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sábado, 29 de mayo de 2021

Hospital Regional Zona Sur de la Ciudad de Rosario. Obra inconclusa... @dealgunamaneraok...

 Rosario: el Hospital Regional Zona Sur cumple diez años de abandono en plena crisis sanitaria...

Hospital Regional Zona Sur de la Ciudad de Rosario. Si bien en 2011 Binner comenzó con el ambicioso proyecto, sus sucesores gobernadores socialistas, Antonio Bonfatti y el reciente fallecido Miguel Lifshitz, no lo continuaron.

Enclavado en el barrio Las Flores, el inmenso edifico vacío es una postal del desamparo cuando la ciudad no tiene camas para atender a pacientes de Covid-19. 


© Escrito por Santiago Baraldi, el jueves 27/05/2021 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.   

Hace diez años se comenzaba a levantar en Rosario el Hospital Regional Zona Sur, sobre la Av. Circunvalación y San Martín, anhelo del ex gobernador Hermes Binner, con una inversión inicial de 200 millones de pesos. Emplazado en el corazón del barrio Las Flores, una década después, es un elefante blanco, un esqueleto de cemento, un desatino para la política socialista que hizo de la salud pública su bandera. 

Hoy, con hospitales y sanatorios con camas saturadas y traslado de enfermos a otras localidades debido a la pandemia de Covid-19, la provincia de Santa Fe no tiene proyectado para este año retomar las obras, estimadas en 4 mil millones de pesos, unas 20 veces más de lo contemplado en su inversión original. 

Si bien en 2011 Binner comenzó con el ambicioso proyecto, sus sucesores gobernadores socialistas, Antonio Bonfatti y el reciente fallecido Miguel Lifshitz, no lo continuaron y se dieron prioridad a obras de infraestructura cultural como el Museo del Deporte y el Acuario del río Paraná. Se apostó a una decisión urbanística para dejar de lado algo que el socialismo vendió muy bien: la salud pública.  

El anhelado Hospital Zona Sur, de 40 mil metros cuadrados, pensado para más de 200 camas, --64 de ellas para obstetricia-- quedó trunco. Diez años después esa postal del abandono y desidia ameritó un pedido de informes de la concejal rosarina Germana Figueroa Casas para que el gobierno de Omar Perotti responda si la provincia retomará las obras y de qué manera. “Busqué en el presupuesto de este año y en las licitaciones de la provincia y no encontré nada”. afirmó la edil del interbloque Juntos por el Cambio.



“El gobierno de la provincia anunció en octubre 2020 que buscaría financiamiento externo para hacer frente a los más de 3.000 millones de pesos que demanda su terminación y, simultáneamente, apuntó la posibilidad de la realización por etapas o ‘bloques terminados’, comenzando por la guardia adaptada para la atención de casos en el marco de la pandemia del Covid 19. Desde la actual gestión de salud provincial anunciaron que el llamado a licitación para la construcción de este bloque se concretará antes de fin de año. Por lo que estuve revisando no hay nada de nada”, explicó Figueroa Casas.

 

En tanto, desde la provincia, la ministra de Infraestructura, Silvina Frana dijo a Perfil que “cuando comenzó la pandemia fuimos a ver en qué estado se encontraba el Hospital. Nos encontramos con una estructura de cemento, pero nada más. Ni siquiera tenía pisos. No tiene las instalaciones básicas de electricidad, agua, gas y cloacas. Pero lo tuvimos que descartar para hacer frente a la pandemia porque demandaba una inversión y tiempo que de ninguna manera iba a dar respuestas a las necesidades inmediatas".


"La idea del gobernador Perotti es trabajar el proyecto por etapas y hoy tenemos que explorar distintas fuentes de financiamiento para encarar esas etapas, ver de qué manera se empieza a completar y debido al contexto y al momento histórico que atravesamos, nosotros trabajamos sobre la construcción de otros servicios de salud y el fortalecimiento de otros ya existentes. Cuando se vuelva a la normalidad nos vamos a encontrar con otro escenario y otras demandas", agregó la ministra.  

"En estos momentos hay un sector que está trabajando en el análisis del proyecto original y establecer etapas, que algunas serán financiados por la provincia y otras con financiamiento nacional e internacional", explicó. 

En el pedido de informes del interbloque de Juntos por el Cambio aseguran que la secretaria de Arquitectura y Obras Públicas de la provincia, Leticia Battaglia manifestó que: “La idea es continuar la obra, de hecho, estamos armando un pliego licitatorio, para ver si logramos financiación exterior. Se está trabajando en el armado de un pliego para una guardia médica de 3.600 metros cuadrados, que abarca uno de los bloques del edificio. 

