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lunes, 24 de septiembre de 2012

"Yanakonas" (Traidores)... De Alguna Manera...


Un grito Mapuche contra el gobierno nacional…


El presidente del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), Daniel Fernández, fue abucheado en la audiencia por la reforma del Código Civil y abandonó la sala al grito de “mentiroso”.

“Está diciendo mentiras”. “No sos nuestro hermano”. “No nos representás”. “Yanakona (traidor)”. Fueron algunos de los gritos que se escucharon el jueves en Neuquén, en el marco de las audiencias públicas por la reforma del Código Civil. El destinatario de las acusaciones fue el presidente del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), Daniel Fernández, máximo funcionario del gobierno nacional en materia de pueblos originarios. Organizaciones indígenas de todo el país, y organismos de derechos humanos, denuncian que el proyecto de Código Civil rebaja de categoría a los derechos indígenas y, advierten, favorece a las industrias extractivas que avanzan sobre territorios ancestrales.

10 minutos y 50 segundos. Es lo que duró la intervención de Fernández en la ciudad de Neuquén, donde se desarrolló la audiencia por la reforma del Código Civil. Le habían precedido dirigentes indígenas y abogados de organizaciones que cuestionaron duramente el proyecto enviado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

“El texto del proyecto es inconstitucional porque contradice el artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional y los tratados de derechos humanos. La incorporación de la regulación del derecho indígena en el Código Civil en los términos proyectados daría lugar a múltiples inconstitucionalidades”, denunciaron en agosto en un documento conjunto del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), el Observatorio de Derechos Humanos de Pueblos Indígenas (Odhpi), el Grupo de Apoyo Jurídico por el Acceso a la Tierra (Gajat) y la Asociación de Abogados de Derecho Indígena (AADI).

El 29 de agosto, en la audiencia en el Congreso Nacional, Ignacio Prafil, del Consejo Plurinacional Indígena, había denunciado que “el nuevo Código Civil enviado por la Presidenta será un retroceso enorme para los pueblos originarios. Los derechos ganados en años de lucha por nuestros pueblos, con éste proyecto quedarían reducidos a simples inmuebles rurales”. El Consejo Plurinacional fue acompañado por la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH), el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) y las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.

Daniel Fernández, del INAI, no acusó recibo de ninguna de las múltiples críticas de diversas organizaciones.

Ante una sala repleta, en la Universidad Nacional del Comahue y con numerosos dirigentes indígenas de Neuquén, el funcionario defendió el proyecto enviado por la Presidenta, remarcó que era “importante que la propiedad comunitaria indígena” esté en el Código Civil e hizo un repaso de las leyes aprobadas durante el kirchnerismo: Ley de Educación Bilingüe, Ley de Medios Audiovisuales (“que tiende a democratizar los medios, otorga participación indígena en el Afsca y legisla sobre el derecho a la comunicación”) y la Ley 26160 (de 2006), que debiera suspender los desalojos indígenas y realizar un relevamiento territorial de comunidades (acción tan atrasada que se debió prorrogar la ley).

Fernández apuntó a los tribunales de primera y segunda instancia por no implementar los derechos indígenas, entre ellos los vigentes en la Constitución Nacional y en el Convenio 169 de la OIT.

“El gobierno nacional, primero de Néstor Kirchner y ahora de Cristina Fernández, es el único Gobierno que ha sancionado leyes que implementan derechos indígenas (…). Esta inclusión (en el Código Civil) no debe ser visto como una obstrucción, no como una trampa para ver qué derecho puede limitar, sino como un camino progresivo para reconocer e implementar derechos”, dijo el presidente del INAI, en tono de campaña.

Luego abordó la cuestión histórica (recordó que el Código Civil vigente se escribió antes de la Campaña del Desierto) y recordó que la Constitución Nacional de 1994 reconoce derechos indígenas, pero también reconoce el dominio de los recursos naturales a las provincias. “Entonces se complica la cosa. Por eso es que la inclusión en el Código (de la propiedad comunitaria) viene a unificar la legislación en todo el país (…) Esto no se resuelve en la ONU, en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se resuelve en el ámbito nacional, en las discusión y en la correlación de fuerza social y política para avanzar en la implementación de derechos”.

