De la primera hora…
El candidato no es el proyecto. El candidato es el
candidato. El único Albertista de la primera hora fue Alberto Fernández.
© Escrito por Mariano Schuster y Fernando Manuel Suárez el lunes 12/08/2019
y publicado por el Diario La Vanguardia - Órgano Oficial del Partido Socialista - de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
¿Quién fue el primer Albertista entre tantos primeros Albertista? ¿Quién
dijo primero: Alberto conducción? ¿Quién dio el grito inicial? ¿Quién se
levantó, se dio una ducha, y salió a la calle convencido a gritar: Alberto
puede coser la herida, Alberto puede cerrar la grieta, Alberto puede luchar
contra la Argentina de la desigualdad? ¿Quién dijo: yo imaginé a Alberto
hablando con la voz rasposa de Raúl Alfonsín frente a un auditorio peronista?
¿Quién dijo por primera vez: Alberto, (re)fundador del Tercer Movimiento
Histórico?
No fuimos nosotros. Y no fue nadie. Pero menos nosotros,
los que tecleamos acá. Ayer votamos distinto. Uno a Alberto, otro a Lavagna.
¿Cómo podríamos ser Albertista de la primera hora cuando todavía no llegó la
hora? No. No somos Albertista de la primera hora. Igual que no lo son los Albertista
de la primera hora. Porque la primera hora de un político es suya. Le
pertenece. Es su poesía. Su verso libre. Y cada cual, en esta patria, tiene
derecho a cantar su canción. Canción con todos.
La primera hora de un político es suya. Le
pertenece. Es su poesía. Su verso libre. Y cada cual, en esta patria, tiene
derecho a cantar su canción.
Canción con todos.
No. No lo son los que antes de ayer criticaban su paso al costado durante
el último gobierno de Cristina. No lo son los que lo veían como un moderado. No
lo son los que decían “Lo votamos, pero no es Cristina”. No lo son los de
Macri. No lo son los de Lavagna. Ni siquiera lo son los que se entusiasmaron el
día en que anunciaron su candidatura. Hay un solo Albertista de la primera
hora: Alberto Fernández. Cancelemos el “yo la vi”. Porque quizás no la
vio ni él. Y ahí está. Medio visto de reojo por la historia de esta patria
exótica, irreproducible. La política necesita de todos, pero la hace el
político.
Los grandes políticos tienen nombre propio: se llaman Roca o Perón, se
llaman Alfonsín o Duhalde. Están ahí para coser desde las alturas lo que está
roto abajo. No valen los que podrían haber sido. Sí, son grandes hombres y
mujeres peleando el ascenso. Ellos también hacen la patria pero, al final, la patria
es otro. Digámoslo con los propios: Alfredo Palacios planteó los derechos
sociales, pero los puso Perón. El voto femenino lo reclamó Alicia Moreau de
Justo, pero lo clavó Evita en el ángulo. El fin de la dictadura fue una lucha
de la izquierda, pero lo dirigió Alfonsín. El fin de la grieta lo podía poner
Lavagna: pero parece que tiene otro nombre. El de un hombre que se crió en
ella, la alimentó y la padeció. La política es hermosa porque es así: algo
menos que ideología, algo más que cinismo.
El fin de la grieta lo podía poner Lavagna:
pero parece que tiene otro nombre. El de un hombre que se crió en ella, la
alimentó y la padeció. La política es hermosa porque es así: algo menos que
ideología, algo más que cinismo.
Alberto puede ser presidente: un rosquero que da un paso
al frente. Alberto presidente: ¿la Argentina torcuatista que mira el sol
naciente? Alberto presidente: un país para los armadores. Para los que están en
las sombras, como a la sombra estamos todos. La gran política hecha por un
pequeño hombre. El tiempo de los héroes que retrataba Carlyle. Pero el tiempo
de los héroes de adentro: de los que la remaron con acuerdos y roscas, en mesas
de café y restoranes. Todos somos cuentapropistas en alguna organización.
Argentina es eso: emprendedores de una vida difícil, necesitados de Estado.
Una historia nacional: ¿qué vino primero, el Estado o la sociedad civil?
Arriesguemos: la sociedad civil. Círculos obreros, clubes de pescadores,
almaceneros, hombres y mujeres desperdigados en carnicerías, en verdulerías, en
puestos de diario. Se organizaron, pero un país no se hace con auto
organización. Entonces, vino el Estado. Liberalismo o anarquismo, socialismo o
radicalismo, y, finalmente, el peronismo, los peronismos. La pluralidad caótica
de una sociedad surcada por diferencias y tensiones, frente a la promesa de un
Estado de Bienestar Social que nunca se cumplió del todo.
Todo eso convive en la Argentina, en su pasado y en su presente, pero en
realidad debemos lograr convivir. Si no es con todos adentro, será la historia
de un nuevo fracaso. Y cada fracaso es más doloroso, más injusto, más
perdurable. Una cicatriz más en el rostro de una Argentina que duele, que sufre
por los que menos tienen. Alberto tiene el desafío de mirar de frente a esa
Argentina que, para algunos, ya fue. Al pasado también se lo puede mirar para
hacer algo de futuro.
El duranbarbismo creyó algo imposible: que en Argentina
se podía hacer un experimento social a cielo abierto. Un futurismo sin futuro.
Y sin gente.
Falló el algoritmo: en Argentina existen
los seres humanos. Y la política. Que, a veces, le gana a la ideología. A esa
que solo se escucha a sí misma: aunque cante la canción de la izquierda, aunque
cante la canción de la derecha.
El duranbarbismo creyó algo imposible: que en Argentina
se podía hacer un experimento social a cielo abierto. Un futurismo sin futuro.
Y sin gente. Falló el algoritmo: en Argentina existen los seres humanos. Y la
política.
Ahora, sin embargo, el enemigo ya no parece ser Durán Barba, ni siquiera
Macri o la “invencible” Vidal. Ahora será la incertidumbre y las expectativas
de los propios. El “vamos por todo” tiene que ser “volvimos con todos”, pero
construir esa alquimia en una sociedad rota y desconfiada, es tarea para
valientes. La legitimidad es el aire que insufla toda democracia, con los
nombres propios, con la ciudadanía silenciosa, con los que ganaron y los que
siempre pierden. De eso vivimos y no debemos dejarlo morir.
No pasa muchas veces en la vida. Algunos votamos distinto pero nos sentimos
igualmente ganadores. El triunfo que implica vivir en democracia, aunque
olvidemos seguido el sinuoso camino que nos trajo hasta acá. Es un capital
político colectivo, un diamante en bruto pluralista y heterogéneo, una moto que
hay que saber manejar para que no volemos todos por los aires.
El macrismo se quedó solo cantando en voz
baja “quisiera que esto dure para siempre”. Pero Fabiana Cantilo sabe más de la
democracia: “porque nada es para siempre”. Eso lo supo también Cristina. La del
gran aporte a la que muchos –nosotros, porque hay que hacerse cargo- criticamos
(aunque no le importara a nadie, quizás tampoco a nosotros). Dio un paso al
costado.
En la grieta algunos aprendieron a nadar, a favor o contracorriente, pero
se ahogan siempre los mismos. De lo que se trata es de recuperar a los
ahogados. Porque las victorias son colectivas. Pero las derrotas también. La
voz carrasposa de Alberto, casi una emulación de Alfonsín, parecía decir eso:
vamos a un futuro mejor. Pero hay que gobernar. “Sin jorobar a nadie, tratando
de ayudar a todo el mundo y no complicándole la vida a ningún argentino”, dijo
una vez un presidente. Ojalá sea así.
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