El inmueble consta de cinco bloques y la idea es en uno de ellos construir una guardia médica, de Unidad de Terapia Intensiva y con atención de Covid-19, con la intención de licitar la obra este año, con un presupuesto de 400 millones de pesos, previsto en el Presupuesto 2021”. Sin embargo, Figueroa Casas asegura que “revisé el presupuesto de obras para este año y las licitaciones y no encontré nada. Esta es una obra que comenzó en 2011 y que ahora nos digan que no hay nada hecho, es muy preocupante. Además, con la ilusión que el año pasado habían dicho que algo se podía hacer con la obra, ahora dicen que van a llamar a licitación y no lo hacen. Hubo un año para planificar y no se ha podido aumentar la cantidad de camas en Rosario, la verdad que es lamentable haber perdido esta oportunidad y que ahora tengamos un inmueble enorme, vacío y sin utilidad". 

sb / ds




 

domingo, 10 de enero de 2021

Hermes Binner. Un socialista más, pero no uno cualquiera… @dealgunamanera...

 Un socialista más, pero no uno cualquiera…


En la historia más que centenaria del socialismo argentino, Hermes Binner ocupará algunas de sus páginas más importantes. Reflexionar sobre su impronta y su legado es, al mismo tiempo, una manera de pensar el futuro del socialismo. 

© Escrito por Mariano Schuster y Fernando Manuel Suárez el  domingo 28/06/2020 y publicado por el Periódico Digital La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de los Buenos Aires, República de los Argentinos.




En aquellos viejos debates –esos que alumbraban al socialismo de principios del siglo XX– hubo unos que, hartos ya de todo, levantaron la mano, o el puño, según se quiera. Una mano que, desde el fondo, se alzaba como diciendo: “Muchachas, muchachos: ya tenemos el socialismo teórico, lo que falta es el socialismo práctico”. Ya habían escrito Lassalle y Marx, ya habían hablado Owen y Fourier, ya habían dicho lo suyo los socialistas cristianos, ya estaban blandiendo sus ideas las sufragistas de la izquierda. Había, como dijo una vez Karl Liebknecht, que “estudiar, que organizar y que difundir”. Pero también había que gobernar. La política se hace, sobre todo,  cuando se hace política. Con otros y, sobre todo, para otros.

 

Es cierto: se debatía más, se pensaba más, se militaba mejor. La bandera roja flameaba por igual en partidos que incorporaban todo: trabajadores y clases medias, socialistas liberales y socialistas marxistas, progresistas evolucionistas e imaginadores utópicos que creían que, por fin, un día, llegarían a esa tierra prometida. El socialismo plural no quería ser la expresión de la izquierda: el socialismo era la expresión de la izquierda. De esa izquierda que, como sabemos, iba a dividirse pero no para reproducirse: a veces, simplemente para dividirse. Como si su hora siempre fuera un “más tarde”, en unos cinco minutos que cada vez se alejaban un poco más. Hasta que, por fin, llegaban.

 

Había, como dijo una vez Karl Liebknecht, que “estudiar, que organizar y que difundir”. Pero también había que gobernar. La política se hace, sobre todo,  cuando se hace política. Con otros y, sobre todo, para otros.

 

Los nombres de Jaurés, Lassalle, Prampolini, Labriola y Keir Hardie, convivían mejor entonces. Quizás por eso hoy ya casi nadie sabe quiénes eran. Los socialistas argentinos los habían traído acá, de la mano de La Vanguardia, antes incluso que del Partido Socialista. Porque como todo socialismo, el argentino también fue primero teórico y después “práctico”. Primero el diario, las ideas, la difusión. Después la organización. De la mezcla entre los debates de los más celebérrimos dirigentes –el de Justo con Ferri sobre la posibilidad de un socialismo que fuera a la vez rojo y argentino– y las luchas del incipiente proletariado, con más necesidades que veleidades, nació un partido, que aspiraba a ser el de toda la clase obrera. Pero no mucho tiempo después: apenas un poco.


