto social al promover la creación de un Consejo Económico y Social, más las suposiciones de que Roberto Lavagna sería su conductor, cuya inspiración tiene reminiscencias con el de 1973 que permitió a Gelbard instrumentar su política económica.

Hace cuarenta y tres años que José Ber Gelbard falleció (1917-1977) pero queda activo quien fue su mano derecha en el ministerio, el economista Carlos Leyba, protagonista del reportaje largo de esta edición (página 38), quien él mismo dice: “Usted me sacó del sarcófago”.

Escuchar los testimonios de aquella Argentina donde había solo un 4% de pobreza y nuestra tasa de crecimiento se había mantenido durante todo el siglo XX al mismo nivel que las de Canadá y Australia, pero sin embargo el país estaba violentamente dividido dando origen a dictaduras y guerrillas, resulta una lectura obligatoria para todos aquellos interesados en entender por qué llevamos 45 años (y no 75 años) de fracasos. Destrucción que pergeñó la última dictadura, sin que fuera inocente la guerrilla.

Presumido, banal, contradictorio y estéril, Mauricio Macri es metáfora de la otra cara de Jano argentina

Carlos Leyba es un desconocido para el público contemporáneo porque su época fue otra. Fue quien nombró director de Precios en el Ministerio de Economía al joven Roberto Lavagna, quien entonces tenía 31 años. Pero como actor de aquella Argentina que se perdió, es una voz autorizada para hacernos reflexionar sobre el presente. Nos falta la grandeza de Mandela, de la que Cristina Fernández carece, y la inteligencia de Mandela, que Mauricio Macri nunca tuvo y desgraciadamente una parte de la sociedad le asignó ante el espanto que le despertaba (y le despierta) Cristina Kirchner.

La palabra suave de Carlos Leyba es un grito que interpela a las generaciones que lo sucedieron por lo que se hizo con aquel país cuya economía, todavía hasta 1983, cuando Alfonsín asumió la presidencia, era igual a la de Corea, y hoy es tres veces menor con la misma cantidad de habitantes y treinta veces más territorio.

Es hora de seguir el consejo de Mandela, dejando atrás la amargura y el odio, para no continuar en la misma prisión mental.








domingo, 10 de junio de 2018

"Es antidemocrático invocar a la patria para querer destruir al que piensa distinto"… @dealgunamanera...

Norma Morandini: "Es antidemocrático invocar a la patria para querer destruir al que piensa distinto"…


La periodista y ex senadora habló con Infobae sobre la necesidad del diálogo político en nuestro país, el ejemplo del acuerdo de paz en Colombia y critica el "patrullaje ideológico" en las redes sociales

© Escrito por Luis Novaresio el domingo 10/06/2018 y publicado en el Diario Digital Infobae de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Jamás ha perdido su cadencia cordobesa y su parsimonia para hablar. Desde que deslumbró a la Argentina denunciando las atrocidades en la última dictadura firmando en la mítica revista española Cambio 16, Norma Morandini se instaló en el lugar de la reflexión.  Piensa, comparte, usa siempre el "me parece" o el "quizá sería bueno reflexionar". Dice que le gusta provocar con sus ideas para escuchar al otro. Y eso, hoy, la transforma en una rara avis en el debate de la cosa pública.

Rechaza el concepto de patria, en peligro para muchos, por antidemocrático. "Impresiona mucho que entrando en la cuarta década democrática vuelven a sonar palabras que son antidemocráticas como 'patria'. La patria tiene una connotación no democrática precisamente, siempre me llama la atención que los que invocan la patria son los que quieren terminar con el compatriota, ¿no?", le dice a Infobae. Compara nuestra ausencia de debate con el gran diálogo de Colombia que permitió la firma de acuerdos de paz y convoca a mirar a esa nación latinoamericana.

En esta entrevista en los estudios de Infobae, la ex senadora y actual Directora del Observatorio de Derechos Humanos del Senado habla de la coyuntura política, la intolerancia en las redes sociales, y explica por qué el debate sobre la despenalización del aborto es "un gran avance democrático".

