De mafias y patotas...
La Presidenta protege a indefendibles y sigue
alejándose de la gente. El contacto Zannini-Oyarbide.
Es muy grande el daño político que
Cristina sufrió últimamente. Y va mucho más allá de lo que retratan las
encuestas. Es difícil establecer cuáles elementos erosionaron más su figura.
Entre los más humildes, la queja es por el latigazo económico que están
padeciendo en forma de ajuste ortodoxo y por el pánico que sienten ante la
inseguridad multiplicada. Pero en el capital simbólico, la Presidenta debió
sufrir el desgaste de los distintos niveles de mafias que fueron paridas o
protegidas por el Estado y además la comparación con dos figuras como Michelle
Bachelet y el Papa, que son casi su contracara en muchos aspectos claves, como
la austeridad, la ausencia de actitud vengativa y la vocación por el diálogo.
El embate que más preocupó a
Cristina, porque al parecer se enteró por los diarios, tuvo la impronta del
hampa y la metodología de la camorra. No hay demasiados calificativos para
describir lo que pasó y lo que todavía no se sabe cómo pasó entre Norberto
Oyarbide y Carlos Zannini. El escándalo aún no estalló lo suficiente porque
nadie esperaba semejante confesión de partes ni relevo de pruebas, pese a que
ya nada nos sorprende. Pero se trata de un papelón institucional sin antecedentes.
Nadie es ingenuo, y a esta altura sabe que son demasiado frecuentes los
telefonazos del Poder Ejecutivo para meter la mano en el bolsillo del Poder
Judicial. Pero esto superó todos los límites del sincericidio. El juez federal
más polémico, escurridizo y acusado de complicidad con todos los poderes de
turno, envió una señal y una advertencia sólo imaginada por Francis Ford
Coppola, como diría Cristina.
Zannini es el segundo hombre más
poderoso de la Argentina, después de Máximo Kirchner. El que más habla con la
jefa del Estado. El inventor del kirchnerismo, según un flamante libro de
Eduardo Zanini. Hay miles de preguntas que un juez o el Consejo de la
Magistratura deben hacerse sobre el pantano donde se hunden tanto Oyarbide como
Zannini. ¿Oyarbide acepta órdenes de Zannini? ¿Desde cuándo? ¿Quién es el
verdadero dueño de esa cueva financiera que estaban allanando? ¿Es parte de esa
red que, como La Rosadita de Federico Elaskar, lavaba dinero negro de la
corrupción? En Tribunales afirman que hay 22 financieras que denunciaron la
misma metodología extorsiva para pedir coimas con armas en la mano. Una
asociación ilícita cantada.
Hay mucho que investigar y Cristina
pidió proteger (una vez más y van..) a Oyarbide. Sabe que nada bueno para ella
saldrá de todo eso.
Pero si de mafias hablamos, la de
carácter sindical que simpatiza con el Gobierno ya no tiene ningún límite y
actúa con impunidad en su máxima crueldad. No hay otra forma de llamar al
salvajismo de los portuarios que tiraron de un puente a una persona
discapacitada que sólo pretendía llevar en la moto a su esposa embarazada a un
control. La ferocidad y la deshumanización de la que alardearon esos barras
bravas de Juan Corvalán habla de la impunidad que siente un gremio que disfruta
del calorcito del poder K. Están filmados y no hay un solo detenido.
Lo mismo pasó y viene pasando con la
Uocra y el asesinato de un albañil de 39 años en el medio de una pelea de
patotas. Una de las facciones que dijo que ya es el octavo crimen de estas
características en poco tiempo acusó a Gerardo Martínez de ser responsable. La
Presidenta lo llama “Gerardo”, y es uno de sus preferidos cuando calza un casco
amarillo. Corvalán amenazó con renunciar. Gerardo no abrió la boca. No sabe no
contesta. Viejo burócrata millonario, nunca colocó un ladrillo en su vida y
además nunca pudo explicar cómo fue espía del Batallón de Inteligencia 601, uno
de los más tenebrosos del terrorismo de Estado.
En este caso Cristina, al igual que
con el general César Milani, coloca un agujero negro en su presunta política de
defensa de los derechos humanos. Todo cambia según su conveniencia. Si Gerardo
apoya a Cristina, ella lo considera un santo y no se discute más. Si hay cuatro
testimonios creíbles y respetables que acusan a Milani de haber participado de
los crímenes de lesa humanidad en Tucumán, para Cristina se trata de
destituyentes pagados por Magnetto. La trampa siempre es la misma. Raul
Othacehé fue siempre “el Vasco” peronista que le hacía ganar las elecciones en
Merlo al Frente para la Victoria. Recién cuando se fue con Sergio Massa los
medios oficialistas “descubrieron” lo que fue toda la vida: un apretador
violento que se cansó de romper cabezas y piernas en su distrito, incluso a
algunos aliados de Cristina que guardaron el conveniente silencio por
especulación electoral, como Martín Sabbatella. Carlos Zannini llora por un
obrero de YPF que perdió todo, pero el miembro informante de aquella
privatización fue su casi hermano siamés, Oscar Parrilli.
Jorge Capitanich fue socio de Aldo
Ducler, acusado de pertenecer al cartel de Juárez e investigado por los Estados
Unidos, y fue funcionario de Menem y Cavallo. Pero ahora habla como un
revolucionario porque está con Cristina. Casi un guevarista que fustiga a la
senadora Laura Montero, una socialdemócrata eficiente y honesta, de ser “una
perfecta representante del neoliberalismo que destruyó a la Argentina”.
No importa qué hayan hecho jueces,
secretarios de Estado, ministros, intendentes, sindicalistas o generales si
están del lado de Cristina. Ella se ve a sí misma como un río Jordán capaz de
purificar a todos y a todas. Parece la lógica de Franklin Delano Roosevelt con
Anastasio Somoza, el corrupto y feroz dictador anticomunista de Nicaragua. En
realidad, lo dijo uno de sus secretarios, pero las crónicas de la época le
atribuyen al presidente de los Estados Unidos haber dicho: “Puede ser que
Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
© Escrito por Alfredo Leuco el
Viernes 14/03/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.
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