Mostrando las entradas con la etiqueta Tomás Abraham. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Tomás Abraham. Mostrar todas las entradas

sábado, 30 de noviembre de 2013

30 Años de Democracia... De Alguna Manera...


Un libro recopila 30 años de democracia...


Una notable selección de escritos sobre las tres décadas de constitucionalidad ininterrumpida.


Con el objeto de conmemorar un decisivo aniversario, 30 años de democracia ofrece una notable selección de escritos de diversos autores. Editado por Planeta, el libro puede ser leído como una celebración, pero es mucho más: una invitación a repasar, a repensar y, también, a reconstruir. El lector, seguramente, agradecerá la labor de El Observador, la sección de análisis e investigación del Diario Perfil, al diseñar la amplitud de los temas, el pluralismo de las voces y la categoría de las plumas, mucho más allá de las diferencias y las coincidencias.

Como bien dice en el prólogo Robert Cox, ex director del diario Buenos Aires Herald. "Los ensayos de este libro proveen al lector un análisis comprensivo sobre la democracia en la Argentina luego de treinta años de constitucionalidad ininterrumpida. Veinte especialistas han sido minuciosamente escogidos para informar e iluminar a los lectores sobre las áreas de la sociedad que cada uno de ellos estudian. Creo que los lectores estarán muy animados, como yo lo estuve. La tarea de entender a la Argentina es fascinante. No sólo disfruté aprender sobre los treinta años de democracia a través de los diecinueve ensayos de este libro, sino que también he fortificado mi optimismo sobre el futuro".

Escriben:

Robert Cox
Manuel Mora y Araujo
Tomás Abraham
Mónica Beltrán
Carlos Gabetta
Fabián Bosoer
Federico Lorenz
José Miguel Onaindia
Fernando Rocchi
María Cecilia Míguez
Daniel Bilotta
Martín Becerra
Carlos Ares
Juan Carlos Tedesco
José María Poirier
Diana Cohen Agrest
Diego P. Gorgal
Miguel Benasayag
Juan Cruz Ruiz
María Rosa Lojo
Ezequiel Fernández Moores

© Publicado el sábado 30/11/2013 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

domingo, 5 de febrero de 2012

José Luis Cabezas... De Alguna Manera...

No entrar en el juego...

 José Luis Cabezas. Dibujo: Pablo Temes.  

Quince años del asesinato de Cabezas. Vi por la Web el fragmento del programa 6,7,8 en el que Orlando Barone habla de José Luis Cabezas. Desde mi punto de vista, el periodista toca un punto sensible de la labor periodística en la Argentina. Se trata de la relación de la prensa con el entramado mafioso del poder. No me pareció que Barone degradara la labor de Cabezas, sino que sostenía que el fotógrafo era una parte menor de un engranaje mediático con piezas de mayor importancia en las llamadas investigaciones sobre ciertos personajes públicos.

Decir que no murió en Afganistán, como afirmó Barone, no parece contribuir a la buena fe de sus dichos, pero nuevamente creo que no se puede soslayar un tema, y su correspondiente debate, por una desgraciada expresión o una supuesta mala intención del autor de ésta.

Estamos ya adiestrados en calificar las expresiones de acuerdo con quien las emite. Identificamos a nuestros adversarios como si fuéramos burócratas al servicio de una causa sagrada y hacemos lo posible para desestimar, cuando no distorsionar, sus dichos.

Hoy, la prensa oficial y opositora, en general, no parece tener otro modo de acción que el de mostrar la perversión de los de la vereda de enfrente, y en este mundo de perversiones globales, la información no existe; el análisis, menos, mientras se multiplican las acusaciones a los difamadores que siempre están en la vereda de enfrente.

Yabrán era un intocable, e invisible. Por supuesto que nadie podía suponer que la publicación de su foto en un medio masivo iba a provocar su asesinato con dos tiros en la cabeza, y menos aún, que sus asesinos estén en libertad. Nadie lo esperaba ni podía suponerlo, pero esto no significa que no se estuviera consciente de que sí podía suceder, en un país en el que el Estado y sus servicios han llevado a cabo crímenes de todo tipo cuando se descubre una verdad que desnuda su estructura de poder, y que en los llamados gobiernos democráticos este dispositivo no ha sido desmantelado. Ni en tiempos de Menem ni ahora.

