¿Nacidos para sufrir?...
La
insoportable levedad del ser… Argentino. Dibujo: Pablo Temes.
Razones de un destino asumido que se apoya más en lo
cultural que en lo estadístico. Efecto derrame negativo.
© Escrito por Carlos De Angelis el domingo 1º de Julio de 2018 y
publicado por el Diario Perfil de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Si no sufrís no sos argentino”, lanzó el relator en un
grito desgarrador finalizando el segundo tiempo cuando Argentina debía meter el
segundo gol a Nigeria para no quedar fuera de la Copa del Mundo.
Creencias.
Buena parte de los habitantes de este país
suscribe a la idea de este relator y piensan que viven en un país donde se está
condenado a sufrir. Esto se expresa en la queja e insatisfacción permanente
como parte de cualquier conversación, con la convicción que somos una
singularidad única en el planeta.
El filósofo griego Cornelius Castoriadis (1922-1997)
planteaba que la realidad es instituida socialmente, producida y creada por lo
imaginario. Esta realidad organiza las restricciones sociales ordenando lo
factible y lo no factible, lo que se puede hacer y lo que es imposible. Esta
construcción imaginaria se reproduce continuamente, transmitiéndose en las
interacciones sociales, en la educación, en los medios de comunicación masiva y
en las redes sociales.
“Irresponsables,
impuntuales, incumplidores e irrespetuosos, siempre resolviendo todo en el
último minuto. Pero a la vez únicos en el mundo, brillantes e
inteligentes”. Este es el imaginario que ha construido la mayoría de los
argentinos cuando se pregunta en los focus groups sobre cómo describiría a sus
compatriotas. También la vida social ha contribuido a la formación de esta
idiosincrasia: una sociedad con permanentes conflictos sin resolver, con una
inseguridad urbana ya naturalizada, altos niveles de pobreza e indigencia
invisibilizadas, un sistema de transporte sin ningún tipo de regulación,
situaciones de agresión que se puede percibir en cualquier parte, una alta
inflación que mina cualquier perspectiva económica, y la falta de cumplimiento
en los contratos públicos y privados, son solo algunos obstáculos que se deben
sortear a diario.
Este imaginario es palpable por ejemplo en la encuesta de
la Corporación Latinobarómetro de 2017 cuando el 45,3% de los argentinos sostuvo que el país estaba estancado mientras
el 32,3% expresó que estaba en retroceso. Argentina parece ser un país donde es
difícil desarrollar un proyecto de vida. Lógicamente se trata de miradas
subjetivas, pero estas creencias se transforman en expectativas y acciones
sobre el mundo que nos rodea.
Lo objetivo.
Sin embargo, algunas estadísticas ayudan a ubicar al país por fuera de las
subjetividades. Argentina era evaluada por el Banco Mundial como la economía
número 21 en el mundo para 2017 (http://databank.worldbank.org/data/download/GDP.pdf),
es decir no de las más pequeñas. En tanto para el Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo, Argentina ocupaba el puesto 45 de desarrollo humano
para 2016, posición calificada como muy alta.
La contracara de
estos rankings es la distribución del ingreso.
Para graficar esto se suele emplear el coeficiente de Gini donde cero
indica total igualdad (todos tienen los mismos ingresos) y 1 total desigualdad.
Para el Gini informado por el Indec esta semana, Argentina tiene una puntuación
de 0,440 y figura alrededor del puesto 112 en el mundo, cercano a Perú, Yibuti
y Bolivia.
Evidentemente, se trata de un país con grandes
de-sigualdades. En 1975 tenía un coeficiente de 0,35, uno de los más bajos del
mundo para la época. El país más igualitario del mundo era en 2016 Noruega
(0,241), y el país más desigual es Sudáfrica (0,630, dato de 2014).
Hipótesis.
No es sencillo ni directo comprender por qué Argentina se ha transformado
en una sociedad del sufrimiento y del desencanto. Una hipótesis provisional
podría indicar que la permanente inestabilidad económica ha erosionado el
“carácter de los argentinos” parafraseando al sociólogo estadounidense Richard
Se-nnet, quien definió carácter como el valor ético que atribuimos a nuestros
deseos y a nuestras relaciones con los demás centrado en el largo plazo de
nuestra experiencia emocional. El largo plazo fue eliminado de la perspectiva
subjetiva de la argentinidad, creando una nueva identidad: la del héroe que se
salva solo cada día.
Los contextos económicos son centrales para comprender
esto, y cada crisis produce evidentes secuelas sociales extendidas en el
tiempo. La pérdida constante del valor de la moneda, la alta inflación por
largos períodos de tiempo, la fuga de capitales –que no es otra cosa que
riqueza acumulada– y la nueva pobreza estructural a partir del 2001 fueron
minando este carácter, y permitiendo el desarrollo de otras facetas para crear
estrategias para lidiar con las diferentes coyunturas, aunque en ese camino
haya que dejar de lado las normas de convivencia, y todo atisbo de solidaridad:
la derrota a la “gauchada”, y el triunfo de “la viveza criolla.
La segunda razón de peso estriba en los comportamientos
de la clase dirigente. Buena parte de empresarios, políticos, sindicalistas,
hasta dirigentes deportivos generan una ejemplaridad negativa, por algo los
argentinos tienen una pésima imagen de sus empresarios. Se los supone con
comportamientos tan opacos como los políticos, con vidas de ricos y con
empresas pobres. Paradójicamente la mayoría de las grandes fortunas del país se
hicieron asociadas al Estado, así como gran parte de las empresas de origen nacional
fueron vendidas en los años noventa.
Otro tanto pasa con la clase gobernante, que se los
supone usando los resortes del Estado para beneficio propio, y sin problemas
para romper las reglas cuando resulta conveniente, como se observa en los
funcionarios que se enriquecieron con la obra pública en los años del
kirchnerismo, funcionarios que operan en paraísos fiscales actualmente, o como
cuando utilizan su poder para beneficiar sus negocios.
Cada pronóstico que no
se cumple –como las metas de inflación– consolida la incredulidad del argentino
medio, llegando a extremos cuando en el 2001 el gobierno de Fernando de la Rúa impulsó la ley de intangibilidad de los
depósitos y días más tarde Domingo Cavallo los confiscó con el Corralito. Es un
punto clave: si el que está “arriba”
puede quebrantar las normas, por qué no lo haría quien está en la base social:
el origen del drama argentino.
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