Octubre se nos quedó atrás. Y nosotros muy entretenidos, excitados, como es costumbre anual, por el anuncio de los premios Nobel. Nunca terminamos de cicatrizar la frustración porque no lo consiguió una y otra vez y otra vez tampoco el sumo ciego, don Borges.
Este año, nos dijimos nuevamente: “A ver si ligamos”. Porque no hay caso, nos gusta, demasiado, ser campeones mundiales. ((Digámoslo bajito pero no dejemos de decirlo: aquí, el que no es campeón mundial de algo, es un pelotudo.))
Sigamos: el esperado Nobel de literatura no fue para Gelman, nuestro hondo Juan. El muy esperado Nobel de la Paz no fue para las Abuelas de Plaza de Mayo. Otra vez será o no. Gelman, poeta como es, seguirá crepitando, destripando palabras para que las palabras digan algo más.
Y nuestras porfiadas Madres Abuelas no le aflojaron, no le aflojan, no le aflojarán. Ya consiguieron devolverle la identidad a 102 seres que fueron robados al nacer por aquella dictadura que primero, tortura mediante, violaba las vidas. No le era suficiente. Después violaba las muertes, negando la identidad de la sepultura. No le era suficiente. Finalmente, además, como yapa atroz, afanaba criaturas de cuajo, arrancadas en el umbral del vientre.
Quedan por encontrarse alrededor de 400 secuestrados en su identidad. La no otorgamiento del Nobel a las Madres Abuelas, es una anécdota, un mero detalle comparado con el descubrimiento que ellas vienen haciendo, de cada identidad. Porque cada una es un parto, un nacimiento.
Estas mujeres prodigiosas nos vienen enseñando la ciencia de la paciencia. Enseñando que la paciencia es lo contrario de la resignación. Enseñando que la tan basureada memoria no es retroceso, porque semilla el futuro.
Tienen, ellas, el mejor optimismo, el optimismo de la memoria. Entonces, si me permiten, ¡al carajo con el premio Nobel!
Y ya mismo descorcho y propongo brindis. Brindo por las Madres Abuelas que fueron la última cornisa de la dignidad en una sociedad, en su promedio, indiferente y digestiva. Brindemos con el luminoso vino oscuro, con agua, con lo que haya: ¡Salud! ¡Huija!
Para acompañar el brindis retomo una plegaria al revés, de intemperie, que me nació como posdata de mi libro Madre Argentina hay una sola (Sudamericana, 1999)
– Permiso, Memoria. Permiso, Conciencia.
¿Qué sería de nosotros si Ellas, las Madres Abuelas, no existieran?
¿Qué quedaría de nosotros si Ellas no hubieran salido
a alumbrar la más eterna de las noches?
¿Qué sería de nosotros? ¿Qué?
¿Estaríamos de pie? ¿Estaríamos en cuatro patas?¿Estaríamos?
– Ellas nacieron para semillar semillas.
Ellas nacieron para resucitar lo desaparecido.
Ellas gritan con el alarido y gritan con el silencio.
Pueden desentenderse del hambre y del frío y del dolor.
Supieron, ellas, convertir a la intemperie en abrigo
y a la desgracia en linterna.
– Fueron la única la luz que atravesó aquella demasiada noche
impuesta por los dueños de la vida y de la muerte.
Ellas se tutean con el milagro
pero no esperan que caiga del cielo.
Una de dos: lo hacen o lo hacen, al milagro.
– Si el diablo mete la cola, no importa:
ellas siguen adonde iban.
Si Dios no baja, no importa:
ellas llegarán donde querían.
Ellas van, siempre van:
van cuando van y van cuando regresan.
Van hacia adelante, aunque giren:
ellas son la memoria del círculo.
– Ellas, al miedo, lo dejaron sin uñas sin dientes sin aliento.
Pueden, ellas, mirar la oscuridad sin un temblor,
y pueden mirarlo al sol sin bajarle la mirada.
Tenaces, porfiadas, tercas,
ellas son el templo andante
del último resto de locura que le queda al mundo.
– Salen, ellas, a sacudir a los que se esconden
en la abstinencia, en la distracción,
en el borrón y cuenta nueva.
– Salen, ellas,
a darle vuelta los bolsillos a la muerte.
– No necesitan brújula, ¡para eso sus corazones!
– No necesitan sol, ¡para eso sus corazones!
– No necesitan luz ni luna, ¡para eso sus corazones!
– No necesitan escudos, ¡para eso sus corazones!
– No necesitan pensar, ¡para eso sus corazones!
– No necesitan armas, ¡para eso sus corazones!
– Salen, ellas, a cara descubierta,
a buscar una arena en el desierto.
Y la lluvia les baja por pómulos hombros pechos vientres piernas.
Y el sol les seca pómulos hombros pechos vientres piernas.
Y tienen, ellas, olor a sí mismas.
– Pobrecitas y colosales, ellas.
– Desguarnecidas y huracanadas, ellas.
– Impacientes pero con cuánta paciencia, ellas.
– Llegado el caso
pueden voltear la pared y correr de lugar la pirámide
y más todavía:
pueden deletrear el desierto arena por arena
hasta encontrar la sílaba,
el rostro de la arenita que buscaban.
Y cuando la encuentran a su arenita
dicen hija mía, hijo mío,
y nada más dicen,
ya están abrazándose.
Camino se hace al andar, conciencia se hace al girar.
Si es rueda la Vida, rueda por ellas,
por sus corazones con paciencia.
– Así fue. Así es. Así será.
Pero, ¿por qué, por qué
ni de noche a ellas se les apaga el sol?
– Porque saben, ellas, pensar con el instinto.
Porque tienen, ellas, el optimismo de la memoria.
Porque ¡ya basta de acusar a la piedra, de la pedrada!
– Porque cuando llegue el momento de rajarle el vientre al Apocalipsis
(ese momento llegará, llegará…),
ellas, justamente ellas, serán las que hagan profundo el tajo.
No les temblará el pulso.
Y después del tajo, ellas, desde muy adentro,
le arrancarán una aurora,
al Apocalipsis.
– Entonces, acunarán al nuevo día,
le arrimarán el pezón y le darán de mamar.
Y la Vida no tendrá más remedio que continuar,
¡por ellas, las del vientre!
¡por ellas, esposas de la Vida!
¡por ellas, mujeres de la Vida!
– Permiso, Memoria. Permiso, Conciencia.
¿Qué quedaría de nosotros si Ellas, las Madres Abuelas,
no hubieran existido?
¿Qué quedaría de nosotros si Ellas no hubieran salido
a alumbrar la más eterna de las noches?
¿Qué hubiera sido de nosotros? ¿Qué?
¿Estaríamos de pie? ¿Estaríamos en cuatro patas? ¿Estaríamos?
– Sin ellas, los puntos cardinales
no serían cuatro, ni tres, ni dos, ni uno, ni nada.
Sin ellas, esta olvidadiza patria idolatrada,
sería un definitivo agujero con forma de mapa.
Sin ellas, de tanto tocar y tocar y tocar fondo
¡hubiéramos desfondado el abismo!!!
© Escrito por Rodolfo Braceli y publicado en http://lateclaene.blogspot.com el martes 9 de Noviembre de 2010.