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domingo, 24 de mayo de 2015

Michael Porter y El problema de Massa… @dealgunamanera...

El problema de Massa…


Análisis del rol competitivo de Massa a la luz de la teoría del profesor de Harvard, Michael Porter, respecto de su popularidad y diferenciación.

Para el padre de la estrategia competitiva y célebre profesor de Harvard, Michael Porter, sólo hay dos formas posibles para que un producto sea líder: serlo en popularidad (precio) o serlo en diferenciación (exclusividad). Es muy difícil ser líder al mismo tiempo en ambos campos y el riesgo de quienes aspiran a destacarse simultáneamente en dos direcciones es el de caer en la hibridez.

En la búsqueda de la alquimia que permita unir atributos excluyentes han sucumbido los más ambiciosos, y éste puede ser hoy el problema de Massa.

Muy raras veces una categoría logra implicar y abarcar a las otras dos, pero cuando eso sucede –algo parecido a lo que en política sería una revolución– las categorías anteriores caen en desuso y surge una nueva polaridad.

Ejemplos de productos que responden a la “U” de Porter hay en todas las categorías: Quilmes y Stella Artois en cerveza en Argentina, Fiat y Ferrari en autos en Italia, o Topper y Nike en zapatillas en todo el mundo. Lo que podría encontrar su equivalente en la política argentina actual con Scioli por continuidad y Macri por cambio, que trasladados a la “U” de Porter colocaría a Scioli como el producto político líder por popularidad y a Macri como el producto político líder por diferenciación.

El hecho de que sea posible expresar la estrategia de Massa de dos formas, tanto de cambio con continuidad, como de continuidad con cambio, dando a entender que habría prevalencia de un factor sobre otro en ambas formulaciones, ya evidencia la dificultad de una comunicación unívoca.

Sólo hay dos formas de liderar: por popularidad o por diferenciación. Es difícil destacarse en ambas simultáneamente.

La vida es bastante más compleja y excede el binarismo categorial, pero a la mente humana le resulta mucho más fácil procesar información decodificada en forma de dos dimensiones. Y a veces es hasta imposible procesar rápidamente un sistema ternario como probablemente podría marear al conductor de un auto que mirara un GPS tridimensional mientras esquiva obstáculos a pocos metros de él.

También hay cuestiones atávicas y mítico-religiosas en la mejor aceptación de lo normal, como aquello que se representa en dos dimensiones, en parte por la estructuración humana más básica de hombre y mujer, haciendo que se despierte desconfianza ante cualquier terceridad, la que generalmente se acepta después de un esfuerzo intelectual pero no naturalmente. El primer impulso frente a la transgresión es remitirla al espacio del pecado en lo religioso o a lo prohibido en el terreno de lo mítico.

En los estudios cualitativos de intención de voto puede aparecer Massa como el más inteligente o el más rápido de los tres candidatos presidenciales con mayor intención de voto, pero también como aquel que genera más sospechas sobre quién realmente es o qué podría hacer en el poder. Ese posicionamiento híbrido en lo que sería la “U” de Porter se transforma en desconfianza porque el sentido común tiende a descartar o poner bajo un signo de interrogación lo que no se entiende o lo que no encaja fácilmente en la matriz binaria.

Massa, conociendo el problema de la tercera posición, sabe que su única solución sería disputar el liderazgo con alguno de los representantes de los dos atributos excluyentes, pero la polarización se lo hace cada vez más difícil.

En las filas del PRO, y muy especialmente en Duran Barba, hay una convicción acerca de que la mejor opción para Macri es profundizar su atributo de diferenciación y que cualquier alianza con personas que representen las formas tradicionales de hacer política, o los partidos políticos tradicionales –esto vale tanto para De Narváez, Massa, Reutemann y hasta Sanz–, le restará valor de diferenciación. Por eso insisten en ir a competir tanto con un candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires como a vicepresidente que sea propio del PRO.

También Macri cree que podría convertirse en un “Bordón joven” si se hibrida con candidatos PJ o del Frente Renovador.

