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martes, 24 de marzo de 2015

Inflación real: Cómo es el Índice Crítica... De Alguna Manera...

Inflación real: Cómo es el Índice Crítica...




Cada semana, se publicará un índice de costo de vida que reflejará la inflación real - no la que surge de las cifras oficiales-. El relevamiento estará a cargo de la consultora Equis, del sociólogo Artemio López, y tomará en cuenta el consumo del lector promedio de este diario.

Según el ÍNDICE CRÍTICA, la inflación real correspondiente al mes de enero y para el consumo del lector medio trepó al 1,98 por ciento. (Enero 2008)

La inflación de enero fue, según el Índice Crítica, del 1,98 por ciento. La canasta de consumo del lector promedio, jefe de familia de un hogar tipo de cuatro miembros, saltó de $ 3.630,4 en diciembre a $ 3.702, 13 a fines del primer mes del año.

El índice, que elabora la consultora Equis (ver gráficos e informe completo en: http://www.criticadigital.com.ar/descargas/canasta0108.pdf) incluye los costos alimentarios y no alimentarios de una familia tipo con ingresos totales entre $ 4.500 y 7.500 pesos.

El estudio que realizará semanalmente la consultora que dirige Artemio López toma en cuenta la composición de gastos de un hogar medio (estratos C2-C3), que según la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares dedica el 33,3% a consumo de alimentos y bebidas, 16,1% a transporte y comunicaciones; 10,2% a vivienda; 8,3% a indumentaria y calzado; 8,2% a esparcimiento y cultura; mientras que el resto corresponde a equipamiento del hogar (7,2%); salud (7%); bienes y servicios varios (6,2%), y educación, (3,5%).

De acuerdo con la medición, un hogar de ingresos medios necesitó en enero $ 1.229,11 para comprar alimentos y bebidas, $ 307,28 para calzado y ropa, $ 340,6 para alquiler y servicios públicos, $ 281,36 para equipamiento y funcionamiento del hogar, $ 236,94 para atención médica y medicamentos, $599,75 para transporte y teléfono, $ 322,09 para esparcimiento, $ 155,49 educación y $ 229,59 para bienes y servicios diversos.

La medición releva los precios de una canasta básica alimentaria de 2.700 k/calorías para un adulto equivalente, lo multiplica por el número de integrantes del hogar y le agrega los rubros de los gastos no alimentarios.

La canasta básica alimentaria para un adulto de entre 30 y 59 años costó en enero $ 342,79, según el relevamiento de precios realizado para el Índice Crítica.

Los hogares que integran los estratos C2 y C3 representan el 40% de la población.

© Publicado el lunes 04/02/2008 por el Diario Crítica de la Argentina de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

domingo, 15 de marzo de 2015

Calafate. El paraíso perdido de la década ganada… De Alguna Manera...

Calafate. El paraíso perdido de la década ganada… 


Sinópsis.

Era un pueblo bello y despojado de la Patagonia, la puerta de entrada a los hielos infinitos del glaciar Perito Moreno. Pero desde hace unos años, El Calafate se transformó en destino turístico internacional y centro del poder. Se pobló de hoteles semivacíos y de inversiones millonarias, que incluyen casinos, aeropuertos, restaurantes y todo tipo de industrias vinculadas al placer.

Periodista y viajero, Gonzalo Sánchez narra la trama íntima de esa transformación. Remonta las huellas de los habitantes originarios y de los primeros terratenientes para llegar hasta el presente, en el que la política encarna una nueva oligarquía. Dentro de esa elite pueblerina, un puñado de personas se reparte los principales negocios y a todos se los señala como testaferros de los Kirchner.

