Una deriva insólita, de los hechos a las
“interpretaciones”.
Fue Luciana Geuna quien me dijo, durante la era k “el periodismo se ha
transformado en una cuestión de fe”. Su diagnóstico de entonces fue exacto:
durante el kirchnerismo desaparecieron los hechos, y todo se llenó con
interpretaciones.
© Escrito por Jorge Lanata el martes 02/02/2016 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
–Lo que usted está viendo es un vaso.
–No, es una vaca.
¿Cómo sigue ese diálogo? Esta costumbre fue advertida primero por los
periodistas –porque nos afectaba directamente en el trabajo– pero al poco
tiempo también el público descubrió la trampa.
El combate del kirchnerismo contra el periodismo fue básico pero efectivo:
* Desacreditar a quien denunciaba sin mencionar jamás los hechos que
constituían la denuncia.
* Sostener que la “desmentida” del funcionario cuestionado alcanzaba para
derrumbar la denuncia. (¿Qué esperaban? ¿Que, entre lágrimas, él tipo se
confesara culpable?).
* Argumentar que la denuncia era “política”, algo que podría resumirse así:
el gobierno (político) acusa al periodismo (político) de hacer política. Esta
conducta puso de moda un término del argot periodístico-político: “operación”,
y entonces cada noticia se convirtió en una “operación”, con lo cual, al
calificarla así, se trataba de evitar sus efectos. Esa vieja lógica siguió,
gracias a Dios sin resultado, Aníbal Fernández cuando nos acusó de operar en su
contra semanas antes de las elecciones, como si tuviéramos que pautar las notas
según el calendario electoral de cada partido.
De esta manera el intento ilegal de quedarse con la Casa de la Moneda de
Boudou, los bolsos con euros de Fariña, Lázaro y Cristina, las sociedades de Cristóbal
López y Electroingeniería con Cristina y Néstor, los hoteles del Nene, etc., etc.,
con la ayuda de jueces tan abyectos ayer como ahora mismo, se transformaron en
”opiniones” y eran “hechos”. Un sector de la sociedad aceptó la existencia del
“periodismo militante” como una parte de la realidad deseada: todos opinan,
todos operan, todos interpretan.
En la madrugada del 17 de junio de 1972, Frank Wills, guardia de seguridad
del Complejo Watergate de edificios en Washington, advirtió que alguien había
penetrado violando los controles de seguridad: eran agentes de la CIA y del
Comité de Reelección de Nixon. Llamó a la policía y minutos después cinco
hombres fueron arrestados dentro de la oficina del Comité Nacional del Partido
Demócrata, el principal partido de la oposición.
Nixon y su equipo conspiraron para ocultar el allanamiento sólo seis días
después de los hechos. Después de dos años reuniendo pruebas contra el entorno
del presidente, que incluía a miembros de su equipo testificando contra él en
una investigación del Senado de los Estados Unidos, se reveló que Nixon tenía
un sistema de grabación de cintas magnéticas en sus oficinas y que había
grabado una gran cantidad de conversaciones dentro de la Casa Blanca.
Con la certeza de una acusación de parte de la Cámara de Representantes y
de una condena en el Senado, Nixon dimitió diez días más tarde. Se convirtió
así en el único presidente estadounidense que renunció al cargo.
Nadie se preguntó nunca, en esos años, si el Watergate era una “operación”
de los demócratas, o si Frank Wills se había drogado alguna vez. Nixon,
obviamente, intuyendo a Aníbal Fernández, desmintió los hechos hasta que fue
sepultado por las pruebas. Otro detalle nada menor: los legisladores y los
jueces que investigaron eran honestos. Aquí hoy, a un año de los hechos,
sentado sobre el cadáver del fiscal, Horacio Verbtisky aún deja abierta la
hipótesis del suicidio del fiscal Alberto Nisman.
El tema de la desaparición de los hechos y su reemplazo por las opiniones
resurge ahora, cuando el gobierno entrante trata de convertir a los medios del
Estado en medios del Estado. Veo en el programa Intratables a Hernán Lombardi
& Panelistas caer en la misma trampa: discuten el pluralismo sin mencionar
la capacidad.
“Hay que dejar a algunos kirchneristas para ser pluralistas”, es la
entrelínea de lo que dicen. Si están discutiendo periodismo el enfoque esta
errado: ¿Si fuera K o si fuera macrista –da igual– dejaría de contar lo que
sucede? En ese caso ya no sería periodista. Buscamos un medio del Estado donde
alguien diga “¡Lázaro es socio de Cristina, estas son las pruebas!” y el
programa siguiente afirme “¡Lázaro y Cristina nunca se vieron!”. ¿En qué lugar
de la grieta se perdió el periodismo? He formado redacciones durante décadas y
nunca le pregunte a nadie a quién votaba –de hecho, viví la paradoja que muchos
ex colaboradores de mis medios formaron luego parte de los grupos de tareas de
propaganda K–.
Así planteado el “pluralismo” se parece a la brutalidad del que confiesa
tener un amigo judío para demostrar que no es antisemita. Entiendo esa visión
al armar un “panel”, pero no una redacción. El “panelismo” es un fenómeno
reciente, parte del deterioro del nivel televisivo, un sitio en el que, como
vecinas en la vereda, se mezcla a algunos periodistas con otros mediáticos,
casi nunca cuentan con información propia y opinan desde ningún lugar. Hablo de
medios: necesitan buenos conductores, buenos periodistas, columnistas formados;
la desesperación de las señoras Veiras, García, Russo, etc., es que nunca más
van a ganar cien mil pesos al mes porque no es eso lo que vale su trabajo. Los
medios del Estado –y los privados, claro– necesitan buenos periodistas: gente
que escriba con sujeto, predicado y datos, que tenga buenas preguntas y que sea
sensible a lo que sucede en su entorno.
¿A quién votan? Es una pregunta menor.