Vislumbran esta estrategia tanto como ofensiva, para ganar las elecciones, como defensiva, por si las pierden. Creen que si perdieran frente a Scioli siendo genuinos representantes de la nueva política, sin concesiones electoralistas ni acuerdos de poder clásicos, quedarán con un capital simbólico que le permitiría al PRO rehacerse y seguir siendo competitivo; pero que si pierden habiendo hipotecado su valor de diferenciación, con massistas en sus listas de legisladores, con De Narváez como candidato a gobernador y Reutemann como candidato a vicepresidente, por ejemplo, la propia pérdida de identidad de su propuesta electoral los llevaría a disolverse en los partidos tradicionales, con el riesgo de convertir al propio Macri en otro “Bordón joven”.

Mientras que si pierden sacando el 40% de los votos “sin traicionarse”, siempre podrán convertir esa derrota en algo heroico que les permita volver a ganar más legisladores en 2017 y seguir aspirando a la presidencia en 2019. Por lo menos ésa es la tesis de Duran Barba, de quien se dice que su ataque a Gabriela Michetti y Federico Pinedo en las PASO del PRO no fue resultado de incontinencia verbal sino de estrategia, porque nadie del macrismo quería aparecer atacando a Michetti y alguien tenía que hacer “de malo” para poder ganarle por diez puntos de ventaja.

Las terceras posiciones sirven como articuladoras y son especialmente útiles para aumentar la calidad en tareas que requieran equilibrio, como la Justicia o el periodismo. Pero es un atributo aborrecido por los consultores electorales.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 24/05/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

lunes, 1 de octubre de 2012

Harvard fue La Matanza... De Alguna Manera...


Cuando Harvard fue La Matanza...


Las dos charlas que la Presidenta tuvo con alumnos de las universidades de Georgetown y Harvard no se destacaron por las definiciones políticas concretas que dejaron –más bien todo lo contrario–, pero han servido para marcar los límites de un estilo de comunicación política que al kirchnerismo le había resultado tremendamente eficaz.

Ese estilo, inaugurado por Néstor Kirchner y corregido y aumentado por Cristina Fernández, puede sintetizarse como el de la “presidencia inmediata”. Una presidencia en la que el Gobierno se comunica directamente con la gente, sin tipo alguno de intermediarios (mediáticos, políticos u organizativos), que en su peculiar visión “sólo podrían distorsionar lo que quiere transmitirse”.

Gracias a esa estrategia, el kirchnerismo convirtió la política en una disputa comunicativa por la “legitimidad del mensajero” y no por la “veracidad del mensaje”, que descentró del debate público a los políticos opositores, haciéndolos aparecer como personeros de los “intereses privados de las corporaciones mediáticas”.

Sin embargo, esa estrategia comunicativa dependía de una utopía sociológica: una perfecta comunión entre la gente y el Gobierno. Un simulacro de armonía total que funcionó mientras las movilizaciones fueron sólo oficialistas y del otro lado no había más que silencio. Sin embargo, la emergencia en este último mes de demandas “colectivas” y “espontáneas” ha puesto en jaque la eficacia de la “presidencia inmediata”.

Dos fueron los acontecimientos que, sucedidos con pocos días de diferencia, han sumido al dispositivo comunicacional del Gobierno, central en su estrategia política, en una profunda crisis. Uno fue la multitudinaria e inesperada participación de la “gente” en el cacerolazo del jueves 13 que reclamó con éxito eso de “si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”; el otro ocurrió lejos y protagonizado por un actor político tan impensable como puede serlo un inofensivo grupo de estudiantes de posgrado de dos prestigiosas universidades estadounidenses.

Las preguntas de los alumnos de Georgetown y Harvard fueron letales precisamente por que expresaron inquietudes, interrogantes y demandas que muchos de los argentinos hubieran querido formularle en persona a la Presidenta.

Más allá de la nacionalidad de esos “chicos”, más allá de formar parte de una “élite” estudiantil internacional, la queja de la Presidenta de que sus preguntas fueran más para la “Universidad de La Matanza que para la Universidad de Harvard” reveló su incomodidad política ante lo que no podía estar sucediendo, una vez más. Que lo “inmediato” se volviera en contra de la “presidencia inmediata” y que la “gente” fuera crítica de un “Gobierno de la gente”.

Todo cuando ya parece muy tarde para el kirchnerismo revalorizar esas mediaciones clave que en una democracia –y pese a la virtualidad imperante– siguen siendo los partidos, el periodismo y las organizaciones sociales.

