Mostrando las entradas con la etiqueta Infidelidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Infidelidad. Mostrar todas las entradas

domingo, 18 de septiembre de 2022

Amores Reales... @dealgunamaneraok...

 AMORES REALES


Se enamoró del padre de su mejor amiga, comenzaron una relación clandestina y su vida cambió para siempre.

© Escrito por Mercedes Funes el domingo 18/09/2022 y publicado por el Diario Digital Infobae de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los las/os Argentinas/os.

Eliana dice que ella es la mala de esta película, pero la verdad es que tiene voz de buena. Dice también que no se siente la mala, que aunque desde afuera se podría ver así, lo de ellos fue sólo una historia de amor. De amor prohibido. 

A Sofía la conoció a los doce años, cuando empezaron la secundaria. Se eligieron como amigas enseguida: tenían gustos y vidas parecidas y además eran las nerds de la clase, cuenta ahora Eliana a Infobae: “Nos costaban las materias, pero nos gustaba estudiar juntas. Mi casa quedaba lejos, así que era yo la que estaba casi siempre en la de ella. Ir a la casa de mi amiga los fines de semana era el mejor plan del mundo. Estudiábamos, mirábamos películas en VHS, jugábamos al Nintendo y nos quedábamos hablando horas a la noche, antes de dormir. Yo era una más en la familia, me hacían sentir cómoda. Parte”. 

Eliana tenía más confianza con la madre de Sofía que con el papá, que la intimidaba un poco. “Como todos los padres de mi generación, Juan tenía una presencia fuerte. Cuando llegaba, se ordenaba todo. A mí no me daba miedo, pero sí le tenía un respeto solemne. Lo trataba de evadir. A la hora de la cena no veía la hora de que él y la señora se fueran a la cama para poder irme a charlar con mi amiga tranquila”, dice. Aunque pasó los cincuenta, el recuerdo aparece con la inocencia de entonces y de pronto lo ve en la cabecera, medio cascarrabias todo el tiempo y con todos, tanto que un poco en broma y otro en serio, a veces la retaba también a ella. 

Así transcurrieron la secundaria y la adolescencia, siempre unidas. Eli una más de la familia de Sofi, como una hija. Sabía porque hablaba con su amiga y porque lo veía ella misma, que el matrimonio de los padres de Sofía no era ideal. “Antes los que no eran felices casados se mantenían juntos igual. Yo tenía muy claro que entre ellos era así por comentarios de la madre cuando Juan no estaba. Daba a entender que tenía aventuras afuera y Sofía también lo entendía, y las dos lo aceptaban. Esa era la realidad de la familia de Sofi. Yo no me metía pero era algo normal para mí, porque en mi casa pasaba algo parecido. Y yo sabía, yo siempre supe que ese no era un matrimonio feliz”, dice Eliana. 

Las chicas crecieron y fueron a universidades distintas a estudiar distintas carreras, pero siguieron cerca, sobre todo en los primeros años. Eliana ya trabajaba y tenía más independencia económica, Sofía seguía bajo el ala de los padres, así que muchas veces seguían viéndose en su casa. Se iban de vacaciones juntas todos los años y todavía tenían mucho en común: las carreras se encaminaban, pero a ninguna le iba bien en el amor. Sofi había tenido muchas decepciones. La última con un arquitecto que llegó a presentarles a todos y desapareció de un día para el otro, el ghosting de antes. Eliana estaba hacía seis años con un chico que era “un manotazo de ahogado”. No estaba enamorada, no le gustaba, pero se conocían y parecía que estar juntos era un lugar seguro. Hasta que fue lo contrario. 


“Yo sabía que él estaba con otra, pero en vez de dejarlo, me aferraba. Estaba deprimida, engordé muchísimo. Al final, el flaco me dejó, y yo, que tenía la autoestima en cero, me sentí peor, horrible. En dos meses bajé como veinte kilos. Me metí en un gimnasio y me puse diosa, aunque por dentro me seguía sintiendo un desastre. Lo seguía viendo a mi ex aunque él ya había formalizado con la otra. Todo tremendo”, dice Eliana. 

En eso estaba cuando surgió lo del viaje al Sur. Sofía le proponía que se fueran las dos una semana a la montaña. A Eli le pareció genial. No conocía la nieve, acababa de cumplir treinta años, y parecía un destino divertido para un par de solteras como ella. Pero el viaje, como su amistad, fue cambiando de forma: “Primero íbamos a ir solas, y después se sumaron los padres. Después la madre dice que no va, pero se agrega a una amiga de Sofi con el novio. Yo no la conocía y al novio mucho menos. Me molestó un poco, también eran mis vacaciones y nadie me consultaba. Sofi es así, medio mandona, hasta caprichosa a veces. Pero en fin, ya estaba hecho”. 

El trayecto en auto, por ruta, duró más de diez horas. Ahí fue cuando Eliana comenzó a arrepentirse. “Si mi amiga era mandona, la amiga de ella era peor –dice–. A mí me tocó viajar atrás, con la parejita, y como la amiga era muy celosa, se sentó en el medio y toda la situación era incómoda. Yo estaba saliendo y tratando de olvidar esa relación, reconstruyéndome. Y en ese auto había demasiado ruido”. 

