Recordando a Enrique Angelelli, su carrera
santísima truncada y la bendición fatal de Kissinger
Los responsables de su muerte fueron de un régimen
cuya "guerra" sucia había obtenido solo dos meses antes, en junio,
bendición por el entonces Secretario de Estado Henry Kissinger. Dio como
resultado un rosario infernal de secuestros secretos, tortura y asesinato de
más de 20.000 personas, Incluyó en su red tanto guerrillas de izquierda, como
disidentes no violentos, e incluso muchos ciudadanos no involucrados pero
asimismo atrapados por el terror estatal.
© Escrito por el jueves 04/08/2016 y publicado por Tribuna de Periodistas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La causa de canonización de Angelelli, titulado un Siervo de Dios, fue
inaugurado en 2015, sólo un año después de que dos oficiales militares de alto
rango recibieron sentencias de cadena perpetua por su muerte. Dedicado a servir
a los más necesitados, y armado con el lema "Con un oído puesto que el
Evangelio y otro en el pueblo", Angelelli había provocado el odio de los
privilegiados, quienes lo acusaron de ser un "comunista." (Eso
mientras el Partido Comunista Argentina y sus manipuladores en Moscú
promovieron en silencio pactos económicos con los supuestamente anticomunistas
"guerreros" sucios, mientras que los guardianes de la historia
oficial afirmaron que su represión ilegal fue la "primera batalla de la
Tercera Guerra Mundial”.)
Irónicamente, el 40 aniversario llega justo después de las convenciones de
los partidos mayoritarios en los Estados Unidos, que canonizaron dos candidatos
presidenciales notable tanto por sus elogios a Kissinger como sus esfuerzos
para buscar su aprobación.
Vale también notar que la oportunidad de celebrar la vida y obra de
Angelelli viene sólo cuatro meses después de que el presidente Barack Obama
viajó a Buenos Aires con motivo de marcar del 40 aniversario del golpe militar.
Mientras estuvo en Argentina, Obama —tal vez reflejando el debate dentro de
su propio Partido Democráta sobre el apoyo de Kissinger a los graves violadores
de los derechos humanos en America Latina y en otras partes del planeta— optó
por centrarse solamente en el trabajo valiente llevado a cabo por Patricia
Derian, la cruzada abanderada de los derechos humanos de Jimmy Carter, y su
pequeño equipo en el Departamento de Estado durante aquella revolución en
Washington.
Quedó como pregunta sin contestar si la promesa solemne hecha por el
presidente Número 44 en la historia EEUU —para desclasificar documentos claves
de Estados Unidos de la época para comprender mejor lo que realmente pasó
durante el régimen de generales asesinos y sus secuaces neonazis— en efecto
sería honrado por cada uno de sus probables sucesores en la Casa Blanca.
La importancia universal de la historia de Angelelli, el rol de Kissinger,
y lo que sucedió en lo que solía ser llamado el país de América Latina
"más desarrollado", tal vez se puede entender mejor con el dictamen
de autor y crítico social norteamericano James Baldwin.
Los niños, escribió, “nunca han sido buenos para escuchar a los ancianos,
pero nunca han dejado de imitarlos."
Dicho sea de paso, centenares de niños, también, fueron y son víctimas de
aquella represión ilegal.
Angelelli nació en Córdoba en 1923. Sus padres eran inmigrantes italianos,
que juntos con muchos otros inmigrantes italianos y distintas comunidades
étnicas trabajaban la tierra. Después de entrar en el seminario a los 15 años,
fue enviado a estudiar a Roma para después de regresar a Córdoba como un cura.
Asignado varios papeles como un joven sacerdote, era a la vez pastor para el
Movimiento Católica de Juventudes y visitó y ministró a los residentes en las
villas miserias, lo que sería una parte fundamental del trabajo de su vida.
En 1960 Angelelli fue nombrado obispo auxiliar de Córdoba por el Papa Juan
XXIII, sólo para ser eliminado de esa posición por involucrarse en una disputa
sindical en nombre de los trabajadores. Después del Concilio Vaticano II —sus
creencias y sus acciones fueron consideradas como de acuerdo con las enseñanzas
de la Iglesia— fue una vez más nombrado obispo auxiliar. Más tarde, después de
convertirse en obispo de La Rioja en 1968, Angelelli continuó hablando en
contra de los anillos juego y la prostitución dirigidos por los ricos y se
mantuvo firme en el lado de los trabajadores y agricultores.
