Luego…
Alfonso Prat-Gay y el optimismo económico del
Gobierno. Foto: Cedoc
El optimismo y las expectativas positivas son una
gran herramienta económica del Gobierno. Pero “luego” le costará mantener ese
humor social si no logra construir un capitalismo verdaderamente competitivo.
“Ahora, está la
muletilla de que para resolver la inflación hay que aumentar la inversión. Eso
es cierto en el largo plazo pero es falso en el corto plazo, donde se da el
efecto contrario, porque para aumentar la inversión tenemos que comprar
ladrillos, máquinas, emplear a más gente, lo que crea más demanda a corto plazo
que después se transforma en oferta, pero luego”.
(Alfonso Prat-Gay, del reportaje largo de
Perfil en septiembre de 2007)
***
© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado
06/02/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
“Luego” es una
palabra clave para el gobierno de Macri. Luego de acordar con los holdouts
vendrá el crédito. Luego de regresado el crédito vendrán las inversiones. Luego
la economía volverá a crecer y luego el bienestar comenzará a sentirse.
La duración de
ese “luego” será fundamental para que el Gobierno logre ganar las elecciones
parlamentarias del año próximo. Aunque es probable que el macrismo no crea que
su suerte se juegue en las elecciones de medio turno de 2017, y eso haya
determinado la elección del camino gradualista para corregir la economía y no
un plan económico integral lanzado el primer día.
Es cierto que
Cristina Kirchner perdió las elecciones de 2009 y eso no le impidió en 2011
sacar el 54% de los votos para ganar rotundamente su reelección, pero en el
medio falleció su marido y difícilmente Macri atraviese un evento personal que
irradie tanto apoyo como una viudez femenina.
Más allá de la
duración de ese “luego”: ¿en el primer semestre se profundiza la recesión pero
en el segundo semestre acaba y se comienza a crecer? ¿O recién la economía
comenzará a crecer en 2017? Lo importante será que cuando llegue ese “luego” el
crecimiento sea en forma de verdadero desarrollo: autosustentable y
“derramando” hacia toda la población. Y no como sucedió en Perú cuando asumió
la presidencia Alejandro Toledo, quien encontró el país estancado y lo llevó a
tasas de crecimiento del PBI del 6% anual, pero la bonanza no se sentía en la
población.
La inversión es necesaria pero no suficiente para crear
desarrollo sustentable
La Argentina ya
tuvo un ciclo de alta inversión en la década del 90 y quedó demostrado que la
inversión es condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo. Macri y
mucho menos Prat-Gay, cuya visión de la economía está muy lejos de la de un
neoliberal que se sienta a esperar que el derrame produzca sus frutos, tiene
claro que un crecimiento basado en la exportación de materias primas que no
demande intensivamente mano de obra (como fue el caso de la minería en Perú) no
“derrama”.
Pero el peligro
es que se confíe en exceso en el ánimo del sector privado por competir después
de décadas de haberse acostumbrado a la cartelización y la aversión al riesgo.
Es lógico
esperar que el acuerdo con los holdouts y su consiguiente llegada del crédito
no sólo generen un posterior boom de inversiones sino que permitan reducir la
inflación porque parte del déficit fiscal actual no se siga financiando con
emisión monetaria (sino con deuda). Pero si la economía no creciera
sostenidamente, el déficit fiscal financiado con deuda se tornaría crónico y el
nuevo modelo económico, inviable. Por uno u otro camino la Argentina precisa
que el sector privado se torne competitivo tanto en el mercado interno como
para exportar algunas formas de valor agregado.
Y ése fue uno
(entre muchos otros) de los problemas de los 90: Cavallo creyó que la
cartelización era una enfermedad cultural del empresario argentino porque era
subdesarrollado y que lo corregiría llamando a empresas internacionales que no
tenían esas prácticas en sus países. Pero al llegar a la Argentina, en lugar de
competir, se cartelizaron con las empresas locales y todas apelaron al camino
del menor esfuerzo y riesgo.
En los países
desarrollados, las grandes empresas no se cartelizan (tanto) porque son
obligadas a competir con leyes antitrust y de defensa de la competencia. La
cartelización tampoco es una práctica empresaria característica de la Argentina
sino de todos los países no desarrollados (es una de las principales causas de
su no desarrollo). Los casos de corrupción que investiga la Justicia de Brasil
también ponen en evidencia la cartelización de las empresas de obra pública en
ese país.
Macri, a quien no podrían correr por derecha, podría
obligar a competir a los empresarios
Si Brasil quería
ser un jugador del comercio internacional en la escala de su tamaño, no podía
continuar con un empresariado no competitivo que basara su éxito capturando
renta no por innovación, mejores productos y servicios, o menores precios, sino
por la cartelización. Argentina tiene el mismo desafío.
Néstor Kirchner
creyó que podría disciplinar a los empresarios con palos y que los únicos
oligopolios aceptados serían aquellos donde participaba con su capitalismo de
amigos. Y empeoró aún más la situación cartelizando en muchos casos a los
sindicatos para profundizar la continua pérdida de competitividad de nuestra
economía. No hace falta ser un experto para darse cuenta de que, aun con el
dólar a 14 pesos, muchos productos y servicios en la Argentina siguen siendo
muy caros a nivel internacional y/o su relación calidad/precio hace que los
consumidores argentinos sean rehenes de la falta de competitividad del propio
sistema económico en el que producen.
El optimismo y
las expectativas positivas son una gran herramienta económica del Gobierno.
Pero “luego” le costará mantener ese humor social si no logra construir un
capitalismo verdaderamente competitivo. En Estados Unidos alguien que nació
rico y no podía ser corrido por derecha, como Teddy Roosevelt, creó hace cien
años las bases de un capitalismo competitivo con su famosa campaña
antimonopolios, que comenzó con un discurso de más de treinta páginas en el
Congreso. Macri, que también nació rico como Roosevelt y a quien no se podrá
acusar de estatista o antimercado, podría cambiar la historia del capitalismo
en la Argentina y ponerlo al servicio de todos los ciudadanos si fomenta la
competencia tanto o más que la inversión.
Si no lo hace,
su “luego” nunca llegará. O no llegará completamente.
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