— ¿Cómo estás viviendo este momento a la hora del diálogo, el encuentro, la posibilidad de pensar el país a futuro?
— Bueno, me impresiona mucho que entrando en la cuarta década democrática vuelven a sonar palabras que son antidemocráticas como "patria". La patria tiene una connotación no democrática precisamente, siempre me llama la atención que los que invocan la patria son los que quieren terminar con el compatriota, ¿no? "Éste es compatriota, éste otro no". Entonces me parece que hay mucho ruido en el discurso público. Me parece que estamos perdiendo la oportunidad de otro tipo de debates. Decir "bueno, ¿quién genera riqueza en un país? ¿Cómo vamos a generar riquezas para salir?". Que todo el mundo habla de la macroeconomía y yo provoco y digo, ¿quién vive en la macroeconomía? Entonces tenemos números, números, números, y esa es la deshumanización. Porque detrás de un número hay una persona. Y cómo si uno no ve la persona va a poder identificarse con esa persona, ¿no? Eso me impresiona, que estamos como lastimados. Y me sigo preguntando qué tiene herida el alma de este país para que tengamos tanto enojo, para que nos haya aparecido lo peor, para que la deliberación pública no pueda ser respetuosa. Y no para ser unánimes, porque la riqueza de la democracia es que seamos plurales. Es decir, una democracia de un solo color político es antidemocrática hasta por definición.

— ¿Y encontraste algún perfil de respuesta a qué es lo que tenemos herido como patria para hacer aflorar lo peor de nosotros?
— Yo creo que estamos teniendo conciencia, ¿no? Te confieso que yo siempre me he sentido un poco ridícula porque hablaba de paz, de amor, que no son palabras del decir público y del decir político. Sí lo son en la autoayuda, en la neurociencia. Es decir, es como una esquizofrenia, todo lo que nos sirve en la vida personal no lo llevamos a la vida pública, a la vida con el otro. Me parece que todos sentimos lo mismo pero tenemos miedo de decir porque hay mucho patrullaje ideológico. Entonces me llama la atención la gente que escribe, que habla, que aparece en televisión, académicos, periodistas, siempre te dicen "uy, por esto me matan". Y yo digo, ¿quién te mata?. Es decir qué nos mata hoy. Y nos mata ese ojo de juicio fuerte, de descalificación en las redes, del insulto anónimo. Entonces ahí yo provoco y digo, el que es anónimo, ¿es un ciudadano? La libertad de expresión es un valor que hay que defender por sobre todo, pero ya me parece que estamos en la hora de empezar a hablar del límite de esa libertad que es la responsabilidad. No la censura, no el control, pero sí la responsabilidad.
Entonces me parece que eso hay que construirlo en la deliberación pública. Empezar a hablar de cosas de las que no hablamos. Es decir, cómo nos duele a todos ser ofendidos. Por qué la plaza pública está llena de dolor. Yo siempre digo: siempre son las madres en duelo las que ponen, es el dolor, es el sufrimiento lo que ha ido tomando conciencia de derecho para trabajar sobre eso. Ni Una Menos, es decir el sacrificio de mujeres que son golpeadas a manos de aquellos que dicen amarlas. Para no hablar de las madres en duelo porque pierden a sus hijos. Entonces me parece que ya está en la hora de una construcción alegre, democrática.

—Me gustó mucho eso que dijiste al principio, "y amorosa". Porque la ira es muy vendedora en la televisión. Un discurso amoroso sería menospreciado como poco vendedor.
— Nos parece eso. Yo como navego a dos aguas en los medios hace ya mucho tiempo siempre me decían "Norma, ¿a quién le interesa?". Y yo digo  cuidado, que entre el interés y la importancia la función del periodista es elegir lo que importa. Porque si nosotros dos gritamos, nos peleamos, nos insultamos por supuesto que vamos a estar en todas las pantallas y la gente se va a parar a mirar qué pasó con estos dos que se insultan, se pelean y demás. Eso interesa porque llama la atención. Ahora, alguien nos tiene que decir, "muchachos eso no importa, ustedes tienen una función pública, tienen responsabilidad con formar la opinión pública", porque esa es la fortaleza de la democracia.
Entonces en la medida que no tomamos conciencia de que tenemos un plus por el privilegio de hablar por los otros vamos a seguir con el minuto a minuto, que nos miren, pero sin contribuir a que el que mira entienda qué importa y qué no importa.

