El problema de Massa…
Análisis del rol competitivo de Massa a la luz de la teoría del profesor de
Harvard, Michael Porter, respecto de su popularidad y diferenciación.
Para el padre de la estrategia competitiva
y célebre profesor de Harvard, Michael Porter, sólo hay dos formas posibles
para que un producto sea líder: serlo en popularidad (precio) o serlo en
diferenciación (exclusividad). Es muy difícil ser líder al mismo tiempo en
ambos campos y el riesgo de quienes aspiran a destacarse simultáneamente en dos
direcciones es el de caer en la hibridez.
En la búsqueda de la alquimia que permita
unir atributos excluyentes han sucumbido los más ambiciosos, y éste puede ser
hoy el problema de Massa.
Muy raras veces una categoría logra
implicar y abarcar a las otras dos, pero cuando eso sucede –algo parecido a lo
que en política sería una revolución– las categorías anteriores caen en desuso
y surge una nueva polaridad.
Ejemplos de productos que responden a la
“U” de Porter hay en todas las categorías: Quilmes y Stella Artois en cerveza
en Argentina, Fiat y Ferrari en autos en Italia, o Topper y Nike en zapatillas
en todo el mundo. Lo que podría encontrar su equivalente en la política
argentina actual con Scioli por continuidad y Macri por cambio, que trasladados
a la “U” de Porter colocaría a Scioli como el producto político líder por
popularidad y a Macri como el producto político líder por diferenciación.
El hecho de que sea posible expresar la
estrategia de Massa de dos formas, tanto de cambio con continuidad, como de
continuidad con cambio, dando a entender que habría prevalencia de un factor
sobre otro en ambas formulaciones, ya evidencia la dificultad de una
comunicación unívoca.
Sólo hay
dos formas de liderar: por popularidad o por diferenciación. Es difícil
destacarse en ambas simultáneamente.
La vida es bastante más compleja y excede
el binarismo categorial, pero a la mente humana le resulta mucho más fácil
procesar información decodificada en forma de dos dimensiones. Y a veces es
hasta imposible procesar rápidamente un sistema ternario como probablemente
podría marear al conductor de un auto que mirara un GPS tridimensional mientras
esquiva obstáculos a pocos metros de él.
También hay cuestiones atávicas y
mítico-religiosas en la mejor aceptación de lo normal, como aquello que se
representa en dos dimensiones, en parte por la estructuración humana más básica
de hombre y mujer, haciendo que se despierte desconfianza ante cualquier
terceridad, la que generalmente se acepta después de un esfuerzo intelectual
pero no naturalmente. El primer impulso frente a la transgresión es remitirla
al espacio del pecado en lo religioso o a lo prohibido en el terreno de lo
mítico.
En los estudios cualitativos de intención
de voto puede aparecer Massa como el más inteligente o el más rápido de los
tres candidatos presidenciales con mayor intención de voto, pero también como
aquel que genera más sospechas sobre quién realmente es o qué podría hacer en
el poder. Ese posicionamiento híbrido en lo que sería la “U” de Porter se
transforma en desconfianza porque el sentido común tiende a descartar o poner
bajo un signo de interrogación lo que no se entiende o lo que no encaja
fácilmente en la matriz binaria.
Massa, conociendo el problema de la tercera
posición, sabe que su única solución sería disputar el liderazgo con alguno de
los representantes de los dos atributos excluyentes, pero la polarización se lo
hace cada vez más difícil.
En las filas del PRO, y muy especialmente
en Duran Barba, hay una convicción acerca de que la mejor opción para Macri es
profundizar su atributo de diferenciación y que cualquier alianza con personas
que representen las formas tradicionales de hacer política, o los partidos
políticos tradicionales –esto vale tanto para De Narváez, Massa, Reutemann y
hasta Sanz–, le restará valor de diferenciación. Por eso insisten en ir a
competir tanto con un candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires
como a vicepresidente que sea propio del PRO.
También
Macri cree que podría convertirse en un “Bordón joven” si se hibrida con
candidatos PJ o del Frente Renovador.
Vislumbran esta estrategia tanto como
ofensiva, para ganar las elecciones, como defensiva, por si las pierden. Creen
que si perdieran frente a Scioli siendo genuinos representantes de la nueva
política, sin concesiones electoralistas ni acuerdos de poder clásicos, quedarán
con un capital simbólico que le permitiría al PRO rehacerse y seguir siendo
competitivo; pero que si pierden habiendo hipotecado su valor de
diferenciación, con massistas en sus listas de legisladores, con De Narváez
como candidato a gobernador y Reutemann como candidato a vicepresidente, por
ejemplo, la propia pérdida de identidad de su propuesta electoral los llevaría
a disolverse en los partidos tradicionales, con el riesgo de convertir al
propio Macri en otro “Bordón joven”.
Mientras que si pierden sacando el 40% de
los votos “sin traicionarse”, siempre podrán convertir esa derrota en algo
heroico que les permita volver a ganar más legisladores en 2017 y seguir
aspirando a la presidencia en 2019. Por lo menos ésa es la tesis de Duran
Barba, de quien se dice que su ataque a Gabriela Michetti y Federico Pinedo en
las PASO del PRO no fue resultado de incontinencia verbal sino de estrategia,
porque nadie del macrismo quería aparecer atacando a Michetti y alguien tenía
que hacer “de malo” para poder ganarle por diez puntos de ventaja.
Las terceras posiciones sirven como
articuladoras y son especialmente útiles para aumentar la calidad en tareas que
requieran equilibrio, como la Justicia o el periodismo. Pero es un atributo
aborrecido por los consultores electorales.
© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 24/05/2015 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.