A 40 años del
nacimiento de Humor®, la única voz entre los escombros…
Con un país asfixiado por el poder absoluto y la represión generalizada, la publicación fue un soplo de aire fresco, luchando contra el miedo, el asesinato, la desaparición forzada y la inseguridad.
© Publicado el sábado 09/06/2018 por el Periódico Digital Semanario de Junín, de la Ciudad de Junín, Provincia de Buenos Aires, República de los
Argentinos.
El mes de
junio, que ya empezamos a transitar, nos dibuja dos recuerdos enfrentados: se
cumplen 40 años del nacimiento de la revista Hum® y nueve de la
muerte de su máximo impulsor, Andrés Luis Cascioli, el último gran creativo de
la extensa saga de talentosos del humor gráfico argentino.
Protagonista
esencial de inolvidables hitos editoriales que desafiaron la censura en tiempos
oscuros del país, el Tano representó una bocanada de aire puro ante tanta
metralla, humillaciones y crímenes aberrantes. Sus dibujos, caricaturas y
diseños forman parte de la iconografía de aquellos años tumultuosos, dentro de
un fenómeno periodístico-cultural irrepetible.
Es
difícil, casi imposible, explicar a quienes no vivieron la quijotesca epopeya
de Hum®, de qué manera esperábamos la llegada de la revista. Soy de aquellos
empedernidos lectores (hoy orgulloso coleccionista de toda la obra completa)
que mutaban del asombro al placer, del deleite a la fascinación, con las notas
del Gordo Soriano, Dolina, Feinmann, Kovadloff, Abrevaya, Moncalvillo o las
tiras de “El Cacique Paja Brava” (Fabre-Tabaré), “Las Puertitas del Señor López
(Carlos Trillo-Horacio Altuna”, “La Clínica del Dr. Cureta” (Meiji-Ceo), “Los
hijos de López” (Sanz-Ceo), “Boogie, el aceitoso” (Fontanarrosa), “Vida
Interior” (Tabaré), “Las andadas de los tránsfugas doctores Piccafeces” o el
“Romancero del Eustaquio” (Fabre-Tabaré). Recuerdo que iba a buscar la revista
al negocio de Florentino Ibáñez (Sáenz Peña al 400 y pico), quien me alertaba:
“Ojo, pibe, que no vean lo que llevás, andan sueltos muchos alcahuetes de los
milicos”.
Creador de
brillantes publicaciones políticas como Satiricón, Chaupinela, El Ratón de
Occidente y Mengano (todas ellas con una pluma de lujo: Dante Panzeri), sin
embargo Cascioli hizo con Hum® su éxito más clamoroso. De inmediato, la revista
sedujo a una inmensa masa de lectores desesperados por encontrar un oasis
dentro del desierto cultural de fines de la década del ´70. Con acidez,
espíritu crítico e irreverencia, la gente empezó a reírse de los militares.
Cascioli
empezó con Satiricón, en febrero del ‘74. En mayo de 2006 recordaba, que en esa
época molestó mucho al Gobierno una tapa suya que tituló “En boca abierta…
¡entran moscas!”. “En Satiricón quisimos diferenciarnos desde el diseño, aunque
era más una revista sociológica que política, con notas muy analíticas. En ese
mes del ‘74 Perón ya estaba en el poder y empezaron a amenazarnos con la
censura. El peronismo siempre simpatizó con la censura. La advertencia era que
no había que hablar demasiado. Yo andaba loco con esa mosca: quería que la
verdad estuviera posada en la lengua, que la gente sintiera que la mosca estaba
ahí”, decía el Tano.
La revista
Humor Registrado nació pocas horas después del comienzo del Mundial 1978, época
negra e infame de la historia argentina. Un acontecimiento usado para “limpiar”
tanta mugre ante el mundo. El primer número tiró 40.000 ejemplares, de los que
vendió la mitad. En la tapa, aparece un César Luis Menotti dibujado con las
características orejotas del todopoderoso Ministro de Economía de la dictadura,
el tristemente célebre José Alfredo Martínez de Hoz. Más abajo, en letras bien
irónicas se leía: “El Mundial se hace, cueste lo que cueste”, frase acuñada
meses antes por Jorge Sanguinario Videla. En plena dictadura, la publicación se
levantó con valentía dentro de un mercado periodístico cómplice y permisivo,
asumiendo con modestia como “la revista que supera, apenas, la mediocridad
general”. El Tano solía decir que “nuestro trabajo fue pensar cómo gambetear a
la censura”.