En la ciudad que Cristina llamó “mi lugar en el mundo”, hay denuncias de corrupción y viejas historias silenciadas; hay crímenes relacionados con el poder e intendentes que ganan votos con la frase “yo te voy a dar un terrenito”; hay inmigrantes llegados de países limítrofes para construir las casas y los hoteles de los ricos; hay pastores evangelistas que prometen la salvación y fantasmas de antiguas matanzas; hay trata de mujeres, suicidios adolescentes y una cierta idea en los habitantes de que su suerte está atada a la del kirchnerismo.

Escrita con el pulso de lo urgente y la contundencia de los mejores relatos de viaje, Calafate. El paraíso perdido de la década ganada es una crónica periodística que invita a ser leída como un thriller político: la historia de un pueblo mutante y codiciado, que es al mismo tiempo una metáfora del país.

El Autor.


Gonzalo Sánchez nació en 1977 y trabaja en medios periodísticos desde 1998. Comenzó como redactor de Policiales en el primer diario Perfil y luego fue redactor de la revista Noticias.

Además trabajó como editor en Revista XXIII, en el diario Crítica de la Argentina y actualmente en Clarín. Sus crónicas y relatos de viaje fueron publicados en diferentes revistas de América Latina y Europa y también en la antología La Argentina crónica (Planeta, 2007).

Como documentalista, realizó Patagonia: los colores de la discordia y Bric, el nuevo mundo (serie conducida por Jorge Lanata). Colaboró en la investigación del libro 10K, de Jorge Lanata. Publicó La Patagonia vendida, los nuevos dueños de la tierra (2006), Patagonia perdida, la guerra por la tierra en el fin del mundo (2011) y Malvinas, los vuelos secretos (Planeta, 2012).

Ficha técnica.

Fecha de publicación: 01/03/2015
256 páginas
Idioma: Español
ISBN: 978-950-49-4392-1
Código: 10124271
Formato: 15 x 23 cm.
Presentación: Rústica con solapas
Colección: Espejo de la Argentina

© Publicado por Editorial Planeta de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

lunes, 22 de abril de 2013

¿Querían realidad? ¡Les doy realidad!... De Alguna Manera...


¿Querían realidad?


Son chorros. No lo dice la Justicia: lo dicen los hechos, lo dice la realidad. Un empleado bancario que se hace multimillonario en pocos años, gracias a la cercanía con el gobernador de una provincia petrolera, primero, al presidente de la Nación, después, y al primer damo, por último, es un grandísimo chorro. Lo mismo que el chofer de ese ex gobernador y ex presidente y ex primer damo, también multimillonario súbito. Y lo mismo que el ex gobernador, ex presidente y ex primer damo, lo mismo que la ex senadora, ex primera dama y actual presidenta, quienes no podían no estar al tanto del súbito enriquecimiento del ex empleado bancario y del ex chofer. Por no hablar del enriquecimiento del ex presidente y de la Presidenta…

Sí, chorros. No lo dice la Justicia: lo dicen los hechos, lo dice la realidad. La Justicia podrá determinarlo o no, lo más probable es que no. Sucede que si la Justicia pudiera desbaratar estas redes de lavado (o de choreo) seguramente estas redes de lavado (o de choreo) no podrían funcionar tan impunemente.

No, no tengo pruebas. No me pidan que ponga sobre la mesa cámaras ocultas con el pibe del rodete ni testimonios del marido de la ex candidata al parlamento italiano por el partido de Silvio Berlusconi, que compartía la fórmula con el ex embajador de Menem en El Vaticano. Porque, además, vieron cómo es esa gente…

No tengo pruebas más que las evidentes, las que están a la vista de todos y todas. ¿Pero es que no lo vemos? ¡Está tan claro! Entiendo el principio de inocencia, pero acá las cosas deberían ser al revés. El chofer y el empleado bancario (y el chabón que le compró el multimedio a Hadad a pesar de la Ley de Medios, y tantos otros delincuentes amigos de la Presidenta y del ex presidente) deberían demostrar que son inocentes, y no nosotros que son culpables. Así debería funcionar la Justicia en estos casos. Si no, la Justicia no funciona.

