Mucho Ruido. Discursos y circunstancia…
En reparación... Dibujo: Pablo Temes
La economía, entre
renegociación de la deuda y la falta de inversión, se vuelve cada vez más
compleja. Enojo eclesial por el tema aborto.
© Escrito por Nelson Castro el domingo 08/03/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
El análisis de la
semana política debe incluir ineludiblemente el discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso
que Alberto Fernández pronunció el domingo pasado ante la Asamblea
Legislativa y su circunstancia. Tres aspectos principales sobresalieron:
◆Primero: la acertada decisión del Presidente ordenando
que no hubiera barras en las galerías y palcos del recinto, y así como también
la de pedirle al aparato del PJ que evitara la realización de una movilización
masiva.
◆Segundo: el discurso, que evitó las descalificaciones
personales de los opositores y en el que al ex presidente al que más se nombró
fue a Raúl Alfonsín. De hecho, por el tono en que el doctor Fernández lo leyó y
en varios de sus párrafos, las reminiscencias a los discursos del ex presidente
Alfonsín obraron como un bálsamo nostalgioso que se esparció por todo el
recinto de la Cámara de Diputados.
◆Tercero: la falta absoluta de anuncios concretos en
materia económica.
No todo lo que
reluce es oro. El tema económico va desplegando poco a poco su complejidad. La
renegociación de la deuda –tanto privada como con el Fondo Monetario
Internacional– viene complicada. Los
días de mutuo encantamiento entre el Gobierno y la cúpula directriz del FMI
parecen ser cosa del pasado. El calificativo de “inusual” que
el organismo internacional utilizó para calificar la forma en que el Gobierno
está negociando conlleva una connotación que no es precisamente positiva. Las
cosas se han endurecido en esta semana por parte del Fondo. Hay que tener en
cuenta un dato significativo: una parte importante de su directorio no está de
acuerdo con la posición pro acuerdista de la directora gerente, Kristalina
Georgieva. Tan dura es esa oposición que en una reunión que hubo en Washington
se le hizo saber a Georgieva que su postura iba en contra de los reglamentos
del FMI.
El ministro de
Economía, Martín Guzmán, cuya tarea excluyente es ocuparse de la renegociación
de la deuda, sigue a pie juntillas su estrategia, para la cual cuenta siempre
con la ayuda de Joseph Stiglitz.
Mientras así corren
los días, en el ámbito interno todo sigue muy parado. La reunión del Presidente
con los empresarios en el Consejo Interamericano de Comercio y Producción dejó
sentimientos encontrados que llevaron a algunos de sus asistentes a sostener
que “por suerte está Alberto”, porque si no todo sería peor con “controles de
precios más duros y retenciones aún mayores para las exportaciones de trigo”.
Junto con la
renegociación de la deuda externa está la de la deuda interna. Y allí se
evidencia que en algunas áreas del Ministerio de Economía hay una preocupación
creciente por los errores cometidos. Eso no hace más que generar dudas acerca
de la real capacidad del país para evitar el default.
Todo esto genera
un impacto negativo en los mercados. Por eso, casi todos los agentes económicos
están en una actitud de esperar y ver, porque no se aprecia el atisbo de una
recuperación sostenida que estimule la toma de personal, o la apertura de una
línea de producción. No se habla en esos ámbitos de invertir en plantas nuevas,
sino de reabrir las plantas que están cerradas. La capacidad ociosa en la
Argentina es ridículamente alta.
Los sectores
productivos no encuentran los incentivos para movilizar la inversión. Mientras
esté latente el default, el valor de los activos argentinos con default es un
precio y sin default es otro.
Cuando se
entra en default, los activos valen un 30% menos que el valor actual. La
construcción cayó 13,6%. Es una caída fenomenal de un motor clave de la
economía que no es gran consumidor de dólares.
El Gobierno está
concentrado en la deuda; tiene el 90% de su energía ahí y está dejando de
actuar en otros sectores. Y eso es un error. La caída de la recaudación fiscal
–10 puntos menos porcentuales que la inflación– debería ser una importante
señal de alarma.
Si el Gobierno no
genera expectativas positivas ni confianza, todo lo demás seguirá atravesado
por la duda de la realidad. Y la realidad es que caen el empleo, el consumo y
la construcción. Para revertir eso, la gente tiene que pensar que mañana va a
estar mejor, entonces puede gastar en los rubros electrodomésticos o
textiles, que están en caída también.
Los idus
de marzo. En esta semana en que la llegada del coronavirus dejó
mal parado al Gobierno que, nadie sabe por qué, se empecinó durante varias
semanas en negar que la pandemia llegaría a estas orillas, han hecho irrupción
dos conflictos: uno, con el campo, por el aumento de las retenciones a la soja;
el otro, con la Iglesia, por el proyecto de ley de legalización del aborto.
Las bases
ruralistas están hoy marcando el paso de esta disputa con el Gobierno. Buena
parte de la dirigencia de la Mesa de Enlace pretendía mantener abiertos los
canales de diálogo con el Gobierno. Pero terminó prevaleciendo el mal humor de
los pequeños y medianos productores. Ese es un universo donde la presión
impositiva se siente con agobio.
Esta situación
representa un desafío para Alberto Fernández. ¿Tendrá la muñeca de la que
careció en 2008 para no regenerar aquel escenario de conflicto terminal que
tanto daño le hizo al país? Sus primeras declaraciones –“negociamos, pero ellos
siempre quieren ganar”, dijo– no han sido muy auspiciosas. Y si lo que viene
está impregnado del espíritu de dichos como el del amanuense de Cristina
Fernández de Kirchner, senador Oscar Parrilli –“nos
sentimos orgullosos de que nos ataquen”, expresó–, el resultado será el mismo de
aquel conflicto ocurrido por causa de la resolución 125, promulgada el 11 de
marzo de 2008.
Por su parte, la
Iglesia realiza hoy su primera manifestación masiva en contra del aborto. La
elección del lugar no es casual: la Basílica de Luján.
En la cúpula del
Episcopado hay un malestar creciente contra el Presidente. Se vive ahí un clima
denso. La iniciativa de AF ha sido tomada por varios de ellos como una traición
al papa Francisco. Y mucho más después de su gesto de asistir –el 5 de febrero
pasado– al encuentro de economistas en el que se sentó y habló en favor de la
Argentina ante Kristalina
Georgieva. Uno de los más enojados es el arzobispo de
La Plata, monseñor Manuel Víctor “Tucho” Fernández.
Monseñor
Fernández es un obispo del riñón de Francisco. “El hambre es un problema
gravísimo que requiere atención urgente. No había ninguna necesidad de sacar el
tema de la legalización del aborto con esta premura”, se le escuchó decir con
tono de inocultable disgusto.
Tanto es su
enfado que el lunes el arzobispo no asistió a escuchar el desvaído discurso que
pronunció el gobernador Axel
Kicillof ante la Asamblea Legislativa de la provincia de Buenos
Aires. No se perdió nada importante. Su ausencia, en cambio, habló.
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