Metamorfosis…
Metamosrfosis dibujo de Pablo Picasso.
Mucho antes de ahora, ya
proliferaba la traición. Desde los meses posteriores a la caída de Perón, entre
fines de 1955 y comienzos de 1956, la velada o casi explícita imputación
recorría los caminos de la patria. Hasta el fugaz (abril 1954/septiembre 1955)
vicepresidente de Perón, Alberto Tesaire, era etiquetado así. El vocablo
alcanzó luego fornida vigencia en las turbulentas aguas del peronismo. El pacto
entre Perón y Frondizi para las elecciones de 1958 procreó infinitas
acusaciones de ese género. La serie siguió inexorable, año tras año. En 1965,
Perón mandó a su mujer, Isabelita, a la Argentina para disciplinar y castigar a
los traidores. Surgieron las fracciones “de pie junto a Perón”, mientras los
que marchaban por su cuenta eran tildados de colaboracionistas o, más
tenuemente, participacionistas.
Augusto Vandor, el poderoso capo
metalúrgico que había participado junto a la plana mayor de los sindicatos del
golpe de 1966 contra el gobierno radical de Illia, fue asesinado en 1970, por
traidor. Antes de matar luego a su sucesor, los Montoneros coreaban: “¡(José)
Rucci, traidor, a vos te va pasar lo mismo que a Vandor!”. Y cumplieron. Ya en
pleno baño de sangre previo a 1976, numerosos dirigentes sindicales fueron
asesinados por la guerrilla montonera, mientras que bandas criminales de la
Triple A liquidaban a centenares de militantes revolucionarios, especialmente
los que se definían como peronistas. Unos y otros, Montoneros y Triple A,
llamaban traidores a sus víctimas. Pero hasta los propios gobernadores
peronistas (Miguel Ragone, Jorge Cepernic, Alberto Martínez Baca, Ricardo
Obregón Cano y Oscar Bidegain) fueron derrocados con la anuencia de Perón, y
por ser considerados traidores.
La estigmatización de traidores
se diluyó hasta comienzos del siglo XXI, pero renació en 2003. La idea de que
no hay perdón para los responsables del crimen de deslealtad floreció con los
gobiernos de los Kirchner. En nueve años han desfilado por los elencos del
Ejecutivo personas que una mañana despertaron anoticiadas de que ya no contaban
con la aprobación del monarca. ¿Quién se acuerda de los ministros iniciales, en
los que aparecían peronistas como Gustavo Beliz, Alberto Iribarne y Roberto
Lavagna? Dueño de un acceso íntimo y total al entonces presidente Kirchner, a
quien sirvió al pie de la letra, Alberto Fernández se convirtió en 2008 en
paria irremediable, depositario de todas las condenas.
Uno a uno siguen cayendo los
muñecos. Martín Lousteau fue la gran esperanza blanca durante breves meses,
hasta que lo eyectaron a la intemperie sin remilgos, convertido en blanco
móvil. Lavagna fue aceptado como legado necesario de Eduardo Duhalde, pero
desde 2006 en adelante se convirtió en un fantasma para el nuevo poder, como si
su gestión de cuatro años decisivos nunca hubiera existido.
Cuando la acusación de traidor no
es explícitamente verbalizada, los kirchneristas sumergen en el sótano del
ostracismo a figuras de las que se desprenden como pesos muertos. ¿Quién le
reconoce algo hoy al inesperado secretario de Cultura José Nun, un intelectual
que vino de la izquierda no peronista y al que nunca le dieron la hora, hasta
que lo echaron?
El Diccionario de la Lengua
Española de Espasa-Calpe define la traición como violación de la fidelidad o
lealtad “que se debe”. Traición es, en efecto, antónimo de lealtad, pero la
definición de este atributo presupone obediencia a una persona, no a un
programa. Néstor Kirchner le fue leal a Duhalde entre 2002 y 2003, pero cuando
pudo giró 180º y se convirtió en su ejecutor. Nadie pestañeó cuando el aval de
Duhalde a Kirchner era todavía reciente y Cristina se subió a un atril para
calificar al caudillo bonaerense de capo mafia, el “padrino” de la política
criolla, con el que ella nada tenía que ver.
Es el mismo procedimiento que produce
hastío en su inmutable perpetuación, esa rutina de acuchillar hoy al socio de
ayer, fusilándolo con el escarnio de “traidor”, como lo revelan los casos de
Hugo Moyano y Daniel Scioli. Es una ignominia severa, porque al que traiciona
le cabe la imputación de enemigo de la patria. El Poder Ejecutivo categoriza de
esa manera a quienes se diferencian del Gobierno. Ahí está Scioli, teniendo que
aguantar, tras ser elegido como candidato a vicepresidente en 2003 por
Kirchner, que un ex dirigente del Partido Comunista le cuente los glóbulos de
cristinismo en sangre. ¿Qué son sino ‘traidores’ Gabriel Mariotto, verdugo de
Scioli, y Omar Viviani, apóstata de Moyano? En la ofuscada retórica del actual
oficialismo argentino, nada más alevoso y pérfido que pensar con la propia
cabeza y resistirse a las ignominias de la obsecuencia debida.
Además, desde el kirchnerismo ha
germinado otra corriente, paralela a la que nutren los desembarcados del buque
del Estado resignados al silencio vitalicio, estupefactos y sin comprender por
qué les mostraron la puerta de salida, como Rafael Bielsa y su sucesor, Jorge
Taiana. Cuando se evalúa el espesor de los dos primeros cancilleres del
kirchnerismo y se lo compara con el del actual, Héctor Timerman, se advierte
que la Casa Rosada premia la obediencia y el silencio, jamás el mérito o el
talento.
Otro ejemplar del zoológico de
los traidores, tal como los define el kirchnerismo, es el indescriptible Sergio
Schoklender, que gozó de prebendas, favores y privilegios hasta que una madrugada
amaneció como la criatura kafkiana de Metamorfosis, convertido en asqueroso
insecto. La propia encubridora de aquel Schoklender, Hebe Pastor de Bonafini,
se hace hoy buches con la palabra traidor. Su lengua implacable e incansable
etiqueta de esa manera a gente muy de izquierda que, tras haber estado a su
lado durante años, se negó a dejarse violar por la retórica incendiaria de “las
madres”, como Vicente Zito Lema, Herman Schiller y ahora Osvaldo Bayer.
Horrible sendero de cuchilladas traperas y amnesias repulsivas, la cosmogonía
de la traición como razón de Estado desnuda la obscenidad de una época.
© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado en el Diario Perfil de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 19 de Mayo de 2012.
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