La verdad, ¿a quién le importa?...
Desde que el cuerpo sin vida del fiscal
Alberto Nisman fue hallado en el baño de su departamento, me he cansado de
advertir en contra de las especulaciones sin sustento y el estrépito de
opiniones que confunden y angustian a lectores y espectadores, cuando no son
puros intentos de manipulación. Esto concierne por igual a periodistas y
dirigentes políticos, tanto del gobierno como de la oposición. He insistido en
cambio en atenerme a los duros hechos, como se titula la nota que aparece en la
página 6 de la edición de hoy. Entre las excepciones a esta regla deprimente
vale la pena mencionar a dos periodistas del diario La Nación, Jorge Urien
Berri y Hugo Alconada Mon. Sus notas de estos días muestran que los hechos
pueden ponerse por delante de las opiniones y que en este oficio hay lugar para
la decencia.
Cuando se trata de medios masivos, el riesgo
es que el público, sin acceso a fuentes propias, tome al pie de la letra
versiones interesadas que se presentan como sucesos comprobados. Una vez
instalada, la versión se repite sin asomo de dudas y sobre ese dato ya asumido
como incontrastable comienzan las opiniones a favor y en contra. Cuando le toca
a uno, es fácil advertirlo y tengo una larga experiencia. Pero esto sensibiliza
para detectar cuando otros son víctimas de esa tergiversación e induce a ser
cauto, sobre todo en episodios tan tremendos como la muerte del fiscal.
Un caso paradigmático se inició con una frase
del jugador de tenis Guillermo Vilas, quien en un programa de televisión
declaró que si el entonces presidente Carlos Menem “hubiera dicho lo que
pensaba hacer, nadie lo hubiera votado”. Un periodista se la atribuyó luego al
propio Menem, otros la repitieron, los simpatizantes consideraron que era una
picardía simpática, para los que no lo querían fue una repugnante muestra de
cinismo y las opiniones taparon la verdad. Haga la prueba de repetirles la
frase a diez conocidos. Habrá incluso quienes recuerden el tono y el gesto con
que le escucharon algo que Menem nunca dijo, acaso porque era más pícaro que
Vilas. Después piense qué nos enseñan esas respuestas sobre la construcción del
acontecimiento, como se titula un libro del semiólogo de Clarín Eliseo Verón,
que traduje del francés durante los años del exilio interno.
Esta semana fui involuntario protagonista de
esa fabricación inescrupulosa de la realidad. En la edición del viernes 23 de
Clarín, el columnista Nicolás Wiñaski analizó las dos cartas de la presidente
CFK sobre la muerte de Nisman y atribuyó a “fuentes oficiales con acceso a la
intimidad del poder” que “la segunda carta presidencial tiene otra estructura
porque se redactó influenciada por los argumentos y expresiones propias del
presidente del CELS, Horacio Verbitsky, y del ex juez de la Corte Suprema Raúl
Zaffaroni”. Agrega que “la segunda carta fue supervisada con más cuidado, y
también por otros influyentes del poder K. Cristina tomó varios de los
argumentos con los que Verbitsky criticó la denuncia del fiscal del caso AMIA.
Lo citó como fuente, por ejemplo, para sostener que la acusación de Nisman era
débil porque dice que el Gobierno le garantizó a los iraníes imputados en la
causa que dejaría de buscarlos Interpol, algo que finalmente no pasó”. Según
Wiñaski, Cristina me “citó como fuente, por ejemplo, para sostener que la
acusación de Nisman era débil porque dice que el Gobierno le garantizó a los
iraníes imputados en la causa que dejaría de buscarlos Interpol, algo que
finalmente no pasó”. Es al revés: mi nota del martes 20 sobre Interpol se basa
en la conferencia de prensa en la que Timerman leyó el mail de su secretario
general Ronald Kenneth Noble, que desmiente a Nisman. Que se sepa, Timerman es
ministro de Cristina, aunque esto lo solucione fácil un humorista cordobés que
en el mismo diario me llama Comandante Cristinista y dice que Timerman es mi
subordinado.