No fue casual la mención de la ONU y de la CIDH. En ambas instancias internacionales se denunció al Estado Nacional por la violación de derechos de los pueblos indígenas. Incluso esta semana, el martes, la máxima autoridad de Naciones Unidas en materia indígenas (James Anaya) difundió un informe ante el Consejo de Derechos Humanos de ONU. Apuntó a la violación de derechos humanos básicos (salud, alimentación, educación) y a la avanzada territorial de empresarios y de industrias extractivas sobre los pueblos indígenas.

El titular del INAI, que proviene del sindicalismo y que carece de antecedentes en materia indígena, siguió: “Este es un Código con otra mirada. No es la mirada individualista ni privatista, tiene una mirada pluricultural. Este Código reconoce derechos colectivos”, señaló Fernández. Y fue interrumpido por una mujer mapuche: “Está diciendo mentiras”. Hubo varios chiflidos en desaprobación a Fernández.

El funcionario intentó retomar: “Hermanos, con mucho respeto…”.

Y se volvió a escuchar desde el auditorio: “No nos respetaste”.

Ya nada fue igual.

Fernández prometió que luego de la sanción del nuevo Código Civil se avanzará en la sanción de tres leyes especiales: de propiedad comunitaria indígena, una ley de consulta y participación indígena y en actualizar la Ley 23302 (que creó el INAI).

Recordó que, en el marco del Bicentenario, la Presidenta había firmado un decreto que convocó a una comisión para la reforma del Código Civil y –metió el dedo en la llaga– y argumentó que la participación estuvo dada por el Encuentro Nacional de Organizaciones Territoriales de Pueblos Originarios (Enotpo), donde sobresalen indígenas funcionarios del gobierno nacional (en el INAI y en la Secretaría de Ambiente, entre otros ámbitos oficiales).

“No hubo participación”, gritaron desde el auditorio. “No nos sentimos representados”, acusó otra dirigente mapuche.

Los coordinadores de la audiencia intentaron frenar los gritos, pero ya no pudieron.

Fernández intentó seguir: “Estoy hablando en nombre del Estado Nacional y del Gobierno”. Intentó calmar los ánimos: “Hermanos…”.

Eran múltiples los gritos críticos. Y se escuchó: “No sos hermano”.

El funcionario finalizó su exposición. Hubo algunos aplausos (estaban presentes funcionarios del INAI, dirigentes indígenas que forman parte del Gobierno y otros que adhieren al kirchnerismo), pero también hubo gritos y abucheos.

Fernández de inmediato recorrió el pasillo que llevaba hacia la puerta.

“Entregador del pueblo”. “La presidente Kirchner manda a mafias como ese”. “Yanakonas” (traidores).

Los gritos de repudio no terminaban. Los coordinadores de la audiencia pidieron silencio. No lo lograron. Y levantaron la audiencia.

Puños en alto de mapuches y un grito: “Marici Weu”, que en idioma mapuche significa “diez veces venceremos”.


© Escrito por Darío Aranda y publicado por plazademayo.com el viernes 21 de Septiembre de 2012.

domingo, 20 de mayo de 2012

Metamorfosis… De Alguna Manera...

Metamorfosis…

Metamosrfosis dibujo de Pablo Picasso.

Mucho antes de ahora, ya proliferaba la traición. Desde los meses posteriores a la caída de Perón, entre fines de 1955 y comienzos de 1956, la velada o casi explícita imputación recorría los caminos de la patria. Hasta el fugaz (abril 1954/septiembre 1955) vicepresidente de Perón, Alberto Tesaire, era etiquetado así. El vocablo alcanzó luego fornida vigencia en las turbulentas aguas del peronismo. El pacto entre Perón y Frondizi para las elecciones de 1958 procreó infinitas acusaciones de ese género. La serie siguió inexorable, año tras año. En 1965, Perón mandó a su mujer, Isabelita, a la Argentina para disciplinar y castigar a los traidores. Surgieron las fracciones “de pie junto a Perón”, mientras los que marchaban por su cuenta eran tildados de colaboracionistas o, más tenuemente, participacionistas.

