En principio, uno diría que el voto ganador fue ideológico. Hablamos de ideología en cuanto a favor o en contra de, no más que eso. Porque uno no puede creer que Macri haya ganado, como ganó, por su gestión. Uno registra cotidianamente (¿en su microcircuito?) que las escuelas y los hospitales porteños se caen a pedazos; que los taxistas braman de furia contra bicisendas que no usa nadie y cambios de mano que caotizaron el tránsito vehicular; que el Borda no tiene gas hace dos meses; que la Ciudad está cada día más sucia y todo lo de corrido que se quiera. Macri procesado. Macri tragándose el bigote postizo, mimetizado con Freddy Mercuri en su fiesta campestre de casamiento. Macri que tiene una papa en la boca, y todos los esfuerzos que se requieren para entender lo que dice. Pero evidentemente, eso no es así en lo referido a cómo se vota. Quizá sea que la invasión del amarillo, y un asfaltado por allí y otro por allá, y muchos carteles, y una estrategia de campaña bien direccionada y con mucha plata, son carta ganadora en el lugar donde se concentra la gente con más guita de este país. Es con el diario del lunes, correcto. Pero es.
Hay dos preguntas clave y complementarias sobre el resultado de ayer. Lo son más allá de un FpV asentado en un tercio electoral, con todo lo que eso significa en un escenario como el porteño: intrincado, volátil e históricamente reactivo al peronismo. La primera es en cuánto se habrían modificado los números si la Presidenta le hubiera puesto más el físico a la fórmula que decidió. ¿Una diferencia menor, tal vez? Si la respuesta es afirmativa, surge el interrogante de qué podría pasar con Cristina participando en forma intensa frente a la segunda vuelta. Es probable que pudiera servirle a la dupla kirchnerista para arrimar guarismos mejores, aunque difícilmente hasta el punto de ser un factor decisivo a fin de torcer el dictamen de este domingo. Pero también sería factible que una excesiva o más penetrante “intromisión” presidencial diera cabida al rechazo de, por lo menos, una franja de porteños reactivos a ese tipo de entrometimiento. Y una cantidad de votos con carácter de “franja” puede ser determinante, en tanto el dueto K debe remontar las cifras especulando con cómo acercar cada garbanzo. Si es por esta última apreciación –con la que el firmante se siente más proclive–, a Cristina le conviene seguir jugando sin variantes respecto de lo hecho hasta ahora, en rol de jefa de Estado mucho antes que como candidata. Al fin y al cabo, su mira es octubre y nunca el 31 de julio, por mucho que se trate de la Capital cuando, además, los cuatro años de Macri gobernándola no le alcanzaron para edificar una opción nacional. Si, además de octubre, la Presidenta piensa efectivamente en la sucesión 2015, no se ve cómo haría el hijo de Franco para moldear una fuerza expandida sin trabajar. En consecuencia, lo que suena más sensato de cara a la segunda vuelta capitalina es que quienes afilen discurso y acción –sobre todo esto último– sean los candidatos propiamente dichos. Parecería hora para caer en la cuenta de que la campaña de Filmus fue pobre, incluyendo aspectos a los que, sin prejuicios, debería prestarse muchísima más atención: marketing, colorido, creatividad, capacidad de ataque y contraataque. No es eso por sí solo lo que define un resultado, pero no hay campaña que pueda carecer de eso si lo que manda es un mano a mano o, más aún, un seguro segundo lugar. El kirchnerismo hizo ayer una gran elección en el distrito más jodido del país, no gracias sino a pesar de su proselitismo.
Por estas horas, la oposición saca una suma muy dudosa que no involucra, únicamente, a la condición psiquiátrico-ambulatoria de Elisa Carrió. Macri en Capital. Santa Fe entre socialistas-radicales y una buena elección del cómico Del Sel. Y Córdoba con el timón de De la Sota-Juez, adversos ambos a la Casa Rosada, bien que sin comer vidrio. De esa adición infieren un clima anti K en las tres ciudades mayores, que no se corresponde con ningún número preciso en aptitud de cambiar octubre. En la Ciudad Autónoma, en territorio santafesino e inclusive en el cordobés, la Presidenta tiene asegurado un piso electoral que, con el agregado de la ventaja fulminante en provincia de Buenos Aires –aporta 4 votos de cada 10, recordemos–, hace pensar en una prospectiva a su favor y sin retorno. ¿Tiene sentido común que la Presidenta se lance al intento cuerpo a cuerpo de revertir Capital, a riesgo de rebajar su imagen vencedora con probabilidades (muy) escasas? ¿Revertir tamaña ventaja?
Vaya el final para la feísima elección de Pino, quien es el único que merece ser estimado entre el resto de Macri-Filmus. El vástago de Alfonsín debería guardarse en Chascomús hasta más ver, en compañía de Zamora, Castrilli, López Murphy e indivisibles ad hoc. Desde una posición discursivo-romántico-nac&pop, Pino consiguió un cuarto de las voluntades porteñas en 2009. Envalentonado con esos dígitos, no más que los correspondientes a una elección de medio término en la peor instancia del kirchnerismo, se subió a una candidatura presidencial que carecía de todo correlato con posibilidades reales de siquiera discutir en la gran liga. Advertido de ello, fugó de tal alquimia. Descendió a la Capital con ínfulas de entrar al ballottage, aporte clarinista mediante. Por alguna razón, que desde fuera y dentro de sus filas se atribuye a la egolatría, insistió en creerse que podía jugar en Primera sin otra constatación que el Nacional B. Un luchador de toda la vida, un artista de rasgos sobresalientes, un cronista popular, vencido por la falta de vocación de poder. Por jugar con él: con el poder. No se dio cuenta de que la historia le tenía un papel reservado, de excelencia, para correr por izquierda a aquello que pregonó siempre, en lugar de aspirar a reemplazarlo –o algo así– a los 75 años. Y por si faltaba algo, mandó incendiar a una robusta ideológica y testimonial del nivel de Alcira, en rango de ¡¡¡candidata presidencial!!! Qué bajón, Pino. Haber perdido la mitad de los votos no en función de una utopía conquistable, digamos, sino para servírselos a Macri. Vos, Pino, que hiciste historia con La Hora de los Hornos. ¿No te corre un cosquilleo viendo la felicidad macrista? ¿Seguro que no te pasa nada? ¿Seguro que no estás pensando en que, de haber tenido una actitud más desprendida, estaríamos hablando del cabeza a cabeza contra la derecha, nada menos que en tu amada Buenos Aires? ¿Seguro que no analizaste como el tujes la correlación de fuerzas?
El resultado porteño termina siendo una dialéctica maravillosa, como lo es la cantidad de gente que votó a Macri y que en octubre sufragará por Cristina. La bonanza económica, ligeramente dicho, lleva a las simpatías por los oficialismos. O, en otras palabras, los kirchneristas están encorsetados por su éxito. Esto que pasó es demostrativo, o ratificatorio, de que además de los votos y la sensibilidad popular hay que construir poder. Los votos están, aunque haya ganado Macri con semejante diferencia, y son el primer requisito. Lo que le faltaría al kirchnerismo es comprender que no debe dormirse. El voto de ayer es producto del exitismo que generó en un núcleo poblacional, nada menor, capaz de mostrarle el lujo de que pueden pelearlo.
Ojo.
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