Las hormiguitas del
capitán Hess…
El avión Ushuaia, usado para arrojar
prisioneros al mar, exhibido en el museo de la base aeronaval Comandante
Espora, en Bahía Blanca.
A cuatro años de
concluida la investigación sobre el relato del capitán Emir Sisul Hess como
piloto de los vuelos de la muerte, la justicia nunca lo citó a declarar. Una
demora que muestra la escasa voluntad judicial en avanzar con esas causas.
Son centenares, tal vez miles. Miembros de las tres Fuerzas Armadas, de
fuerzas de seguridad y también civiles. Los más jóvenes tienen poco más de
cincuenta años. Los mayores rondan los noventa. Un puñado está en prisión.
Algunos enloquecieron. Varios trabajan en aerolíneas, nacionales y extranjeras.
La mayoría disfruta de hijos y nietos, va a misa y recorre las calles como
cualquier vecino. Sólo ellos y sus íntimos conocen el secreto que los degrada:
arrojaron a personas vivas, drogadas, indefensas, desnudas, desde aviones en
vuelo hacia el vacío. Treinta años después, los vuelos de la muerte aún rinden
frutos. Existen casos probados a partir del hallazgo, en costas bonaerenses y
rioplatenses, de cadáveres de personas que pasaron por Campo de Mayo, ESMA y
Olimpo. Existen miles de desaparecidos a los que se privó hasta de una tumba
sin nombre. Existen confesiones públicas y privadas que coinciden en la
rotación del personal para sellar el pacto de silencio. No existe, sin embargo,
ninguna estrategia judicial para identificar a pilotos y tripulantes.
Si la clandestinidad, la destrucción de
pruebas y el silencio impiden poder investigar a fondo cada eslabón del Estado
terrorista, identificar a quienes participaron en los vuelos tiene un escollo
adicional: no hubo testigos en los aviones. Un sondeo entre querellantes,
antropólogos y magistrados sugiere sin embargo que el fin no es utópico. Entre
las pruebas disponibles tiene un valor central la confesional, la admisión ante
terceros. ¿Alguien pudo no haber relatado la experiencia límite de arrojar a
una persona al mar? ¿Morirán los confesores en la complicidad del silencio?
Página/12 publicó ayer la historia de dos
aviones Electra en exposición, relatos sobre vuelos de los propios represores y
la confesión de un suboficial naval que admitió su participación ante
compañeros de trabajo. A cuatro años de concluida la instrucción sobre el
relato del capitán de corbeta Emir Sisul Hess como piloto de vuelos de la
muerte, la justicia no lo citó a declarar.
“Tipos muy pesados”
Nacido en Bahía Blanca en 1949 y miembro de
la promoción 102 del comando naval, Emir Sisul Hess integró en 1976 y 1977 la
Escuadrilla Aeronaval de Helicópteros, con asiento natural en la base aeronaval
Comandante Espora pero mencionada por el cabo Raúl Vilariño, que ya en 1984
denunció los vuelos, como una cobertura de represores de la ESMA.
Hess era aviador naval y paracaidista. Tenía
el grado de teniente de corbeta. Sus jefes eran el capitán de corbeta Néstor
Santiago Barrios y el teniente de navío Miguel Angel Robles. En 1978 pasó a la
Escuadrilla Aeronaval de Propósitos Generales, bajo el mando del capitán de
corbeta Enrique Carlos Isola y del teniente de navío Ernesto Proni Leston.
En 1984, citado a declarar por el
contralmirante Horacio Mayorga en un sumario para desacreditar al cabo que
describió la vida interna de la ESMA, dijo desconocer a Vilariño. Pasó a retiro
en 1991 como capitán de corbeta, con 41 años, e incursionó en el rubro
turístico como gerente del complejo Lago Espejo Resort S.A. en Villa La
Angostura. En aquel paraíso y en pleno menemato, cuando la impunidad parecía
irreversible, tuvo lugar su confesión, el primer relato de un piloto sobre los
vuelos que llega a la justicia.
