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viernes, 7 de diciembre de 2012

TV y libros: un amor posible… De Alguna Manera...


TV y libros: un amor posible…

TV Y LIBROS. La permanencia de los programas de cultura.

Con rating escaso pero seguidores fieles, los ciclos de literatura en la televisión tienen continuidad desde hace 25 años. Los conductores de varios de estos ciclos analizan las claves del fenómeno.
Tienen un público que para la TV es escaso pero para la cultura es numeroso. Tienen seguidores que los acompañan por la programación del cable y de la televisión abierta. Tienen formatos tradicionales unos o incorporan códigos del lenguaje audiovisual otros. Los programas de literatura en la TV parecen estar inmunes ante los rigores del rating: desde Los siete locos de Cristina Mucci, que ya cumplió 25 años, hasta el reciente ciclo de cuatro clases magistrales que dictó por Canal 7 el escritor Ricardo Piglia, estas criaturas extrañas del mundo del espectáculo siguen siendo el deleite de una audiencia reducida pero fiel.

Escenas de la novela argentina fue una serie de cuatro programas, producidos por la TV Pública y la Biblioteca Nacional, que salieron al aire los sábados de septiembre. Piglia –de regreso al país tras su retiro como docente en Princeton– le dio un nuevo impulso a este género que ocupa un espacio en la TV desde mediados de los años 80. El escritor incorporó invitados, entrevistas, preguntas del público e imágenes de archivo que le dieron al ciclo una dinámica televisiva, sin dejar de ser una clase sobre literatura. (Ver: “Tenemos que hablar más de libros...”).

Los programas que se hicieron un espacio tienen nombre y apellido: además de Los siete locos , de Mucci, Ver para leer , Continuará y Disparos en la biblioteca , de Juan Sasturain; El refugio de la cultura y Otra trama , de Osvaldo Quiroga; El fantasma y Mujeres por hombres , de Silvia Hopenhayn; y Esta noche libros , de Gerardo Rozin, entre otros.

La calidad del programa más allá del formato es la apuesta del escritor y periodista Juan Sasturain: “Un programa de televisión tiene, antes que nada –como un libro o una película– la obligación de ser eso: un (buen) programa de televisión. Que se sostenga por sí mismo –sea atractivo, el público lo vea y se interese por su forma y realización– más allá de los ocasionales contenidos: la cocina, la entrevista, el fútbol, el concurso de baile, la ficción, el humor, la política, la salud, la música, los libros (o la literatura y los escritores) como en este caso. Todos los formatos son válidos: sólo hay que hacerlos bien”.

Sasturain, quien confiesa que comenzó a hacer tele “a los 60 años largos” señala que: “El caso de Ver para leer puede ser ejemplar. Fue una idea de Claudio Villarruel que desarrollaron Federico Huber (director) y Sonia Jalfin (productora y coguionista) antes de invitarme a escribir y conducir. Y una de las claves para que funcionara está, creo, en la adecuación entre el producto/programa y el medio: Telefé era y es un canal comercial, muy popular, de audiencia masiva y Ver para leer, nunca lo olvidó. Viajaba ‘chupado’ los domingos a la noche, muy tarde, detrás de Susana o de Gran Hermano, que le dejaban la pantalla caliente”.

La pionera de la tele en programas de cultura, Cristina Mucci, recuerda sus comienzos: “Jamás había trabajado en la tele, fue una audacia. Nosotros comenzamos en el 87, fue el primer programa desde el regreso de la democracia. En los 60 hubo algo, pero había quedado muy atrás. Al principio del gobierno de Alfonsín había una riqueza cultural extraordinaria. Yo hacía la página de Cultura en el diario La Razón, de Jacobo Timerman, cuando él volvió al país en el 84, y ahí surgió esta idea de llevar el tema a la tele. El modelo que había era el programa francés Apostrophes. Entonces yo fui a la Embajada de Francia y me dejaron ver algunos tapes”.

El ciclo que recuerda Mucci es, tal vez, el más emblemático del género. Conducido por Bernard Pivot durante 15 años, entre 1975 y 1990, tenía un efecto inmediato en su audiencia: después de la emisión de los viernes, las librerías francesas vendían los sábados los libros que Pivot bendecía al aire. Las causas de su éxito se remiten, según los críticos, a su pasión por la lectura, a su amor al medio televisivo, a ser insobornable en sus elecciones, y a la humildad de considerarse tan sólo “un intérprete de la curiosidad pública”.

