Cuadro de situación...
En una superficie de
9.598.961 km2 hay en China 1.341.335.000 chinos. Muchos viven en su capital,
Beijing, nombre popularizado por las Olimpíadas de 2008, ya que siempre se dijo
Pekín, algo que todavía sucede.Pero otros lo hacen en Shanghai, Tianjin y Chongkín. La
apertura de las Olimpíadas fue tan espectacular que tradujo visualmente el
poderío económico del llamado gigante asiático. Hay una frase hecha: “Crecer a
tasas chinas”.
Posiblemente sea exacto decir que es la segunda economía del
mundo, aunque la primera (EE.UU.) se encuentra tan deteriorada y con una deuda
externa tan descomedida que mete miedo. Se definen de un modo atípico: son,
dicen, una democracia popular de partido único, algo que para el lenguaje
político de Occidente suena a “chino”. El partido político único de este
gigante capitalista de Estado es el Partido Comunista Chino.
El idioma
principal es el mandarín y la moneda el yuán o yen. De pianistas, sólo de
pianistas, tienen un millón. El más famoso, célebre ya en Occidente, es el
pintoresco pero dotado Lang Lang, que fuera discípulo de Daniel Barenboim. Pese
a algunas concesiones a la música de su patria, el repertorio de Lang Lang es
el de los pianistas occidentales: Schumann, Schubert, Tchaikovsky, Chopin,
Albéniz, etc. En China no se desviven por el culto al individuo ni a los
derechos humanos. El régimen es autoritario. En Frankfurt, el año anterior al
que presidió Argentina, les tocó hacerlo a ellos. El que habló en la ceremonia
central lo hizo largamente: no mencionó la democracia, ni los derechos humanos.
Fue una metralleta de datos económicos apabullantes. A la población le conceden
lo que necesita para vivir bien, como en pocas partes del planeta: se controla la
inflación, educación, vivienda, sanidad, impuestos y se lucha duramente contra
la corrupción. (“Duramente” es un eufemismo. No es aconsejable para la buena
salud de nadie ser corrupto en China.) Se controla Internet y las voces
disidentes tienden a ser controladas, y más que eso si es necesario.
Pero esto
sucede en todos los países de Occidente que están en guerra con Irak, Irán y
los palestinos o deben controlar el ingreso de los inmigrantes indeseados
(nombre que les dio Samuel Huntington ya en 1990). Pero, ¡cómo ha crecido
China! Es la alternativa al Consenso de Washington, ese diseño del economista
John Williamson que ha devastado a los países en que se impuso y que ahora
tiene a Europa al borde del abismo: sobre todo a Grecia y España. Se habla
–desde hace tiempo– del Consenso de Pekín y si se habla es porque ya existe y
está formando una nueva salida al capitalismo, no de Occidente, no de las
grandes potencias imperiales, sino al de las economías subalternas, que cada
vez lo son menos.
La República de la India –como China– tiene una población
desbordante: 1.224.614.000 habitantes, pero en una superficie notoriamente
menor: 3.287.260 km2. Fue, también como China, colonizada por el imperio
británico durante el siglo XIX y fue, también como China, objeto de la pluma de
Karl Marx, que le dispensó su atención por medio de sus notables (y, en
general, equivocados aun en su brillantez, o acaso más gravemente a causa de
ella) artículos para el New York Daily Tribune. Pese a que la Constitución
otorga reconocimiento a veintidós lenguas, es el inglés el idioma hegemónico,
más aún que el hindi. La “pesada carga del hombre blanco” que Kipling cantó ha
dejado su huella.
India es hoy una potencia es ascenso no menos que
vertiginoso. Tiene problemas internos y los ha tenido asimismo con Occidente.
Pero su presente pareciera tener otros rumbos. En 2010 se produce la tercera
cumbre del BRIC (Brasil, Rusia, India, China) y en ella se consolida la unión
de las nuevas potencias emergentes. Se les une Sudáfrica y el BRIC se transforma
en Brics, un organismo libre, fuerte. Una voz vigorosa en el nuevo mapa
internacional. Y, sobre todo, independiente: India se abstuvo de votar sobre la
cuestión Libia el 17 de marzo de 2011 (también lo hicieron sus otros socios del
Brics) y hasta se permitió aconsejar a las potencias occidentales evitar el uso
de la fuerza.
