Mulla Nasrudin,
tras haber sufrido los reveses de la fortuna, se ve con la obligación de vender
la casa que heredará de su padre. Aprovechándose de la situación, un hombre sin
escrúpulos le propone un precio irrisorio. Nasrudin se da perfecta cuenta de
que se las tiene que ver con un ladrón, pero acepta poniendo una pequeña
condición:
¿Cuál?
¡Cómo puede usted ver,
en esta pared hay un clavo!… Este clavo fue de mi padre quien lo puso y es el
único recuerdo que me queda de él. Le vendo esta casa, pero deseo seguir siendo
propietario del clavo. ¡Si está conforme con esta condición, acepto su oferta!…
¡Tendré evidentemente, derecho a colgar de él todo lo que me plazca!
El comprador se
tranquiliza pensando que un clavo en una casa no es gran cosa. Le pregunta a
Mulla:
¿Vendrá usted a
menudo?
No, no, a menudo
no…
No viendo ningún
problema el comprador aceptó la cláusula, firman el contrato de venta ante
notario en el que se específica que Nasrudin es el propietario del clavo y que
puede hacer lo quiera con él. El nuevo propietario toma posesión del lugar y se
instala en él con toda su familia hasta que un buen día se presentó Nasrudin.
¿Puedo ver mi
clavo?
¡Por supuesto!
¡Pase! – responde cordialmente el propietario.
Mulla entra y se
recoge profundamente delante del clavo y luego vuelve a irse.
Algunos días más
tardes, regresa con un pequeño cuadro en el que hay la foto de su padre.
¿Puedo ver mi
clavo?
El propietario le
deja entrar y Nasrudin cuelga el cuadro (cláusula obliga)
La vez siguiente,
llega con un manto y una túnica.
Estas son ropas que
pertenecieron a mi padre. ¡Quisiera colgarlas en mi clavo! – Le dice al
propietario ligeramente irritado.
Pero, un buen día,
Mulla se presenta ante la puerta arrastrando detrás de sí el cadáver de una
vaca. El comprador, estupefacto, le pregunta:
Pero ¿qué viene
hacer aquí con ese cadáver?
¡Está claro, vengo
a colgarlo en mi clavo!…
Cosa que hace al
instante, sordo a las súplicas del comprador estupefacto. La policía, llamada
al lugar del litigio, le da la razón a Nasrudin a la vista del contrato. El
cadáver empieza a pudrirse para gran desesperación del imponente propietario.
Al cabo de un cierto tiempo, Nasrudin vuelve con otro cadáver que cuelga del
mismo clavo. La pestilencia es tal que el propietario se ve obligado a huir del
lugar. Y así fue como Nasrudin recuperó su casa.
Extracto del
comentario que de este cuento hace Alejandro Jodorowsky en su libro “La
sabiduría de los cuentos”:
La más pequeña
concesión es un clavo en la propia casa. Es en esto en lo que el intelecto
puede ayudarnos. Su papel no es otro que el de velar con atención constante
para que nadie venga a nuestro universo a poner clavos que no nos corresponden.
Cada experiencia,
cada cosa que aceptamos y que no nos corresponde equivale a dejar entrar el
cadáver de la vaca en nuestra propia casa.
© Publicado el
sábado 27/09/2008 por