Augusto Vandor, el poderoso capo metalúrgico que había participado junto a la plana mayor de los sindicatos del golpe de 1966 contra el gobierno radical de Illia, fue asesinado en 1970, por traidor. Antes de matar luego a su sucesor, los Montoneros coreaban: “¡(José) Rucci, traidor, a vos te va pasar lo mismo que a Vandor!”. Y cumplieron. Ya en pleno baño de sangre previo a 1976, numerosos dirigentes sindicales fueron asesinados por la guerrilla montonera, mientras que bandas criminales de la Triple A liquidaban a centenares de militantes revolucionarios, especialmente los que se definían como peronistas. Unos y otros, Montoneros y Triple A, llamaban traidores a sus víctimas. Pero hasta los propios gobernadores peronistas (Miguel Ragone, Jorge Cepernic, Alberto Martínez Baca, Ricardo Obregón Cano y Oscar Bidegain) fueron derrocados con la anuencia de Perón, y por ser considerados traidores.

La estigmatización de traidores se diluyó hasta comienzos del siglo XXI, pero renació en 2003. La idea de que no hay perdón para los responsables del crimen de deslealtad floreció con los gobiernos de los Kirchner. En nueve años han desfilado por los elencos del Ejecutivo personas que una mañana despertaron anoticiadas de que ya no contaban con la aprobación del monarca. ¿Quién se acuerda de los ministros iniciales, en los que aparecían peronistas como Gustavo Beliz, Alberto Iribarne y Roberto Lavagna? Dueño de un acceso íntimo y total al entonces presidente Kirchner, a quien sirvió al pie de la letra, Alberto Fernández se convirtió en 2008 en paria irremediable, depositario de todas las condenas.

Uno a uno siguen cayendo los muñecos. Martín Lousteau fue la gran esperanza blanca durante breves meses, hasta que lo eyectaron a la intemperie sin remilgos, convertido en blanco móvil. Lavagna fue aceptado como legado necesario de Eduardo Duhalde, pero desde 2006 en adelante se convirtió en un fantasma para el nuevo poder, como si su gestión de cuatro años decisivos nunca hubiera existido.

Cuando la acusación de traidor no es explícitamente verbalizada, los kirchneristas sumergen en el sótano del ostracismo a figuras de las que se desprenden como pesos muertos. ¿Quién le reconoce algo hoy al inesperado secretario de Cultura José Nun, un intelectual que vino de la izquierda no peronista y al que nunca le dieron la hora, hasta que lo echaron?

El Diccionario de la Lengua Española de Espasa-Calpe define la traición como violación de la fidelidad o lealtad “que se debe”. Traición es, en efecto, antónimo de lealtad, pero la definición de este atributo presupone obediencia a una persona, no a un programa. Néstor Kirchner le fue leal a Duhalde entre 2002 y 2003, pero cuando pudo giró 180º y se convirtió en su ejecutor. Nadie pestañeó cuando el aval de Duhalde a Kirchner era todavía reciente y Cristina se subió a un atril para calificar al caudillo bonaerense de capo mafia, el “padrino” de la política criolla, con el que ella nada tenía que ver.

Es el mismo procedimiento que produce hastío en su inmutable perpetuación, esa rutina de acuchillar hoy al socio de ayer, fusilándolo con el escarnio de “traidor”, como lo revelan los casos de Hugo Moyano y Daniel Scioli. Es una ignominia severa, porque al que traiciona le cabe la imputación de enemigo de la patria. El Poder Ejecutivo categoriza de esa manera a quienes se diferencian del Gobierno. Ahí está Scioli, teniendo que aguantar, tras ser elegido como candidato a vicepresidente en 2003 por Kirchner, que un ex dirigente del Partido Comunista le cuente los glóbulos de cristinismo en sangre. ¿Qué son sino ‘traidores’ Gabriel Mariotto, verdugo de Scioli, y Omar Viviani, apóstata de Moyano? En la ofuscada retórica del actual oficialismo argentino, nada más alevoso y pérfido que pensar con la propia cabeza y resistirse a las ignominias de la obsecuencia debida.

