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sábado, 14 de diciembre de 2013

País Cristóbal... De Alguna Manera...


País Cristóbal...

La espalda. Tinelli, metáfora de una Argentina excesiva. Foto: Cedoc

El goce busca su límite. Si no lo encuentra, se transforma en perverso y autodestructivo. Al revés de lo que sucede en muchos países, en la Argentina los excesos no son rechazados  sino aceptados y hasta valorados. Eso indica nuestro estadío evolutivo.

Las costumbres cambian con las generaciones. Mientras que para los mayores tatuarse es señal de autoflagelación, para los menores de 35 años es algo normal. No hay nada grave en ello. Pero una cosa son algunos tatuajes y otra es tatuarse todo el cuerpo.

Es la falta de medida lo que transforma el goce en perversión, o a la virtud en defecto. Y los argentinos tenemos una marcada tendencia a transformar en siniestro lo sublime. Pero lo que es monstruoso para algunos puede ser bello para otros y lo importante –nuevamente– son las proporciones de los colectivos sociales, porque si lo excesivo es atractivo para un grupo proporcionalmente muy numeroso, las formas de hacer la política y la economía también serán excesivas.

Se podría enhebrar en un arbitrario hilo conductor la espalda de Tinelli, las miles de máquinas tragamonedas que Cristóbal López tiene en el Hipódromo ubicado en la zona más acaudalada de Buenos Aires, con la osadía de Néstor Kirchner, el solipsismo de Maradona, los ciudadanos normales transformados en una horda primitiva que van a saquear a sus propios vecinos y los policías convertidos en extorsionadores. Todos, dentro de sus posibilidades e intereses, practican alguna forma de goce del no límite.

Aclarando que Tinelli tiene todo el derecho de hacer con su cuerpo lo que quiera y ninguna responsabilidad con los otros hechos enumerados, hice esa asociación libre porque estando de viaje en el exterior recién vi la foto de su espalda tatuada al regresar, el lunes pasado, el mismo día en que el Gobierno de la Nación y el de la Ciudad de Buenos Aires le condonaban a Cristóbal López una deuda tributaria por sus casinos y que a la noche comenzaba en Tucumán el más grave de los saqueos por falta de policías (dicen los tucumanos que fueron peor que los de 2001/2002).

Me resultó obsceno que justo a quien gana dinero sin riesgos con casinos –lo que le permite comprar los medios de Hadad y de Tinelli– se lo exima del pago de impuestos reclamado. Me resultó una metáfora de país excesivo, de país transgresor (no es casual que sea el único del mundo donde Cuevana inventó un Netflix gratis), un “País Cristóbal”. Este empresario de crecimiento sideralmente llamativo no es el único que aspiró a la alquimia de transformar plomo en oro, porque con una trayectoria distinta los Eskenazi “compraron” YPF sin dinero.

Pero Cristóbal es el más exitoso de esta época excesiva, tanto que hasta se arriesga a adquirir medios de comunicación y subir su exposición pública sin detenerse a considerar los riesgos de estar pidiéndo demasiado a la tolerancia cívica. La que un día, cansada, pueda terminar reclamando la estatización de los casinos y que su nombre se convierta en sinónimo de aspiración de impunidad, como acabó siendo el de Yabrán.

Nadie compra la radio número uno del país para echar  al conductor del programa más exitoso del horario que concentraba la mayor facturación publicitaria –como hizo Cristóbal López con Longobardi– si su actividad empresaria en los medios de comunicación fuera genuina. Es tan obsceno como la condonación de los impuestos que reclamaba el Gobierno de la Ciudad. Y es evidente que ambos hechos están concatenados porque debido al alto poder de lobby (cuando se los usa pacíficamente) o de extorsión (cuando se los usa violentamente) los medios de comunicación no deberían pertenecer a quienes tengan alguna clase de negocios regulados por el Estado, para que su influencia no sea utilizada en contra del patrimonio común de toda la sociedad.

Una grave omisión de la Ley de Medios, que expresamente prohíbe que sean sus propietarios personas con determinados negocios con el Estado, es el haber dejado fuera de esa prohibición a los casinos, el más rentable de todos ellos.

Pero no solo a los dueños de casinos: salvo los prestadores de servicios públicos (telefonía de línea, gas, luz, agua y recolección de residuos) erróneamente no están limitados a ser titulares de medios de comunicación tampoco los contratistas del Estado (Electroingeniería con Radio del Plata y Canal 360, por ejemplo), y los titulares de una concesión petrolera (Manzano con Grupo Uno, por caso) o concesión de peajes en rutas (como el propio Cristóbal López, además de los casinos).

Si apropiándose de los medios de comunicación los poderosos consiguen cobertura para sacar más del Estado y de lo público, de alguna forma saquean el patrimonio de todos y se baja el umbral moral de toda la sociedad. Así, el saqueo de un electrodoméstico, aunque falaz y arbitrariamente, se autojustifica en “quien roba a un ladrón (por todos los que tienen) tiene cien años de perdón”.

Tanto la mafia como el Ejército de Salvación y todos los grupos tienen cosas que están bien y cosas que están mal. Siempre hay una moral, por más discutible que esta sea, aún en forma de códigos. Y siempre es construida por el ejemplo de las prácticas de los más visibles de cada estamento. Si los amigos de los gobiernos utilizan su poder de lobby y extorsión, ¿por qué los policías no usarían entonces su poder extorsivo para mejorar sus beneficios? Si todo es cuestión de poder, la fuerza es un gran poder. Y hasta podría ser el mayor poder.

Cristóbal López, probablemente el hombre que más se enriqueció en la era kirchnerista, viendo los saqueos y la extorsión policial de estos días, debería reflexionar sobre la conveniencia de ganar todas las apuestas en el casino de su propia vida. La falta de límite puede llevar al más vivo a la autodestrucción.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 14/12/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.