 

Las modulaciones de la historia argentina, lo sabemos, fueron las que fueron. Las de un Partido Socialista potente y modernizador –no solo igualador social, sino progresista, en el sentido más lineal y evolucionista de la idea de progreso– que iba a perder su predominio obrero (hasta entonces compartido con comunistas y anarquistas) con esa fuerza poderosa que es el peronismo. Antes, sin embargo, hubo una historia. La cantaleta de siempre, la que nos sabemos todos: la organización obrera, las ocho horas, la lucha por la igualdad de género, el combate por el sufragio femenino. Pero también algo más. Algo que se diluyó en el discurso oficial –vaya a saber uno por qué–: una promoción incansable de la solidaridad comunitaria, desde la raíz y codo a codo, que se expresaba en las Casas del Pueblo, verdaderas usinas culturales en las que el ascenso social se fomentaba, también, a través de la movilidad cultural. 


El socialismo que era tanguero y arrabalero, a la vez que pretenciosamente operístico. Ateneos Obreros en los que los obreros aprendían a leer, pero también a divertirse. Lugares donde era tan importante desentrañar la propia opresión, que anidaba en la condición de clase, como liberarse de ella, a través de los derechos laborales, sí, pero también a través del ocio, la camaradería fraterna y el descanso lúdico.

 

Pero la historia nuestra es, lo sabemos, más dialéctica de lo que imaginaban los mismos socialistas –y de lo que proclaman hoy muchos de los que se hacen cargo de esa palabra–. La dialéctica –que en realidad se lleva mal con la idea lineal de progreso– también puede dejarte al costado del camino. Y algo así pasó: porque en la historia hay que saber ubicarse, saber pararse, saber dónde estar. Pero no: a veces no se sabe, no se puede, no se consigue.

 

Los argentinos tenemos una historia particular, pero no más particular que otras. Quizás sea ese, justamente, un rasgo de nuestra peculiaridad: creer que somos más peculiares de lo que realmente somos. El péndulo que nos lleva a creer, un día o por un lado, que somos el mejor país del mundo, y otro día o por otro lado, que somos un país de mierda. Y no: somos el país que somos. 1945 no fue el fin de la historia socialista, apenas un parteaguas. Un momento de división en mil pedazos, de una historia de errores y horrores, pero también de aciertos y pequeñas épicas. Los ignorantes por voluntad –que al final son los que mandan– cuentan una historia en la que no cabe ninguna otra cosa que un socialismo antiperonista, como antes, cuando el socialismo luchaba por los derechos sociales de los postergados, se le acusaba –lisa y llanamente– de antiradical. Y no: ni una ni la otra. O más bien: la una pero también la otra y la de más allá. 1945 fue, es cierto, el año en el que el socialismo quiso honrar su historia riñéndose con ella.  


Era un socialismo en plural, pero atravesado por la discordia y el resentimiento, y un reproche silente, y tal vez injusto, por no haber estado a la altura de la historia. La fractura se manifestaba en hitos y referentes, en valores y proyectos, el pasado común pesaba menos que las diferencias póstumas. 


Los socialistas más liberales se reconocían en Repetto y admiraban con culpa a Ghioldi, los más latinoamericanistas podían blandir a Palacios o a Ingenieros, las feministas encontraban en Alicia Moreau su referente, los más nacionalistas apelaban a Ugarte y miraban de reojo a Puiggrós y a Ramos. Hubo socialistas con Perón como luego los hubo con Alfonsín, los hubo revolucionarios y los hubo claudicantes, adentro y afuera de los partidos hubo socialistas, una gran familia dispersa que, incluso con rencores viejos y miradas esquivas, esperaba el día para volver a reunirse en torno a una mesa. 


No había, como dicen sus detractores, un Partido Socialista: había una miríada de nuevos partidos nacidos bajo las más diversas premisas que habitaban ya en el viejo. La historia mal juzgada refleja más al que hace el juicio que a aquel al que sienta en el banquillo de los acusados.


 

El desacuerdo, mutado en llana antipatía, había dejado ese rico legado mutilado en mil pedazos. Quizá, sin quererlo ni esperarlo, sin predicar ni adoctrinar, fue Binner quien vino a intentar suturar esos años de incomprensión y debates estériles. Un político que, a priori, no parecía tan interesado en esos debates como aquellos viejos compañeros, pero que, a diferencia de ellos, tenía los dos pies en la política. La política que reconcilia las ideas a través de la práctica concreta. 


La política que cambia las cosas. El socialismo se peleaba con su historia, al punto que parecía no querer hacer ninguna. A veces, se necesitan otros hombres para poder volver no a las fuentes teóricas, sino a las prácticas: hacer política y ya.

