Maximalistas…
Cualquiera podría decir
que Máximo Kirchner es el candidato del Grupo Clarín si la afirmación no sonara
tan absurda. Pero fue la corporación mediática la que lo sacó de su casa en Río
Gallegos y lo convirtió en el centro de un revuelo de declaraciones y cadenas
espontáneas de radios para reproducir su conversación con Víctor Hugo Morales.
El plan mediático opositor buscaba el efecto contrario, querían usar la
denuncia para profundizar el impacto del paro de transporte por el Impuesto a
las Ganancias. Sin colectivos ni trenes, la ciudad quedó vacía. Y encima, el
hijo de la Presidenta y referente de La Cámpora aparecía con una acusación de
corrupción. Un escenario ideal para el fin de ciclo apocalíptico con el que se
ilusiona la corporación mediática.
Pero reinciden al dejar que esa ilusión obnubile su visión de la realidad.
La información periodística ya no discurre con el halo de palabra santa con que
la adornaron los que abusaron del discurso de los “independientes”. La
sociedad, el ciudadano, va recuperando criterios propios de verificación y
decodificación. Los medios y los periodistas han sido desmitificados, por lo
menos por una parte de la sociedad –tanto opositores como oficialistas–, salvo
por aquellos de ambas trincheras que prefieren todavía creer sólo en la
información que les conviene.
La denuncia pretendía contribuir a lo que había iniciado el paro, pero
estaba tan floja de papeles que disipó esos vapores tóxicos para el Gobierno e
instaló una posible candidatura de Máximo Kirchner, algo que por lo menos hasta
ese momento no se había planteado. Al día siguiente del paro, nadie hablaba de
sus efectos porque la sociedad estaba enfocada en el discurso de un Máximo
Kirchner al que no le significó gran esfuerzo desmentir la acusación ante un
auditorio masivo y espontáneo que le envidiaron todos los candidatos
presidenciales.
Quisieron hundirlo, pero lo promovieron. El dispositivo de las
corporaciones mediáticas de la oposición no funcionó como otras veces. No hubo
impunidad para una denuncia inconsistente. Tampoco la hubo antes para la
inconsistencia de Alberto Nisman, aunque su muerte inoculó una dosis de
dramatismo que suplió la falta de pruebas. El 18F fue por la conmoción que
produjo la muerte del fiscal y no por una denuncia cuya mala fe quedó
rápidamente demostrada.
El acto fallido del Grupo Clarín en el ataque a Máximo Kirchner reveló una
fractura en la capacidad de manipulación mediática que el mismo grupo todavía
no acierta a asumir y esa ceguera lo lleva a reincidir. La maniobra puso en
evidencia otros mecanismos que la completan. Apenas se publicó la denuncia y
antes de que se comprobara su veracidad, la diputada Patricia Bullrich presentó
un pedido de informes y sus colegas de la Coalición Cívica, Fernando Sánchez y
Paula Oliveto, pidieron al fiscal Pollicita que la incorpore a una causa. Es un
mecanismo sincronizado. Un medio opositor hace una denuncia sin pruebas, y por
lo tanto puramente difamatoria y en esencia mentirosa, y hay diputados que
trabajan en el inodoro de la política, para amplificarla y darle entidad
judicial con la complicidad de algún fiscal o juez amigo. Forma parte del juego
político concebido como un escenario donde se ganan y se pierden puntos.
Para muchos, la política es nada más que eso, un juego sin moral. Pero este
mecanismo se convierte en una bomba de profundidad para el sistema democrático.
Los periodistas, los medios, los políticos y los funcionarios judiciales que
coadyuvan en este mecanismo invierten el concepto constitucional sobre el que
se basa el funcionamiento de la Justicia. No solamente por la difamación como
práctica inmoral, sino también porque al aceptar como veraces y dar curso a
denuncias que no tienen pruebas obligan al acusado a ponerse en el plano de
demostrar su inocencia, cuando la definición constituyente, el corazón de la
justicia democrática, es justamente la contraria: el sistema está obligado a
demostrar la culpabilidad del acusado y no éste su inocencia. No se lo puede
dar por culpable sin pruebas y sólo por conveniencia política como hacen estos
políticos que degradan su actividad con una práctica que es propia de las
dictaduras y los autoritarios.