En 1973, con el retorno del exilio del hombre fuerte populista Juan Perón y
su aplastante victoria en las elecciones presidenciales, Angelelli compartió
momentáneamente la esperanza del pueblo en su conjunto. Sin embargo, cualquier
idea de paraíso en la tierra para el “pueblo peronista” fue de corta duración.
Barridos en el faldones de Perón, como candidato Carlos Menem se había
comprometido en las elecciones a entregar tierra sin usar a los trabajadores
agrícolas locales.
Sin embargo, los del rico clan Menem pronto lanzaron un contraataque, un
esfuerzo sostenido para hostigar a Angeletti y su preferencia —uno apoyado por
el Vaticano— para los pobres; fue una hostilidad que duró hasta la propia
muerte de Angelelli. Bien conectados, los lazos familiares de los Menem
incluyen grupos peronistas de extrema derecha, los que estaban, como se
confirmó años más tarde, vinculados a escuadrones de la muerte
ultraderechistas.
Aun antes del golpe de 1976, los grupos paramilitares neo-fascistas muchas
veces trabajando de la mano con las fuerzas armadas hicieron la Iglesia un
blanco prioritario. Sacerdotes y laicos que trabajan en los barrios pobres para
educar y evangelizar a los pobres empezaron a desaparecer, absorbidos por la
red terrorista del Estado.
Ya en 1974 el recrudecimiento de la crisis social y política incluía un
alud de asesinatos, atentados y ataques a los dirigentes y organizaciones
populares. Fue en septiembre de ese año que Angelelli viaja a Roma en visita
"ad limina", donde le sugirieron que no regresara porque su nombre
figuraba en la lista de amenazados por la Alianza Anticomunista Argentina. Sin
embargo, su Obispo volvió a La Rioja, planteando asimismo los ejes de trabajo
para 1975: "Caminar con y desde el pueblo, seguir actuando el Concilio y
continuar la promoción integral de los riojanos".
Enfurecidos, los terratenientes llamaron “Satanella” al Obispo y empezaron
a organizar un ataque más directo. Luego del golpe de Estado, mientras los
militares incrementaron el control y seguimiento a los miembros de la Iglesia,
haciéndolos un “blanco prioritario” de la represión, Angelelli una y otra vez levantó su voz para denunciar
las violaciones a los derechos humanos, haciendo conocer al Episcopado la
persecución de que era objeto la iglesia riojana. Sus gestiones ante las
autoridades militares incluía al Comandante del III Cuerpo de Ejército, Luciano
B. Menéndez (años más tarde uno de los convictos por su asesinado), quien
amenazó. "El que se tiene que cuidar es usted".
Frente el terror Angelelli aconsejó a sacerdotes, religiosos y laicos
abandonar la Diócesis para protegerlos, pero el mismo no aceptó la invitación
de Obispos latinoamericanos para un encuentro en Quito, Ecuador, mientras que
confesó a sus familiares atemorizados para el: "Tengo miedo, pero no se
puede esconder el Evangelio debajo de la cama".
La represión se mostró implacable, el eje las oligarquías locales y los
militares en Buenos Aires. En Capital Federal, a principios de julio,
asesinaron a los sacerdotes palotinos. En La Rioja, los padres Eduardo Ruíz, de
Olta y Gervasio Mecca, de Aimogasta,
fueron detenidos. El 18 de julio los padres Gabriel Longueville (un ciudadano frances)
y Carlos Murias, de Chamical, fueron secuestrados, torturados y asesinados.
Ocho dias mas tarde un grupo de encapuchados buscando a un sacerdote en
Sañogasta, al que Angelelli había aconsejado antes abandonar la zona,
ametrallaron en la puerta de su casa al laico campesino Wenceslao Pedernera.
Unos días antes de su muerte, en una reunión con sacerdotes y monjas,
Angelelli preanunció su muerte, contándoles: “Ahora vienen por mí”.
El noche de 3 de agosto Angelelli no habia vuelto todavía a La Rioja.