Las emisiones históricas de este ciclo también tienen sus anécdotas: desde la más escandalosa, la de Charles Bukowski, borracho, manoteando a una sorprendida dama de las letras francesas, hasta la entrevista a Vladimir Nabokov, la favorita de Pivot.

“Después cerró La Razón y me quedé sin trabajo -recuerda Mucci- y entonces puse mi energía en tratar de hacer el programa. Félix Luna me contactó con Canal 13, que era estatal, y presenté el proyecto. Cuando me dijeron que lo hacíamos, ahí me dio terror. Entonces lo llamé a Tomás Eloy Martínez, quien además de su gran cultura tenía experiencia, ya que había trabajado en los comienzos de Telenoche, con Mónica y Andrés Percivale.” “Con Los siete locos nunca arrasamos con los rating –agrega– pero siempre tuvimos una buena audiencia, de alrededor de un punto, unas cien mil personas sólo en Capital y Gran Buenos Aires. Tampoco hay que aspirar a mucho más, si pensamos que de algunos libros se venden mil ejemplares”. Hablar de temas de la cultura y no ir al ritmo de los lanzamientos es la receta que Mucci aplica para su ciclo: “Yo genero temas, tampoco tenés que ir atrás de la industria editorial; hay que tener independencia económica. Por eso estos programas son para la TV pública, es el lugar indicado, porque no es un canal comercial”.

Después de canal 13, Mucci fue convocada para ATC junto a Carlos Ulanovsky, y durante los noventa estuvo en Canal á. “Ya hace 11 años que estamos de nuevo en Canal 7, salvo un breve sobresalto en 2004 cuando levantaron el programa –a Quiroga y a mí–, pero tuvimos tanto apoyo de escritores, colegas y público que nos volvieron a poner a la semana”.

Además de Apostrophes , el otro programa emblemático que comenzó en los años 70 fue A fondo , del español Joaquín Soler Serrano, que salió al aire entre 1976 y 1981 por Televisión Española. Pasaron por el ciclo personajes de la talla de Borges, Cortázar, Rulfo, Onetti, Puig, Alberti, Donoso y Vargas Llosa.

En uno de esos programas (el ciclo puede verse en YouTube y recientemente lo transmitió Encuentro), Borges confesó cómo se las arreglaba para convivir con su ceguera. “El hecho es que ya me he acostumbrado a la soledad, y yo sé que tengo que poblarla de fantasmas, de cuentos, de fábulas, de poemas”, le dijo al periodista.

Soler Serrano era un especialista en indagar en los detalles menos conocidos pero relevantes de los escritores. El ciclo se limitaba a una charla con el entrevistado, con una destreza asombrosa para mantener la conversación durante una hora o más, y un conocimiento exhaustivo de su obra. Al punto que Cortázar le dijo: “Estás muy bien informado, realmente, yo no sé por qué estoy aquí”.

Para Osvaldo Quiroga, “la forma de abordar la literatura en televisión (El Refugio tiene 18 años en el aire, 12 en la TV Pública, y ahora se llama Otra trama) parte de la premisa de generar un puente entre el libro y el televidente. En mi caso, siempre traté de despertar el interés por el contenido del libro y por las formas literarias que despliega. En mi vida la mayor satisfacción que he tenido es la gente que me dice que empezó a leer por el programa. Con eso solo ya estoy hecho”.

Pero, además, El Refugio es un programa de radio. “Yo trato de potenciar la radio con la televisión –comenta Quiroga–; también creo que es fundamental apostar siempre a la excelencia, cueste lo que cueste. Pero la relación del público de la TV con la cultura es despareja. En mi opinión, la oferta de televisión de pésima calidad es altísima, pero también hay opciones, como las que ofrece la televisión pública y el cable. También creo que son muy buenas las ficciones que por suerte comienzan a ofrecerse en casi todos los canales. La producción cultural argentina es extraordinaria. Y la de las letras ha sido siempre admirable”.

“Para mí –concluye– el mejor programa de libros fue Apostrophes.

¿Sabés por qué? Porque el conductor leía doce horas por día. No se puede hacer un programa así si no amás la lectura y si no dejás los ojos en los libros. La cultura no es aburrida ni está destinada a señoras que no tienen nada que hacer. La cultura es un ejercicio de erotismo permanente”.
© Escrito por Silvana Boschi y publicado por la Revista Ñ de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a los 7 días del mes de Diciembre de 2012.