Sinarquía...
Lo mandó a José Mujica a ocuparse de su chacra. Lo acusó de plegarse a la extorsión de una multinacional. Lo definió como enemigo. Lo puso en la misma liga que los fondos buitre. En suma, la misma guerra, verbal y ardiente, como es habitual. Una vez más, como en 1946, en 1955 y en muchas oportunidades posteriores, la Argentina es el blanco dilecto de una temible conjura planetaria. El más tosco y mediocre canciller civil que haya tenido la Argentina no se anduvo con eufemismos. No es él quien habla sino su patrona total, la Presidenta.
Ratificación ritual de
una vieja obsesión con las conjuras de quienes “no quieren el éxito de la
Argentina”, Héctor Timerman reanudó esta semana la vieja batalla contra
Uruguay. La excusa es que el gobierno soberano de Uruguay autorizó para 2014 un
aumento de un total de cien mil toneladas más de pasta de celulosa a la empresa
UPM en Fray Bentos. Es un endeble pretexto.
La noción de que los
problemas argentinos derivan de la agresión de ultramar es vieja como el
populismo. Munición de grueso calibre y, a la vez, de escuálida sustancia, en la
Argentina se repite desde hace un siglo. En versión kirchnerista suena aguda y
hostil, pero ellos no abandonan la épica retórica. Así como Mariano Recalde, el
presidente de Aerolíneas Argentinas, aseguró que la empresa aérea LAN expresaba
a la derecha pinochetista, Timerman acusa ahora al gobierno izquierdista de
Uruguay de participar activamente de un complot mundial contra la Argentina.
Los kirchneristas vienen
agraviando a la izquierda uruguaya desde que Tabaré Vázquez asumió el gobierno
el 1º de marzo de 2005, dos años después de que Néstor Kirchner iniciara su
mandato. El comisario político de Kirchner, Carlos Kunkel, definía como “Tabaré
Menem” o “Carlos Saúl Vázquez” al presidente uruguayo ya a comienzos de 2007
(ver mi libro Esto que pasa. Abecedario de la Argentina, Sudamericana, página
380). Iguales a sí mismos, seis años después agravian groseramente al gobierno
de tupamaros, comunistas y socialistas que encabeza Mujica. Para los comisarios
del grupo gobernante, la ideología es lo de menos. El “pinochetista” Sebastián
Piñera y el “buitre” José Mujica están conjurados para hacerle daño a la
Argentina.
La transformación de los
problemas domésticos en consecuencia de delirantes complots internacionales
está en el ADN del peronismo en general (Braden o Perón en 1946), y del
peronismo de izquierda en particular. Ya en 1973, Montoneros aseguraba que la
CIA de los Estados Unidos había estado detrás de la matanza de junio de ese año
en Ezeiza perpetrada por esbirros de Perón. El gen conspirativo es fornido al
interior de regímenes y movimientos totalitarios. Algunos ejemplos recientes
permiten entenderlo y, a la vez, salir del enfermizo solipsismo argentino, esa
rústica creencia según la cual las cosas que “nos pasan” son excepcionales.
El pasado 22 de
septiembre, por ejemplo, 85 fieles cristianos que se hallaban dentro de la
Iglesia de todos los Santos en Peshawar (Paquistán) fueron asesinados, y cien
quedaron gravemente heridos cuando dos suicidas se estallaron con sendos
cinturones explosivos. El grupo Jundallah, una rama del Talibán ultraislamista,
reivindicó el crimen. La respuesta oficial y la de varios grupos islamistas fue
que se trató de un complot de la CIA norteamericana, del Mossad israelí y de
los servicios de inteligencia de la India.
El 9 de octubre de 2012,
el grupo terrorista Tehrik-i-Taliban Pakistan (TTP) disparó en repetidas
ocasiones con un fusil contra la estudiante Malala Yousafzai, de 14 años,
impactándole en el cráneo y el cuello. Sobrevivió de milagro y ahora vive en
Occidente. Razón del intento de homicidio: la niña pretendía estudiar, algo
prohibido para la variante crecientemente dominante del islamismo más cavernícola.
Una fuerte corriente de opinión doméstica está convencida de que el frustrado
asesinato era, en realidad, una conjura occidental para desprestigiar a la
República Islámica de Paquistán, una nación de más de 182 millones de
habitantes, la segunda más poblada del mundo islámico, con un 97% de musulmanes
(por cada cristiano hay 63 musulmanes). Los terroristas son minoría,
relativamente tolerada o, al menos, justificada. Por eso la destrucción de
iglesias se sigue produciendo impunemente, así como los perpetuos y letales
atentados a mezquitas y mercados entre sunitas y chiitas.
El alegato ambientalista
argentino en el caso de la pastera uruguaya es de una endeblez notable. La
Argentina, cuyo producto interno bruto fue de 475 mil millones de dólares en
2012, se siente amenazada por una planta de pasta de celulosa instalada en
Uruguay, país cuyo producto es de 53.550 millones de dólares. La Argentina, con
sus cuarenta millones de habitantes y sus 2.780.400 kilómetros cuadrados, le
teme a un Uruguay poblado por 3.369.000 habitantes, desplegados en un breve
espacio de 176.215 kilómetros cuadrados, equivalente a la mitad de la provincia
de Buenos Aires. En resumidas cuentas, los buitres uruguayos tienen una
economía nueve veces menor que la argentina, una población 12 veces menor y una
superficie 16 veces más chica.
Para los Kirchner, no hay
“enemigo” pequeño; el mundo está en contra de ellos, desde pinochetistas hasta
tupamaros. Hijos de la mítica pesadilla paranoica de la “sinarquía
internacional” con la que deliraba Perón, son como eran y como serán. Falta el
retorno del piquete de Gualeguaychú y ya está, sale con fritas.
Sinarquía: es el sistema
político en el que el poder es ejercido por una corporación.
© Escrito por Pepe Eliaschiev el domingo 06/10/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.