Prefirió quedarse en Chamical en busca de indicios del crimen, que prometió
revelar “si es necesario desde el púlpito de la Catedra de La Rioja.”
Al día siguiente, menos que dos meses después de la luz verde de Kissinger,
Angelelli, junto al padre Arturo Pinto, retornaba a la Capital riojana. A la
altura de Punta de los Llanos su camioneta fue embestida por un auto Peugeot
504, que le provocó el vuelco. El cuerpo del Angelelli fue sacado y su nuca
golpeada contra el asfalto, quedando su figura extendida con los brazos
abiertos sobre la ruta. A pesar del denso clima de intimidación, 6.000 personas
apesadumbradas se hicieron presente en el funeral de Angelelli para escuchar al
arzobispo Vicente Zaspe recorder que “El Pelado” con frecuencia le había confiado:
“Estoy dispuesto a morir, si mi muerte lleva la reconciliación a La Rioja”. En
Buenos Aires, un portafolio con documentación que Angelelli se había llevado
consigo apareció en el despacho del entonces ministro del Interior, General
Albano Harguindeguy.
Por años, los militares intentaron ocultar la causa del crimen,
explicándolo como un "accidente automovilístico”. Sin embargo, la
investigación judicial iniciada y enseguida archivada, en 1983 se reabrió con
el retorno de la democracia con la asunción de Alfonsín. En 1986, el juez Aldo
F. Morales dictaminó que la muerte de Mons. Angelelli fue un "homicidio
fríamente premeditado", debiéndose identificar los autores. Sin embargo, fue solamente en 2014, que una
Corte halló que tanto el ex-general Menéndez como otro militar fueron
culpables.
El legado de Angelelli estaba en marcado contraste con la creada
mundialmente por Kissinger; lo que Patt Derian me dijo que era "las
huellas de Kissinger en una gran cantidad de países." No sólo había el
derrocamiento de un gobierno de izquierda, pero democráticamente elegido, en
Chile por el aliado preferido por Kissinger —Augusto Pinochet— hundiendo una de
las democracias más antiguas del hemisferio en el terror; el único error a la
chilena, dijeron en privado sus contrapartidos guerrilleros sucios argentinos,
fue que el autoproclamado "Capitán General" había arriesgado matar
también públicamente su oposición política y social.
El legado de Kissinger incluye la venta de nuestros aliados kurdos al Shah
de Irán; dando a los generales de Indonesia "luz verde" para invadir
Timor Oriental, donde asesinaron a decenas de miles de personas, y instando el
presidente Richard Nixon que ayudar a los judíos soviéticos emigrar para
escapar de la opresión de un gobierno totalitario "no era un objetivo de
la política exterior de Estados Unidos". La lista sigue...
Tratando de contener la sangre, el Presidente Carter y Patt Derian habían
puesto el régimen de Argentina en la parte superior de su lista de violadores
mundiales de los derechos humanos. Mientras tanto, Kissinger volvió a la
Argentina en 1978 como "invitado de honor" de los generales en los
partidos de fútbol de la Copa Mundial, algunos de ellos no muy lejos de campos
de la muerte donde sufrieron sin piedad los desaparecidos.
En aquel momento, un católico apóstata, la primera vez que realmente me di
cuenta de la importancia de la vida y el martirio del Angelelli fue en
conversaciones con Penny Lernoux, la legendaria reportera corresponsal del
National Catholic Reporter, que no muy antes había escrito su libro seminal, El
Clamor del Pueblo (Cry of the People, Doubleday, 1980).
A principios de 1986, cuando el muy amado Senador Edward M. Kennedy se
preparó para visitar la Argentina del héroe de los derechos humanos Raúl
Alfonsín, su staff buscó un lugar especial en honor a las víctimas del
holocausto local, un país que tenía el honor de ser el primero que juzgaba sus
propios militares, quienes tenían cientos de campos de concentración
clandestinos y una propaganda hecha por admiradores de Goebbels. Por mi
recomendación, Kennedy viajó a La Rioja para dar gracias a Angelelli y su obra
(evento que fue el motivo de su visita allí, aunque fuera por desgracia
pirateada por un Carlos Menem todavía presentado como una "reformista"
peronista).