 

Por ello, la figura de Hermes Binner es difícil de ubicar en esa historia. Porque se reconocía en ella y en su linaje, pero, a la vez, la protagonizó con un sello muy propio. El antiguo PS –dividido entre antiperonistas, no-peronistas, filo-peronizados e izquierdizantes– que había dado cuadros a la derecha y a las organizaciones revolucionarias. El amor incondicional a Alfredo Palacios, ese personaje icónico por su bigote y su “atiende gratis a los pobres”, pero también por su socialismo irreductible y su criollismo, de poncho y pistola, que tanto incomodaba a propios y extraños. 


Binner también fue hijo dilecto de ese nuevo socialismo popular que, de la mano de Estévez Boero, llamaba a votar Perón-Perón mientras reivindicaba a Mao. Que en el 83 coqueteaba con Lúder desde un enfoque “argentino y socialista” para finalmente presentarse en solitario y terminar, en los albores del tiempo alfonsinista, reivindicando la democracia ya no como “vía al socialismo”, sino como la única forma deseable de éste. Y, finalmente, el reencuentro difícil con esos otros compañeros socialistas que en alguna bifurcación de la historia habían optado por un camino diferente. 


La unidad se volvió condición y objetivo de ese socialismo en clave democrática, que volvía a reconocerse en el legado de Justo, pero que también estaba obligado a hacer un ajuste de cuentas con su historia, sin flagelarse pero sin hacerse concesiones a sí mismo. Una evolución teórica que era, también, una evolución práctica. El socialismo había sido confinado a pocos distritos metropolitanos, en los que representaba a clases medias urbanas con ideas de izquierda progresista. Debía asumir, sin olvidarse de los más humildes, que ese nuevo socialismo iba a ser de ciudadanos y ciudadanas, con la democracia como condición y la participación como imperativo.

 

La unidad se volvió condición y objetivo de ese socialismo en clave democrática, que volvía a reconocerse en el legado de Justo, pero que también estaba obligado a hacer un ajuste de cuentas con su historia, sin flagelarse pero sin hacerse concesiones a sí mismo. Una evolución teórica que era, también, una evolución práctica.

 

Binner siempre pareció cabalgar sobre la idea del “socialismo unido” que tanto desvelaba a su mentor, el del retrato que lo acompañó a la Casa Gris: Guillermo Estévez Boero. Una idea que, en el propio PS, se tradujo en el concepto de síntesis, una síntesis difícil, sembrada sobre desconfianzas pretéritas y la creencia genuina en el diálogo fraterno. El debate no era, sin embargo, meramente ideológico. 


El socialismo tenía que volver a reconstruirse desde el territorio, con su gente y de sol a sol. Además de algunas otras ciudades, donde el viejo prestigio batallaba por no ser ya un mero recuerdo o una antigualla del pasado, Rosario fue “la tierra elegida”. El territorio donde el Movimiento Nacional Reformista había dado sus primeros pasos y donde el PSP había construido su casa. Tierra donde Estévez Boero había sembrado su semilla junto a Ernesto Jaimovich, Héctor Cavallero y Juan Carlos Zabalza. Donde Binner hizo sus primeras armas y, junto a él, otros cientos de compañeras y compañeros.


 

El declive del alfonsinismo y un peronismo escorado hacia la derecha con Menem (que se llevó con sus cantos de sirena a Héctor Cavallero, uno de los mejores de ese PSP en vías de madurez), encontró a Binner en el centro de la escena. Quizá sin esperarlo, pero con el deber de asumir la responsabilidad. Fue allí donde Binner se recibió como dirigente, con otra visibilidad y otros compromisos. Fue ideólogo y mentor de un nuevo armado progresista, con viejos aliados y nuevos compañeros de ruta, con el desafío de ampliar sin perder en el camino la esencia del proyecto de transformación. A la democracia y la igualdad se sumaba otro santo y seña del socialismo a la Binner (y a la Estévez Boero, por qué no): el pluralismo. La de construir con muchos, con los que tenemos montones de acuerdos y con los que tenemos unos pocos. 


Dialogar con los que piensan como nosotros pero, sobre todo, con los que piensan distinto. Porque la democracia es de todos y con todos. Esos procesos trajeron tensiones, alianzas incómodas y decisiones difíciles. Porque las convicciones y las responsabilidades no siempre se llevan bien, porque hay que elegir, y las elecciones llevan costos.

 

La gestión binnerista trazaba la reconstrucción del espacio socialista desde el territorio de lo local: primero Rosario, después Santa Fe. Las críticas por izquierda y por derecha arreciaban, pero había un diferencial: Binner le había aportado al socialismo algo de lo que había carecido en esas esferas y en esos años. Su socialismo era uno que no pretendía mostrar que era “racional” o “centrado” ni tampoco “más de izquierda”, era lo que era, en los hechos concretos. 