La referencia a fuentes que no se identifican
es un hábito generalizado en la prensa argentina y en cada caso todo depende de
la credibilidad de quien transcribe lo que dice que la fuente le dijo. Como
regla general, cuanto menor es la seriedad del autor más ostensible es la
operación. La nota de Wiñaski es ambigua, sugiere más de lo que dice, pero su
editor la simplificó en el título: “Un texto con letra de Verbitsky y
Zaffaroni”. Ayer, en el mismo diario, Gabriel Levinas dio otra vuelta de tuerca
sobre la versión de Wiñaski. Dice que escuchó en radio “una nota que por su
estilo reconocí inmediatamente escrita como del columnista Horacio Verbitsky.
En ella, el autor sostenía con certeza que la muerte del fiscal Alberto Nisman era
producto de un crimen, había sido asesinado. Me sorprendí al finalizar la
lectura, ya que la carta había sido firmada por Cristina Fernández de Kirchner,
quien había dado un vuelco fundamental en su opinión sobre la muerte del fiscal
del caso AMIA. Un día después, en este diario, la nota de Nicolás Wiñazki (sic)
aclaraba mi confusión inicial. La nota efectivamente había sido escrita por
Verbitsky con la colaboración del ex juez de la Corte Suprema, Eugenio
Zaffaroni”. Levinas afirma como prueba de la verdad algo que Wiñaski no dijo.
Lo que viene de ahora en más son derivaciones sobre por qué lo hice, cuándo,
dónde, por qué razones y con qué resultados, más las consiguientes opiniones de
cada emisor.
Esto no torna verdadero un hecho falso,
directamente inventado, con intenciones aviesas. Desde la muerte de Nisman
escribí dos columnas en estas páginas y concedí tres entrevistas: a Cecilia
Laratro, de la Televisión Pública, Gustavo Sylvestre, de C5N, y Wyre Davies, de
la BBC. En ningún caso afirmé lo que Levinas me atribuye. “Es prematuro
concluir si el fiscal general Alberto Nisman se suicidó o fue asesinado.
Cualquier afirmación al respecto que no esté sustentada por constancias
indudables de la investigación sólo tiende a capitalizar lo sucedido en una dirección
u otra”, comienza la nota del martes 20 (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-264334-2015-01-20.html). La del día siguiente no habla de la muerte del fiscal, sino de los
endebles argumentos de su dictamen. En las dos entrevistas prediqué cautela y
me negué a lanzar interpretaciones sobre su muerte cuando la investigación
recién comienza (https://www.youtube.com/watch?v=-V4-wTWFkLU y
https://www.youtube.com/watch?v=7pNQ_7RsvdM). En la primera digo que no me animo a calificarlo de suicidio (cuando
Sergio Berni y hasta la fiscal Fein lo afirmaban) pero que para sostener lo
contrario, con lo que se conocía hasta entonces había que forzar demasiado los
hechos. En ambas menciono el compromiso que el gobierno asumió con las víctimas
del atentado, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2005, de
reformar los servicios de Inteligencia. Agrego que no lo cumplió y señalo la
relación promiscua entre esos servicios y la justicia federal. Es lo que
sostuve siempre en estas páginas, aun cuando al gobierno ese lecho no le
parecía incómodo. Y lo mismo sostuvo el CELS en un comunicado del 19 de enero,
que se tituló “Atentado a la AMIA: la verdad y la justicia requieren decisiones
políticas y judiciales firmes”. (http://www.cels.org.ar/comunicacion/?info=detalleDoc&ids=4&lang=es&ss=46&idc=1884).
Donde se ha suspendido el control de calidad
es posible escribir cualquier disparate. Ni siquiera voy a especular sobre las
razones de Levinas para falsear la realidad, en forma tan burda y
autodescalificatoria. Sólo quiero dejar en claro cuál es mi posición para
quienes leen y escuchan de buena fe, es decir la inmensa mayoría del pueblo
argentino, harto de mentiras y operaciones.
©
Escrito por Horacio Verbitsky el domingo 25/01/1015 y publicado por el Diario
Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.