País Cristóbal...
La espalda. Tinelli, metáfora de una Argentina excesiva. Foto: Cedoc
El
goce busca su límite. Si no lo encuentra, se transforma en perverso y
autodestructivo. Al revés de lo que sucede en muchos países, en la Argentina
los excesos no son rechazados sino aceptados y hasta valorados. Eso
indica nuestro estadío evolutivo.
Las
costumbres cambian con las generaciones. Mientras que para los mayores tatuarse
es señal de autoflagelación, para los menores de 35 años es algo normal. No hay
nada grave en ello. Pero una cosa son algunos tatuajes y otra es tatuarse todo
el cuerpo.
Es
la falta de medida lo que transforma el goce en perversión, o a la virtud en
defecto. Y los argentinos tenemos una marcada tendencia a transformar en
siniestro lo sublime. Pero lo que es monstruoso para algunos puede ser bello
para otros y lo importante –nuevamente– son las proporciones de los colectivos
sociales, porque si lo excesivo es atractivo para un grupo proporcionalmente
muy numeroso, las formas de hacer la política y la economía también serán
excesivas.
Se podría enhebrar en un arbitrario hilo conductor la espalda de
Tinelli, las miles de máquinas tragamonedas que Cristóbal López tiene en el Hipódromo
ubicado en la zona más acaudalada de Buenos Aires, con la osadía de Néstor
Kirchner, el solipsismo de Maradona, los ciudadanos normales transformados en
una horda primitiva que van a saquear a sus propios vecinos y los policías convertidos
en extorsionadores. Todos, dentro de sus posibilidades e intereses, practican
alguna forma de goce del no límite.
Aclarando
que Tinelli tiene todo el derecho de hacer con su cuerpo lo que quiera y
ninguna responsabilidad con los otros hechos enumerados, hice esa asociación
libre porque estando de viaje en el exterior recién vi la foto de su espalda
tatuada al regresar, el lunes pasado, el mismo día en que el Gobierno de la
Nación y el de la Ciudad de Buenos Aires le condonaban a Cristóbal López una
deuda tributaria por sus casinos y que a la noche comenzaba en Tucumán el más grave de los saqueos por
falta de policías (dicen los tucumanos que fueron peor que los de 2001/2002).
Me
resultó obsceno que justo a quien gana dinero sin riesgos con casinos –lo que
le permite comprar los medios de Hadad y de Tinelli– se lo exima del pago de
impuestos reclamado. Me resultó una metáfora de país excesivo, de país
transgresor (no es casual que sea el único del mundo donde Cuevana inventó un
Netflix gratis), un “País Cristóbal”. Este empresario de crecimiento
sideralmente llamativo no es el único que aspiró a la alquimia de transformar plomo
en oro, porque con una trayectoria distinta los Eskenazi “compraron” YPF sin dinero.
Pero
Cristóbal es el más exitoso de esta época excesiva, tanto que hasta se arriesga
a adquirir medios de comunicación y subir su exposición pública sin detenerse a
considerar los riesgos de estar pidiéndo demasiado a la tolerancia cívica. La
que un día, cansada, pueda terminar reclamando la estatización de los casinos y
que su nombre se convierta en sinónimo de aspiración de impunidad, como acabó
siendo el de Yabrán.
Nadie
compra la radio número uno del país para echar al conductor del programa
más exitoso del horario que concentraba la mayor facturación publicitaria –como
hizo Cristóbal López con Longobardi– si su actividad empresaria en los
medios de comunicación fuera genuina. Es tan obsceno como la condonación de los
impuestos que reclamaba el Gobierno de la Ciudad. Y es evidente que ambos
hechos están concatenados porque debido al alto poder de lobby (cuando se los
usa pacíficamente) o de extorsión (cuando se los usa violentamente) los medios
de comunicación no deberían pertenecer a quienes tengan alguna clase de
negocios regulados por el Estado, para que su influencia no sea utilizada en
contra del patrimonio común de toda la sociedad.
Una
grave omisión de la Ley de Medios, que expresamente prohíbe que sean sus
propietarios personas con determinados negocios con el Estado, es el haber
dejado fuera de esa prohibición a los casinos, el más rentable de todos ellos.
Pero
no solo a los dueños de casinos: salvo los prestadores de servicios públicos
(telefonía de línea, gas, luz, agua y recolección de residuos) erróneamente no
están limitados a ser titulares de medios de comunicación tampoco los
contratistas del Estado (Electroingeniería con Radio del Plata y Canal 360, por
ejemplo), y los titulares de una concesión petrolera (Manzano con Grupo Uno,
por caso) o concesión de peajes en rutas (como el propio Cristóbal López,
además de los casinos).
Si
apropiándose de los medios de comunicación los poderosos consiguen cobertura
para sacar más del Estado y de lo público, de alguna forma saquean el
patrimonio de todos y se baja el umbral moral de toda la sociedad. Así, el
saqueo de un electrodoméstico, aunque falaz y arbitrariamente, se autojustifica
en “quien roba a un ladrón (por todos los que tienen) tiene cien años de
perdón”.
Tanto
la mafia como el Ejército de Salvación y todos los grupos tienen cosas que
están bien y cosas que están mal. Siempre hay una moral, por más discutible que
esta sea, aún en forma de códigos. Y siempre es construida por el ejemplo de
las prácticas de los más visibles de cada estamento. Si los amigos de los
gobiernos utilizan su poder de lobby y extorsión, ¿por qué los policías no
usarían entonces su poder extorsivo para mejorar sus beneficios? Si todo es
cuestión de poder, la fuerza es un gran poder. Y hasta podría ser el mayor
poder.
Cristóbal López, probablemente el hombre que más se
enriqueció en la era kirchnerista, viendo los saqueos y la extorsión policial
de estos días, debería reflexionar sobre la conveniencia de ganar todas las
apuestas en el casino de su propia vida. La falta de límite puede llevar al más
vivo a la autodestrucción.
© Escrito por Jorge
Fontevecchia el sábado 14/12/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
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