Un socialismo –y esto podría traer problemas luego, pero era correcto en tiempo y espacio– que solo tenía que mostrar algo: su capacidad de gobernar la cosa pública. Un socialismo capaz de armar presupuestos, un socialismo capaz de pensar con un esquema democrático de lo público, pero también de ponerlo en marcha. La obra en salud fue parte de ese plan: de la puesta en valor de un sistema integral, concebido desde una perspectiva ideológica y, al mismo tiempo, con una irreprochable solvencia técnica. 


La reconciliación entre la ideología y la técnica en un marco de la democracia, con acuerdos y desacuerdos, es eso que se llama política. Los que pensaban, y reprochaban, al socialismo que debía ser “más de izquierda” y los que pensaban que tenía que ser “más técnico” o centrista caían siempre ahí: en Binner. Un gestor de la síntesis, de los equilibrios que parecían imposibles. El mismo que recibía institucionalmente a las Madres y a las Abuelas –cuando buena parte de la política institucional les daba la espalda– o que iba a debatir a las asambleas barriales de 2001 siendo Intendente de Rosario –y habiendo roto, consecuentemente, mucho más temprano de lo que se dice, con la ALIANZA– era el que trazaba los planos, junto a un equipo formado, de una salud, una cultura y una educación que ponían lo público en el centro, pero sin perder de vista las exigencias de la calidad y la eficiencia. Porque la derecha siempre encuentra ese flanco: el de los fríos números. La ideología socialista es abierta, pero los números son cerrados. O cierran o no cierran.

 

Es así que el nombre de Binner es indisociable del de la gestión, contraviniendo ese mantra que, contra los Bronzini y los Arrighi, repetía que los socialistas no sabían, no podían o no querían gobernar. El socialismo entonces se propuso construir organización para transformar la realidad. En ese camino, tuvo que aprender a competir y ganar elecciones, a lidiar con la complejidad de lo público, a poner al Estado al lado del ciudadano. Binner supo ser todo eso. El candidato que atraía las simpatías del electorado, el gestor eficiente e innovador, el gobernante que podía caminar junto al vecino y, más aún, mirarlo de frente.


 

Lo nacional, claro, fue otro terreno. La gestión local no es similar a la nacional y el socialismo intentó esta última con las herramientas aprendidas en el terruño: pero eran diferentes. Debió terciar en una grieta que le costaba y le resultaba absurda: el socialismo apoyaba las principales políticas sociales del kirchnerismo, pero los sectores “más radicalizados” de éste le daban la espalda (cuando no lo atacaban de manera flagrante). Defendía, a la vez, la democracia pluralista y el republicanismo, a veces coqueteando con sectores de nuestra curiosa derecha vernácula, y su límite fue Macri, al que nunca aceptó como representante del liberalismo argentino ni quiso abrazar como la única alternativa posible. Porque incluso el más pluralista tiene sus límites, modulados por convicciones ideológicas que nunca son vencidas del todo por el pragmatismo necesario para sobrevivir en política.

 

Binner supo ser todo eso. El candidato que atraía las simpatías del electorado, el gestor eficiente e innovador, el gobernante que podía caminar junto al vecino y, más aún, mirarlo de frente.

 

Los socialistas soñaron con un Estado Social, con poder conciliar libertad e igualdad, que muchas veces se piensa como una suma, otras como un oxímoron y la mayoría de las veces como una tensión que hay que atravesar mediante el arte de la política. Esa pretensión, loable sin dudas, entró en colisión con la dinámica política argentina, de identidades fuertes y lealtades fluidas. La solución santafesina, que tantos réditos dio, era difícil de ser replicada a nivel nacional e incluso, en ocasiones, se volvió un lastre. 


No era un problema de Binner: era un problema de lógica pura. De una posición que, para crecer, precisaba alianzas, pero que, para sostener su identidad, no podía ser subsumida por ninguna de ellas. Muchas veces se ha escuchado: “el socialismo debe estar con nosotros, somos los verdaderos progresistas”, o “el socialismo debe apostar a los sectores antipopulistas”. 


Lo cierto es que el socialismo, para sostener su organización en un país que no se maneja según sus criterios, tuvo que improvisar en un escenario cada vez más estrecho para las innovaciones y las alternativas heterodoxas. Lo intentó, nadie puede decir que no. Logró la respetabilidad local y no ser subsumido en ninguno de los sectores mayoritarios. 


