Tragedia y locura…
LA PRESIDENTA, frente al dilema de tener que elegir entre profundizar
el modelo o corregirlo.
Tras el 8N, hay dos posibilidades: el Gobierno corrige el
rumbo o lo profundiza. Elige cuáles deseos mantener y cuáles abandonar, o sigue
yendo por todos. Se trata de una opción porque uno de los dos caminos tiene
muchos más riesgos y contiene verdadero peligro. Si no, todos querrían siempre
ir por todo. El dilema reside en que, independientemente de cuál sea la
decisión, siempre tendrá remordimientos por no haber optado por la otra
elección.
La tragedia es el género especializado en situaciones en las
que el agente tiene que elegir entre dos alternativas, ninguna carente de
males, en conflicto ético, incompatibles entre sí y ante las cuales el
protagonista se rebela. Martha Nussbaum, en su libro La fragilidad del bien:
fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega, escribió que es
característica de la tragedia “mostrar la lucha entre la ambición de trascender
lo meramente humano y el reconocimiento de la ruina que ello acarrea”.
El ejemplo de Aristóteles era el del capitán de un barco
que, para salvar a su tripulación en una tormenta, debía tirar el cargamento al
mar. Pero si quería llegar a puerto con todo, emergía la tragedia. En nuestro
caso, lo que la Presidenta debería enviar al fondo del mar, si deseara que la
nave de su economía llegue sin mayores riesgos a 2015, sería el relato, porque
le será cada vez más difícil continuar con inflación creciente, retraso
cambiario, subsidios y déficit. Y en el camino puede producir una tormenta
perfecta.
Pero, para ciertas personas, la vida sólo es completa cuando
se la vive como si fuera obra de arte, pretendiendo unir lo sublime y lo
profano. Nietzsche creía que “el gran estilo” era lo que unía la voluntad de
poder con el arte, entendido como exceso, transgresión, transformación, energía,
“la economía a lo grande” y el encuentro con la vida. Para Nietzsche, “el gran
estilo” era la tragedia, “el amor por las cosas problemáticas y terribles”. Lo
sublime identificado con la “domesticación de lo trágico” y la
instrumentalización de lo enigmático.
Para el romanticismo no hay verdad sin estilo, ni estilo sin
verdad. Y Nietzsche hablaba del fin de la retórica y el comienzo de la
estética.
Así pensado, en muchas locuras no habría una caída del mundo
inteligible al sensible sino lo contrario, un ascenso, porque sólo con la
liberación de las pasiones se accedería al conocimiento, y sólo el furor divino
permitiría alcanzar el saber del nivel superior.
“El hombre siente placer cuando actúa conforme al fin que ha
suscitado su acción, la conformidad con el fin se manifiesta bajo la forma de
belleza, bello es aquello que siendo perfecto implica una acción virtuosa”,
escribe el profesor de Estética de la Universidad de Turín, Sergio Givone en su
Historia de la estética.
Si lo sublime es la tragedia, ¿será más majestuoso quedar en
la historia como la mujer que no cambió sus convicciones, o lo será ser
re-reelegida si para ello tiene que moderar sus proposiciones? Entonces,
¿preferirá un escenario donde los kirchneristas se hagan más kirchneristas y los
antikirchneristas se hagan más antikirchneristas? ¿Preferirá la fábula
verdadera y una inagotable producción de significados antes que abandonar
teorías derrotadas tras experimentos falseadores? Y si la economía se fuera de
control antes de 2015, ¿preferirá una inflación del 50% anual y una brecha
cambiaria del ciento por ciento antes que aplicar otro plan económico?
Martha Nussbaum, en su libro sobre la tragedia, escribió que
“la particular belleza de la excelencia humana reside justamente en su vulnerabilidad”,
el héroe siempre tiene un “esplendor fugaz” y una “frescura húmeda”. Ulises
prefiere el amor mortal de una mujer destinada a envejecer al esplendor
perpetuo de la hija de Atlas. “Limitando el intento de desterrar la
contingencia de la vida humana –sigue Nussbaum– hubo siempre un vívido sentido
de la especial belleza que atesora lo contingente y mudable, un amor al riesgo
y la vulnerabilidad de la humanidad que se expresa en numerosos relatos sobre
dioses enamorados de mortales”.
¿Soñará Cristina Kirchner con enamorar al destino? ¿Soñará
con ser ella misma Odisea? Los 200 funcionarios que la aplauden de pie cada vez
más sobreactuadamente (haciéndole mal) son la esperanza de que la Presidenta no
se extravíe en el goce de lo sublime que alimente la tragedia para no quedarse
ellos sin trabajo.
Ojalá que el género que practique el kirchnerismo siga
siendo la comedia.
© Escrito por Jorge
Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires el sábado 17 de Noviembre de 2012.