He visto a Rodríguez
Larreta…
Horacio Rodríguez Larreta
Me está naciendo un
cariño por Horacio Rodríguez Larreta. Lo digo con perplejidad, y acaso con
consternación, porque entre la totalidad de ideas políticas que
consistentemente pueda llegar a esgrimir Rodríguez Larreta y la totalidad de
ideas políticas que modestamente pueda llegar a esgrimir yo mismo, lo más
probable es que no haya siquiera dos que por lo menos se parezcan. Y si en un
mundo en hecatombe quedara un solo candidato postulado, y fuera él, y un solo
votante convocado para el sufragio, y fuera yo, ni aun así le otorgaría mi
voto: votaría decididamente por otro, incluso si no existiera otro.
No obstante, debo
admitir que una especie de cariño inesperado se me ha ido incubando últimamente
hacia él. Hace días, en una revista dominical, leí un reportaje en el que lo
consultaban por la forma en que había conocido y conquistado a su actual
esposa.
Según dijo, la conoció
porque a ella, traductora de profesión, le tocó llevar de una lengua a otra un
libro que él mismo había escrito. El entrevistador dio en suponer, de manera
por demás comprensible, que dicho libro había fascinado (y en consecuencia,
enamorado) a la traductora protoconyugal; pero no, no fue así, la verdad fue
muy otra, y Larreta la reveló sin piedad: la verdad es que su libro la aburrió
tremendamente.
Los libros aburridos
me cautivan a menudo, y aunque no por eso vaya a leer el bodoque de Rodríguez
Larreta, me quedé pensando en su historia. Algo en ella, es evidente, nos lleva
a Cyrano de Bergerac. ¿Quién que escriba y no sea lindo no se ha detenido con
interés mayúsculo en este personaje de Rostand? Que se pueda enamorar a una
mujer por medio de la propia escritura, es decir con prescindencia de la
presencia y del aspecto personal, adquiere ribetes de hazaña, y para muchos
representa un ideal y una esperanza a la que aferrarnos. Pero Rodríguez Larreta
no sólo consumó esa proeza verbal; lo logró con un libro aburrido, es decir,
sin ceder a los facilismos de la seducción convencional.
Fue eso, según creo,
lo que hizo mella en mí; aunque no dejo de atragantarme con los cartelones
amarillos de su partido coloreando estaciones de subte que no se inauguran
jamás, escuelas donde se cierran cursos, calles que se cortan para trazar
bicisendas que permanecerán invictas. Hay que agregar otro factor al proceso de
composición de mi afecto, y que se fue formando en un cúmulo de horas sumadas
en algún CGP o en los andenes del subterráneo porteño, horas dedicadas por pura
indolencia a contemplar los avisos de la jefatura de gobierno de la ciudad en
los televisores erguidos en lo más alto de estos lugares.
Allí fui viendo
escenas diversas de emprendimientos urbanos, en los que aparecía con abundancia
Horacio Rodríguez Larreta: Larreta con una pala terrosa en la mano, Larreta con
un casco de obrero de la construcción, Larreta pisando zanjones abiertos entre
yuyos, Larreta inspeccionando acueductos de probable mal olor. ¿Y después? Y
después, bastante después, a la hora de los flashes y del corte de cinta,
aparece en imagen Macri, sonriendo para la posteridad, y el pobre Larreta queda
ahora más atrás, en segunda fila o en tercera, sonriendo a pesar de todo, aplaudiendo
a pesar de todo.
No estoy queriendo
decir con esto que Macri le deja el trabajo sucio, lo que estoy queriendo decir
es que le deja el trabajo sin más. De hecho volvimos a ver esta semana, y en el
futuro eso formará parte de algún video en algún CGP, a Rodríguez Larreta,
puntero en mano, explicando el cronograma a todas luces insuficiente que
reemplazaría con micros de ocasión la total falta de servicio de subtes,
producto de un traspaso del que quieren retractarse. Pues bien, ahí estaba
Rodríguez Larreta, más bien en aprietos, detallando en una pizarra la manera
mejor de viajar, como quien debe señalar las vías de evacuación de un edificio
que mientras tanto se derrumba. ¿Y Macri? Macri brillaba, pero por su ausencia.
A nadie se le escapa
que estas dos caras tan dispares son caras de una misma moneda, en lo que hace
a lo político. Pero en un plano más personal, por no decir decididamente
humano, donde se juega en pleno la secundariedad servil de Horacio Rodríguez
Larreta, su servicial utilidad a la vera de la diletancia del jefe, su
cobertura tan hacendosa cortinando la ociosidad inoperante del que manda, hay
algo que confieso que me perturba, hay algo que confieso que me afecta, más
allá de los desacuerdos y de las disidencias ideológicas, que no son pocas ni
tenues.
© Escrito por Martín
Kohan y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el
sábado 10 de Agosto de 2012.
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