Sí, claro, la Justicia. ¿Y eso qué es? ¿Existe? Por supuesto, hace falta una democratización, una reforma profunda. Tal como están las cosas, no sirve. Posta, así la Justicia no sirve.

Pero la “democratización de la Justicia” del Gobierno es una canallada. Porque toma el nombre de una necesidad para convalidar un linchamiento. Un mamarracho capaz de lograr, por ejemplo, que con el nuevo sistema las víctimas de la masacre de Once no puedan hacerle juicio al Estado.

Desde el otro lado, desde el discurso opositor dominante del lugar común republicano berreta del “únanse todos y maten a la Yegua” (sí, eso parece ser republicanismo para algunos), se defiende el actual sistema judicial como una panacea. “Nos quieren avasallar la Justicia”, es la reacción compulsiva desde el epicentro de la Argentina blanca, como si esta Justicia no mereciera ser avasallada por justicia de verdad, democrática y amplia. En lugar de ir por una reforma real, en lugar de decir “sí, hace falta una reforma, pero lo que hay que cambiar es esto, no esto”, se defiende lo que hay y se dice “no” al Gobierno como sola propuesta. Un “no” inmenso, gigante, nacido en el epicentro de la clase media paladar negro y que explota en las calles cada vez que se convoca desde las redes sociales o desde vaya a saber uno dónde. Un no que es no y sólo no. Porque es el “no” lo que aglutina. Y nada más.

Mientras tanto, se sigue convocando por las redes sociales a esas jornadas cívicas con números y letras (13S, 8N, 18A, ¿24A?) que cada vez se parecen más al pelotero donde la clase media juega al republicanismo. ¿Qué es lo que se discute, realmente, en esos multitudinarios tuiteos presenciales donde cada quien lleva su propia pancarta para reclamar lo que personalmente cree que hay que reclamar? ¿Es esta una nueva forma de hacer política? ¿O no es más que un hartazgo colectivo que conduce irremediablemente a la antipolítica?

La paradoja de la antipolítica movilizada, manifestándose en la calle. No, no puede ser verdad. ¿Es la antipolítica la única salida posible frente a la política del doble discurso? ¿Es éste el único camino frente la retórica revolucionaria para justificar la concentración económica, la falta de medidas redistributivas, la criminalización de la protesta social y el linchamiento de la Justicia?

La antipolítica como respuesta a la política millonaria, a la resignación de que para hacer política hoy en el país y en el mundo se requiere de infinitos recursos económicos. O manejás una gran caja de una gran corporación propia o te dedicás a administrar la caja de las corporaciones ajenas, dicen por lo bajo desde el oficialismo, quienes te baten la posta, quienes justifican todo. No hay muchas chances, aseguran, en modo honestidad brutal, quienes juntan millones, no para comprar Ferraris y champán francés, sino para hacer política, dicen.

En el medio siempre aparece alguna Ferrari, asumen. O algún avión privado, o alguna fiesta en Punta del Este regada con Cristal. Pero bueno, el pibe del rodete necesitaba un seguro de vida. Y siempre es mejor hacerte muy conocido por la Ferrari y Karina Olga que medianamente conocido porque apareciste en un zanjón con un tiro en la frente.

Además, las Ferraris, las fiestas en Punta del Este, las estancias electrificadas, el chaboncito del rodete que siempre tiene la misma camisa blanca y Karina Olga son los daños colaterales del modelo nacional y popular.

No estamos en los 90, nada que ver. Es esto o viene la derecha. Es esto o viene la antipolítica. Parece joda, pero lo peor es que todavía hay algo de cierto. Lo peor que aquí se instaló esa antinomia nefasta. La peor versión del mal menor está entre nosotros. La resignación nos tapa como el agua en La Plata. ¡Y el que viene a salvarnos es Berni en un gomón! ¡Auxilio!