Además, desde el kirchnerismo ha germinado otra corriente, paralela a la que nutren los desembarcados del buque del Estado resignados al silencio vitalicio, estupefactos y sin comprender por qué les mostraron la puerta de salida, como Rafael Bielsa y su sucesor, Jorge Taiana. Cuando se evalúa el espesor de los dos primeros cancilleres del kirchnerismo y se lo compara con el del actual, Héctor Timerman, se advierte que la Casa Rosada premia la obediencia y el silencio, jamás el mérito o el talento.

Otro ejemplar del zoológico de los traidores, tal como los define el kirchnerismo, es el indescriptible Sergio Schoklender, que gozó de prebendas, favores y privilegios hasta que una madrugada amaneció como la criatura kafkiana de Metamorfosis, convertido en asqueroso insecto. La propia encubridora de aquel Schoklender, Hebe Pastor de Bonafini, se hace hoy buches con la palabra traidor. Su lengua implacable e incansable etiqueta de esa manera a gente muy de izquierda que, tras haber estado a su lado durante años, se negó a dejarse violar por la retórica incendiaria de “las madres”, como Vicente Zito Lema, Herman Schiller y ahora Osvaldo Bayer. Horrible sendero de cuchilladas traperas y amnesias repulsivas, la cosmogonía de la traición como razón de Estado desnuda la obscenidad de una época.

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 19 de Mayo de 2012.



sábado, 24 de diciembre de 2011

Traidores... De Alguna Manera...


Traidores...

Quién en el mundo no recuerda la historia del que fuera el amigo predilecto de Jesús, uno de los doce apóstoles, aquel que tuvo la osadía de venderlo por 30 monedas de plata, identificándolo con un beso. Pero después, enloquecido por el remordimiento, se ahorcó…

Pese a los suicidios misteriosos y a las estatizaciones tenebrosas, no debe haber tema más “navideño” que la preocupación por la esperanza. Existen pocas demandas más palpitantes y duraderas que la fantasía y el ansia de una vida menos filosa, no tan hostil. Sin embargo, estas simples y potentes ensoñaciones también se han ido descascarando en la Argentina, desvencijadas por la vociferación reinante. Hasta un árbol de Navidad ha sido incendiado en la calle por patéticos melanco-guerilleros de cartón. Una peculiar y persistente onda de intensa emotividad parece desmentir a quienes esperamos que las sociedades, como las personas, encuentren de vez en cuando denominadores comunes en lugar de seguir cavando trincheras.

Con el expediente de consideraciones ideológicas y hasta generacionales, quienes piensan el país como una batalla sin cuartel han tenido éxito en la puesta en valor de la guerra como escenario principal. La paz, el encuentro, la aceptación de las discrepancias son, en esta Argentina de cara a 2012, expresiones vituperadas, calificadas como melancólicas manifestaciones de ingenuidad o vejez. Amigos distanciados, familias que no pueden hablar de política (porque si lo hacen se insultan y lastiman), parejas enfrentadas, padres e hijos desencajados. Un viscoso y venenoso elixir de odio e intolerancia destruye pasados comunes y el remanente emocional de las experiencias grupales de la juventud.