Muchos recordarán que en la misma época, en una entrevista a un poderoso dirigente gremial, por la molestia que le causaban las preguntas del cronista, le preguntó sin inmutarse si no quería terminar en el Riachuelo. O la epopeya dolorosa que padecían periodistas y fotógrafos cuando querían conseguir alguna primicia de María Julia, cuando lucía sus pieles, y la funcionaria mandaba a su custodia a que apaleara a los entrometidos paparazzi.

El crimen de Cabezas no sólo está impune, sino que confirma que hay límites por todos conocidos que nos obligan a preguntarnos sobre la protección que reciben o que deberían recibir cronistas, periodistas, fotógrafos, camarógrafos, etc., en investigaciones en las cuales sus espaldas no están cubiertas y la impunidad de los poderosos es la regla.

Cuando se habla de calidad institucional, no es sólo una remisión a una treta de campaña electoral ni un artilugio de republicanos cesantes; se habla de vida y muerte, y cuando esta calidad –para llamarla de un modo poco adecuado– no sólo está ausente; más aún, cuando se la descuida con sorna, hay que tener cuidado.

La paranoia –por no decir la prudencia–, en nuestro país, es un mecanismo de defensa necesario y urgente ante un poder impune con pretensiones de expansión a cualquier costo.

Responsabilizar a editores o dueños de medios de aquel crimen es de cobardes, y una muestra de la degradación, esta vez sí, a la que ha llegado la tarea periodística en la Argentina. Se usa cualquier información con total impudicia con el objeto de denostar a quien se declara enemigo. Pero no por eso hay que entrar en el juego, aunque más no fuere para no colaborar con la decadencia general y avalarla con procedimientos sino similares, con el riesgo de ser confirmatorios, a pesar de las intenciones, de la situación comunicacional que vivimos. Por el contrario, es mayor la exigencia que debemos tener con nosotros mismos para no dejarnos mimetizar por la mediocridad de un periodismo degradado.

Segundo tema. En estos días hemos presenciado una discusión con varios personajes acerca de la identidad política e ideológica de Jorge Abelardo Ramos. Sin entrar en la búsqueda de situaciones, palabras, gestos y cartas personales, que rectifican o ratifican su adhesión menemista, no resulta claro en qué puede llamar la atención que un hombre clave del revisionismo histórico haya apoyado a Menem, a su política de privatizaciones, a sus relaciones carnales con los EE.UU, a su abrazo con el almirante Rojas, los ositos de peluche a los kelpers, porque no sólo fue el único, sino uno más de tantos peronistas que lo hicieron con entusiasmo, lirismo y argumentos. El riojano con patillas, repatriador de Rosas, evocador de las montoneras, representaba lo más noble de la tradición nacional y popular.

Había derrotado a esa especie de socialdemocracia peronista que era el movimiento de la renovación que imitaba al alfonsinismo, y su simbología permitía que se volviera a las fuentes que hicierona la patria grande antes de la integración en el mercado mundial y del aluvión inmigratorio que produjo a la Argentina gringa.

La política de Menem estaba subordinada en importancia a su ideología con sus referentes históricos alabados por la tradición a la que pertenecía. La realidad mundial podía obligarlo a tomar medidas en apariencia no acordes con el nacionalismo de otras épocas, pero a nadie se le ocurría que por eso era un traidor; todo lo contrario, lo consideraban fiel en su amor al pueblo peronista y a los héroes epónimos de la nostalgia colonial y al caudillismo de chiripá, poncho y facón. Sus medidas políticas tan admiradas no hacían más que reflejar su visión de estadista. Veía el horizonte.

Puede recorrer quien disfrute de este tipo de hallazgos las frases de los discursos y declaraciones de políticos y de gente de la cultura nacional y popular, para detectar todas las veces que emplearon la palabra “estadista” cuando se refirieron al ex presidente.