Se vio en la condena a Pedraza: podríamos decir “che, deberían haberle dado perpetua e imputar a algún funcionario nacional, porque hubo complicidad policial, por no hablar de las escuchas a Tomada, hablando con Pedraza como quien habla con un amigo, tres meses después del crimen de Mariano Ferreyra”. Pero nos conformamos con un muy realista “le dieron 15 años a Pedraza y hubo sentencia apenas dos años y medio después. Estamos en la Argentina, ¿qué más se puede pedir?”.

En el medio, las chicanas y la pirotecnia de si se puede o no hacer justicia desde el periodismo. No, para nada, eso está claro.

Lo que sí se puede hacer es mostrar lo evidente, amplificarlo, instalarlo en la opinión pública. No importa quién lo diga. No sirve aquí desacreditar al mensajero, como se pretende desde la trinchera de 6, 7, 8. Hace cuatro años, Jorge Lanata publicó en Crítica (el diario que dirigía) una investigación sobre lavado de dinero en la que acusaba a Héctor Magnetto y el grupo Clarín para el que hoy trabaja. Lanata abandonó Crítica después y dejó en banda a los laburantes.

Eso no invalida ni la denuncia de hoy ni la denuncia de entonces. Que se investigue a Magnetto y a Lázaro Báez. Todas las fortunas súbitas con complicidad estatal son sospechosas.

Y una verdad dicha por alguien que tiene intereses oscuros que defender no deja de ser una verdad.

Un funcionario no deja de ser corrupto porque lo acuse Clarín ni Clarín anula sus negocios con la dictadura militar porque lo acuse un funcionario corrupto y de nula militancia en causas por derechos humanos.

Así están las cosas. Si les sirve de consuelo, piensen que podrían ser peor.

Estamos en la Argentina. Un país que no es el mejor, ni tampoco el peor del mundo. Aunque no lo crean. 

Eso sí, las buenas noticias se las debo. ¿Querían realidad? ¡Les doy realidad!

© Escrito por Pablo Marchetti el domingo 21/04/2013, periodista y ex director de la Revista Barcelona de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


domingo, 4 de octubre de 2009

Mercedes Sosa... De Alguna Manera

Mercedes Sosa


Estaba internada desde el 18 de septiembre en el Sanatorio Trinidad. Desde el jueves recibía asistencia respiratoria mecánica. La tucumana, la voz del pueblo, falleció como consecuencia de un problema hepático pulmonar.

La gran cantante argentina Mercedes Sosa -quizás, para muchos, la mejor de la historia del país- falleció este domingo a las 5.15 en el Sanatorio Trinidad de la Ciudad de Buenos Aires. La tucumana tenía 74 años, sufría un problema hepático pulmonar y se encontraba en coma farmacológico, con asistencia respiratoria mecánica, desde el jueves.

Haydée Mercedes Sosa -ese era su nombre completo- había comenzado el 2009 con reiterados problemas de salud. El 30 de marzo debió suspender la presentación ante la prensa de su último disco, Cantora. Al principio se habló de una gripe, pero luego se confirmó una neumonía. "Mi madre tiene 73 años, es una persona mayor y necesita ciertos cuidados especiales", declaró entonces Fabián Mathus, su hijo.

En julio último, pocos días después de cumplir 74, "La Negra" volvió a ser internada en el Sanatorio Trinidad, y luego de que le dieran el alta, la recuperación no fue tan buena como se esperaba.

Fabián, otra vez y como lo hizo hasta el último día, intentó explicar lo que sucedía: "Cuando salió de la clínica los médicos dijeron que necesitaba mucho descanso, nada de actividad laboral y seguir tomando antibióticos. Pero la verdad es que esto se está haciendo muy largo y los resultados no son los que los médicos anunciaban en un primer momento". Este viernes el Padre Farinello le dio la extramaunción.

