Cristinizar
o reventar...
Super expropiadora, Cristina Fernández de Kirchner. Dibujo: Pablo Temes
El caso
YPF como otra muestra de intentar acomodar la historia, los errores y las mentiras
tras un barniz épico.
Cristinización
es la palabra que mejor define lo que el Gobierno hizo con YPF-Repsol. No es
riguroso denominar estatización o nacionalización a la expropiación del 51% de
las acciones que manejaba un señor apellidado Brufau, al que la Presidenta elogiaba y
llamaba afectuosamente “Antonio” hace apenas cinco meses. El neologismo
“cristinizar” funciona como un verbo que implica someter o satanizar a una
persona o institución que hasta hace poco en términos históricos reportaba con
obediencia a la propia Cristina. Fueron cristinizados, por ejemplo, Alberto
Fernández, Clarín, Jorge Brito, Esteban Righi y, ahora, Antonio Brufau.
La
familia Eskenazi y el juez Rafecas están en proceso de cristinización. Es un
espasmo que cambia de frente sorpresivamente, al estilo Riquelme en sus mejores tiempos, y obliga a
medio mundo a reacomodarse a la nueva realidad decretada por CFK. El lema es:
“Los amigos de hoy serán los enemigos de mañana”. Tanto a la hora de justificar
el romance como el divorcio, se hace desde el púlpito que les otorga un
certificado de absolutos dueños de la verdad. No importa que lo que digan ahora
sea contradictorio con lo que venían diciendo antes. Otra de las veinte
verdades kirchneristas dice que “los que se equivocan, siempre son los demás”.
En
1992, “los demás” eran los que no comprendían por qué tanto Néstor como
Cristina, en nombre de “la verdadera soberanía”, apoyaban a paso redoblado la
privatización y extranjerización corrupta que comandó Carlos Saúl Primero.
El
archivo no perdona y se puede consultar para asombrarse incluso con la
terminología sobreactuada con la que el matrimonio Kirchner atacaba a los que
los acusaban (con absoluta razón) de “traicionar sus historias militantes y
entregar la soberanía”. Los detalles se pueden consultar, entre otros textos,
en el Diario de Sesiones de la
Legislatura provincial o en La Opinión Austral
del 26 de septiembre de 1992. “No hay nada más soberano que conseguir
inversiones. YPF era una empresa manejada por 15 o 20 gerentes pero que no
llegaba a los santacruceños. Estos 500 millones de dólares van a llegar a todos
los habitantes.” Néstor se refería a los tristemente célebres fondos de Santa
Cruz que fueron depositados en el exterior. ¿Qué pasaría ahora si Scioli
depositara algún dinero provincial en Suiza? Esa fortuna, además, se perdió en
el agujero negro de la historia. Nadie vio jamás una boleta de depósito ni un
resumen de cuenta de ese pago que era de los santacruceños y que Néstor recibió
por respaldar la decisión más neoliberal de Menem.
Otro
que hizo lo mismo fue el entonces diputado neuquino Oscar Parrilli, miembro
informante del bloque. Fue todo un logro del menemismo porque Parrilli era
cafierista. Aquel 24 de septiembre fue un día glorioso para Alvaro Alsogaray,
que como diputado votó el proyecto que presentó el actual secretario general de
la Presidencia.
Parrilli sin ponerse colorado dijo: “No sentimos vergüenza
por lo que somos y tampoco venimos a pedir disculpas por lo que estamos
haciendo. Esta ley servirá para darle oxígeno a nuestro gobierno y será un
apoyo explícito a nuestro compañero presidente (Carlos Menem)”.
La
indignidad no fue generalizada. Uno solo de los cinco diputados de Santa Cruz
levantó la manito: el actual ministro de Defensa, Arturo Puricelli. Lo
acompañaron otras actuales estrellas K: José Luis Gioja y Eduardo Fellner. No
quisieron ser cómplices Chacho Alvarez, Germán Abdala, Rafael Flores, entre
otros, y el bloque radical, que se fue del recinto.
Es
historia que merece recordarse, aunque en estos últimos días se pudo registrar
una novedad. Hasta ahora el Gobierno ni se preocupaba por dar alguna
explicación para justificar la modificación del rumbo. A Cristina siempre le
alcanzó con no responder preguntas a los periodistas. Pero esta vez el cambio
de convicciones fue demasiado veloz.
Fueron
patéticas las declaraciones de Julio De Vido, citando a Cristina sobre “la
excelencia de la empresa” y asegurando en Página/12, en diciembre de 2010, que
con Brufau y Eskenazi “tendremos gas para noventa años”. O Guillermo Moreno
alardeando que “va a llover gasoil” (12/10/06, con Néstor al lado, en la Casa Rosada), pese a
las advertencias de opositores y periodistas que no se alquilan ni se venden
que fueron acusados de “agoreros y destituyentes”.
Algo
había que explicar. Hasta Horacio Verbitsky le dijo a Manuel Alzina, de la CTA oficialista, que “tengo
muy claro lo desastrosa que ha sido la política de desnacionalización, pero
también el ingreso de accionistas privados argentinos en condiciones absurdas
como pagar su participación con utilidades, lo cual ya garantizaba que no iban
a invertir porque todo lo que obtuvieran lo iban a aplicar para pagar su
deuda”.
La Presidenta, consciente de sus
responsabilidades, por lo menos en dos ocasiones trató de argumentar algo que
no los dejara tan mal parados. Primero dijo que su esposo, en el libro de
diálogos con Torcuato Di Tella editado en 2003, planteó que “el gran problema
energético fue la desnacionalización de YPF”. Después respondió la pregunta que
muchos se hacían sobre por qué no lo hicieron antes. Autocomplaciente, se quedó
tranquila: “La historia no se construye como uno quiere sino como uno puede. El
camino de la historia es sinuoso, con altibajos y obstáculos que hay que
sortear”.
Fue un resumen de lo que el profesor de la Universidad de las
Madres de Plaza de Mayo Gabriel Chamorro utilizó para rematar una columna que
citó la Presidenta:
“(…) La humanidad sólo se plantea los problemas que puede resolver porque al
examinarlos con mayor detalle siempre descubre que el problema mismo sólo surge
cuando las condiciones materiales requeridas para su solución ya existen o, por
lo menos, están en proceso de formación”. El concepto de Karl Marx en
Contribuciones a la crítica de la economía política nos lleva al otro Marx, a
Groucho, para tratar de entender cómo el máximo responsable de la desastrosa
política energética que permitió el vaciamiento fue colocado al frente de la
revolución cristinizadora.
De Vido, de culpable a interventor de la YPF nac & pop, debería
decir, como Groucho, que no pertenecería a un club que permitiera a un socio
como él. El asesoramiento para la soberanía de Roberto Dromi y el voto K de
Carlos Menem completan ese laberinto que encierra a los Marx. Y ya que estamos
citadores, podemos terminar con Jean-Paul Sartre para iluminar mejor: “Incluso
el pasado puede modificarse; los historiadores no paran de demostrarlo”.
© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 21 de Abril de 2012.
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