— Leía ayer una nota tuya en el diario La Nación donde vos ponías al diálogo, y en el caso particular de Colombia, como un ejemplo de una salida dialogada y de respeto. 
— He seguido mucho el proceso de paz. Estuve en la firma de los acuerdos. Quedé fascinada de lo que veía en la televisión durante una semana, sobre todo en los canales públicos, y eran todos mensajes amorosos, todos mensajes de paz, todos videítos de construcción, de reconocimiento al otro. Después, por suerte, conocí a una periodista que se llama María Alejandra Villamizar, que es como periodista conoció todo el proceso de la guerrilla, como joven periodista tenía naturalizadas las bombas, los secuestros, las muertes y todo lo que es el horror de la guerra. Y eso la fue increpando en el sentido de "bueno, ¿cómo salimos de esto? ¿Cómo dejamos de ver como destino histórico la violencia?" Y el presidente Santos le encomendó diseñar un programa, que por supuesto tuvo el auspicio de Naciones Unidas, de Suecia, de Noruega, y han armado algo tan interesante que se llama la conversación más grande del mundo. Es empezar a conversar, es invitar a todos a la gran mesa de la conversación. De manera digital, de manera un día en esta redacción se conversa, en este sindicato se conversa, con decálogos, es decir, "bueno, escuche, no juzgue, sea honesto". Que parecen cosas tontas pero realmente como una autoayuda colectiva, ¿no? 

El presidente colombiano Juan Manuel Santos recibiendo el Premio Nobel de la Paz por impulsar el acuerdo de paz con las FARC (AFP)

Entonces siempre me pregunto cómo puede ser que, entrando en la cuarta década democrática, nuestras palabras estén tan contaminadas. Con guerra, con confrontación, con descalificación. Cómo hablamos de las personas y no de los temas. Cómo, yo digo hablemos de los males, no de los malos. Tengo nuera española y ella siempre dice, "solo di palabras dulces, no vaya a ser que te las tengas que tragar."
Entonces son pequeños y grandes comportamientos que nos hacen sentir mejor. Yo soy de una generación que tenía la piedra en la mano. Hasta hace, por lo menos entrada la década de los 90, yo era "en contra", criticaba como periodista, y me doy cuenta que cuando hice el cambio de trabajar "a favor de", vivo mejor, soy más productiva. Es decir puedo ayudar más. Y yo creo que esto que me pasa a mí nos pasa a todos. Cuando uno cierra el corazón y empieza a desconfiar, que es lo que nos ha dejado el autoritarismo, "qué quiere, qué viene a buscar, qué hay atrás", yo creo que impide esto que estamos intentando hacer que me escuchas y que te detonará preguntas, sentimientos, emociones, pero seguramente no me vas a pegar un palo ahora estando en desacuerdo.

— Lo que siento es que para que haya, como vos planteabas, en Colombia, la posibilidad del diálogo es el reconocimiento de no ser el dueño de toda la verdad. O sea, el diálogo supone tengo ganas de escucharla a Norma porque muy probablemente voy a aprender algo, voy a desaprender algo mío. ¿Te parece que hay marco en este momento en la política argentina como para un diálogo de ese tenor?
— Bueno, el debate por la despenalización ha sido un gran avance democrático, no importan los resultados. Creo que se haya podido debatir, ha habido poca chicana, algunas, pero personas que en otras situaciones no se sentaban a dialogar me parece que han encontrado un espacio de diálogo. Y si pudiéramos trabajar con todo en el mismo sentido… El tema de la pobreza, por ejemplo. Cuando hace 24 años atrás empezó la primera Marcha Federal, yo fui simpática a ese peregrinar, porque veía dirigentes honestos, porque me parecía que estaban contrapuestos a lo que veíamos como los gordos, a la burocracia sindical, y sobre todo porque empezaba a aparecer algo que no teníamos en nuestro país que era la pobreza. Nos increpaban esos niños en la calle, lo que fueron los años 90 cuando empezamos a ver indicios de lo que hoy padecemos. Ahora, si 24 años seguís haciendo lo mismo, te uniste a los que eran diferentes a vos y la pobreza creció, fracasamos todos. Y si fracasamos todos, ¿no será que tenemos que estar todos juntos a ver cómo hacemos para que en nuestro país no haya 3 de cada 10 personas en la pobreza? Es decir, no se trata de estar acuerdo sino saber cómo podemos encarar temas de los que decimos estar preocupados, afectados. Hablamos de pobreza, hablamos de economía. Pero, ¿cómo? ¿Conversamos o hablamos?