El último 18 de septiembre, Mercedes entró por última vez al Sanatorio Trinidad. Su estado fue reservado desde la primera noche y, con el correr de los días, la partida de "La Negra" ya parecía inevitable. El jueves, con algo de resignación y anticipando el final, Fabián Mathus solamente pudo decir: "Es momento de oración".

Trajo a un pueblo su voz. 

Mercedes Sosa nació en San Miguel de Tucumán el 9 de julio de 1935 y, desde 1962 hasta 2009, editó 47 discos, siendo el primero de ellos La voz de la zafra. Su carrera comenzó bajo el nombre de Gladys Osorio, cuando junto a su marido, Manuel Oscar Matus, y a Armando Tejada, se convirtieron en símbolos del "Movimiento del nuevo cancionero".

Ya en 1965 su verdadero nombre era muy conocido. Fue ese año en el que por primera vez subió al escenario en el Festival de Cosquín, invitada por Jorge Cafrune. Apenas dos años más tarde realizó su primera gira por Estados Unidos y Europa. La cálida voz de "La Negra" comenzaba a seducir a todo el mundo y el camino a la fama era irreversible.

En 1970, además de editar dos discos con Ariel Ramírez y letras de Félix Luna, realizó el homenaje a Violeta Parra que inmortalizó en el inconsciente colectivo argentino Gracias a la vida. Pero durante esa década, que parecía rendida a sus pies, Mercedes sufrió dos grandes golpes: la muerte de su marido y el exilio durante la dictadura militar; todo en un año, 1978.

"La Negra" regresó al país en 1984. Había hecho una breve escala en 1982 para cantar, pero según ella misma contó, "el general Lacoste dijo: '¿Quién dio permiso a Mercedes Sosa para estar en mi país?'" y ella se fue todo lo rápido que pudo.

Esos años de exilio la marcaron tanto que fueron el motivo por el cual lloró por única vez en un escenario. En una entrevista realizada por Víctor Amela, confesó: 

"¡Cometí el peor de los errores que pueda cometer un artista! Porque cuando subes al escenario debes ser poderoso, dominar, y no ser juguete de tus sentimientos. Cantaba Volver a los 17 y pensé en mi nieta, que la había dejado con 3 años al exiliarme. Ese día ella cumplía 17 años".

La fama, a Mercedes, nunca acabó de agradarle. Sí por el cariño de su público, pero nada por mantenerla tanto tiempo alejada de Tucumán. "Recuerdo a una amiga que me decía: 'Me muero por ir a Buenos Aires' y sigue en Tucumán. Y yo, ¡le juro que no me apetece nada ir a India, a Pekín! Son cosas que no he buscado. Yo no he buscado nada en la vida", declaró en la misma entrevista.

Tras una fuerte depresión de cinco meses en 2001, "La Negra" dejó una de sus mejores autodefiniciones: "Nací en Tucumán y vivo en Buenos Aires. Soy cantante. Soy viuda. Tengo un hijo, Fabián Ernesto y dos nietas, de 23 y 14 años. Soy cáncer. Conduzco un Audi chiquito. He estado muy enferma y me he reencontrado con Dios. Soy progresista. Soy embajadora de Unicef".

Así, sin grandilocuencias, porque eso de "la voz de América" para ella era "rimbombante": "Quien dice eso no conoce América Latina. Es un continente enorme, diverso, variado. Hay mil voces, no una".

Creyente fiel, Mercedes Sosa confiaba en que su madre la estaba esperando "allá". Ahora ya lo sabe. Si pueden estar otra vez juntas, seguro elijan estar en Tucumán.

© Publicado en el Diario Crítica de la Argentina de la Ciudad de Buenos Aires el domingo 4 de Octubre de 2009.








viernes, 10 de abril de 2009

Sócrates y Jesús… Nuestro Señor…

Sócrates y Jesús…



Me pregunto qué habría sido del mundo si conmemoráramos el suicidio -asistido- de Sócrates en lugar del suicidio -más asistido todavía- de Jesús.

