Presidente
kirchnerizado…
Un taladro en la cabeza, Eduardo Duhalde. Dibujo:
Pablo Temes
El curso que Alberto Fernández le imprime a
su gestión no deja dudas: CFK se impone de manera paulatina e inexorable.
© Escrito por Nelson Castro el sábado 29/08/2020 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los
Argentinos.
Es un declive ingrato y sostenido a
la vista de todos. El curso que Alberto Fernández le viene imprimiendo a
su gobierno no deja ya dudas: el kirchnerismo, en toda su esencia y dimensión,
se va imponiendo de manera paulatina e inexorable. Lo notable es que el
Presidente no juega aquí el papel de una víctima inerme sino que se ha
transformado en un actor clave de este curso que expone otra vez a la sociedad
a caer bajo las garras del pasado.
Uno de los elementos distintivos del
kirchnerismo es la contradicción. Es el haz lo que yo digo pero no lo que yo
hago. El decir un día una cosa y, al siguiente, otra con descaro y sin ningún
atisbo de autocrítica.
En las dos últimas semanas, AF se
encargó de mostrarnos que esas conductas –a las que él supo criticar con dureza
cuando su hábitat era el llano– ahora son también las suyas. Y tanto las ha
hecho suyas que las exhibe en forma asertiva y frecuente. Así ocurrió cuando
despreció a los que se manifestaron en contra de la reforma judicial el
17A –a los que tildó de “gritones”–, “olvidando” que él mismo había participado
de una marcha similar para protestar contra la reforma judicial que Cristina
Fernández de Kirchner intentó imponer en 2013.
Y, no contento con ello, en la
semana que pasó se solazó en una reunión social con Hugo Moyano, su esposa, uno
de sus hijos y su abogado, dejando expuesto, como lo testimonia la foto que
circuló en medios y redes sociales, que la imposición admonitoria por medio de
la que se le quiso prohibir a la ciudadanía la posibilidad de hacer reuniones
sociales –recuérdese que se llegó a amenazar con allanar los domicilios de
quienes violaran esa norma– rige para todos menos para él y sus conmilitones.
Esa contradicción entre sus promesas
y el presente tuvo esta semana su correlato. La decisión de anunciar la
continuidad de la “cuarentena que no es cuarentena” por medio de un mensaje
grabado y sin la participación de Horacio Rodríguez Larreta en ese trío que se
completa con Axel Kicillof, fue algo más que un mero cambio de formato. Fue la
consecuencia de las desavenencias que día a día van alcanzando una magnitud
mayor.
La negativa del ministro de Educación
de la Nación, Nicolás Trotta, fue otra de las causas de esas desavenencias. Más
allá de los temores que la vuelta de la escuela presencial genera en todo el
mundo, aquí se mezclaron la presión de los gremios docentes y una imagen que
inquietó al Gobierno: la Capital Federal con chicos en las aulas en contraste
con la provincia de Buenos Aires, imposibilitada de poner en práctica una
iniciativa similar.
Y si algo faltaba para evidenciar
que AF ha decidido confrontar con su “amigo”, el jefe de Gobierno porteño,
estuvo la frase que pronunció en la inauguración de un tramo de la Hidrovía del
río Paraná. “Nos da culpa la opulencia de Buenos Aires”, dijo. Hizo acordar
inmediatamente a aquel otro mensaje de CFK cuando, en el acto de asunción del
intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, despotricó contra la Capital
Federal.
¿Y dónde está la
reforma?
“Sinceramente creo que el país
todavía se debe una verdadera reforma judicial que no es la que vamos a debatir
este jueves”, dijo CFK en la previa al debate en el Senado, afirmación que dejó
al Gobierno boquiabierto.
El sincericidio de la vicepresidenta
tiene una explicación técnica y política. Esta reforma, como tal, no le sirve
para lograr uno de los dos objetivos por los que buscó la reconquista del poder:
la impunidad y permanencia por el mayor tiempo posible en el poder.
En relación con el asunto de la
impunidad, el tema es de un estricto orden técnico con consecuencias políticas.
Las causas en las que está acusada ya superaron la etapa de la instrucción. Es
decir que la remoción o creación de cargos de nuevos jueces federales ya no le
aportan ninguna solución. Se está ahora en la etapa de desarrollo del juicio.
Las chances de que sea condenada son altas. Las evidencias en su contra son
demoledoras.
Así, la chance más importante que le
queda para salir indemne es la Corte Suprema. Y para que la Corte cumpla ese
anhelo debe estar segura de dominarla. Hoy es imposible. La única manera de
lograrlo es coparla con jueces adictos. Es lo que hizo Carlos Menem no bien
llegó a la Presidencia.
CFK está dispuesta a emular al ex
presidente y para eso trabaja arduamente la “Comisión Beraldi”. Nada que
sorprenda: el doctor Beraldi es abogado de la vicepresidenta.
La sesión en el Senado permitió
apreciar en toda su dimensión la conducta patológica de CFK con sus secuelas
políticas: el trato hacia el senador Esteban Bullrich –imposible no asemejar
los tonos de la vicepresidenta con el personaje de la empleada pública
personificado por Antonio Gasalla– y el altercado con Martín Lousteau.
El intercambio con Lousteau es de
significado institucional. El senador señaló que al dictamen de comisión no lo
tuvieron en tiempo y forma para analizarlo y que, además, se había agregado en
el proyecto la creación de gran cantidad de nuevos cargos.
La respuesta de CFK fue que como la
oposición no iba a votar esas modificaciones, no tenía ninguna importancia que
las conociera. Lo dicho por la vicepresidenta es un disparate absoluto que
habla del concepto monárquico que anida en ella.
La vicepresidenta es la
representación cabal del despotismo, que el diccionario de la Real Academia
Española de la Lengua define como el “abuso de superioridad, poder o
fuerza en el trato de las demás personas”.
Viene ahora la discusión en la
Cámara de Diputados, donde merodeará la reminiscencia de la 125. En sus
negociaciones para imponer el proyecto, el Gobierno apelará, no a la búsqueda
de consensos, sino a la transa. A los gobernadores del peronismo se les
ofrecerán juzgados y plata. A la mayoría de ellos lo que les interesa es la
plata.
Este método es el que utilizaba el
ex presidente Néstor Kirchner. Es otra de las malas “enseñanzas” que le legó a
su discípulo, Alberto Fernández.