La clave
del éxito de Hum® residió en mostrar la satirización de los “intocables”, con
periodistas de una inteligencia muy aguda. La gran virtud fue dar en el punto
justo, con la profundización de los temas, yendo siempre más allá. Vean, si no,
qué nombres desfilaron por la redacción de la calle Venezuela: Tomás Sanz,
Alejandro Dolina, José Pablo Feinmann, Horacio Verbitsky, Langer, Rep, Limura,
Izquierdo Brown, Héctor Ruiz Núñez, Carlos Nine, Alan Pauls, Marcelo Figueras,
Daniel Guebel, Jorge Sábato, Alvaro Abós, Tabaré, Aída Bortnik, Juan Sasturain,
Aquiles Fabregat, Trillo, Altuna, Santiago Kovadloff, Grondona White, Meiji,
Maitena, Crist, Osvaldo Soriano, Carlos Abrevaya, Osvaldo Ardizzone, Mona
Moncalvillo, Ceo, Crist, Maicas, Walter Clos, Raúl Fortín, Maicas, Carlos
Braccamonte, Santiago Varela, Jorge Garayoa, Carlos Ulanovsky, Jorge Guinzburg,
Norberto Firpo, Juan C. Martini, Gloria Guerrero, Enrique Vázquez, Aníbal
Vinelli, Hugo Paredero, Jaime Emma, Pacho O´Donell y Luis Gregorich, entre
tantos otros.
En 1980,
con las virulentas quiebras de Sasetru, el BIR y el Banco de Los Andes, el
derrumbe de la política económica de Martínez de Hoz comenzó a emitir pizcas
concretas, en ese momento poco perceptibles. Al año siguiente se abandonó el
dólar barato, mientras la CGT y los partidos políticos empezaron a salir de la
hibernación. Viola reemplazó a Videla. Luego, con un golpe dentro del golpe,
llegó Leopoldo Fortunato Galtieri. Fue una etapa en la que Hum® asumió
claramente la voz más fuerte a favor del fin de la dictadura. En 1982 la
revista era todo un fenómeno masivo, un síntoma que se aceleró luego del
desastre en la Guerra de las Malvinas. El Proceso entró en retirada y la
publicación se encontró siendo el único medio no cómplice, llegando a vender
más de 300 mil ejemplares, una cifra insólita aún para estos días.
Paradójicamente,
con la llegada de la democracia comenzaron los tiempos más difíciles para Hum®,
al extremo que las ventas cayeron un tercio. Esto lo explica Tomás Sanz, uno de
los discípulos de Cascioli y último director: “Una cosa era cuando todos
estábamos contra los militares y otra fue cuando llegó la democracia. Porque
los peronistas nos veían como gorilas, los radicales suponían que teníamos que
acompañarlos en su gestión y la gente de izquierda se dio cuenta de que
nosotros muy de izquierda no éramos. Y se nos fueron yendo lectores. Después
del ´83 todos salieron en patota a hablar, pero hasta el ´83 si alguien quería
leer algo o enterarse de algo que pasaba en la dictadura, tenía que comprar
Hum®, porque tampoco en los diarios iba a encontrar nada”.
Los años
del menemismo fueron lapidarios para buena parte del país y Hum® no resultó la
excepción, con más de treinta juicios entablados por el venerable Carlitos. Andrés
Cascioli lo contó a su manera: “La decadencia de la clase media y la ola
de juicios con que el gobierno quiso desgastar a la publicación, se sumó la
pérdida de la sintonía fina con el lector. En la era de CQC, los códigos de
humor de la revista había dejado de ser compartidos por las mayorías, y desde
el punto de vista periodístico, no se supo enfrentar la competencia indirecta
de un medio ideológicamente cercano pero diario en vez de quincenal, como fue
el Página/12 de la época de Jorge Lanata. La redacción se fue despoblando, y
arreciaron los juicios laborales e impositivos. Lo peor fueron esos últimos
años, porque nos dábamos cuenta de que no llegábamos a la gente”.
