Dólar...
Moreno. Con su intervención, la brecha con el dólar oficial hizo que el
"blue" vuelva a ser negro.
Lector, el dólar va a aumentar, las tarifas van a aumentar,
los subsidios van a bajar y los sueldos en dólares van a bajar. Lo opinable es
sólo cuándo eso irá sucediendo.
El Gobierno no sólo sabe que eso es inevitable sino que le
conviene que así sea, porque de otra forma su modelo (como cualquier otro) no
sería sustentable.
El Gobierno usa a Moreno como asustador en distintos eventos
sabiendo que lo puede hacer sólo durante cierto tiempo (los cucos, como los
fantasmas, aterrorizan sólo por breves períodos). Y también Moreno sabe que él
no puede disciplinar al mercado y que sólo puede hacer creer que lo disciplina
(por eso los modos y los gritos siempre
sobreactuados de teatralidad). Su servicio al Gobierno es ganar tiempo para que
la realidad emerja cuando no parezca impuesta por el mercado, aunque siempre lo
sea y lo único que hayan hecho fuera aguantar un poco más. Pero cada vez le
cuesta más cara esa posposición, porque a Moreno le pasa lo mismo que a los
magos: descubiertos sus trucos, producen menos efecto.
Cuando Cristina públicamente le dijo: “Moreno, usted es un
príncipe al lado de los italianos” –que habían allanado calificadoras de
riesgo–, todos los participantes, incluido el propio Moreno, lanzaron una
carcajada, porque la ironía destacaba lo opuesto, con todos los sinónimos que
el diccionario tiene para innoble: bajo, ruin, vulgar, indecoroso;
calificativos que fueron festejados porque no caen sobre los fines que serían
nobles sino apenas sobre los medios.
¿Se acuerda, lector, cuando hace pocos meses el aumento del
precio del dólar paralelo fue achacado al dueño del Banco Macro, Jorge Brito,
por haber especulado comprando dólares? ¿O por la misma causa, al hoy
enjuiciado Pedro Blaquier? Ambos ya cayeron en desgracia; sin embargo, el dólar
sigue subiendo.
No era lógico que el precio del dólar fuera lo que menos
creciera en la Argentina de los últimos años. Como no es lógico que los servicios
públicos cuesten ridículamente menos que en el resto del mundo. Como no es
lógico que los sueldos promedio en dólares de muchas actividades en Argentina
sean el doble que en España o Italia. Y lo que no es lógico no dura. Es
cuestión de tiempo.
Una progresiva devaluación del peso que no se trasladara (o
se trasladara poco) a los precios internos, es decir a la inflación, sería
ideal para el Gobierno y hasta una verdadera panacea. Le resolvería los
problemas de competitividad de los exportadores, eliminaría la necesidad de
dedicar tanta energía a la “policialización” del dólar, aumentaría el superávit
comercial bajando las importaciones y subiendo las exportaciones, aumentaría el
superávit fiscal incrementando los ingresos públicos por más ganancias del Banco
Central con sus reservas, y por recibir más pesos por las mismas retenciones
(además de hacerlas más justas porque hace unos años el Gobierno las explicó
como una compensación de una política cambiaria de dólar alto por la cual el
Estado pagaba el costo de comprar más dólares que los que precisaba y
esterilizar luego con bonos).
Si no fuera conveniente devaluar –con pocos costos
inflacionarios–, no le pediría Estados Unidos a China que sobrevalúe su moneda
o el ministro de Economía de Brasil no se hubiera quejado de la guerra de
monedas, donde los países desarrollados devalúan para sobrevaluar las monedas
de los países emergentes y reducirles su competitividad.
Para progresivamente devaluar sin que se traslade a precios
internos, habría que enfriar la economía. Si la gente consume menos, los
precios terminarán subiendo menos. Y precisamente eso es lo que está haciendo
el Gobierno. Enfrió la economía para frenar los aumentos de salarios
colocándoles a las paritarias un techo que terminó por estar no debajo del 20%,
pero no mucho más arriba. Si no enfriaba, y con la inercia que veníamos, las
paritarias hubieran sido mayores del 30%. Y ahí sí, cualquier devaluación por
arriba del promedio hubiese retroalimentado la inflación a más del 35%.
Con paritarias cerradas en el 22% de promedio y un
enfriamiento del consumo, las expectativas de inflación podrían llegar a
contenerse y, en un contexto así, se podría aumentar el precio del dólar
oficial cosechando sus beneficios y limitando sus costos inflacionarios.
De cualquier forma, la brecha del 25% entre el dólar oficial
y el paralelo irá produciendo efectos similares a una devaluación oficial del
peso. Y ya lo produjo en gran parte de los actores económicos cuyos precios
tienen algún componente internacional, quienes calculan el valor de reposición
de sus materias primas importadas –o nacionales pero exportables– asumiendo que
el precio del dólar oficial futuro será como el del paralelo actual. Entonces,
¿por qué el Gobierno no aprovecharía esta oportunidad de cosechar las ventajas
de un costo ya producido?
A este Gobierno le gusta
mostrarse más heterodoxo de lo que es. Se hacen los locos, pero no lo
son tanto.
© Escrito por Jorge
Fontevecchia y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires el viernes 18 de Mayo de 2012.