Algo en el viaje, sin embargo, le llamó la atención como nunca antes. Desde el asiento del acompañante, Juan, el padre de Sofía, la buscaba en el espejo con la mirada. Querría saber qué opinaba Eli de la pareja que se les había sumado, supuso ella. Cada tanto lo descubría de nuevo: “Yo me daba cuenta de que me miraba y desviaba la vista para que no se me notara lo fastidiada que estaba. Y a la vez, me parecía ver en el gesto de él que le pasaba lo mismo”. 

Fueron unas vacaciones insufribles, dice. Al llegar a destino, las cosas no cambiaron para mejor. Sofi y su nueva amiga decidían todo, a dónde ir, qué lugares conocer, qué iba a comer todo el grupo. A Eli se le hacía cada vez más insoportable resignarse a acatar las decisiones de las otras. La mortificaba que nadie objetara nada; ni el novio, ni el padre... ¡parecía que sólo ella la estaba pasando mal! 


Desde el desayuno había que escuchar los planes que las dos tenían para todos. Eliana ya no aguantaba más. La mañana en que empezó todo, subieron al auto como siempre: ella atrás, con la amiga de Sofi y su novio. La dupla a cargo había decidido pasar el día conociendo la cuidad. Eli estaba furiosa y hacía su mayor esfuerzo para no demostrarlo. Llegaron a la plaza del centro con la idea de recorrerla a pie. Dice que lo que hizo en ese momento no estaba en sus planes.

Al detener el auto, Juan, el papá de Sofi, que iba al volante, anunció resuelto: “Yo me voy a pasar el día a las montañas, no quiero quedarme en la cuidad. Los que quieran venir conmigo son bienvenidos”. Sin pensarlo mucho, Eli respondió: “¡Yo voy! ¿Vamos Sofi?”

Pero Sofía se bajó del auto con la amiga y el novio. Y Eliana se fue con Juan. Apenas habían hecho unas cuadras cuando el padre de su amiga frenó en una esquina y se descargó en un mar de insultos. Él tampoco estaba pasando sus mejores vacaciones. Blanquear el hartazgo mutuo los hizo cómplices en un segundo.

Partieron rumbo a la montaña y, a medida que el paisaje cambiaba, también cambió el ánimo de ellos. Fueron charlando y sacando fotos, parando en cada vista que les parecía registrable, entre bromas y risas y con la cordillera rosa replicada sobre el lago como fondo. Claro que el paisaje ayudó, admite ahora Eliana. A Juan lo conocía desde siempre, era el padre de su amiga y listo. Pero ese día de complicidad a solas la hizo descubrir a otra persona. Detrás del padre de Sofi, también había un hombre, y en esas montañas lo empezó a conocer.

Almorzaron en una bodega sobre un valle que les pareció el paraíso. Con el vino y el sol en la cara, terminaron contándose sus vidas. Se conocían desde siempre, sí, pero nunca lo habían hecho. Eliana le habló de su novio infiel y de lo que le estaba costando la separación. Juan le confesó que su matrimonio era un fracaso que seguía sostenido por rutina, comodidad y acostumbramiento. “Nos conocemos hace años –le dijo–. Te habrás dado cuenta de que yo en mi matrimonio no funciono”. También le contó que hacía ya tiempo que tenía una amante y Eliana lo ayudó a elegir un vino para esa chica. Se sorprendió al encontrarlo súbitamente atractivo. Los dos sintieron lo mismo, ninguno se animó a decirlo. 

El resto del viaje todo fue distinto. Buscarse las miradas y reírse, buscar momentos solos para seguirse contando cosas. Al final fueron unas vacaciones especiales. La tensión del enamoramiento iba a resolverse a la vuelta. 

En el viaje de regreso, a Juan se le ocurrió una idea. Se las comunicó a las chicas después de dejar en su casa a la amiga de Sofi con el novio. Quería que volvieran a las montañas, pero los tres solos, para sacarse el mal sabor de los primeros días. La verdad es que necesitaba un pretexto para volver a estar ahí con Eliana. No le importó que la coartada fuera su hija. 


Sofía aceptó, pero dijo que la próxima ella no se iba a ocupar de nada. Que fueran ellos los que organizaran. Sin saberlo, les dio otra excusa para seguir en contacto. Juan dejó pasar un tiempo y llamó a Eliana para que planearan el nuevo viaje. Las charlas por teléfono –de línea– se hicieron cada vez más largas, a veces se mandaban mensajes por fax; los dos sabían perfectamente que lo de la logística de las vacaciones era algo anecdótico. Se estaban enamorando. 

Durante meses sostuvieron el histeriqueo telefónico mientras chequeaban agencias y pasajes o debatían sobre los mejores tours y actividades. Había pasado casi un año del primer viaje la tarde que se encontraron en la agencia. A Eliana le faltaban US$200 para pagar su parte y Juan le dijo que iba a prestárselos. Un día antes del encuentro, ella quiso probar si la oferta estaba firme. “Bueno, entonces vos me prestás lo que me falta. Después decime cómo querés que te los devuelva, si en pesos, en dólares o en especias”, arriesgó. “La tercera opción me interesa”, dijo él. 