© Escrito por Luis Tonelli, Politólogo y Director de la carrera de Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA)  y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 30 de Septiembre de 2012.


No quiere escuchar… De Alguna Manera...


No quiere escuchar…


¡Tema 1! ¡Tema 2! Presidenta Cristina Fernández. Dibujo: Pablo Temes.

Intimidades de su llegada a Harvard. Contradicciones y reacciones destempladas. La ausencia de “estadismo”.

Ocurrió una tarde de 2011 en la Universidad de Salamanca. Estaba allí dando clases Alberto Fernández como profesor visitante de Derecho Penal. Se le acercó entonces un estudiante argentino, quien le dijo que su hermana, que estaba haciendo un posgrado en Harvard, quería contactar a la Presidenta para invitarla a disertar en la Facultad de Gobierno. El ex jefe de Gabinete se mostró abierto a colaborar y le indicó cómo llegar al secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, a fin de cursarle la invitación. Conocedor de la mecánica de Harvard, que incluye una sesión abierta de preguntas no acordadas por parte del auditorio, Fernández previno al estudiante sobre las chances nulas de lograr la participación de la Presidenta, siempre renuente a este tipo de circunstancias. La alumna de Harvard no se arredró; mandó la invitación y, para su sorpresa, un día de marzo de este año se encontró con un mail de la oficina de Parrilli que le confirmaba que Cristina aceptaba gustosa la invitación. Esa fue la génesis del electrizante acontecimiento del jueves.

El problema de lo que allí se vio no fueron las preguntas que los alumnos de Harvard le hicieron a la Presidenta, sino sus respuestas y la agresividad con que reaccionó ante el auditorio. El primer aspecto fue que Fernández de Kirchner dejó expuesta su incapacidad para soportar las preguntas que la obligaron a explicar asuntos críticos de su gestión. El segundo aspecto inquietante fue, además de la intolerancia, el creciente descontrol que experimentó la Presidenta a medida que se sucedían las preguntas, lo que la tornó agresiva. Y el tercer elemento que afloró fue la inexactitud de varias de sus respuestas.

La presentación de Fernández de Kirchner ya comenzó mal cuando hizo que su discurso tuviera una duración que pareció hacerlo interminable. Durante su exposición, desplegó otra vez su deporte predilecto: querer mostrar que la historia argentina es una larga cadena de desgracias de la que ha sido redimida por el kirchnerismo. Condenó la convertibilidad y aludió a su creador, Domingo Cavallo. No dijo que en los denostados 90 ella y su esposo apoyaron tanto la convertibilidad como al ex ministro.

En ese discurso llamó la atención que la Presidenta, siempre memoriosa de las cifras, no supiera los valores mínimos del salario ni de la jubilación, dato que tampoco demostraron conocer los funcionarios que la acompañaban.

“Chicos, estamos en Harvard... esas cosas son para La Matanza”, fustigó la Presidenta a algunos que la silbaron cuando le reprochó a un estudiante de 20 años no tener memoria. Curiosa expresión ésta, que, de haber sido pronunciada por algunos de sus adversarios, habría dado pie a una larga cadena de descalificaciones de muchos de los acólitos del Gobierno, que –como no podía ser de otra manera– salieron a defenderla.

“Fui una abogada exitosa”, recibió como respuesta la estudiante estadounidense que dijo haber vivido en la Argentina y que le preguntó qué explicación tenía para justificar el espectacular crecimiento de su patrimonio producido a lo largo de los ocho años de gobierno. Fue una mala respuesta que dejó sin contestar la pregunta. La estudiante se refería al incremento del patrimonio ocurrido en los ocho últimos años y no a aquellos en los que había desarrollado su actividad abogadil.

“Yo hablo con millones de personas en Argentina, no puedo creer que se dejen llevar por lo que digan dos o tres periodistas”, le contestó la Presidenta al estudiante que le señaló que se sentía privilegiado por poder preguntarle. Otra vez, el comentario se desvió de la apreciación puntual que hizo el alumno. Primero porque es imposible que Fernández de Kirchner o cualquiera de nosotros pueda hablar con “millones de personas”, y segundo porque el estudiante no dijo sentirse un privilegiado por el hecho de poder hablarle, sino por el de poder formularle una pregunta.