Los esperanzados o fanáticos del nuevo orden reinante hoy en la Argentina se escandalizan de quienes piensan un poco diferente o todo lo contrario de ellos. Los que hemos sido inscriptos en el batallón de la herejía, o a quienes se nos describe como personas que habrían “traicionado” sus principios de otrora, formamos batallones con los que no hay reconciliación. No lo viví porque era un niño de pantalones cortos, pero me dicen que algo muy parecido sucedió en la Argentina de comienzos de los años cincuenta del siglo pasado. Claro que entonces el poder de Perón al menos no se embriagaba de relatos impregnados de mentiras ideológicas. El peronismo era reciamente anticomunista y no perdía oportunidad de expresar su desagrado y oposición al marxismo apátrida; no había márgenes para despotricar contra los opositores desde composturas “progresistas”. Lo nuevo de estos tiempos es que similar acrimonia se enarbola hoy, pero desde unos supuestos baluartes de superioridad moral y certeza doctrinaria. Es verdaderamente fantástico lo que ha sucedido.

No pretenden reciprocidad quienes carecen de dudas. La vida los ha puesto en un lugar soñado, ese poder en el que, finalmente, los ideales de la juventud se estarían haciendo realidad. Por consiguiente, quienes no lo vemos así o tenemos severas sospechas de que todos aquellos valores fuesen –mirados desde hoy– tan virtuosos como pensábamos entonces somos mecánicamente condenados a un desprecio monumental. Mientras que los herejes, una y otra vez repudiados por haberse “dado vuelta”, en casi todos los casos abren espacios y crean oportunidades para que digan lo suyo los que se alegran de ocupar el poder o adhieren a quienes lo conducen; nada similar sucede en las trincheras oficiales. La reciprocidad no existe; no hay espacio oficial para disentir, aunque los vigilantes del oficialismo se quejen de la supuesta “falta de pluralidad” de los medios que ellos llaman hegemónicos.

La ocasión navideña, por otro lado, nos suele predisponer para miradas menos torvas, actitudes menos belicosas. ¿Por qué se ha producido un tajo tan profundo y tan reacio a cicatrizar? Supongamos que, como dicen los entusiastas de este momento, sencillamente no sienten empatía alguna con quienes, habiendo sido compinches hasta hace seis o siete años, ahora son estigmatizados por pensar diferente. No terroristas o golpistas, sencillamente discrepantes. Así las cosas, ¿serían esas razones lo suficientemente concluyentes como para que reine este estado de sitio existencial? ¿Es tan determinante en las relaciones entre seres humanos lo que cada uno opina sobre las políticas de un gobierno y las alianzas coyunturales que el poder arma para cumplimentar su agenda? ¿Por qué son bienvenidos sin objeciones a este poder camaleones que devinieron justicialistas o progresistas luego de añares revolcándose en la vereda de enfrente, mientras que sólo merecen escarnio quienes, no habiendo sido jamás “de derecha”, se permiten –en cambio– cuestionar ahora parte o mucho de lo que se dice y hace en nombre del “modelo” vigente?

Habrá que inventar palabras o conceptos que describan elocuentemente el punto de inadmisibilidad (¿qué es lo que no perdonan o no aceptan?), que está en la base de esa belicosidad punzante que liquida afectos, destruye historias y corporiza enemistades. Dicen que finalmente ha llegado en la Argentina la hora de manifestar de manera frontal las contradicciones soterradas. Teorizan que nada hay más humano que el conflicto y que es bienvenida la explicitación de las diferencias. Hablan del fin de las hipocresías. No sé, tengo mis severas dudas. Hemos tenido numerosas y fuertes discrepancias en épocas recientes de las que he sido contemporáneo. Nunca antes se había experimentado, sin embargo, una animadversión tan belicosa como la que oscurece hoy el clima de las relaciones y de la mera cotidianidad.

Navidad no es mal momento para tratar de comprender este truculento perfume de discordia que emana hoy del poder y del que se contagian quienes derraman felicidad retórica por el statu quo implantado en 2003. Quisiera equivocarme fieramente y convencerme de que no es para tanto. Pero impresiona la jactancia triunfalista de la pedantería oficial. Uno diría que respiran a la vida en clave de guerra y, por eso, quienes se embanderan en ese alineamiento parecen estar dispuestos a las más temibles maldades. O, al menos, a los más rotundos desdenes. Son como la noche-mala de la noche-buena.

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 23 de Diciembre de 2011.