— ¿Te parece que la experiencia colombiana de este diálogo, de esta gran conversación, podría ser aplicada en la Argentina?
— Sí, sí. Por supuesto que uno dice "bueno, no es la guerra como ellos la han tenido". No es una negociación con guerrilleros que tienen que dejar las armas, que tienen que ingresar en la vida política, una sociedad que todavía tiene mucho miedo… La prueba ha sido el plebiscito que se opuso a la paz. Bueno, pero es un proceso que ellos han iniciado.
Sin embargo nosotros, que estamos alejados del tiempo de la violencia, me parece que tenemos muy contaminada la forma de hablar, el discurso público, y me parece que lo que ellos han hecho es inspirador. Es decir, por qué no hacerlo. Por qué si otros países pueden reconocer a Mandela. Por qué como pasa acá la gente que más ha sufrido es la que menos grita, es la que menos odio tiene. Y yo confío que el corazón late igual, que vos hable de pobreza no te hace poner en una situación superior, o que hables de derechos humanos o de los desaparecidos. Eso no te da un status diferenciado. Puede darte autoridad de testigo, o puede lo que sea. Pero me parece que tenemos que construir esa conversación democrática.

— Me gusta mucho eso que estás diciendo porque me parece que es una gran formulación, el sufrimiento, el padecimiento de una situación, no te da ni siquiera inmunidad para decir cualquier cosa. Al menos autoridad de testigo para relatar tu experiencia y aportar, pero nada más que eso.
— Sí, eso es lo que a mí me impresionó siempre en el caso de Colombia -para no hablar de una situación extraordinaria como la de Mandela, que es una persona extraordinaria. Hago un paréntesis y te cuento que la hija de Mandela fue embajadora en la Argentina y la llevamos un día al Senado con María Eugenia Estenssoro y fue hermoso, ella dijo "yo no puedo ponerme en los zapatos de mi padre, pero puedo intentar caminar como mi padre". Entonces eso, posiblemente uno no puede ponerse en los zapatos de aquel que ha sufrido, que ha estado preso, que tiene desaparecidos, pero por qué no intentar una caminata juntos para que no haya más desaparecidos, para que no haya más violencia, para que no haya generaciones que se inmolen de buena fe como fue mi generación. Pero cuántos años después yo tengo que reconocer, ahora que se celebra el Mayo francés, "muchachos, ustedes hicieron la fiesta, nosotros pusimos los muertos".
Entonces algo tenemos que mirar hacia atrás, ver qué hicimos mal. Digo, hay muchos que dicen "¿por qué no hacen autocrítica? Hemos dejado eso en la Justicia, y por suerte la Justicia nos ha impedido… nos ha protegido de la venganza. Pero sigue este "ustedes y nosotros" y la verdad que la democracia no es unánime, no es para ser todos iguales, al contrario, para fortalecer las diferencias, pero tiene que haber respeto de las diferencias.

— Dijiste algo al comienzo que me pareció muy interesante sobre el concepto de patria. Digo, cuando hoy se menea esta idea de la patria está en peligro, ¿cómo reaccionás cuando escuchás eso?
— Lo que está en peligro es la democracia con esa concepción de patria. Porque la democracia es lo plural. Mi generación no era democrática. Yo siempre cuento que en la universidad cuando yo estudié periodismo estudiaba para hacer la revolución social, yo aprendí a ejercer el periodismo paradójicamente en el exilio, en España que empezaba su transición que sus empresas periodísticas nacieron con la democracia, que me hicieron firmar un compromiso con los valores de la democracia. Tenemos todos los derechos humanos incorporados en nuestra Constitución como jerarquía constitucional, es decir que estamos obligados a cumplirlos. Y sin embargo la palabra democracia no forma parte del discurso público. Entonces la patria es una concepción, "yo invoco mi patria, si vos no estás dentro no sos compatriota".