“Contaba en tono burlón cómo las personas
pedían por favor y lloraban”, declaró José Luis Bernabei, que trabajaba en el
complejo frente al lago. “Dijo que las arrojaban al Río de la Plata y que él
era piloto. Nombró como compañero a (Ricardo Miguel) Cavallo. Decía que los
vuelos salían de Palomar o Morón, que les ponían una bolsa en la cabeza, los
subían a aviones y los trasladaban hasta que eran arrojados”, contó ante el
juzgado de Juan José Galeano.
La base de Palomar es la misma que Rodolfo
Walsh vinculó a los vuelos en su Carta Abierta a la Junta Militar. “Entre mil
quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto”, calculó en
marzo de 1977. Detalló el hallazgo de cuerpos mutilados en costas uruguayas y
acusó a las tres Fuerzas Armadas “de arrojar prisioneros al mar desde los
transportes de la Primera Brigada Aérea”. Identificó como jefe al brigadier
Hipólito Mariani, condenado a 25 años de prisión por crímenes en Mansión Seré
pero libre hasta que la Corte Suprema de Justicia confirme la sentencia, y
apuntó que “usaron transportes Fokker F-27”.
El testimonio ante la Conadep de Arnoldo
Bondar, empleado civil en Palomar, sugiere que no sólo los cautivos de la
Armada despegaban desde la base de la Fuerza Aérea. “En reiteradas
oportunidades vi llegar camiones de la policía de la provincia cargados de
jóvenes de ambos sexos que eran embarcados en aviones a motor de dos hélices,
generalmente de la Armada. Desconozco el destino. Esta operación se realizaba
al costado de la pista principal y casi siempre llegaban antes algunos
patrulleros para montar guardia alrededor del avión”, declaró.
Cuando Galeano comenzó a investigar a Hess
descubrió que no sólo Bernabei había escuchado la confesión. Un empleado sacó
el tema después de leer el Nunca Más y Hess reiteró el relato. “Hablaba con
bronca y resentimiento. Tenía necesidad de hablar, era un tipo íntimamente
trastornado”, recordó.
–¿No sentía lástima por esa gente? –le
preguntaron.
–No, no sufrían. Los llevaban dopados y los
tiraban al río –respondió Hess en tercera persona–. Eran tipos muy pesados.
Esos boludos no sabían a dónde iban a parar: al Tigre, al Riachuelo o al río
Paraná. Iban cayendo como hormiguitas.
En 2002, cuando trascendió en la prensa que
la Cámara Federal porteña había ordenado investigar el caso, el almirante
Horacio Zaratiegui afirmó en una carta de lectores de La Nación que en la
Armada no existió nunca un oficial Hess. “No sé si existe pero no importa.
Sería un capitán de corbeta retirado, aviador naval”, lo invocó con precisión
el fallecido Florencio Varela en una conferencia ante militares. El abogado,
que según el condenado general Santiago Riveros tardó seis años en comprender
la lógica castrense, citó un escrito de Hess en el que renegaba por la
impopularidad de su oficio. “Un militar se capacita para matar o morir, por
supuesto que en salvaguarda de valores superiores. Perder de vista nuestra
razón de ser nos puede convertir en cirujanos con aversión a la sangre”, lo
citó Varela.
La causa por la confesión de Hess, que tiene
60 años, se inició en marzo de 2002. Se sentía perseguido por el juez Baltasar
Garzón desde fines de la década del ‘90, cuando el español pidió las primeras
detenciones. Su temor aumentó en 2004, cuando la policía comenzó a rondar su
casa en El Atardecer 4491, barrio Las Colinas, a cuatro kilómetros de Bariloche.
“Para la policía o la Justicia no estoy escondido. Lo que quiero evitar son
periodistas y gente relacionada con los derechos humanos”, le explicó a un
amigo en un llamado que interceptó la justicia.
En septiembre de 2005 el juez federal Julián
Ercolini, que reemplazó a Galeano tras su renuncia, declinó la competencia y le
envió la investigación a su par Sergio Torres, a cargo de la megacausa ESMA,
donde ya existía la causa 3227/02 sobre los vuelos, una recopilación de
listados y legajos de marinos sin procesar. Allí, en un despacho de Comodoro
Py, descansa desde hace cuatro años.
© Escrito por Diego Martínez el lunes
07/09/2009 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
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