Una oposición que
parece surrealista…
Surrealismo puro.
Pocas Luces. El grado de apoyo que
recibe el gobierno nacional en la población es esencialmente dependiente de la
situación económica del país. Por cierto hay otros temas que preocupan a la
gente; pero la economía es el tema dominante. Desde hace varios años viene
ocurriendo algo así: cuando la tendencia de la economía es a la baja, el
Gobierno registra una sensación térmica incómoda, se preocupa y sobreactúa
alguna decisión dramática, hasta que registra que ninguna opción opositora
cosecha réditos y entonces retoma la tranquilidad; cuando la tendencia es en
alza, el Gobierno se robustece y los grupos opositores se desorientan.
Desde luego, tanto en la política como en la vida cotidiana la gente
experimenta el estado de la economía como una “sensación” –no porque se
lo cuenten o se lo analicen, sino porque lo vive diariamente–; por lo tanto, el
registro se produce teñido de otras sensaciones y revestido de discursos y
mensajes diversos. Por eso a menudo hay bastante “ruido” alrededor de las
señales de la economía. Es “ruido” en el sentido de que, lejos de introducir
mayor definición en la situación, esos mensajes confunden. El efecto decisivo
es, en definitiva, el de la situación económica percibida. Los datos de las
encuestas de opinión establecen esto de manera inequívoca. Y en esa situación,
el Gobierno obtiene réditos y la oposición se desdibuja.
Además de la economía, a la gente le preocupan otros temas que hasta ahora
no mueven el amperímetro electoral –la delincuencia, el desempleo o la
educación–. Lo cierto es que, sobre esos temas, desde la política casi no se
dice nada relevante. Desde la oposición se habla más de la calidad
institucional y de la corrupción, que aparentemente a muchísima gente no le
preocupan tanto, y desde el Gobierno se habla de la maldad de los medios de
prensa y de cada enemigo circunstancial que elige, y la mayoría de la gente no
le cree. De la calidad de los servicios públicos –otro gran tema en la
Argentina– se habla cuando el tema se instala a través de una tragedia de
proporciones, pero no cotidianamente. En general, hay baja sintonía entre la
política y la sociedad. Se entiende que un gobierno al que le va bien no busque
mejorar la sintonía; pero, ¿y la oposición?
¿Qué pasa con esta oposición que no consigue mejorar su desempeño? Es
cierto que hay demasiados grupos opositores como para hablar de “una”
oposición; pero todos experimentan la misma dificultad, todos fracasan en
encontrar una frecuencia de onda para comunicarse con la sociedad. El Gobierno
consiguió el 54 por ciento de los votos no porque algo más de la mitad de los
argentinos piense exactamente lo mismo sobre todos los asuntos que conducen a
decidir el voto, sino porque fue hábil en la formación de una coalición
ganadora. Se analizan mucho las diferencias entre distintos integrantes de la
coalición gobernante –Scioli, Moyano y los sindicatos, los intendentes del
conurbano, los gobernadores, incluso las tensiones internas al núcleo duro del
Gobierno–, pero lo cierto es que la Presidenta gobierna con esa coalición y la
conduce; tiene sentido de los tiempos, mantiene la iniciativa y maneja con
habilidad los recursos de poder que resultan efectivos para sostener esa
coalición, a pesar de sus diferencias internas. Así se ha hecho política en
todos los tiempos.
Los opositores, por otro lado, se encuentran con un 46 por ciento de los
votos dispersos. La propensión a la dispersión fue y es la nota dominante en
los grupos opositores. La coalición que derrotó a Néstor Kirchner en Buenos
Aires en 2009 se dividió pomposamente en 2011. La UCR, que nunca ofreció una
autocrítica convincente por su mal desempeño en 2011, ahora se muestra dividida
ante asuntos muy importantes. Del lado del centro izquierda a los votantes les
cuesta entender el fundamento de las fronteras que separan a los socialistas de
algunos radicales, algunos miembros de la Coalición Cívica y Pino Solanas; las
misma Coalición Cívica parece un mosaico pulverizado. Muchos opositores
apoyan las políticas del Gobierno, criticando el estilo o las formas, mientras
otros, a menudo del mismo partido, critican la sustancia de las políticas. No
se sabe a quién buscan representar unos y otros.
Es difícil hacer política sin sostenerse en algunas ideas. Hacer política
con ideas confusas, y mezclando esa confusión con identidades que también
son confusas, es una receta para el fracaso. El Gobierno es exitoso porque sabe
lo que quiere y sabe cómo hacer lo que quiere. Es difícil saber qué quieren los
opositores y parece evidente que, sea lo que sea aquello que busquen, no lo
hacen bien. A veces hasta parece que el fracaso es su propósito. En esto los
opositores argentinos recuerdan al Club Surrealista de la Francia de los años
veinte. Cuando uno de sus miembros más conspicuos publicó un libro que fue
récord de ventas en librerías, el Club le envió un telegrama diciéndole: “Tu
libro ha tenido éxito.
Es una vergüenza. Estás expulsado”. Hay algo de surrealista en la política
argentina.
© Escrito por Manuel
Mora Y Araujo (*) y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires el sábado 29 de Abril de 2012.
(*) Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.
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