— Sos un apátrida, claro.
— Entonces me parece que esa concepción de poder, de porque yo tengo la sensibilidad social, porque yo invoco a los desaparecidos, que nos ha hecho tanto daño, que ha sido el tiempo pasado del gobierno anterior que hemos hablado mucho pero que todavía no hemos encarnado los derechos humanos. Porque a mí siempre me impresionaba, ¿cómo se pueden invocar los derechos humanos y no reconocer que soy tu igual? Esa es la riqueza de la filosofía de derechos humanos, su universalidad, que tenemos derechos solo por ser personas, que no son los gobernantes que van con una canastita distribuyendo derechos.

— Pensaba también que hoy parece que la construcción política, y no importa quién es más responsable, se basa en esto, en el "nosotros y ellos", en esta cosa de la aburridísima descripción de la grieta y demás, pero parece que construir política es azuzar el fantasma del otro, del que está enfrente.
— Cuando la política es exactamente lo opuesto, ¿no? Yo lo digo dramáticamente, aun cuando quiera huir del drama, yo creo que el cadáver que nos deja la Dictadura es la política. Y que no la hemos rehabilitado, porque a juzgar por la rabia que tiene la ciudadanía con los políticos, porque si no hay política, no hay democracia. La política es lo que hago con vos, la política es esa aventura que es vivir con el otro porque nacimos bajo el mismo cielo y estamos destinados a vivir en este territorio que se llama Argentina. Y de eso no podés huir. Hay un espacio de la aventura colectiva que tiene que tener reglas y por eso las reglas de la democracia me parece que es lo que hemos elegido en un país donde tenemos en nuestras espaldas históricas casi 60, cuántos años de autoritarismo. Entonces no asustarnos por no ser democráticos. ¿Cómo íbamos a ser democráticos con semejante historia, con semejante concepción de poder?
Ahora, resta que la ciudadanía sea responsable, que participe. Es decir, esto que cuando uno dice te dicen "ah, sos idealista". Bueno, pero si la democracia no tiene principios, ideales, es un pragmatismo brutal que nos ha llevado a donde estamos. Entonces la crisis, el fracaso, el atraso, como quieras llamarlo, yo creo que no hay ningún sector que pueda decir yo los llevo por acá. Hemos fracasado todos. Y si reconocemos el fracaso de un país que había estado entre los primeros lugares en el siglo pasado y hoy estamos en el lugar en el que estamos, ¿queremos salir de ahí? ¿Estamos dispuestos a salir de ahí? Si intentamos pequeñas acciones de reconocimiento. El insultar anónimamente en las redes, el opinar sin nombre y apellido, o sea sin responsabilidad ciudadana, ¿es participación? Fijate lo que ha pasado con los indignados en Turquía, en Egipto, desembocó en dictaduras, o en autoritarismos o en gobiernos autoritarios. Entonces hay tanto para debatir, tanto para intercambiar, que me parece que la conversación tiene que ir por ese lado, ¿no?

domingo, 13 de septiembre de 2015

Denuncias sí, soluciones no… @dealgunamanera...

Denuncias sí, soluciones no… 

Mientras Cambiemos cruje por el caso Niembro, la muerte del chico qom desnuda pobrezas argentinas de todo tipo.

La campaña electoral avanza abundante en denuncias y escasa en propuestas. La semana que pasó tuvo en el centro de la atención el caso de Fernando Niembro que lo complica tanto a él como a Cambiemos. Más allá de los apoyos explícitos que ha recibido no sólo de Mauricio Macri sino también de María Eugenia Vidal, en el interior del PRO hay crujidos que se escuchan por doquier. Son las quejas que salen a la superficie en medio de la sorpresa “¿cómo no nos avisó de esto?”, es la retahíla que retumba en esos ámbitos.

Están en juego en este caso dos cosas: una, fondos públicos; otra, una manera de manejarlos basada en la creación de una ingeniería administrativa orientada a darles cobertura legal a contrataciones absolutamente cuestionables. Uno de los hechos más llamativos e inexplicables está en la contratación de la Escuela Superior de Ciencias Deportivas que dirigía Niembro para dar cursos de inglés a la Policía Metropolitana. Habiendo disponibilidad en la plaza de tantos institutos específicamente dedicados a la enseñanza de esta lengua, resulta insólito y sospechoso que se haya recurrido a los servicios de una escuela de periodismo. Esto se suma a otros puntos obscuros –los vinculados con los contratos que beneficiaron a La Usina Producciones de la que fue copropietario– que dejan mal parado al primer candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires por Cambiemos.