Más tarde, dediqué mi primer libro, Dossier Secreto; Desaparecidos de la
Argentina y el mito de la "guerra" sucia (Westview 1993) a Angelelli
y otros dos católicos, el decano de derechos humanos en Buenos Aires Emilio
Mignone, y Patricia Derian (esta última, como yo en ese entonces, una
apóstata). La parte de "La Iglesia de los Pobres", capítulo en que se
centraba en la vida de Angelelli tenía el título "El martirio de un
obispo".
Al asumir el cargo en 1983, después de tratar de dominar a los militares a
través del estado de derecho, Alfonsín se encontró que no podía hacer lo mismo
cuando se trata de endeudamiento bruto del país otrora próspera a bancos de
Estados Unidos de que el régimen de estado policial había legado a las que una
vez había gobernado con mano de hierro.
Cuando Alfonsín buscó la ayuda financiera y la comprensión en Occidente, el
hecho de que uno de esos bancos —el Chase Manhattan— fuera dirigido por los
Rockefeller, ellos los antiguos patrones de Kissinger —fue rara vez que eso se
mencionaba en la prensa estadounidense—, no tuvo suerte. Mientras tanto,
Kissinger Associates tenía la tarea, como uno de sus ejecutivos subrayó con
satisfacción, de señalar "conflictos reales o potenciales que existen entre
los países deudores, o para hacer inventarlos en caso de que no existan."
Volvió Kissinger a la Argentina como "invitado de honor" con la
asunción del corrupto Carlos Menem en 1989, quien perdonó rápidamente a
aquellos gobernantes de la guerra sucia, condenados y encarcelados luego de una
suerte de mini-Nuremberg durante el gobierno de Alfonsín.
Cabe notar que Menem repitió —tanto en privado como en público— que el ex
jefe de la Policía Federal Argentina Alberto Villar, uno de los organizadores
de la Triple A, fue un ejemplo que su gobierno quería seguir.
El 24 de junio 1994, advertí en el Washington Times que en el gobierno de
Carlos Menem —cliente de Henry Kissinger y el puente del Departamento de Estado
a la dictadura siria atroz que protegía a los criminales de guerra de la era
nazi— Argentina se había convertido en "una estación de paso para el
terroristas del Oriente Medio y traficantes de armas y un punto de tránsito
cada vez mayor para el envío de narcóticos a los Estados Unidos y Europa".
El 18 de julio la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA ) fue volada
matando al menos a 85 personas inocentes e hiriendo a cientos más en el ataque
grave de la historia terrorista contra judíos fuera de Israel desde el
Holocausto.
Dos días más tarde, un editorial del Miami Herald tomó nota de mi
advertencia, y agregó: "Una vez arraigadas en el suelo argentino, algunos
de ellos han decidido que es más fácil de atacar a Israel en Buenos Aires que
en Tel Aviv."
En una columna titulada El obispo Angelelli y el papa Francisco, publicada
en La Razón, Xavier Albó notó:
El 4 de agosto de 2006, al recordarse los 30 años de su asesinato, se
hicieron diversas celebraciones en la zona. El entonces arzobispo de Buenos
Aires, Jorge Bergoglio, estuvo allí. En este caso concreto, Bergoglio, ya papa
Francisco, ha jugado un rol muy oportuno. Sacó a la luz documentos antes
secretos, que envió enseguida a la Argentina y aceleraron la condena a cadena
perpetua de los dos altos mandos militares más directamente implicados: el
exgeneral Luciano Benjamín Menéndez y el excomodoro Luis Fernando Estrella.
“El Papa conoció a Monseñor Angelelli”, explicaba el actual obispo de La
Rioja, Marcelo Colombo, “como provincial jesuita durante esos años visitó la
diócesis donde trabajaban algunos sacerdotes de su orden, algunos de los cuales
incluso habían sufrido la persecución y la cárcel en esos días”.
Hace 10 años, con el cumplimiento de los 30 años del asesinato de
Angelelli, rumbo a la beatificación, “Bergoglio manifestó en una homilía en la
catedral de La Rioja que el fallecido obispo ‘recibía pedradas por predicar el
Evangelio y derramó su sangre por ello’.”
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