El pasado siempre vuelve…
La voz de su amo, Horacio Rodríguez
Larreta. Dibujo: Pablo Temes.
Habría que volver a fase 1, pero Alberto Fernández no tiene autoridad moral para convencer. Cuando rompió con Larreta quemó las naves.
Largo es el camino que conduce del infierno hacia la luz. La segunda ola ha llegado a la Argentina con la misma fuerza con la cual aún se enseñorea en Europa. El Presidente parece comprender que para hacer frente a la magnitud que ha adquirido la pandemia es necesario promover la unidad y evitar los enfrentamientos. Esa descontaminación política permitirá entonces un trabajo mancomunado en pos de un objetivo clave que es convencer a la población sobre lo imprescindible que es el respeto a las normas de cuidados que comprenden la disminución de la circulación y de las reuniones sociales, el uso adecuado de los barbijos, el distanciamiento social y la higiene. Todo esto debería estar acompañado de una aceleración del proceso de vacunación y un aumento del número de testeos.
De este menú, salvo un aumento irregular y
aún escaso de los testeos, nada se ha puesto en práctica. Más bien, todo lo
contrario.
No caben dudas de que, en la órbita de las
medidas ideales, lo que debería hacerse en la Argentina es la vuelta a la fase
1. Pero hoy en día esto es impracticable. El Gobierno ha perdido autoridad para
poner en práctica algo así. Pero no es solo eso; ha perdido también autoridad
moral para convencer. Cuando Alberto Fernández decidió romper con Horacio
Rodríguez Larreta –aquel día de septiembre del año pasado en el que le quitó
fondos a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para acallar supuestamente la
rebelión de la policía bonaerense– quemó las naves.
En vez de buscar acuerdos y soluciones, el
Presidente –así como también Axel Kicillof y, obviamente Cristina Fernández de
Kirchner– cree que todo se soluciona echándole la culpa por la realidad al jefe
de Gobierno porteño. Bastan unos pocos segundos para demostrar que eso no es
así.
Utilizando la metodología cerril del
kirchnerismo de echar culpas a los otros, criticó a los profesionales de la
salud atribuyéndoles un relajamiento que en verdad no existe y atribuyó a los
chicos con capacidades diferentes no entender las medidas de protección. Solo
un ignorante puede hacer semejantes afirmaciones que generaron repudio e
indignación.
Acomplejado por la evidencia de su
subordinación a la ex presidenta en funciones, AF intenta mostrarse como el
real albacea del poder. Cree que eso se consigue adoptando medidas
intempestivas en soledad y desoyendo el consejo de sus ministros, a los cuales
deja pagando.
El claudicante presidente.
El pasado miércoles 7 de abril, Alberto
Fernández anunció desde la soledad de la quinta de Olivos la suspensión de
reuniones sociales, el cierre de bares y restaurantes y la restricción para
circular a partir de la medianoche. Más allá de la discusión por la limitación
a la circulación, los mayores controles al uso del transporte público y los
problemas que generaría a los ya golpeados comercios gastronómicos, la medida
gozaba de cierta aprobación popular en el marco del crecimiento de casos de
coronavirus que se venía produciendo sobre todo en el Área Metropolitana de
Buenos Aires (AMBA). Sin embargo, en su anuncio el Presidente facultó a los
gobernadores a adoptar en forma temprana, medidas aún más duras para prevenir
los contagios. La primera lectura de la situación señaló que el primer
mandatario quiso compartir el costo político mientras el ala dura de la
coalición gobernante lo criticaba por la tibieza del anuncio.
Axel Kicillof –una vez más– picó en punta.
A solo dos días de las palabras del Presidente firmó el decreto provincial
178/2021 que habilitaba a la Provincia a suspender las clases presenciales y a
extender la prohibición de circulación nocturna. El gobernador ya había hablado
con Cristina Fernández de Kirchner y, al mismo tiempo, le hacía un guiño a la
dirigencia de los gremios docentes que se quejaban de los supuestos peligros de
la presencialidad. La jugada ya estaba consumada y dejó al jefe de Estado entre
la espada y la pared. “No sé si se hubiera animado a avanzar solo pero quedó en
evidencia el desgaste al que sometieron a Alberto para que avance y cierre
todo. Lo quemaron”, asegura una fuente que conoce los detalles de la interna.
Lo que ocurrió en los días previos al
segundo mensaje del Presidente –el miércoles 14– ya es historia conocida.
Daniel Gollán, ministro de Salud provincial –junto a su vice, Nicolás Kreplak–,
salió a ejercer presión con el aval de Kicillof para que se adopten medidas más
duras. El principal argumento utilizado fue el posible colapso del sistema
sanitario.
El martes 13, en medio de esta avanzada, su
par de Nación, Carla Vizzotti, tuvo que salir a aclarar que “el sistema no
estaba colapsado” y que “solo estamos viendo un aumento acelerado de casos”.
No hacerlo hubiera sido admitir que la
estrategia nacional de contención de la enfermedad había fracasado. Nada de eso
importó para el gobernador bonaerense, quien siguió adelante con su accionar
hasta que, en la noche del miércoles pasado, un abrumado Alberto Fernández
anunció las nuevas restricciones y la polémica suspensión de clases
presenciales. En este contexto, cerca del Presidente insisten en que “la
decisión la tomó en soledad, observando el crecimiento de la curva de contagios
y luego de escuchar las recomendaciones del comité que lo asesora”.
Es muy probable que haya sido así teniendo
en cuenta que días antes advirtió que si tenía que perder las elecciones por
cuidar a la gente, lo haría. También es cierto que la intempestiva presión
ejercida por sus “socios” lo determina y lo condiciona. Si el avance del ala
dura del Frente Contra Todos a favor del cierre total era imparable, no podía
darse el lujo de quedar como un presidente blando ante propios y ajenos. Aun
así, para gran parte del gabinete y de la opinión pública, volvió a ceder a los
caprichos del Instituto Patria.
Triste final para una decisión presidencial
que dejó en el camino y muy mal parados a su ministro de Educación, Nicolás
Trotta; y a la ministra de Salud, Carla Vizzotti, quienes insólitamente, ante
tamaño desplante, no renunciaron. Se ve que, al igual que Alberto Fernández,
tienen poco interés en cuidar el valor de su palabra.
Producción periodística: Santiago
Serra.
© Escrito por Nelson Castro el domingo 18/04/2021 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.
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