Y entonces los nervios. Unos nervios tremendos. Sostener y doblar la apuesta del romance con la distancia del teléfono era una cosa, pero verlo en persona tenía el peso de lo real. No era cualquier hombre que se había cruzado en la calle, era el marido de la señora que la recibía en su casa como a una hija más, el papá de su amiga más querida. 

Tenía como una hora en colectivo desde el trabajo hasta la agencia. El vestido que eligió con cuidado la noche anterior le parecía corto y arrugado en el reflejo de las puertas de los edificios. Llegó taconeando apurada, disimulando como podía que el corazón le iba a mil. Se sintió fea, torpe, demasiado chica para un tipo que le llevaba 25 años. Hasta que lo vio, buenmozo como era; la miraba como a una mujer. Como a la mujer hermosa que no se había sentido nunca hasta esa tarde. 

Cuando la chica de la agencia se levantó a buscar unos vouchers y los dejó solos, él le dijo por lo bajo y sin dejar de mirarla: “Todavía tengo rondando en la cabeza la forma de pago”. Ahora Eliana tenía que ponerle la cara a sus propias insinuaciones telefónicas. Se hizo cargo: “Como quieras, puedo pagarte como quieras”, dijo. Se hacía la superada, pero todavía la mataban los nervios. Dice que a él también. Era la preocupación de lo imparable, lo que estaban por hacer iba a ser determinante. 

Después de cerrar el paquete turístico, Juan le dijo que la alcanzaba hasta la parada del colectivo. Subieron al auto convencidos de lo que iba a pasar. En cuanto se sentaron, se dieron el primer beso. 

Al principio se encontraban en hoteles. Seguían hablando horas por teléfono. Todo era excitante. Todo era secreto. Eliana se había enamorado de verdad por primera vez y no podía compartirlo con su mejor amiga, le faltaban las charlas a la noche en las que se aconsejaban hasta dormirse. Sus confidentes fueron su hermana y una compañera de trabajo, que primero plantearon resistencias, pero después entendieron que lo que le pasaba era tan fuerte, que sólo quedaba acompañarla: no iba a volver atrás. De ninguna manera. 


Llegó el momento del viaje los tres juntos, con Sofía, y la excusa que había parecido tan simple un año antes ahora se hacía difícil para el padre y la amiga. Muy difícil, porque ahora estaban juntos y, 
cuando nadie los veía, funcionaban como pareja. Disimular era imposible, pero ya habían acordado que para ninguno era bueno que se supiera. 

La agenda estaba pensada para evitar baches incómodos. Desayuno, almuerzo, té, comidas y excursiones. Tours de trekking y de rafting y visitas a bodegas. Ni un minuto libre, ni un minuto a solas. Se extrañaban hasta lo inimaginable, aunque compartieran la misma cabaña. Sabían que era lo mejor de todas formas: Sofía no podía sospechar nada. Y nunca sospechó, o nunca dijo nada. A mitad del viaje, la llamaron del trabajo porque había estallado una crisis, le pedían que volviera a Buenos Aires urgente. Cuando la dejaron en el aeropuerto, no podían creerlo: al fin estaban solos, casi de luna de miel y en el mismo paraíso en el que se habían enamorado. Fueron cuatro días de felicidad absoluta. De lejos, ninguno de los impedimentos para que estuvieran juntos parecía tan grave ni tan imposible. 

En cambio fueron años de darse contra la pared cada vez que querían verse o hacer algo. Con 35 años, Eli empezó a querer más. Quería a Juan, pero el precio era alto. Siempre se había imaginado que iba a llegar a esa edad casada y con una familia. Y la rutina de amantes –dos fines de semana al mes en la casa de la playa, dos veces a la semana en un hotel del centro, pero nunca en su casa para que no los viera ni el portero– había comenzado a cansarla. 

Y no había mucho que hacer: Juan había sido muy claro desde el primer momento. Compartían los gustos y las ideas, tal vez incluso eran almas gemelas, pero el de ellos era un amor prohibido, y él tampoco tenía intenciones de que fuera otra cosa. ¿Para qué? ¿Para qué exponerse al desgaste de romper una amistad y una familia? ¿Para caer en la inercia de otro matrimonio lleno de costumbres y convenciones, pero sin amor ni sexo?

“Yo quería formar una familia, tener hijos. Sabía que con Juan no podía, pero eso siempre me iba quedando pendiente. A veces yo insistía para que formalizáramos de alguna manera, aunque sea alquilando un departamento para vernos (¡estaba harta de la vida de hoteles!), pero él se negaba de plano, y entonces cortábamos. Después volvíamos porque lo que sentíamos era muy fuerte. Pero estaba a la vista que teníamos proyectos diferentes: yo quería tener una familia y él ya tenía la suya”, cuenta Eli. 

Dice que con el tiempo entendió que era inviable. Que se aferró a su trabajo y en algún momento decidió que ya se le había pasado la edad para tener hijos. Algunas veces, cuando cortaba con Juan, salía con otros. Pero nunca tuvo una relación más trascendente ni se enamoró de otro hombre. Cuando él aparecía, se olvidaba de todos. Siempre terminaba volviendo con Juan. Y fue así por quince años. 