Hoy no sucede algo muy diferente. Lo que importa es la ideología –llamada por los avances de la República de las Letras “relato”– que ha sumado a la epifanía nacional a la juventud maravillosa de la década del setenta y a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, lo que subordina a esta fe política cualquier medida que pueda ser cuestionable por quien no profese la religión de la argentinidad. Ni los glaciares ni la explotación minera ni los negocios energéticos ni los secretos de Caja ni Sueños Compartidos ni los esfumados fondos de Santa Cruz, nada de una larga lista de objeciones, podrán hacer mella en el credo nacional y popular.

La palabra “estadista” también ha recuperado vigor en la figura esta vez de Néstor Kirchner para trasladarla de acuerdo con el vértigo de los acontecimientos a la actual figura presidencial. Nada cambia, la variación de los factores conserva el producto.

© Escrito por Tomás Abraham (*) y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 4 de Febrero de 2012.

(*) Filósofo. (www.tomasabraham.com.ar).

jueves, 18 de noviembre de 2010

Ser Joven... De Alguna Manera...

Ser joven...

Yo también fui joven. Me echaron de la Facultad a los diecinueve años con bastones largos. En esos años, militaba en una agrupación de izquierda y gritaba “Illia-Perette, viejos amarretes”. En París participé del Mayo Francés con adoquín en mano. En el ’73, voté por la lista de Abelardo Ramos. Con el tiempo dejé de ser joven. Ser joven no es lo mismo que tener razón. En estos días, muchos se gratifican con las recientes escenas de jóvenes en la Plaza de Mayo. En realidad, la juventud es un invento de los viejos. Ningún joven se siente joven, sólo los que ya no lo son se sienten jóvenes. El día del velatorio de Néstor Kirchner, la televisión mostró rostros jóvenes. De veinticinco, treinta, no sé. Sorpresa y media para todos los que creían que la juventud se había alejado de la política, según el refrán acostumbrado. De todos modos, ir a una despedida no es lo mismo que presenciar un acto político. No fue noticia –hasta el otro día al menos– que fueran jóvenes los que asistían a las manifestaciones públicas del ex presidente en sus giras por el país.

Me preguntaba qué época es la que vivió quien vino al mundo en 1990. La primaria con Menem. La secundaria con los Kirchner. A los once años, fue testigo de 2001. No participó del acontecimiento pero por lo que sucedía en las calles, escuchó a sus padres y los vio angustiados, preocupados o indignados. Durante su adolescencia se convierte en un sujeto comunicacional. Portador de celular, se acompaña con Facebook y Twitter. La PlaySation y el mp3 completan la serie. El contexto político le habla del juicio a genocidas, de las madres y de las abuelas. Sabe lo que son los derechos humanos. Es posible que tenga noticia de la asignación por hijo. No hablo de un militante, sino de un joven cualquiera.

El otro día, di una clase frente a un centenar de jóvenes de veinte años en el CBC. Lo hago habitualmente, pero cada curso y charla son distintos unos de otros. El profesor de la comisión de filosofía intentaba que entendieran un texto de Nietzsche. En su mayoría eran alumnos de Arquitectura y Diseño. Después de un rato, pedí al encargado del curso hablar con los “chicos”. Les dije que el filósofo alemán también había tenido veinte años y que no nació filósofo. Su época lo instigó a optar por una carrera universitaria desde la que podía pensar su tiempo. Cuando vio que la disciplina elegida no le servía, cambió de rumbo. Desesperaba por la mediocridad de la cultura alemana, por su hipocresía, la falta de estímulos. Luego se la agarró con el cristianismo, el platonismo y Dios y María santísima. Entendía que les resultara difícil comprender a Nietzsche si nada sabían de su forma de vida, de los lenguajes de su época y qué lo motivaba para llevar a cabo un acto tan poco espontáneo como dedicarse a la filosofía. Pero también, suponía que no nos entendían a nosotros, docentes argentinos, y que nosotros tampoco mucho a ellos. Agregué que nos era algo difícil darles clase porque nos faltaba un mundo en común. Eso sucede normalmente en el ambiente educativo. Al menos, si el objetivo del docente es despertar la curiosidad por el mundo y provocar el deseo de estudiar, el espacio cultural compartido si no es necesario al menos es de una valiosa ayuda.

