Nada…
30 años de Democracia. Dibujo: Agencia Telam
Era
la fiesta de ella y nadie se la iba a arruinar, cayera quien tuviese que caer.
Este mecanismo puede ser considerado como acontecimiento excepcional, porque en
verdad lo es. El capricho imperial atrasa a escala mundial, a menos que se
compita con el venezolano Nicolás Maduro, el nicaragüense Daniel Ortega, el
sirio Hafez Assad o el norcoreano Kim Jong-Un. Consiste en que lo que se exhibe
como algo determinado, es todo lo contrario. Mueca poderosa e inquietante: se
propone como celebración lo que es apenas un simulacro. La frialdad profunda es
maquillada como goce apasionado.
¿Fue
la “fiesta” del 10 de diciembre una maniobra histérica? Podría describírsela
así, aunque ese mecanismo suele funcionar de manera más instintiva que
deliberada. En los hechos, el histeriqueo es más una operación incontenible de
la psiquis que un plan cerebralmente alevoso. Pero son mecanismos similares, el
casamiento perfecto entre la mentira y la verdad.
El
gobierno de la Argentina siempre necesita comunicar alegría. Su pulsión
incontrolable es proyectar felicidad, como sea. Patrocina la difusión de una
luminosidad casi religiosa. Milita en pos de una dicha obligatoria, a la que
lubrica con ingentes recursos económicos. Esta gente ama la espectacularidad y
por eso el regisseur de la Casa Rosada es un señor poderoso que concreta las
puestas en escena más extravagantes que el grupo gobernante necesita. El
escenario cívico argentino se ha convertido en el tinglado montado para desplegar
un show de luz y sonido a la carta, a pura fuerza bruta, tamboriles y hasta
sartenes para cacerolear, como las que zamarreó la presidenta.
Motivos
siempre habrá: la ley de medios, el Bicentenario, la democracia. Lo importante
no es el qué, sino el cómo. Es la misma ideología del asueto serial. Así, la
quincena final del año será un interminable feriado. Todo vale para
“disfrutar”, el verbo organizador central de esta época. La Argentina bate
records mundiales de días sin trabajar, a-puro-disfrute. Somos ricos y tenemos
de sobra, ¿para qué mezquinarle tiempo al ocio? Hay que festejar. Pasarla bien
es el nombre de la religión nacional en una Argentina enganchada al feriado
eterno, al proverbial por-cuatro-días-locos-que-vamos-a-vivir, por-cuatro-días
locos-nos-tenemos-que-divertir.
Los
que celebran sin remilgos ni complejos, son también maestros de la negación
cuando la visita truculenta resulta ser la muerte de argentinos. Contrita en
sus interminables 36 meses de riguroso pero elegante luto, Cristina Kirchner no
ha querido nunca complicarse con otras muertes. Este 10 de diciembre le
importaba, más que nada, empañar a su objeto del deseo, medirse con Raúl
Alfonsín, para demostrar que le ganaba, un abrazo avieso que pretendía nada más
que ocupar el cetro de un republicanismo en el que ella no cree y al que no
practica.
La
otra cara de esa desasosegante alegría oficializada es la gelidez concreta que
el poder ejecutivo de la Argentina dispensa, sin pestañear, al caído. Es una
heladera que ha petrificado no pocos corazones. Cuando fue secuestrado Julio
López (aún hoy desaparecido), Hebe Bonafini pareció congratularse. Dio a
entender que por algo sería. Ahora la empardó la antes respetable señora de
Carlotto, para quien hay dudas sobre la decena de muertos de esta semana. “Hay
que ver quiénes son” balbuceó. No existe el sufrimiento cuando no afecta a los
que mandan. El de los otros ni siquiera se lo admite.
Por
cuerda separada, reina la fiesta. Cortejada por su falange de proveedores
“artísticos”, jugosamente remunerados por la Casa Rosada, la presidenta expresa
con meritoria franqueza sus preferencias estéticas y éticas. Invitados VIP al
10 de diciembre, Sofía Gala se roza con Ricardo Forster. Moria Casán con José
Luis Manzano, Florencia de la V con Andrea del Boca y Pablo Echarri con
Bonafini. En el escenario, los contratados hacen su delivery. León Gieco, el
que pedía que la muerte no le sea indiferente, perpetra conscientemente su
derrape: con argentinos muertos en uno saqueos tenebrosos, él proclama que esta
vez sí es indiferente.
Una
alfombra de helado cinismo transita el escenario nacional, en paralelo a unas
celebraciones murgueras totalmente desprovistas de espontaneidad. Ya desde
2010, el kirchnerismo copó el mercado de la movida bullanguera. Como quien
compra sexo porque odia las incertidumbres que implica la seducción, el
Gobierno se enfiesta con murgas alquiladas. Allá va la presidenta, con una
rígida sonrisa facial que mucho tiene de rictus pétreo y aderezo quirúrgico.
Baile
de mascaras en el país donde todo lo que parece ser, en realidad no lo es, y en
el que nada de lo importante pareciera ser visible. Binomio espantoso: estamos
festejando la nada, mientras hay cadáveres todavía calientes.
© Escrito por Pepe Eliaschev el sábado
14/12/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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