Porquerías…
Pocos hechos reflejan mejor nuestro grado de descomposición institucional
como el caso AMIA. Más allá del atentado en sí (hubo otros tanto o más salvajes
en el mundo antes y después), su investigación se convirtió en un océano
venenoso, que salpicó y salpica con distintos tonos a todos los que se
involucraron. Y si algo le faltaba era la muerte de Nisman.
En las primeras horas tras la aparición del cuerpo sin vida del fiscal, se
señaló que la novedad, políticamente hablando, impactaba casi exclusivamente en
el Gobierno (http://e.perfil.com/muerteycerteza). Fuera suicidio o asesinato,
el final de Nisman afectaba al kirchnerismo, epicentro de la que sería la
última acusación del fiscal especial.
Aturdido por el golpe, el Gobierno intentó salir del paso con la doctrina
del suicidio, que resultaba más digerible que la idea de que quedara instalado
que el oficialismo había promovido ese final. Con claroscuros, la Presidenta
abrazó esa lógica en su primera carta facebookiana. Otros dirigentes y
adláteres, como siempre en estos casos, la hicieron propia con furia militonta.
La voltereta fue obvia, decidida el miércoles a la noche en Olivos –en un
encuentro con Cristina donde al menos participaron Carlos Zannini y Oscar
Parrilli– y típicamente K: no hay mejor defensa que un buen ataque. El “nos
tiraron un muerto” era más potable que el resto de las alternativas,
concluyeron algo tardíamente. Importaba poco la contradicción, lo dicho.
En ese paso, había que encontrar un responsable. El recientemente
desplazado Jaime Stiuso caía como anillo al dedo, por sus más que estrechos
vínculos con Nisman y la llamada pista iraní. Tampoco interesaba mucho otro
aspecto contradictorio de esta película. Hasta ayer nomás, Stiuso fue el jefe
de los espías más poderoso desde el retorno democrático, con un peso alimentado
también (pero no sólo) por los Kirchner. Ahora es el enemigo público número uno
y Cristina aspira a verlo preso.
Para ello, ya comenzaron a moverse algunos resortes pseudojurídicos, por
llamarlos de alguna manera, que inquietan a actuales y ex funcionarios
defendidos legalmente en no pocas causas por el “stiusismo”. La Cámpora fue
corrida de esta ofensiva, donde abundarán los carpetazos entrecruzados.
“Estamos jugados”, habría dicho CFK en esa noche de miércoles movida de Olivos.
Allí habría planteado un argumento extra para sostener la ofensiva: “Quién le
va a creer al ‘asesino’ de Nisman si dice que tengo una cuenta en el exterior”.
A este chiquero de porquerías se suman, como viene ocurriendo desde hace un
tiempo, sectores judiciales, políticos y mediáticos que se rigen más por sus
deseos e intereses que por avanzar hacia la transparencia.
Nisman se ha convertido en otro capítulo de esta guerra patética, que acaso
no termine siquiera el 10 de diciembre. Ya se sabe: en cualquier guerra, la
primera víctima simbólica es la verdad.
© Escrito por Javier Calvo
el sábado 24/01/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.