Sócrates ya lo sabía: nunca se puede saber nada, y hay que saberlo para saber algo. Sabemos, por ejemplo, que entre dos hombres célebres condenados y ejecutados por sus Estados hace más de dos mil años recordamos mucho más a uno de ellos. Hoy se revive en la mitad del mundo la muerte de aquel señor judío ejecutado en Palestina. Su victoria fue tan completa que hoy lo evocamos, aún sin quererlo, todos: los que creen que ese señor fue un Dios, los que creen que no, los que no creemos que eso que llaman dioses exista fuera de las mentes –donde se mezcla con el vencimiento de la cuota del auto, el viaje de egresados de la nena, el miedo al cáncer de pulmón, la indignación por el ascenso de Rodríguez, la urgencia de repintarse los claritos, las ganas de cogerse a la vecina del 3ºC, el desprecio por Marcelo Tinelli, la pregunta por el sentido de la vida, el tedio ante los diarios, el dolor del gol en contra del domingo, el dolor de la maldita regla, el dolor de ya no ser, la esperanza de que el próximo gobierno, la ignorancia sobre casi todo, las ganas de cogerse al cajero de cobranzas, la culpa por el asado de esta noche, el hartazgo por los reclamos de Teresa, el recuerdo de aquel helado de frutilla, el olvido de la cara del abuelo y tantas otras cosas.

Pero en el mundo real, un poco más allá o más acá de la mente, aquel señor de Palestina tiene un lugar tan decisivo que esta mañana usted, señora, puede leer este diario en la cama en lugar del subte medio lleno: Dios –sabíamos– es misericordioso. Y todo por una muerte a tiempo y bien usada. La primera, en cambio, no dejó rastros visibles.

Sócrates fue el hijo de un tallador de piedras que nació en Atenas hacia el año 470 antes del Otro. Cuando joven retomó el oficio de su padre y peleó en las milicias de su ciudad contra los persas; era un ciudadano aplicado, sin el menor carisma, más feo que mil perros feos y levemente hosco pero tan inteligente que en algún momento decidió que se dedicaría sólo a pensar y, si acaso, entrenar algunos jóvenes en ese deporte extremo. Sócrates tuvo una vida protestona y más o menos feliz, casado con una señora que pasó a la historia como la más insoportable, padre de tres hijos medio idiotas y animador de mil debates, médium de ideas y hallazgos memorables. Hasta que un día, 399 antes del Otro, lo acusaron de “despreciar a los dioses de la ciudad y corromper a sus jóvenes”, y un tribunal popular lo condenó, tras breve discusión, a muerte. Sócrates tenía el derecho de proponer una pena alternativa –que solía ser aceptada: una multa importante, el ostracismo–. Con desprecio infinito les sugirió que, en vez de matarlo, lo mantuvieran de por vida “por sus servicios a Atenas”. El tribunal ratificó su condena y treinta días después, rechazando los planes de fuga que le propusieron sus amigos, Sócrates se tomó la cicuta de un buen trago.

Sócrates no fue Jesús, pero podría haber sido. Y ahora, jueves dizque santo, pescados aterrados, el incienso en el aire, la molicie, me pregunto qué habría sido del mundo si conmemoráramos el suicidio –asistido– de Sócrates en lugar del suicidio –más asistido todavía– de Jesús. Dos profetas menores –de dos ciudades bien distintas: una, el centro de la cultura de su tiempo, la inventora de la filosofía y la democracia, brillantísima Atenas; la otra, la capital de una provincia atrasada del Imperio, sede de un templo, una corte y un mercado, Jerusalén bella y oscura. Dos profetas que se entregaron a la muerte: rechazaron la clemencia de sus jueces, los provocaron para obligarlos a matarlos –o, por lo menos, no hicieron nada por impedirlo. Los dos actuaron, entonces, esa manera del suicidio que podríamos llamar sacrificial: alguien que cree que es mejor morirse para sostener ciertas ideas que dejarlas de lado para seguir viviendo. Aunque sus sacrificios se vieron tan distintos: la puesta en escena dramática y pública de la tortura de la cruz contra la delicadeza de un trago en la intimidad del patio de la casa. Sócrates estuvo displicente: “Critón, le debemos un gallo a Esculapio. Por favor, no te olvides de dárselo”, fueron sus últimas palabras. Esculapio era un dios curandero, cuyos sacerdotes cobraban sus terapias en bípedos plumados; la frase significa, dicen, que Sócrates tomó la muerte como cura. Jesús, en cambio, se desesperó: “Eli, Eli, lama sabactani”, gritó en la cruz, en su frase más brutal y menos recordada: “Padre, Padre, ¿por qué me abandonaste?”. Pero la diferencia mayor está en las ideas por las que murieron, y en la forma en que intentaron difundirlas.