Estas son prácticas que se reconocen como habituales en las esferas de la vieja política y que tienen como objetivo darles cobertura legal a maniobras lindantes con la corrupción o, directamente, corruptas.

¿Dónde está, pues, el cambio, que propone “Cambiemos”?

Más allá de las expresiones de Mauricio Macri adjudicando todo a una campaña sucia proveniente del kirchnerismo, las evidencias del caso lo dejan mal parado. Así, el Gobierno ha encontrado una hendija que le da cierto alivio y por la cual buscará horadar la postulación presidencial del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Las encuestas los encuentran a Scioli y a Macri estancados en su lucha por la Presidencia. En cambio, la que viene creciendo es la candidata a la gobernación de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. Habrá que ver cuánto le pega –o no– el caso Niembro.

En las encuestas Scioli y Macri están estancados en su lucha por la Presidencia.

Chaco

Oscar Sánchez tenía 11 años y pesaba 14 kilos. Hijo de madre desnutrida, nació con una hidrocefalia a la que se le agregó una tuberculosis. Sobre el final de su corta y desdichada vida, lo complicó una neumonía que seguramente apuró el desenlace fatal. El comunicado alusivo al caso dado a conocer desde la página oficial de la Casa Rosada por el director de Materno Infancia, Gabriel Lezcano, merece un análisis detallado.

Se consigna allí que el chico estaba “identificado por el equipo sanitario que trabaja en terreno en el Paraje Fortín Lavalle y recibía la visita de los agentes del lugar una vez a la semana, para controlar su estado general. Es por ello que, durante una de estas rondas sanitarias, el agente detectó que el joven presentaba un “compromiso moderado del estado general” que no le permitía alimentarse en forma correcta e instrumentó su inmediato traslado al hospital de Juan José Castelli”. Estas afirmaciones fueron desmentidas por el padre y por el tío de la víctima.

Pero hay más. En otro párrafo de ese documento se lee que, luego de haber sido internado en el hospital, “Lezcano se reunió con el padre, junto a los médicos tratantes, el intérprete del hospital y la trabajadora social, para explicar el diagnóstico, el pronóstico y el tratamiento que se estaba llevando a cabo”. “Como el padre sólo habla qom, a través del intérprete le explicamos la gravedad del cuadro y le aclaramos que se haría todo lo posible para recuperar su estado de salud”. Como se vio y se escuchó a través de la televisión, el padre del chico fallecido habla y comprende español sin inconvenientes.

Por lo tanto queda expuesta la falsedad con la que se pretendió tergiversar las causas y el contexto de la muerte de Oscar Sánchez. Los niveles de miseria y de abandono que se ven en el Chaco no son producto exclusivo de la actual gestión de Jorge Capitanich. Sus predecesores al frente del gobierno provincial –allí los hubo también de la Unión Cívica Radical– son corresponsables de tanta ignominia.

Lo que no puede ni debe hacer el actual gobernador y candidato a intendente es hacerse el distraído con respecto a su responsabilidad política no sólo en este caso, sino también en el sostenimiento de un sistema clientelar que hace de la pobreza un negocio de los que están al frente de los poderes públicos. Con sólo observar las condiciones en las que vivió el chico muerto se tiene una idea clara de que su final iba a ser el que fue. Los expertos coinciden en que debió haber sido trasladado a un centro dotado de los elementos para darle los cuidados requeridos por su compleja situación que, obviamente, estaban ausentes en la vivienda –si es que se la puede llamar así– en la que transcurrió su corta vida.

Más allá de lo puntual, el caso deja expuesta la verdadera dimensión de la pobreza estructural que compromete el presente y el futuro del país. No hay que ir al Paraje Fortín Lavalle para encontrarse con esa realidad. 

Los asentamientos que pululan en el conurbano bonaerense y hasta en la mismísima Capital Federal son parte de ese paisaje que se torna increíble para un país con las riquezas que posee la Argentina. Gran parte de la dirigencia política tiene una deuda gigante con estos sectores de los que, en muchos casos, se vale para mantenerse en el poder. Ante esta tragedia, cobra vida la frase que supo decir Nelson Mandela, “erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia”.

Producción periodística: Guido Baistrocchi.

© Escrito por Nelson Castro el domingo 13/09/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.