“No había culpas, yo acepté lo que él propuso desde el vamos. Como toda mujer, pensaba que en algún momento eso iba a cambiar, pero acepté igual. Cada uno es artífice de su destino, y yo nunca lo culpé a él. Fueron elecciones que hicimos los dos. Él propuso, yo acepté, y cuando quise que cambiara, se mantuvo firme –dice Eliana–. Después de los cuarenta, asimilé que la maternidad no era para mí y seguí con nuestra relación ya sin proyectos. Pero quería tener aunque sea un lugar distinto en su vida, ser algo más que una escapada de fin de semana. Quería una relación más tranquila, más segura, más natural”. 

Cuando Juan se negó también a eso, para Eliana fue el final. No se puede ser amantes para siempre con la misma energía del principio, hay rutinas que no son las de los casados, pero igual desgastan. “No se me acabó la paciencia –dice Eliana–. Lo que se me acabó fue la pasión”. 

Hace unos años, la mujer de Juan se enfermó. Eli le tenía el cariño de toda una vida. En algún lugar de su cabeza había logrado compartimentar todo: su amistad con Sofía, el afecto intacto por la madre de su amiga y el romance prohibido de más de una década con el padre. Por eso estuvo ahí para acompañar a esa señora y turnarse para cuidarla en la clínica con la confianza de siempre, si ella era una más de la familia. “Tampoco me sentí nunca culpable por ella, porque yo sabía que no había roto nada. Yo tenía una relación con su marido, pero nadie salió lastimado. O al menos nadie que no fuéramos nosotros dos. Los únicos que nos hicimos mal fuimos Juan y yo, porque nuestro amor nació con los minutos contados. Duró demasiado”, dice. 

Cuando Juan enviudó, Eliana lloró con tristeza genuina. Y también entendió que las cosas por fin podían ser distintas. Pero él no tenía intenciones de dar otro paso que no fuera seguir teniendo lindos momentos y alguna escapada de vez en cuando. “Nos volvimos a ver algunos meses después y me dí cuenta en cuanto me abrazó de que no quería más de lo mismo. Se me había terminado el amor. Lo quise mucho, pero no lo quería más”, cuenta Eliana. 

Ahora él es un señor grande y ella también está más grande. Eliana dice que las energías de los dos son otras. Que él insistió, como siempre, pero al final entendió que era en serio, que ya no había vuelta atrás para ellos. Con Sofía se sigue viendo y dice que su amistad está intacta. A Juan lo evita desde hace un año. 

“Quedó el recuerdo de un amor prohibido”, dice con su voz de buena la mala de esta película. Un amor sin huellas ni testigos que ahora cuenta para poder darle un nombre. Para que no quede entre ellos. Para dejar al menos un rastro de estos quince años de su historia juntos.


    

viernes, 20 de abril de 2018

Infidelidad en un clic: ¿Es o no es?... @dealgunamanera...

Infidelidad en un clic: ¿es o no es?...


Los chats hot y el intercambio de nudes son el nuevo touch and go de la era digital.

© Publicado el jueves 19/04/2018 por la Revista ELLE (Diario Clarín) de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Internet redefinió el concepto de amor y de sexo. Las redes sociales y las aplicaciones pusieron el erotismo al alcance de la mano. El sexting (una contracción de los términos ingleses “sex” y “texting”) es una práctica que consiste en el intercambio de frases e imágenes hot por algún sistema de mensajería. Claro que el destinatario no siempre es la pareja. Un caso así, ¿es una infidelidad? Parece que somos muchos los que nos hacemos la misma pregunta. ¡Se abre el debate!

El periódico on-line The Huffington Post y la consultora YouGov realizaron un estudio sobre el tema: el 85% de las mujeres y el 74% de los hombres encuestados consideraron que el sexting es deshonesto.

El planteo básico es qué entendemos por infidelidad. La psicóloga y sexóloga Mariana Kersz, especialista en terapias de pareja, la define como la ruptura de la confianza en una relación. Según esta especialista, suponer que una traición sucede porque hay algo malo en la relación es un concepto que atrasa años. “La concepción de pareja se fue modificando y hoy aparecen nuevas formas de traición. Cada cual debe acordar qué considera como infidelidad y hasta qué instancia llegará su capacidad de perdonar”, asegura.

Mientras que, para algunas parejas, la vida online y la offline son realidades distintas, con pautas de comportamiento diferentes, otras exigen la misma conducta en ambas.

¿SÍ O NO?

En su libro Antropología del amor, Helen Fisher menciona algunas causas de la infidelidad: por placer, para sentirse deseada, como excusa para romper la pareja, para llamar la atención del otro. En el sexting también intervienen otros factores. “Hay un componente de desafío, de exposición, de riesgo. ¿Qué es lo que el otro puede hacer con esas imágenes? Eso genera mucha adrenalina. En los textos, la mujer deja volar su imaginación y quizá exprese algo que en la vida real no pueda o no quiera concretar. Desde un punto de vista psicológico, es el ámbito perfecto para la histeria. Cada uno se exhibe, y lo hace de la manera más deseable, pero en realidad no está tan accesible. Es una persona que quiere ser vista, amada y deseada.