Ninguno de los dos escribió nunca una palabra. Sócrates es un relato de Platón; Jesús, de Lucas, Marcos y Mateo. Jesús fue el profeta por excelencia, el que sabía todo, el que podía decir lo que nadie podía, el que hablaba del mañana y de los cielos, el que exigía que le creyeran sin razonamientos: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”, dice Mateo que dijo Jesús. Sócrates, en cambio, era la duda sistemática, el que no creía en sus dichos más que en los ajenos: “Ustedes no me creerán, pero la forma más alta de la excelencia humana es cuestionarse a uno mismo y a los demás”, dice Platón que dijo. Jesús, coherente, desparramaba su saber absoluto en discursos y parábolas, lo impartía; Sócrates, también, buscaba el aprendizaje a través del intercambio, del diálogo.

Jesús dictaba reglas sobre cómo hay que vivir; Sócrates insistía en que cada cual se buscara sus reglas –mientras no rompiera las de la sociedad donde vivía. Jesús funcionaba según leyes que sólo se aplicaban a él, y desafiaba las leyes naturales –supuestamente– naciendo de una virgen, resucitando lazaros, convirtiendo panes en peces, agua en vino, la muerte en vida eterna: haciendo lo que nadie más podría, estableciendo una jerarquía absoluta donde solo él tenía el poder de todo eso, donde él, como hijo de Dios y dios a su vez, había condescendido a salvarnos pero estaba claramente por encima de todos. Sócrates no hacía nada distinto de nadie salvo tratar de pensar –que, curiosamente, está al alcance de cualquiera– y descubrir que sólo era un poco más sabio que sus vecinos porque él, al menos, sabía que no sabía; nunca dejaba de decir que era un hombre común, un ciudadano, y aceptó las leyes de la ciudad hasta tal punto que decidió cumplir con su condena a muerte. Jesús pudo decir que era un dios o el hijo de un dios o por lo menos el rey de los judíos, formas extremas del poder; Sócrates nunca quiso ser más que un artesano que conversaba con sus amigos y paisanos y no se privaba de decir lo que pensaba, aunque eso molestara. Uno, la institución de un poder sin crítica posible; la crítica constante del poder, el otro.

Son diferencias entre dos hombres antiguos que murieron a manos del Estado porque hablaban y decían cosas raras. Nos queda el juego de pensar qué sería de nosotros, cómo habría sido nuestra historia y nuestra civilización si, en lugar de recordar al palestino, en un día como hoy recordáramos al griego: si no pensáramos que es mejor un dios, un ser omnipotente al que hay que seguir y obedecer a ciegas que un hombre con quien charlar para buscar, a tientas, juntos, ideas nuevas y mejores. Nada, pavadas, lo que ahora los historiadores llaman contrafácticos: ejercicios para feriados aburridos, tristezas de lo que habría podido ser si no fuéramos, tan insistentes, lo que somos…

© Escrito por Martín Caparros en el Diario Crítica de la Argentina el viernes 10 de abril de 2009.