General Don José de San Martín. Imagen: Cedoc
Hace 170 años, moría en Boulogne sur Mer,
Francia, el General Don José de San Martín.
© Escrito por Adela M. Salas, Profesora y Doctora en Historia y
Profesora titular de la Universidad del Salvador el domingo 16/08/2020 y
publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República
de los Argentinos.
En estos
renglones, no escribiré de su nacimiento en la inhóspita Yapeyú, ni de sus
inicios como soldado en la Península Ibérica, ni de su formación en caballería,
infantería y marina, ni de su bautismo de fuego en Orán, ni de su actuación en
el campo de batalla de Bailen, ni de su participación en la Logia Lautaro, ni
de la creación de los Granaderos a Caballo, ni de su trabajo en el Ejército del
Norte, ni de sus planes en su amada ínsula cuyana, ni de sus entrevistas con
los pehuenches, ni de su calidad de estratega para pensar la liberación de
América y de digitar la “guerra de zapa”, ni de su gran hazaña del Cruce de los
Andes- comparada tantas veces con la de Aníbal y con las campañas napoleónicas-
ni de su valiente participación en las declaraciones de independencia de
Argentina, Chile y Perú, ni su obra como Protector del Perú, ni de las
operaciones de “ puertos intermedios”, ni del tan renombrado encuentro con
Simón Bolívar en Guayaquil, ni de su ostracismo, ni de su sable corvo, ni de
sus últimos días.
Dedicaré este
espacio para explayarme en algunas de las virtudes del hombre, sin olvidar-
parafraseando a Terencio- que nada de lo humano le era ajeno. Manuel Belgrano,
rescató los valores del Libertador en varias de sus cartas, en una del 25 de
diciembre de 1813 sostuvo: “estoy firmemente persuadido que con Usted se
salvará la Patria.”
La integridad de
San Martin se hacía carne en hechos concretos en los que demostró la austeridad
en tiempos de crisis, su generosidad y sacrificio para lograr la independencia
de los pueblos americanos. Sirvan de ejemplo pequeños – grandes actos como
cuando nombrado gobernador de Cuyo, en 1814, renunció a la mitad de su sueldo,
o cuando después de la victoria de Chacabuco el Cabildo de Chile lo recompensó
con 10.000 pesos que él agradeció pero dispuso que se los destinara a la
formación de la Biblioteca Nacional, o cuando recibió en su residencia en
Santiago una vajilla de plata y la devolvió con las siguientes palabras “no
estamos en tiempo de tanto lujo, el Estado se halla en necesidad y es necesario
que todos contribuyamos a remediarla” y en el mismo acto rechazó “el sueldo que
se me tiene señalado por este Estado.” Y cuando el mismo Cabildo le donó una
chacra, asignó la tercera parte al Hospital de Mujeres y dotó un vacunador para
frenar la expansión de la viruela.
No
le importó sacrificarse en pos de sus objetivos. Así lo expresó en varias
oportunidades a su amigo Tomás Godoy Cruz, como cuando en 1815 le escribió:
“todo es necesario que sufra el hombre público para que esta nave llegue a puerto”,
refiriéndose a la libertad de América, o cuando en otra carta le recalcó: “si
queremos salvarnos es preciso grandes sacrificios.”
Su
modestia quedó registrada en letras de molde en el periódico El Independiente
del Sur cuando, luego de la victoria de Maipú, volvió a Buenos Aires el día
antes de lo previsto, de noche y de incógnito, para que su llegada pasara
desapercibida. Su posición ante la ambición la dejó por escrita en varias
ocasiones, así le manifestó a O’ Higgins: “No me cabe en mi imaginación cómo
hay hombres que, por ambición o pasiones personales, quieran sacrificar la
causa de América.”
No
quiso participar en guerras civiles ni en enfrentamientos que consideraba
estériles y así lo expuso en varios papeles como en la carta al entonces gobernador
de Santa Fe, Estanislao López: “Unámonos, paisano mío, para combatir a los
maturrangos que nos amenazan divididos seremos esclavos…depongamos
resentimientos particulares, y concluyamos nuestra obra con honor…Mi sable
jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas…”
El
Libertador, a pesar de las innumerables calumnias, sostuvo su posición cuando
escribió La Proclama a las Provincias del Río de la Plata el 22 de julio de
1820 anunciando su campaña al Perú: “No, el general San Martín jamás derramará sangre
de sus compatriotas, y sólo desvainará su espada contra los enemigos de la
independencia de Sud América.”
Cuando en 1822
abandonó definitivamente el suelo peruano recalcó: “Mis promesas para con los
pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas; hacer su independencia y
dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos”… ”En cuanto a mi conducta
pública – mis compatriotas- como en lo general de las cosas- dividirán sus
opiniones, los hijos de éstos darán el verdadero fallo.”
Después de cinco
años de vivir en Europa, regresó al Río de la Plata y al enterarse de las
luchas fratricidas, decidió no desembarcar “no perteneciendo ni debiendo
pertenecer a ninguno de los partidos en cuestión.”
En tiempos de
pandemia, que azota al mundo entero, es cuando aparecen las peores miserias,
pero también las mayores virtudes del ser humano y es oportuno recordar algunos
aspectos de un gran hombre: integro, austero, generoso, sacrificado y modesto.
Que a la luz del ejemplo sanmartiniano surjan en cada uno de nosotros los
valores tan necesarios en estos días.