Sería interesante indagar por quién realmente quiere ser vista”, detalla la psicóloga clínica y sexóloga Laura Cardellini. Por estos motivos, las relaciones virtuales suelen ser más intensas que las físicas. Así lo aseguran el especialista en Tecnología Yannick Chatelain y el psicólogo Loïck Roche, autores del libro In Bed with the Web (En la cama con la Web).

Los cuatro pilares esenciales de una pareja son el sexo, la admiración, el compañerismo y la confianza del uno en el otro. “Romper o desafiar cualquiera de ellos, de un modo u otro implica poner en juego algún aspecto del vínculo”, dice Kersz. Entonces, esos chats picantes con un compañero de trabajo pueden ser pensados como una infidelidad, aunque no haya un contacto físico, porque supone la ruptura de uno de los códigos de la estabilidad de la pareja: la confianza en el otro. “Eso puede funcionar como un disparador de un sentimiento de traición y de fracaso que muchas veces moviliza los cimientos del vínculo”, advierte la psicóloga.

La cadena de noticias CNN realizó una encuesta sobre infidelidad. El 47% de los participantes consideró que el intercambio de SMS e emails por fuera de la pareja era una forma de engaño. Y eso no es todo: una investigación de la Universidad de Texas, en los Estados Unidos, confirmó que el engaño virtual duele tanto como el que se concreta físicamente.

¿Y AHORA QUÉ?

Una foto insinuante o un mensaje hot transmiten la certeza de ser deseable. Para muchas mujeres, ese es el gran encanto del sexting. “En la infancia, la autoestima se va conformando con la mirada de los padres y las personas importantes para cada uno. El ser anhelada, admirada y reconocida por otro reafirma ciertas valoraciones internas”, asegura Cardellini. Además, hay un plus: “Al no haber contacto físico con la otra persona, alguien puede llegar a sentir que la situación no deja de ser una fantasía, un momento placentero, un juego sin consecuencias”, agrega la psicóloga clínica.

¿Qué pasa cuando el hombre descubre que su pareja chatea con otro, como le sucedió a Laura, de 46 años? Ella cuenta: “Hace tres años, en un viaje de trabajo a Mendoza, me encontré con un novio de la adolescencia. Como yo, él también estaba casado y tenía hijos. Cuando volví a Buenos Aires, empezamos a chatear por WhatsApp, al principio hablábamos de cosas de cuando éramos chicos, hasta que empezamos a acordarnos de cómo nos besábamos y acariciábamos. Como nunca habíamos llegado a tener sexo, fantaseábamos con eso. Nos escribíamos al mediodía, mientras almorzábamos, y a la tarde, apenas terminábamos de trabajar. Yo vivía ‘en llamas’. Se lo conté a una amiga y ella no entendía por qué no inventábamos algo para encontrarnos y sacarnos las ganas. Creo que nada hubiera superado a esos chats.

Un sábado, abrí la ducha para simular que me bañaba y me encerré en el baño a escribir. Mi marido entró y tuve que contarle todo. Discutimos, él me hablaba como si yo realmente me hubiera acostado con otro, decía que lo había engañado. Aunque no nos separamos, nos costó remontar esa crisis. Todavía hoy me mira raro cuando me ve chateando con una amiga”, admite.

En un caso así, es necesario hablar. “Si no habían acordado anteriormente qué consideraban o no una infidelidad, es el momento de hacerlo. El lógico que él se considere traicionado y expuesto porque su pareja comparte su intimidad con otro hombre. Como seguramente se sienta herido, con la autoestima dañada, hay que medir las palabras y conversar con tranquilidad. Lo mejor sería explicar cuáles fueron las razones, por qué hubo necesidad de buscar esa atención por fuera de la pareja”, recomienda Cardellini.

UN JUEGO NO TAN “INOCENTE”

El sexting implica un riesgo que va más allá de los límites de la pareja. “Existe la posibilidad de que las imágenes se viralicen sin el consentimiento de quien las envía. En esto hay una cuestión de género muy marcada: inconscientemente o no, los varones sien-ten que son dueños de compartirlas”, precisa Lucía Fainboim, encargada de Educación de Faro Digital, una organización no gubernamental que concientiza sobre el envío de información e imágenes privadas. La experta explica que, una vez que algo llega a Internet, es imposible borrarlo. “Antes de enviar una foto, de-bemos pensar a quién se la mandamos. Si vamos a fo-tografiar partes íntimas de nuestro cuerpo, deben ser lo más anónimas posibles: hay que tratar de que no se vean la cara, los tatuajes ni las marcas de nacimiento”, recomienda Fainboim.

Florencia, de 42 años, admite que alguna vez incursionó en el sexting. “Estuve casada once años y durante los últimos cuatro, después de tener a los mellizos, nuestra vida sexual se fue a pique”, admite. “Compré un teléfono con otro chip y me anoté en redes sociales y sites de búsquedas de pareja. Usaba sobrenombres y fotos en las que no se veía bien mi cara. Todos sabían que yo estaba en pareja, pero igual se prendían en ese histeriqueo virtual. De noche, cuando mi marido dormía, mandaba imágenes mías ‘picantes’. No me parecía una infidelidad, aunque hoy no haría algo así ni me gustaría que mi pareja lo hiciera”, dice. Florencia asegura que ninguna de esas charlas trascendió la pantalla del celular.

