Fin de ciclo K…
Domesticadora domesticada: el otoño de Cristina. Dibujo: Joaquín Temes.
La construcción de una Cristina Kirchner omnisciente es útil para asustar a opositores. Los cohesiona y presenta un relato atractivo para el entretenimiento del público masivo. En otras subjetividades puede cumplir el papel del goce masoquista frente a una dominadora sádica.
© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado
04/12/2021 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
República de los Argentinos.
Pero nunca tuvo el poder que se le asigna y por eso
precisó disculpar a Sergio Massa, cuyos agravios no fueron menores que los de
Macri, y entronizar a Alberto Fernández, también crítico punzante de su
presidencia. Y peor aún, de aquel “con Cristina no alcanza, pero sin ella no se
puede” de 2019, cuando se le asignaba tener el 30% del total de los votos
nacionales, se pasó en 2021 a “ella suma y resta” con posibilidad de llegar a
un 2023 en que la frase a aplicar sea “con ella no se puede” y el kirchnerismo
deba ir escondido y diluido detrás de intendentes en la provincia de Buenos
Aires y de gobernadores más poderes fácticos pejotistas a nivel nacional.
La derrota del Frente de Todos es atribuida a
la cristinización de la coalición.
Sus cartas, que son siempre leídas como clave de
fortaleza de una diosa que envía a su representante tablas con mandamientos a
seguirse esculpidos en piedra, no pocas veces son una demostración de
debilidad. La última, una forma de armisticio con potencialidad de rendición, no
puede no ser relacionada con la de septiembre, tras la mayor derrota en las
PASO. En aquella oportunidad demostró debilidad haciendo público que tuvo que
insistir para reunirse con el Presidente, que al no ser escuchada tuvo que
hacer renunciar a los ministros más cercanos y, cuando temió que aceptaran sus
renuncias, tuvo que escribir esa carta echando el resto para, como Pirro de
Epiro, vencer en una contienda al costo de mandar a la muerte a todos sus
soldados.
Al revés del cuento que mereció ensayos de Lacan y
Derrida: La carta robada, de Poe, donde un ministro roba a la reina una carta
comprometedora para manipularla, en el caso de Cristina es la propia reina
quien asume los costos reputacionales haciendo públicas sus cartas.
La metamorfosis de Cristina se podría resumir en el
tránsito de disciplinadora a disciplinada. Cada año pierde una parte de su
fuerza sin poder traspasarla a sus discípulos. Probablemente, su prospectiva
más imaginable sea hacer su último servicio electoral acompañando como senadora
de la provincia de Buenos Aires la boleta de su hijo Máximo como candidato a
gobernador, quien hoy tiene dificultades hasta para asumir en el Partido
Justicialista bonaerense.
Los intendentes del Conurbano se arrogan la
remontada de votos entre las PASO y las elecciones de noviembre y, lejos de
interpretar que el mejor caudal electoral obedeció a que se les hizo caso a los
cambios que demandó Cristina, en el oficialismo se cree que hubieran remontado
más y hasta ganado en la provincia de Buenos Aires si ella no hubiera creado la
crisis de la semana posterior a las PASO.
Hoy todo el Frente de Todos y el propio
kirchnerismo tienen solo un plan: encolumnarse detrás de Alberto Fernández y
Martín Guzmán rezando para que el Gobierno pueda generar mejoras económicas en
estos dos años que restan de mandato y el candidato que los represente sea el
Presidente en su intento de reelección. Quedó en el olvido la posibilidad de
que un candidato de La Cámpora pueda encabezar la fórmula en 2023, y no sería
extraño que tampoco pudiera encabezarla para gobernador bonaerense.
Como en todo juego de suma cero, una reducción del
peso específico de Cristina Kirchner y La Cámpora implica un crecimiento de los
otros componentes del Frente de Todos. Se puede imaginar un peronismo que
gobierna dos terceras partes de las provincias aspirando a convertirse
definitivamente en un partido institucionalizado. El otoño de Cristina Kirchner
abre la posibilidad de una primavera para el desvalorizado Alberto Fernández,
esta vez con la lapicera en sus exclusivas manos.
Durante estos dos años la imagen más repetida del
Presidente ante la opinión pública fue la de ser esclavo de la vicepresidenta.
Y más allá de lo desproporcionado de la representación, tomarla literalmente
sirve para apelar a la Dialéctica del amo y el esclavo, de Hegel, donde solo el
amo podía desear y el esclavo estaba al servicio del deseo del primero. El
deseo de Cristina Kirchner era que Alberto Fernández fuera el puente hacia la
presidencia de Máximo Kirchner, que sería como serlo ella misma y su propia
reivindicación. “El deseo es presencia de una ausencia”, decía Hegel. Es lo que
falta; falta que la vicepresidenta ya deberá percibir o no será
subsanada. Al revés, el deseo del esclavo Alberto, si bien difícil, tiene más
posibilidades de concretarse y en ese punto se produce la inversión de roles.
El sujeto (amo) pasa él mismo a ser objeto (esclavo) y viceversa, haciendo que
uno sea medio para el fin del otro.
Alberto Fernández no aceptó la renuncia de esos
ministros pero se fueron desdibujando al punto de parecer no integrar el
Gobierno.
El centro es el espacio donde el Frente de Todos
tendría votos de 2019 para recuperar.
Hegel lo explicaba
en su dialéctica como el encuentro de dos mentes autoconscientes con sus
perspectivas diferentes del mundo en un contexto de poder asimétrico. Cambia el
contexto y cambian los roles.
Trascendiendo a Cristina Kirchner y a Alberto Fernández, el verdadero conflicto reside en la visión del mundo del kirchnerismo en tensión con la visión del mundo del peronismo. A un fin de ciclo K, asumiéndolo como ala izquierda, tendría que operarle la emergencia de un ciclo PJ, el ala de centro. Es el centro el único espacio donde el Frente de Todos podría aspirar a recuperar en 2023 los votos perdidos entre 2019 y 2021.
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