“Me parece poco académico. Esperaba otro análisis de ustedes”, disparó la Presidenta a modo de “ninguneo” ante otra pregunta que la perturbó, demostrando desconocer el contenido programático de algunas de las carreras que allí se cursan y que incluyen, entre otros temas, los que estaban en los contenidos de las preguntas (corrupción, relaciones entre gobierno y prensa, gestión). A esa altura de la noche, lo único del manual kirchnerista que le faltó decir fue que, a los estudiantes, las preguntas se las había dictado Héctor Magnetto.

Cuesta entender cómo la jefa de Estado dejó al desnudo una notable falta de preparación para enfrentar la situación en Harvard. Algo le ha pasado a Fernández de Kirchner, a quien muchos periodistas recordamos como una muy buena polemista, siempre dispuesta a enfrentar situaciones controversiales con aplomo y un buen nivel de fundamentación, que hoy demuestra haber perdido. Alguno de los muchos integrantes del aparato comunicacional oficial debió acercarle a la Presidenta el video de la presentación que hizo en ese mismo lugar Dilma Rousseff, quien supo enfrentar preguntas incómodas con inteligencia, elegancia y calma.

La Presidenta no comprendió que estaba en un ámbito académico y que, en tales circunstancias, lo que se espera de un estadista es que haga docencia. Saber contestar una pregunta crítica mostrando respeto por quien la formula –lo que ni siquiera significa compartir esa crítica– es hacer docencia. Pero, como se recordará, alguna vez la Presidenta se enorgulleció por el hecho de no ser una estadista ni querer serlo, algo que se nota.

En Georgetown, Fernández de Kirchner había señalado: “Hablo todos los días con la prensa. Lo que pasa es que escuchan lo que ellos quieren escuchar”. Lo que dejó en claro lo sucedido ese día y, sobre todo, el jueves en la Universidad de Harvard, es que las cosas son exactamente al revés: es la Presidenta la que no quiere escuchar preguntas que la incomoden y para las cuales demostró no tener otras respuestas que el enojo y la descalificación, cualidades propias de quienes hacen de la intolerancia un dogma.

Producción periodística: Guido Baistrocchi.

© Escrito por Nelson Castro y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 30 de Septiembre de 2012.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Su papelón más grande... De Alguna Manera...


Su papelón más grande...

Asi no. La Presidenta "patinó" ante preguntas incómodas.

Ultimo momento: se confirmó la operación orquestada por Harvard contra Cristina. Los espías argentinos aseguran que la cúpula de esa universidad integra la cadena del miedo (del fear, en realidad). El comando de preguntadores destituyentes y bilingües utilizó en el sorteo el mismo bolillero que en Comodoro Py suele favorecer al juez Norberto Oyarbide. Fue una exportación no tradicional con valor agregado.

Perón decía que “de todos lados se puede volver, menos del ridículo”. Y ése es el lugar, ridiculous, in english, que frecuentaron funcionarios y paraperiodistas que intentaron encubrir el papelón más grande de la historia política de Cristina Fernández.

Nadie quiere estar en los zapatos del responsable de esta excursión a las universidades norteamericanas. Algunos se lo atribuyen a Héctor Timerman y otros a Juan Manuel Abal Medina (uno estudió en Columbia y el otro en Georgetown) que, al igual que el resto de los ministros, se quedaron mudos, casi congelados, por lo que sucedió. Otros sospechan de un quintacolumnista que encima es profesor en la potencia imperial: Ricardo Forster. El siempre condenó los golpes de Estado y sabe que allá no hay embajada norteamericana.

Las excusas de los escuderos mediáticos de Cristina fueron tan frágiles como la actuación de la Presidenta. Pocas veces se la vio tan confundida. Si fuera cierto, como dijo ella, que las preguntas fueron de bajo nivel académico, debería haberlas respondido de taquito, sin que se le moviera un músculo. Si fuera cierto que Harvard ya no es lo que era y su excelencia educativa es un invento de The New York Times, la pregunta es: ¿Para qué fue? Si c se cae a pedazos y es una farsa como la inflación norteamericana del 2%, ¿para qué abrir una cátedra argentina en semejante lugar decadente?