¿Puede funcionar como un estímulo sexual para la pareja? “Podría ser un recurso efectivo, siempre y cuando no se transforme en un hábito. Cuando no hay una buena relación y se necesita un ‘extra’ en la intimidad, el problema no se soluciona con un chat. Hay que evaluar la situación más a fondo”, afirma la sexóloga clínica Claudia Guilloret.

MÁS FACIL, ¿MÁS LIBRE?

En las últimas décadas, algunas instancias se modificaron radicalmente. “De acuerdo con el nuevo Código Civil, la infidelidad ya no es causal de divorcio. Y la sexualidad ha comenzado de dejar a ser un tabú”, ejemplifica Mariana Kersz.

La red social SecondLove (www.secondlove.com) se nutre de personas que desean tener una relación pa-ralela. En la Argentina tiene más de 250.000 usuarios, de los cuales un 30% son mujeres (es uno de los países con más participación del sexo femenino). El horario de mayor actividad se da entre las 16 y las 18 horas durante los días de semana, con una frecuencia de conexión promedio de entre dos y tres veces por día.

“La cuestión del anonimato y la facilidad con que se puede abrir un falso perfil permiten que muchas infidelidades se den en ese espacio facilitador que es la Web. Rápido, simple, sin complicaciones ni compromiso”, sintetiza Kersz. Un touch and go virtual.



domingo, 6 de marzo de 2016

La infidelidad en el reino de Josefina... @dealgunamanera...

La infidelidad en el reino de Josefina...


El que sigue es un problema de lógica precioso. Para abordarlo, le pediría que lea el enunciado pero no lea la solución. Créame: la única gracia posible es que lo piense usted y verá que encima se va a divertir. Lo voy a presentar como si fuera un cuento. Acá voy.

© Escrito por Adrián Paenza el domingo 06/03/2016 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Suponga que hay un país, que desde que fue fundado ha sido siempre gobernado por mujeres, algo así como un verdadero “matriarcado”. En el momento que se produjeron los hechos que quiero contar acá, la reina era conocida con el nombre de Josefina.

Josefina había tenido siempre problemas con la infidelidad de los hombres que habían jurado lealtad a sus respectivas mujeres el día de su casamiento. Con el objetivo de resolver este tipo de situaciones, había promulgado algunas leyes ciertamente curiosas.

La primera decía que para que una mujer pudiera casarse, tenía que aprobar un test de lógica de manera tal que pudiera manejarse en la vida con una capacidad “lógica impecable”.

Por otro lado, en el reino de Josefina, toda mujer sabía sobre la fidelidad de todo hombre casado pero con una sola excepción: ¡su propio marido! Es decir, cada mujer sabía cuán fiel era todo hombre casado que viviera en cualquier otra casa, salvo en la propia.

Pero había más: por una cuestión de “elegancia y etiqueta”, ninguna persona podía acercarse a una mujer y hablarle sobre la fidelidad de su marido. Con eso se completaba el círculo: una mujer no podía ni saber ni averiguar nada a través de otras personas sobre lo que sucedía en su propia casa respecto a la fidelidad de su esposo.

Las casas de este reinado estaban congregadas en un lugar muy reducido, de manera tal que –por ejemplo– cualquier disparo producido con un arma de fuego podía ser oído por todos los habitantes. Es decir, cualquier explosión que se produjera en una casa del reino, era escuchada claramente en toda otra casa.

Esto habría de adquirir mucha importancia porque Josefina había determinado con otra ley que si una mujer llegaba a descubrir (por algún medio) que su marido le era infiel, debía matarlo a la medianoche del mismo día en el que ella se hubiera enterado.

Aún con todas estas restricciones, la vida transcurría normalmente hasta que un día, sorpresivamente, Josefina congregó a todos los habitantes del reino a una reunión que se hizo en la plaza central. Allí pronunció un discurso que tuvieron que escuchar –forzosamente– todos los habitantes. En tono admonitorio le advirtió a la población toda que ella se había enterado hacía nada más que una hora, que en el reino había por lo menos un hombre casado que era infiel a su mujer.

¿Qué cree usted que pasó a partir de allí?
  

Solución

Para pensar lo que sucedió en el reino de Josefina le voy a proponer que vayamos imaginando juntos potenciales situaciones. En el momento que ella pronuncia su discurso, todas las mujeres del reinado sabían lo que sucedía con todos los hombres salvo con sus propios maridos. Le propongo que empecemos, usted y yo, suponiendo que en el reino hay (y esto es importante) un solo marido infiel.

De acuerdo con todo lo que escribí más arriba, todas las mujeres sabían que había un marido que era infiel, pero había una excepción: su propia mujer.

Pero lo interesante es que ella era la única del condado para quien ¡todos los maridos eran fieles! Por lo tanto, cuando ella escucha a Josefina en la plaza, no tiene más dudas: el infiel tenía que ser su propio marido. Llega la noche y lo mata (tal como estaba estipulado por la ley).

En definitiva, si en el reino hay un solo marido infiel, su mujer se entera en el momento que escucha el discurso de Josefina y lo mata la misma noche que se entera.