La supervivencia puede llegar a ser un valor, que quizá parezca módico, pero lo es menos cuando vemos el tendal de fuerzas políticas que han quedado en el camino y de las que ya apenas guardamos un recuerdo. Pero cuidado: también eso hizo al socialismo más vulnerable. La vulnerabilidad, huelga decirlo, solo se supera creciendo. Binner lo hizo crecer, seguramente más que ningún otro.

 

Binner fue un dirigente mayor de la gestión local y provincial, pero cuya incursión en la política nacional quedó como una promesa trunca, que despertó esperanzas pero tuvo sus límites. No es que la política nacional le quedara grande –no hay que olvidar que ningún socialista obtuvo jamás más votos en una elección nacional–, sino que representó un desafío que quizá le llegó demasiado tarde y con demasiados obstáculos. 


Binner prefirió evitar los atajos, ni las ofertas circunstanciales, prefirió el camino largo y la construcción parsimoniosa. Pero, lamentablemente, a veces los tiempos de la política, las organizaciones y los dirigentes no coinciden. Lo que había resultado una fórmula exitosa en Santa Fe no pudo replicarse a nivel nacional, las frustraciones fueron equivalentes a las expectativas, y el desgaste enorme. 


La política nacional manejaba con criterios distintos a los que se verifican en los territorios a los que el socialismo se había acostumbrado, el salto no solo debía ser cuantitativo sino también cualitativo. Quizá el crecimiento y la caída en el espacio nacional fue más un efecto, y un defecto, del propio crecimiento que una muestra de la “imposibilidad” que algunos sectores pretenden achacarle al socialismo. Quizá sea demasiado pronto para balances justos, pero lo logrado no debe ser desdeñado ni despreciado. Pero no como una medalla para colgarse, sino como una experiencia de la que aprender, con sus méritos y sus límites.


 

A partir de esa idea se montó esa casa común que fue el progresismo, que tuvo residentes permanentes, visitantes ilustres y vecinos incómodos. De las promesas incumplidas del FREPASO hasta la fallida transversalidad (que dejó a otros socialistas en el camino), pasando por ese FAP que tantas alegrías dio y tan efímero resultó. Pero ese progresismo, a pesar de los vaivenes, estableció cimientos para una posición que lo excede y que es, aunque minoritaria, fuertemente representativa: la de un acuerdo sobre la igualdad, la participación y la transparencia que resulta irrenunciable. Que quizá no supo lidiar con las urgencias de los tiempos que corren, entre un populismo que despierta pasiones (también dentro del propio socialismo) y una grieta que sembró discordias (otra vez, también dentro del propio socialismo).  


Quizás esa “síntesis” porosa era también un logro: la demostración de que hablar con todos no era signo de debilidad o de claudicación. La “avenida del medio” –presentada por sus detractores “de izquierda” como centrismo y por sus adversarios de derecha como una claudicación ante los “otros progresismos”– era, en realidad, una vía propia. La vía que cree que es más útil levantar puentes que tirarlos. Porque lo construido deja una huella indeleble. Los escombros, en cambio, no dejan nada.

 

La presencia de Binner fue, para muchos, algo más que esto. Fue también la de un hombre honrado, que vivía como pregonaba, y que no dejaba de decirle a sus compañeros que, en el camino, muchos pueden confundirse y torcerse por dinero o por poder. Un discurso que los cínicos de escritorio siempre ridiculizaron, porque los cínicos de escritorio tienen poco que ver con esa vieja cultura de izquierda. La austeridad –una vieja palabra que la derecha pretende ahora disputar– no era lo contrario del goce. 


Tampoco de un socialismo que pensara en el disfrute: era la condición necesaria para saber que es preciso pararse en el “lugar de los comunes”.


Quizá Binner no fue el intendente que Rosario soñó, pero fue el intendente que la animó a soñar. Quizá Binner no fue el gobernador que Santa Fe imaginaba, pero fue el que quiso imaginar una provincia distinta. Quizá Binner no fue el líder que los socialistas buscaban, pero fue, por sobre todo las cosas, el líder que necesitaban.

 



Binner fue un líder atípico, peculiar, sin grandilocuencia ni ampulosidades. Más de los hechos que de las palabras, un legado de grandes obras y pequeños gestos más que de discursos para los anaqueles. Es quizá paradójico que un liderazgo tan idiosincrático y, a su modo, personal anidara en un hombre que solo era capaz de pensar en plural.

 

Binner fue un líder atípico, peculiar, sin grandilocuencia ni ampulosidades. Más de los hechos que de las palabras, un legado de grandes obras y pequeños gestos más que de discursos para los anaqueles.

