Sh... Por Alberto
Szpunberg...
Lo conocí una
tarde que entré al Bar León a repartir volantes. Yo habré tenido entonces
quince años y una fe inquebrantable. Hoy el Bar León no existe, y muchas cosas
más tampoco.
Me llamó con un
vení, pibe, y un gesto de la mano, como si me agarrase desde el aire y me
acercase, aunque su mirada seguía clavada en el tablero. Yo apuré el paso,
imbatible.
No ocurría todos
los días que alguien me pidiese un volante sin que yo se lo tuviese que
ofrecer.
–Dame unos
cuantos –me pidió sin mirarme y, sin decir gracias ni nada, levantó con dificultad
sus más de 100 kilos y los paseó por entre las mesas hasta alcanzar el baño.
Para mí fue toda
una decepción política, acaso la primera, pero, sin duda, como un tatuaje, me
marcó para siempre. Tal es así que, en momentos de desaliento, siempre que
pienso que todo se vino abajo, y cuando digo todo el Muro es lo de menos, me
acuerdo de esa tarde. Días después me enteré de que su nombre era Shloime
Shapiro. Me lo dijo él mismo, otra tarde que volví a entrar al Bar León y dejé
volantes en todas las mesas menos, por supuesto, en la suya. Fue entonces que
me llamó, con el mismo gesto:
–¿Vos no jugás,
pibe? –y me señaló la silla. Me senté y, mientras ponía sus manos atrás, se presentó:
–Soy Shloime
Shapiro. Como verás soy silencioso por naturaleza... Mi nombre y apellido
empiezan con sh...
Luego puso sus
dos puños delante de mi nariz.
–La izquierda
–elegí.
–Lo sabía,
pibe... –se sonrió–, a mí me da lo mismo, yo ya no creo en esas cábalas... El tablero estaba descolorido, las piezas
gastadas, todo el Bar León olía a rancio, pero me lancé al ataque.
El me comió un
peón y yo le comí un caballo. Así empezó mi venganza. No me imaginaba que
Shloime Shapiro fuera tan fácil. A un costado del tablero se empezaron a
amontonar su alfil, su otro caballo, una torre y tres peones.
–Tampoco creo en
las damas... –afirmó.
Su reina pasó a
engrosar mis trofeos y no sé por qué me conmoví:
–¿Tablas?
–¿Tablas? –se
rió–, Moisés las escribió y él mismo, bajoneado por la poca fe, fue el primero
en destrozarlas...
Y su alfil, el
único que le quedaba, me desconcertó:
–¡Jaque! Moví el rey, porque no tenía otra y, cuando
me di cuenta, ya era tarde.
–¡Mate! –exclamó
Shloime Shapiro, y me tendió la mano. Yo iba a estrechársela, como hacen los
caballeros, pero ni llegué a rozar sus uñas sucias de mugre y tabaco.
–No, pibe, unos
volantes... No tuve agallas ni tiempo para ofenderme.
Agarró unos cuantos volantes y,
con dificultad, jadeante –era su manera de respirar– sacó de la silla sus más
de 100 kilos y volvió pasearlos entre las mesas hasta alcanzar el baño. Se tomó su tiempo, como es lógico.
Cuando
volvió, encajó como pudo sus más de 100 kilos en la silla y me miró con sus
ojos claros y eternamente húmedos.
–Ahora sí –me
tendió la mano–, con el estómago en paz la gente ya puede saludarse...
Se la estreché.
Era una mano sudorosa, de esas que dejan su huella donde tocan.
–No es cuestión
de atacar, pibe –me guiñó–; para ganar, lo importante es no aflojar...
Cuando desprendí
mi mano de la suya vi que por debajo del puño sucio de su camisa asomaba un
número tatuado.
–¿Y eso? –le
pregunté.
Shloime Shapiro
se cruzó un dedo sobre los labios y sólo me contestó:
–Sh...
Que este
silencio sea mi homenaje a aquel maestro.
Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/1998/98-12/98-12-/contrata.htm
Alberto Szpunberg
Buenos Aires,
1940. Licenciado en Letras. En 1973 se desempeñó en la Universidad de Buenos
Aires como director de la carrera de Lenguas y Literaturas Clásicas y como
profesor de las materias Literatura Argentina, y Medios de Comunicación y
Literatura. Como periodista fue redactor del diario La Opinión de Buenos Aires,
donde dirigió el suplemento cultural de 1975 a 1976, año del golpe de estado.
En 1977 se exilió a Barcelona.
Desde 2001 es
profesor de Literatura y Política en la Universidad Popular de las Madres de
Plaza de Mayo.
Participó en
varias antologías, como Los Nuevos (1968) y Poesía
social del siglo XX (Centro Editor de América Latina, 1971).
Obra
—Poemas de la
mano mayor.
—Juego limpio.
—El che amor.
—El paso atrás.
—Su fuego en la
tibieza.
—Apuntes.
—Luces que a lo lejos.
—La encendida calma.
—Notas al pie de nada ni de nadie.
Premios
—Mención en
Premio Casa de las Américas, por El che amor.
—Alcalá de
Henares de Poesía, 1983, por Su fuego en la tibieza.
—Internacional
de Poesía Antonio Machado 1993/94, por Luces a lo lejos.
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