Brasil es el coloso de América latina y –a la vez– uno de
los países con mayores problemas sociales. Se hizo una película de éxito
mundial dirigida por Fernando Meirelles. Presentaba de modo explícito la guerra
de las bandas de narcotraficantes en las favelas. Se ha permitido entrar ahí al
mismísimo ejército a sangre y fuego. No hubo mayores resultados. De las favelas
salen los delincuentes, invaden las ciudades de la opulencia y crean algo peor
que inseguridad, terror. Pero Brasil, con Lula primero y con Dilma Rousseff
luego, creció a grandes saltos. Es, ahora, una potencia mundial con voz propia.
En marzo de 2011, Barack Obama lo visita, dialoga, seduce. Algo que exhibe ante
el mundo la relevancia del país de la lejana Carmen Miranda, que ya no quiere
entretener con el colorido de sus frutos, de sus enormes bananas y sus ritmos,
sino entrar en la dura pulseada del poder mundial. Lo ha hecho.
Argentina ha dejado muy atrás las crisis de 2001 y 2002. El
país ha crecido durante estos diez años. Los problemas de exclusión y pobreza
son menores que los de Brasil. Su Presidenta ha ganado las recientes elecciones
del año pasado con el 54 por ciento de los votos. La oposición se ubicó tras de
ella a casi impresentable distancia. Se ha acercado a Estados Unidos pero se
nota que busca otros caminos.
Quiere salir (y está saliendo) del neoliberalismo
que arrasó el país en la década del 90. Ha fortalecido el Estado y su
intervención en la economía. Es el país que más profundamente ha llevado los
juicios a los genocidas de la dictadura militar. Tiene una oposición política
muy débil pero una mediática fuerte y agresiva hasta la injuria. Ha establecido
su linaje político con la izquierda peronista de los años ’70, la que fuera (no
la guerrilla, que era minoritaria y sirvió de excusa a los centuriones)
“diezmada” durante esa década por un Estado Criminal apoyado por todas las
fuerzas de derecha y por las clases medias del país.
Las Madres de Plaza de
Mayo (que surgieron en abril de 1977) calculan la cantidad de muertos y, en
especial, desaparecidos en 30.000. Ningún país generó una entidad como la de
las Madres. Ellas lavaron la “culpa argentina”. Alemania daría mucho por haber
tenido unas madres que todos los jueves se nuclearan en la Puerta de
Brandenburgo para pedir por la vida. Habría ayudado a Karl Jaspers a ser menos
duro con su pueblo en su ensayo La culpa alemana.
Actualmente, soporta una nueva embestida. Esta vez con
centro en las corporaciones financieras, como en el 2008 lo fuera en las
corporaciones agrarias. Las corporaciones financieras son peligrosas. Tiraron
el gobierno de Raúl Alfonsín con el cruel “golpe de mercado” y condicionaron a
todo gobierno, sobre todo al de Carlos Saúl Menem que se puso, sin más, bajo su
protección y sus dólares rematando la soberanía del país.
Argentina mantiene una excelente relación con Brasil. Esto,
en la práctica, la vuelve un miembro –menor pero respetado– del Consenso de
Pekín. No se trata –creemos– de estar contra EE.UU. sino de poder hacerle
frente, no sometérsele, desde la creación de un nuevo polo de poder. Así están
las cosas. Todos los sectores que actúan como representantes de la embajada de
EE.UU. atacan estos planes del Gobierno.
La resolución de estos conflictos
mucho tendrá que ver con el efecto que tenga o no tenga la crisis mundial en
Argentina. El Gobierno no cesa de tener la iniciativa política. Del otro lado –aunque
se sabe que se defiende el retorno al Consenso de Washington– sólo suenan voces
pendencieras, rencorosas, encarnadas por periodistas decadentes o medios de
comunicación que apelan a cualquier recurso. Algo que ya hicieron y los llevó a
perder calamitosamente las elecciones de 2011. Debieran intentar otra cosa.
© Escrito por José
Pablo Feinmann y publicado por le Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires el domingo 3 de Junio de 2012.
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