 

Sus atributos personales y sus logros de gestión serán recordados por sus compañeros, amigos y, por qué no, ciudadanos que alguna vez confiaron en él. También sus detractores aprovecharán la hora para señalar sus debilidades o claroscuros. Pero nada de eso importa mucho ahora, solo refleja una cosa: su legado más valioso será la huella indeleble que dejó en cada uno que lo conocimos, de cerca o de lejos. Su austeridad y sencillez, esa simpatía sin grandes ademanes, esa cortesía tan ajena a la impostura. 


Más afecto a la escucha que al soliloquio, la imagen tantas veces vista de Binner sentado en el fondo del salón en alguna actividad de su querido partido muestra tanto su respeto al prójimo como su desprecio por los privilegios.

 

Ese Binner sentado al fondo del salón, escuchando más que pontificando –y, sin embargo, dirigiendo– es una buena imagen para recordarlo. La de una forma de dirigir  que era, a la vez, una forma de escuchar. Como un socialista más, pero no uno cualquiera.






domingo, 5 de julio de 2020

La Secretaría de DDHH, que violó los DDHH de la familia Binner... @dealgunamanera...


  


Lucila Puyol es abogada. Y es hija de desaparecidos. Cómo víctima del terrorismo de Estado es una mujer con derechos nacidos del horror de la dictadura. Su militancia en la agrupación H.I.J.O.S y en el FPV de la mano de Agustín Rossi, le permitieron acceder a su actual cargo, Secretaria de Derechos Humanos de la Provincia de Santa Fe. Lo que nunca puede, menos siendo víctima, es violar los derechos de otros. Lo hizo, y nadie se lo reclamó.

© Escrito por Coni Cherep el martes 30/06/2020 y publicado en conicherep.com de la ciudad de Rosario de santa Fe, Provincia de Santa de la Vera Cruz, República de los Argentinos.

Hay un antecedente grave en la historia profesional de la abogada: fue la denunciante de una infamia contra el hermano de Hermes Binner, Dante. Un Médico anciano, al que se lo acusó mediaticamente de haber formado parte de una «Banda que robaba bebés» para venderlos. Binner nunca fue imputado por ese delito, pero todas las acciones públicas fueron dirigidas a él.

La acusación estuvo fundada en los medios y en la justicia por Puyol y la ex Defensora del Pueblo Adjunta de la Provincia, Liliana Loyola, quienes además contaron con el respaldo multiplicador de medios nacionales- especialmente Canal 7 y Radio Nacional- que entonces manejaba el Kirchnerismo. Y sobre todo, del «prestigio» de la Hermana Marta Pelloni y el siempre confuso dirigente social de La Alameda, Gustavo Vera, quien llegó a publicar una carta del Papa Francisco, emitida en solidaridad con la denunciante.

Puyol además, utilizó a la agrupación HIJOS y la constituyó como querellante en la causa. Dijo que se trataba claramente de un «Caso de desaparición de personas» y en sus declaraciones públicas, hablaba de «Aurora» y Valentín», dando por cierto que los niños habían nacido y que estaban escondidos en algún lugar del sur provincial.

LA HISTORIA QUE ENSUCIÓ A BINNER

Liliana Montenegro denunció que el 13 de julio de 2014 , dos matrimonios, con los que había pactado la entrega de sus niños por nacer, fueron a buscarla a la localidad de Zavalla, donde ella vivía y la llevaron a una clínica de la UOM, de Casilda, donde dijo haber dado a luz. Luego, indicó que no vio a sus hijos, y que la trasladaron al hospital Eva Perón por su delicado estado de salud.

Montenegro una militante del peronismo, que había sido expulsada entonces del Movimiento Evita por menudeo de drogas en el sur de la ciudad de Rosario, y que afirmó ante la justicia haber parido dos mellizos en la clandestinidad, tras lo cual se manifestó arrepentida de esa entrega pactada y formuló la denuncia por «Robo de bebes».

Las parejas involucradas eran oriundas de Zavalla, y eran, en el caso de que se comprobara el delito, las principales acusadas. Sin embargo el nombre que se utilizó mediaticamente fue el de Dante Binner. El hermano del ex gobernador, un médico de trayectoria intachable y al que se lo acusó de «formar parte del parto clandestino».