Hoy, de
acuerdo a las condiciones que exhibe tanto el mercado como el negocio
editorial, sería poco probable imaginar la implementación de una segunda etapa
de Hum®. Por ejemplo, no se podría juntar las plumas calificadas de entonces,
simplemente porque los jóvenes de entonces, hoy son nombres fuertemente
cotizados en el mundo del periodismo. Otros, como Osvaldo Soriano, Jorge
Grinzburg, Carlos Abrevaya, Roberto Fontanarrosa, Osvaldo Ardizzone y Walter
Clos, han muerto. ¿Cómo reemplazarlos? Los éxitos no se pueden clonar. El
suceso que arrancó esta fantástica revista en 1978, es imposible que en 2018
pudiese repetirse, en un mundo atrapado por internet, redes sociales y
celulares.
El humor político en Junín
La historia del humor político en la
Argentina es más larga que la del país: comenzó en 1802, cuando el Telégrafo
Mercantil publicó un soneto satírico sobre el virrey Joaquín del Pino. En
medios gráficos, la tradición es rica, ya que pueden recordarse hitos como “El
mosquito”, “Caras y Caretas”, “P.B.T.”, “Cuatro Patas”, “Tía Vicenta”,
“Satiricón”, “Chaupinela” y “Humor®”.
En nuestra
ciudad hay pocos antecedentes que registren el paso del humor político, pese a
la tela que hay para cortar. Semanario, desde su reaparición dos años atrás,
tomó la posta buscando marcar las contradicciones del poder y las acciones de
nuestros gobernantes, jugando con relatos de la realidad, haciendo más grotesco
el grotesco, desplegando pinturas de humor donde se “satiriza” a los políticos,
sindicalistas, funcionarios y personajes de la vida juninense de estos días.
Política y
el humor, pero allá lejos y hace tiempo. Lo hizo el diario “El Mentor”, que
dejó de aparecer en 1933, después de 36 años de vigencia. Era un matutino con
ideas conservadoras y su jocosidad gráfica se disparaba para dejar mal parados
a los radicales, mediante dibujos con mucha creatividad e ironía. Más cerca,
allá por los ´70, hubo algunos intentos de la revista “El Ñandú Culeco”, pero
referida a la política costumbrista, tocando aspectos de la realidad
ferroviaria local y atacando los enormes baches que por entonces “adornaban” la
avenida Libertad, entre otros temas.
Aquellas entrevistas del Gordo
Soriano
Humor® fue un hecho colectivo, dinámico, abierto, plural. Subrayar el trabajo
de algunas figuras y no de otras puede resultar un ejercicio de injusticia. Sin
embargo, hay en el corazón de la revista nombres ineludibles, que le dieron con
su firma y aportes, un sello. Es el caso de Osvaldo Soriano.
El
reportaje a Alain Rouquié, autor de “Poder militar y sociedad política en la
Argentina”, fue muy profundo, ante una personalidad que pocas veces concedía
entrevistas. Por entonces, Rouquié, latinoamericanista, especialista en
política comparada, profesor de Estudios Políticos de París e investigador en
la Fundación Nacional de Ciencias Políticas de su país, puso una sola condición
antes de comenzar la charla: que se diga que hace una excepción por tratarse de
Humor®, “un fenómeno de sociedad único”.
El exilio
y el “genocidio cultural” son temas que trató El Gordo con Julio Cortázar, en
Paris, quien se reivindicó como “argentino, pero sobre todo continentalista
latinoamericano”. En ese momento, setiembre de 1983, el gran narrador tenía 69
años y acababa de publicar “Deshoras”, un libro de relatos. Mientras se
preparaba para regresar a la Argentina con la asunción de Raúl Alfonsín,
Cortázar habla de sus pesadillas, de su juventud, del sandinismo, y responde a
las críticas que le fueron dirigidas por otros escritores.
Otras de
sus célebres entrevistas ocurrió con Alfredo Zitarrosa, el más sólido y afamado
cantor popular que haya dado Uruguay, fuera de Julio Sosa o Carlos Gardel, si
es que algún día se confirma la identidad oriental del troesma. Entre
muchísimas otras preguntas, Soriano quiso saber: “¿Quién es más triste, el
uruguayo o el argentino?”. Y la respuesta no tardó en llegar: “Aunque no sé si
valen las comparaciones, puedo decirle que el uruguayo es un pueblo reflexivo
más que tristón. Además, le digo algo: nos gusta estar tristes. Los mejores
amigos, los más probados, los hizo uno en la amargura, en la hecatombe, los
conquistó en los momentos de mayor autoanálisis, de mayor congoja y
cuestionamientos interiores”.
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