Alguien sometió a Cristina a la tortura de hablar sobre arenas movedizas: mientras más se esforzaba por salir, más se enterraba. El culpable debería pagarlo con la renuncia. Nunca se la vio a Cristina tan expuesta. Es difícil ceder a la tentación chicanera de cambiar de posición y pedir: “Señora Presidenta, por favor, ni se le ocurra dar conferencias de prensa”. Ya entendimos todo y debemos cuidar la sagrada investidura presidencial. Es que “el mejor cuadro político de los últimos cincuenta años” siempre apareció en la tele como una boxeadora demoledora, una especie de Maravilla Fernández.

Claro que siempre lanzó sus mandobles a una bolsa de arena. Como en un gimnasio, desde el rincón, recibía las ovaciones de sus segundos. En Estados Unidos alguien tuvo la nefasta idea de colocarle al frente a estudiantes que acusaban poco peso en la balanza, jóvenes de otra categoría intelectual pero que preguntaron mejor que la bolsa de arena. Y eso fue lo que descolocó a Cristina. Ella está entrenada en el monólogo, que es un viaje de ida. Nunca en el diálogo y mucho menos en algún cuestionamiento, que es el ADN del sistema democrático. Desde el atril-altar, Cristina baja línea, hace chistes, y se mueve con soltura. Todo el ring es para ella en Argentina. En EE.UU., alguien le sacó el banquito (como decía Bonavena) y ella quedó sola. Nunca la pusieron tan contra las cuerdas.

Es que Cristina está acostumbrada a controlar todo y que nadie la controle a ella. Allí radica su odio visceral al periodismo como oficio. Y ése es el denominador común que unifica a los caceroleros con los chicos de Harvard: hacen lo que quieren. Nadie los manda. Son libres. No pertenecen a un partido político que se puede injuriar por la TV chupamedias. No son representantes de los gobernadores a los que se les puede cerrar el grifo de los fondos y promoverles juicios políticos. Ni siquiera son medios de comunicación para arrancarles la pauta publicitaria. Ni empresarios cobardes que tienen los placares llenos de cadáveres y por eso no pueden abrir la boca como una sencilla mujer despachante de aduana. Los métodos de domesticación que tan útiles le fueron a Cristina, en estos casos no le sirven.

¿Qué hacer frente a los caceroleros y los Harvard Boys? Decir que son ricachones y golpistas. Ensuciar la cancha con los blogueros K y llamar a mil movilizaciones para confundir y, si se puede, aprovechar su falta de experiencia política y darles manija a los más salvajes y fascistas como Cecilia Pando. Ella no apareció por ahora. Pero los K le ponen una vela a San Videla para que vaya al próximo cacerolazo o se anote en un curso en Harvard. Allí cerraría todo. Por ahora, la explicación conspirativa para cualquier problema sólo desnuda los prejuicios y la falta de grandes cuadros en el kirchnerismo.

Si todo lo hace Cristina, cuando falla Cristina, es gol. Encima dentro de diez días se vienen los morochos de la CGT, CTA y FAA; son las siglas de la lucha en la calle contra el neoliberalismo. Moyano, Micheli y Buzzi tienen pergaminos. Hay que ir a los archivos y comprobarlo. ¿Y si prueban con poner en la primera fila a Gerardo Martínez que fue buchón de los servicios en el terrorismo de Estado? ¿O acaso no es un sindicalista? Ah, no se puede porque Gerardo, y los más gordos de bolsillo, integran la CGT kirchnerista que reporta a la calle Balcarce. Por eso les cuesta tanto encontrar un jefe. Porque la verdadera jefa vive en Olivos y en Calafafate, su lugar en el mundo que está muy lejos, en todo sentido, de Puerto Madero y La Matanza donde la Presidenta tiene su corazón pero no su domicilio.

Los simpatizantes de la Presidenta más poderosa desde 1983 deberían estar preocupados porque al tapar las críticas y ahogar las autocríticas, Cristina sospecha que todo marcha muy bien en la Argentina. Y algún problemita hay. Pero confían en que en el 7D se terminen todos los inconvenientes. Vamos a ver qué hacen esos de Harvard cuando se dinamite la cadena del fear. Es too much.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 30 de Septiembre de 2012.