Ahora, pasemos al caso siguiente, en donde en lugar de un solo marido infiel, hubiera dos.

La situación es distinta, porque al haber dos, las mujeres de estas dos personas creían que había solamente uno. El resto de las mujeres, saben perfectamente que hay dos. Si usted recuerda lo que escribí más arriba, si hay uno solo esa misma medianoche su propia mujer lo va a matar. Cuando llega la medianoche y no se escucha ningún disparo, eso les indica a estas dos mujeres que tiene que haber más de un infiel. Por lo tanto, las dos mujeres que creían que había solo uno, saben que hay dos, y por lo tanto, a la segunda medianoche ¡matan a sus propios maridos!

La moraleja es que si hay dos maridos infieles, las mujeres de ambos no los matan la misma noche, sino a la segunda y eso resuelve este caso.

¿Quiere pensar qué sucedería si en lugar de uno o dos maridos infieles, los que engañaban a sus mujeres fueran tres?

Sigo yo. Supongamos que son tres los infieles. Como en el caso anterior, todas las mujeres del reino saben que son tres, salvo las tres esposas que creen que son dos. Estas tres saben que si hay dos (como vimos en el caso anterior), a la segunda noche deberían escucharse dos disparos. Cuando esos disparos no se escuchan, ellas saben que tiene que haber un tercero y que es el marido de cada una el que está engañando. ¿Qué tienen que hacer entonces? La tercera noche, se escuchan tres disparos y cada una de estas tres mujeres mata a su marido.

A esta altura creo que está claro cuál es el patrón. Si en el reino de Josefina hubiera 20 maridos infieles, habrá que esperar que pasen 19 noches sin que se escuche ningún disparo. Pero seguro que en la vigésima noche, habrá veinte tiros que implicarán la muerte de 20 hombres infieles. Y lo mismo si en lugar de 20, el número de maridos infieles fuera cualquier número “n”. En la “enésima” noche habrá “n” disparos.

Y esta es la conclusión final. Como siempre, haciendo gala de una lógica impecable, no hay lugar para infidelidades en el matriarcado de Josefina. No quiero imaginarme lo que pasaría en nuestras sociedades con leyes de ese tipo... pero esas conclusiones se las dejo a usted. 



sábado, 11 de agosto de 2012

¿Existe la infidelidad virtual?... De Alguna Manera...

¿Existe la infidelidad virtual?...


Es una pregunta típica en las parejas de hoy. Cuando uno pasa mucho tiempo en Internet, el otro sospecha y aparecen las actitudes detectivescas. ¿Qué hacer?

A través de todas las posibilidades que hoy ofrece la Web, muchas personas establecen nexos y relaciones muy íntimas. Así, empiezan a circular secretos, fantasías, idealizaciones, entusiasmo, negación, racionalización y frustraciones que muchas veces resultan devastadoras para otras relaciones reales mantenidas al mismo tiempo.

¿Existe la infidelidad virtual? Es una pregunta que muchas veces me hacen y se hacen los pacientes o las parejas que me consultan.

¿Pero acaso no es similar a lo que sucede en la vida real? ¿Acaso no nos enamoramos con un "final feliz" mientras que otras veces nos desengañamos totalmente? ¿Acaso ese enamoramiento del comienzo no es equivalente al conocimiento virtual, donde todo brilla, todo está por hacerse y todo es maravilloso? ¿Acaso ese otro real no es ese otro que aparece frente a nosotros pasada la etapa del enamoramiento?

Un mundo de fantasías

En todas las nuevas relaciones, sean o no por Internet, la gente presenta el mejor lado de sí misma, pero no quiere decir que efectivamente sean así todo el tiempo, en la vida diaria. Con demasiada frecuencia pensamos en el amor como aquellos sentimientos vertiginosos e intensos que se producen frente al deslumbramiento. Pero, si bien puede ser una experiencia fantástica, mucha de la intensidad de los sentimientos es simplemente inherente a la misma novedad.

De hecho, una vez que un amor de "ensueño" debe dar paso a todas las responsabilidades de la vida diaria, en una relación a largo plazo, surgen otros sentimientos o bien todo termina.

Veo en la consulta muchas parejas en las cuales uno de sus integrantes, cuando no ambos, permanecen mucho tiempo on line para tener interacciones que les permitan un escape de la realidad diaria. Una paciente me decía: "ese mundo virtual, ese mundo de fantasías que me proporciona Internet, me permite salir del mundo cotidiano, monótono y aburrido".

Una vez que se encuentra a alguien interesante en la Web, ambos muestran sus mejores aspectos y empiezan a compartir intimidades, esperanzas, temores y fantasías. Esto los acerca aún más y hace cada vez más apremiante la necesidad de una interacción real.

Jugar a los detectives

Cuando la pareja quiere saber "que hace mi marido/mi mujer tantas horas seguidas en Internet" comienza a sospechar cada día más y a sentirse amenazado. Entonces empieza a revisar como verdadero detective la computadora del supuesto cónyuge infiel llegando muchas veces a sentirse devastados y traicionados.

Ese otro virtual ha dejado de ser virtual (aún cuando no hayan existido encuentros reales), aunque también es cierto que a muchos les resulta irresistible encontrarse con el amigo/a virtual en persona. Sienten que han conocido a sus "compañeros del alma" y que parecen haber sido hechos "el uno para el otro", por lo que valdría la pena arriesgar todo por ellos.