Les conté que yo también había sido joven. Pero que mi juventud y la de mi generación habían sido distintas a la de ellos. Nosotros nacíamos en un casillero. Un padre no sólo nos daba consejos sino que nos obligaba a cumplir con una tarea. Un maestro nos retaba y amonestaba. Un pastor nos culpaba. Un militar nos gobernaba. La policía nos sospechaba. Se nos castigaba. Hablo de la vida normal de un joven de clase media. Nuestro deseo era rajar. Irnos. Salir de casa, ser libres, tener sexo, poder estar en otro lugar, inventar lo nuestro. Golpeábamos las paredes del muro que nos fueron asignadas y soñábamos con un boquete. No estábamos presos, pero casi. Luchábamos contra la autoridad. La militancia, la contracultura fueron nuestra expresión liberadora. Ustedes, les dije, no parecen haber nacido en el interior de un casillero. Más bien los veo a la intemperie. Así como mi generación se movía en un espacio estriado, el que ahora veo es liso. Es muy difícil construirse por voluntad propia un casillero contra el cual golpear la cabeza para endurecerla y templar la voluntad. Desear. Transgredir.

Por otra parte, un joven hace el amor en casa. La madre divorciada le hace un lugar para que se sienta cómodo y no se vaya. Compu, celu y cama. La vieja no quiere quedarse sola. Si está casada, los cónyuges tampoco se desesperan por quedarse solos y mirarse la cara en la cena. La tele no alcanza. Además para los jóvenes vivir solos implica alquiler, garantía, depósito, y un trabajo por encima de los mil quinientos o dos mil pesos para compartir un lugar. Comprar vivienda es de otra época. Laburo no sobra. Hay datos duros. La deserción escolar es muy grande. La desocupación juvenil también. Los trabajos son temporarios casi por definición. En nuestro país no hay seguros para el “paro” y billetes de avión de veinte euros para irse a cualquier lado. La aventura no se mide por viajes. El paco. El sida. El aborto. La violencia familiar aliada a la miseria que hace que muchos pibes también sueñen con rajar y no saben adónde, o padres que los quieren echar sin saber tampoco cómo ni adónde. Todo eso no es de viejos. No digo que ser joven es feo sino que no es fácil.

Los que gobiernan un país, los que dirigen instituciones, los que están al frente de empresas no son jóvenes. De treinta y cinco para arriba, a veces bien arriba. La gente se conmueve por todo lo que hacen los jóvenes porque son el futuro. Nosotros, los grandes, nos acostumbramos a ver en ellos, los chicos, a posibles asesinos o pobrecitos abandonados por la sociedad, o profetas inclementes con dedos acusadores. Y cuando nos dan la espalda y hablan de temas que no entendemos, cuando se ríen entre ellos y nos dejan afuera, nos cae mal, pésimo. Y cuando nos integran a su mundo, cuando nos escuchan con atención, si opinan como nosotros, sentimos que el destino nos regaló un gramo de inmortalidad.

El otro día la Presidenta, en su primera alocución luego de la muerte de su esposo, dijo que los jóvenes de hoy tienen suerte porque se los cuida, se los protege y se les da un país prometedor. No deben pasar por lo que padeció su marido, el ex presidente; se refería a la persecución y la represión de otras épocas, y que veía en ellos la cara de Néstor Kirchner. Brindo para que sea cierto. Pero no sólo en la Argentina sino en el mundo; en Francia, Grecia, entre otros países, parece ocurrir algo distinto. Viejos costosos y jóvenes desocupados son protagonistas de un conflicto de difícil resolución. En la medida en que el desarrollo de las fuerzas productivas se acelera, el proceso de exclusión laboral y déficit fiscal se agudiza. El nudo no se desata sino que se aprieta aún más. Pero la queja debilita. La juventud debe prepararse. No se “es” joven. Se transita por la juventud, y por poco tiempo. No basta la militancia, hay que agregarle el conocimiento, la pasión por el estudio, no sólo académico, sino la preocupación por la excelencia en el oficio. Es una apuesta, no tiene resultado garantizado, vale por su vitalidad y optimismo.

© Escrito por Tomás Abraham (*) y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 12 de Noviembre de 2010.

*Filósofo www.tomasabraham.com.ar