La lógica de los medios es igual de perversa. Si alguien que es acusado de
ladrón sale a responder, entonces los medios que originaron esa acusación sin
pruebas reales, publican: “Fulano de tal dice que no es ladrón”. Diga lo que
diga está condenado de antemano.
Además de su inconsistencia, en este caso la denuncia contra Máximo
Kirchner coincide con una campaña contra la Argentina sobre cuentas en el
exterior que vienen de-sarrollando los fondos buitre a través de su Task Force.
Es una combinación temática de cuentas en el exterior con complicidades
iraníes. Toda la novela, en clave supuestamente erótica entre Chávez y la
entonces embajadora Nilda Garré, con espionaje bolivariano-iraní en el medio,
cuyo objetivo era descubrir secretos atómicos argentinos, para lo cual se
depositaban sumas millonarias en dólares desde el año 2005 en bancos
norteamericanos, iraníes y de las islas Caimán, puede ser creíble para lectores
malintencionados de la revista Veja, pero en la Argentina resulta periodismo
escatológico. Leonardo Coutinho, de la revista Veja, viene publicando artículos
cuyas fuentes son “ex altos funcionarios chavistas arrepentidos” o “un
investigador financiero norteamericano” a los que nunca identifica. Estas
fuentes le confirman desde conspiraciones para matar a Nisman hasta las cuentas
de Nilda Garré y Máximo Kirchner en el exterior.
Usando la misma fuente sin identificar, Clarín se limitó a publicar lo de
las cuentas, sin la novela soez de Coutinho porque acá sería aún más increíble.
En 2005, Argentina estaba resolviendo la deuda externa. Néstor Kirchner creaba
la Unidad Fiscal AMIA y se dedicaba, de allí en adelante, a denunciar en los
foros internacionales a los acusados iraníes que, según esa información, venían
depositando sumas millonarias en cuentas del hijo del presidente que los
denunciaba en forma sistemática. La novela grotesca de Coutinho es incongruente
con lo que sucedía en Argentina. Los medios opositores argentinos suelen
levantar las publicaciones de este personaje, que parece más un mercenario a
sueldo de los fondos buitre que periodista (o las dos cosas), para darles entidad
local a estos exabruptos amarillistas. Ya lo hicieron con el fabuloso comando
bolivariano-iraní entrenado por cubanos que habría asesinado a Nisman con
pasmoso sigilo y prolijidad. Así como el fondo Elliot Management de Paul Singer
invierte fortunas para comprar voluntades de congresistas y jueces
norteamericanos, es evidente que en el reparto hay también para los medios de
comunicación. Publicó solicitadas sólo en los medios opositores locales y
convocó a conferencias de prensa, operó con información falsa sobre cuentas de
funcionarios en el exterior y ahora utiliza este sistema para lograr un rebote
local.
La presidenta Cristina Kirchner ha pedido a la Justicia norteamericana que
publique los nombres de los titulares de esas cuentas. Pero la información que
llega a los medios no proviene de fuentes oficiales, sino de fuentes turbias
que nunca se identifican, ni en Clarín ni en Veja.
Esta semana falleció una querida compañera del gremio y de Página/12, la
periodista Lilia Ferreyra, viuda de Rodolfo Walsh, una figura emblemática del
periodismo de investigación. No está de más, como homenaje a Lilia, recordar
que, al igual que ella, Walsh siempre se definió como un periodista
comprometido, no como uno “independiente”. Y que las investigaciones de Walsh
nunca fueron publicadas por los medios de las grandes corporaciones que hasta
fines de los ’80 no daban lugar a este género del periodismo. Lo tomaron sólo
para convertirlo en su propia herramienta. Las grandes corporaciones nunca van
a publicar nada que comprometa a sus intereses y a los que representan. Para
Lilia, que también fue lectora lúcida y correctora exigente de los trabajos de
su compañero, la idea de periodismo comprometido de Walsh lo llevaba a ser
extremadamente riguroso. En cambio, cuando el periodismo de investigación se
convierte en la herramienta de intereses poderosos, no tiene la exigencia tan
fuerte de rigurosidad, porque se la reemplaza en parte con una gran cantidad de
artilugios que provienen de una fuente inagotable de recursos para construir
una falsa credibilidad.
© Escrito por Luis Bruschtein el sábado 004/04/2015 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
© Escrito por Luis Bruschtein el sábado 004/04/2015 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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