Del idealismo a la realidad

Muchas veces el desengaño sobreviene: la persona real es muy distinta a la virtual. Por ello, un comienzo de romance virtual, cuando existe una pareja real, podría servir como una señal de alerta para saber que se necesitan modificaciones en la propia pareja.

Este debería ser el foco de atención: hay que saber que, muchas veces, la pérdida que se experimenta cuando una relación virtual finaliza es en realidad la pérdida de una fantasía, y no de algo real, a diferencia de una pareja de años.

© Escrito por la Licenciada Diana M. Resnicoff, psicóloga y sexóloga clínica y publicado por Entre Mujeres el sábado 11 de Agosto de 2012. www.e-sexualidad.com


sábado, 7 de abril de 2012

Red social para mujeres infieles… De Alguna Manera...

Una red social para mujeres infieles…

 Ashley Madison, una red social para infieles lanzada hace 10 años que tiene unos 13.000 millones de usuarios. Foto: Cedoc

Acaba de llegar al país tras una encuesta que dio por sentado que los argentinos son los más deseados. El video.

Las redes sociales para infieles no dejan de crecer en el mundo, pero casi todas eligen venir a la Argentina antes que a otros países luego de descubrir cuánta demanda hay en el país y cuán solicitados son los argentinos.

Sucede que a los website que ya arribaron al país en el último año, se acaba de sumar Ashley Madison, una red social para infieles lanzada hace 10 años que tiene unos 13.000 millones de usuarios, luego de comprobar que más de 180.000 argentinos intentaron sumarse al sitio en los últimos seis meses, pese a que aun no estaba disponible para el país.

Pero además, antes de desembarcar en la Argentina (el tercer país latinoamericano al que llega, después de Brasil y México), desde el equipo de Ashley Madison realizaron una encuesta a las mujeres registradas de todo el mundo para averiguar hombres de qué país preferían que sean incluidos. “Y ganaron los hombres argentinos con un 64% de los votos, dejando atrás a Alemania, Francia e Italia”, cuenta a Rouge Pedro Falkenbach, representante del website en Argentina.

“En todos los países vemos que hay un crecimiento muy rápido de usuarios, porque la infidelidad existe en todos lados. Lo que vemos en Latinoamérica en particular es que hay países con tradiciones muy católicas, pero al mismo tiempo seres humanos muy sexuales; ese conflicto nos da esta oportunidad porque existen muchos casamientos infelices”, opina Falkenbach.

Esta red social para infieles no es la única que funciona en la Argentina. Ya llegaron otras como Gleeden, Ohhtel y Second Love. Lo que proponen es que se anoten quienes están casados o tienen pareja y quieren tener encuentros furtivos, de alto contenido sexual y baja posibilidad de deschave. Está hecha para quienes creen en el matrimonio, pero no agotan allí sus posibilidades sexuales.

© Publicado por http://rouge.perfil.com el jueves 5 de Abril de 2012.





domingo, 20 de febrero de 2011

Mentiras arriesgadas... De Alguna Manera...

Mentiras arriesgadas...


En las parejas de exclusividad sexual se siente la traición cuando una de las dos personas confiesa haber tenido sexo con alguien más –o cuando se descubre que así lo ha hecho–.

Lo que más duele es la mentira, suelen asegurarnos bastantes personas. Nosotros creemos que la mentira puede doler mucho, pero más que nada por lo que representa. Suele experimentarse un sentimiento de exclusión y por lo tanto de impotencia. Esto puede ir acompañado de celos, rabia, tristeza... Se produce un sentimiento de pérdida. La persona experimenta que algo importante ha dejado de existir.

Tratando el tema de la infidelidad en el Master de sexología del que somos profesores, hicimos un ejercicio que consistía en preguntar si la infidelidad debería contarse a la pareja. La gran mayoría decía que sí. Cuando se les preguntó si habían sido infieles, aproximadamente el 25% dijo que sí. Y al preguntarles si se lo habían contado a su pareja, el 90% dijeron que no. Así que −por lo visto− una cosa es lo que se supone que se debe hacer y otra es lo que realmente se hace.

En consulta aunque no se adopta una postura moralista, se advierte al paciente que tiene que considerar las consecuencias —o posibles consecuencias— de sus acciones. En el caso de que no sea descubierto/a, puede experimentar un nivel de incomodidad psicológica, a menos que sepa elaborarlo muy bien. Desde el punto de vista psicológico es ésta la cuestión.

Desde la perspectiva de la pareja, la confianza es un elemento básico, aunque el concepto de confianza no tiene por qué entenderse siempre parejo a la exclusividad sexual. Pero, en muchas ocasiones, las infidelidades suelen minar esa confianza y mucho se tendrá que hacer para restablecerla.

¿Alguna vez has sido infiel a tu pareja? ¿Te ha sido infiel tu pareja? ¿Cómo has actuado en esas ocasiones?

© Escrito por M. Pérez, J.J. Borrás y X. Zubieta y publicado por el Diario El Mundo de Madrid el 21 de Abril de 2006.