Binner nunca resultó ni siquiera imputado, pero la afirmación de Montenegro rápidamente fue difundida por Telam, y todos los medios porteños titularon citando a la agencia pública: «El hermano de Hermes Binner involucrado en una causa por robo de bebés». La denuncia no se produjo en cualquier momento: Binner estaba en las preparativas para lanzar su segunda campaña como candidato a Presidente. Un asunto que ni el Kirchnerismo, ni el Macrismo estaban dispuestos a permitir. Y nada mejor que una campaña sucia, con acusaciones graves, como para lastimar su imagen.

Lo cierto es que la justicia, un año después de la denuncia y de las acusaciones mediáticas, archivó la causa al considerar agotada la investigación y no reunir elementos suficientes para probar el delito de sustracción, retención y ocultamiento de menores que le fue achacado a los dos matrimonios casildenses que estaban imputados.

Todas las pericias sobre el cuerpo de Montenegro determinaron no solamente que no había parido a los niños, sino que su embarazo había sido imposible. Montenegro, cinco días después del supuesto parto, no tenía rastros químicos de haberlo hecho.

Y dos cosas más graves: a la hora que dijo haber sido secuestrada y llevada a un lugar que nunca pudo determinar, los libros del Hospital de Granadero Baigorria revelaban una dato incontrastable: Liliana Montenegro había llegado por sus propios medios a la Sala de Guardias del Hospital Eva Perón de Granadero Baigorria para ser atendida por un presunto pico de presión.

Los mismos libros revelaron que en los seis meses anteriores a la fecha del presunto parto, Montenegro había realizado otras siete visitas a la guardia: y en ninguna de las visitas manifestó haber estado embarazada.

Su historia clínica reveló con contundencia que en todos los exámenes químicos que se realizó durante esos meses por su hipertensión y su diabetes grave, nunca apareció el dato del embarazo. Y algo más, por si hacía falta: Montenegro tenía las trompas atadas desde el nacimiento de su último hijo, que entonces ya tenía siete años.

LAS VERDADERAS RAZONES DE AQUELLA INFAMIA

¿Cómo era posible entonces que Montenegro haya denunciado un delito de tanta gravedad y que tanto Puyol, como Pelloni y Vera, se hicieran eco de la misma, sin al menos certificar la existencia del mismo?

La declaración de Montenegro, una mujer de origen humilde y con una realidad desesperante, se comprendió: una pericia psiquiátrica demostró su tendencia a la mitomanía. Sus antecedentes penales daban cuenta de comportamientos propios de una persona con desfases mentales. Lo que nunca se explicó, a cinco años de aquella denuncia, es porque Puyol puso de manera tan enfática en el ojo de una historia que no existió, al hermano de Hermes Binner.

En sendas entrevistas le pregunté a Pelloni y a Vera por aquella causa: Pelloni eligió cortarme la comunicación telefónica que hicimos a través de un móvil de radio, en Cadena EME. El movilero me contó minutos después que tras mi consulta, Pelloni se enojó y decidió suspender su charla en Vera, que estaba pautada unos minutos después de esa comunicación. Pelloni nunca le pidió disculpas a Binner, y mucho menos a su hermano.

Con Gustavo Vera hablé cara a cara en AIRE DE SANTA FE. Cuando lo consulté por el tema, dijo no recordar mucho del asunto, y justificó su acompañamiento porque confiaba en los valores de la Hermana Pelloni.

Liliana Loyola, la socia de Lucila Puyol en la denuncia, nunca más hizo declaraciones públicas sobre el asunto.

Lucila Puyol había sido asesora del entonces Ministro de Defensa y ex Diputado Nacional, Agustín Rossi. Y la fecha de la denuncia, coincidia con el comienzo de la campaña electoral para las presidenciales de 2015.

Puyol, en tanto abogada de Montenegro y actriz principal en la puesta mediatica de aquella falsedad- tal como lo demostró la justicia- nunca volvió a hablar del tema públicamente y jamás se manifestó sobre la resolución judicial que cerró la causa. Entonces ya era agosto de 2015, y el objetivo estaba cumplido: dañar la imagen y el honor de la familia Binner. La de Dante, claro, pero también la de Hermes.

Nunca les pidió disculpas ni públicas ni privadas a los Binner.

Hoy, es Secretaria de Derechos Humanos de la Provincia de Santa Fe. Con todos los argumentos válidos para serlo, pero con una mancha muy grande: Violó los derechos humanos de Dante Binner, sólo para perjudicar políticamente a su hermano y beneficiar a su jefe político: Agustín Rossi.

El uso de su condición de víctima la convirtió en victimaria. No tiene derecho alguno a hacerlo. Nada la justifica. Ni siquiera el horror de su propia historia.