Volver
a Malvinas…
Cada vez que
Miguel Anderfurhn vuelve a Malvinas toca el himno nacional con el acordeón de
su bisabuelo, quien peleó en la Primera Guerra Mundial. Foto: José Supera
Algunos regresan todos los años, otros lo hacen por
primera vez. Un viaje a las islas junto a un grupo de ex combatientes, una
experiencia única que es también una forma de renacer.
Del blanco de esta hoja a la arena blanca y limpia con la que empieza todo
esto, una playa de aguas cristalinas que a la vista puede ser una de esas
playas paradisíacas de publicidad, pero no, nada de eso, en la costa corre un
frío que tiene el poder del hielo, y el viento, el viento es filoso y áspero, y
por momentos parece querer cortar la piel, pero igual, el ex combatiente José
Luis Aparicio hace lo que viene a hacer casi todos los años desde que volvió
por primera vez a Malvinas en 2006. Se saca la campera de nieve y los guantes,
la remera térmica y hasta los borceguíes, se queda apenas en calzoncillos.
Desnudo de ropa, pero también de muchas cosas más. Sufriendo como ellos.
Sintiendo el frío en la piel y en la carne, y en el alma. Su ritual de hace
años. Su bautismo, que lo hace nacer y renacer, con el que les rinde también
homenaje a los compañeros caídos en el hundimiento del Belgrano. "Hago
esto para sentir por un segundo el frío que sintieron esos chicos antes de
morir." Y entonces corre por la playa. No importa el frío ni el tiempo.
Corre y corre, y sus pies chapotean, hace un paso, dos, se deja caer, se hunde
y su cuerpo se envuelve de agua helada. José Luis nace una vez más: como lo
hace cada vez que vuelve a Malvinas.
Volver. Esa es la palabra que trato de descifrar en esta nota. Por qué
volvemos a esos lugares que duelen, que nos hicieron mal. Quizás enfrentando el
dolor, volviéndolo a vivir, logremos entenderlo. O quizá no es entender la
palabra. No. La palabra es revivir. Volver para pararse en un mismo lugar y
decir acá estoy, acá estuve, soy esto, porque soy lo que fui.
Ellos vuelven todos los años a Malvinas. Como si tuvieran que volver al
dolor para que no duela tanto.
Los integrantes del centro de ex combatientes Islas Malvinas (Cecim) de La
Plata vuelven todo el tiempo a las islas. Algunos, en época de invierno. Otros,
en septiembre, octubre, cuando el clima malvinero está un poco más apto, menos
violento.
Algunos lo hacen por primera vez.
Y acá empieza esta historia.
Llegar a las Islas…
Regresar a ese núcleo que late, que duele, que supura cosas desde adentro
tuyo: ese tuyo que quiere decir todos nosotros.
Volver a Malvinas no es fácil, sobre todo la primera vez. Ya en el
aeropuerto uno les veía las caras, una ansiedad serena, contenida dentro de sus
cuerpos. El trayecto del vuelo comercial chileno de Río Gallegos a las Malvinas
dura poco más de una hora. Llegamos a una base militar, Mount Pleasant. El
clima es congelante y despiadado. Cielo y tierra son desolación. Llegamos a una
base militar, llena de hangares, aviones, misiles, radares, llena de violencia
y justificaciones, y de miedos. Un soldado nos custodia ni bien bajamos del
avión. Los ex combatientes del Cecim La Plata que vuelven esta vez son 11.
Cuatro por primera vez. Y también por primera vez en la historia vuelve una
mujer ex combatiente: Norma Ethel Navarro. Enfermera. Ella, volviendo 32 años
después. Volviendo, a su propia tierra de dolor. Nos alojamos en dos casas de Puerto
Argentino. O Port Stanley. La sensación de un pueblo fantasma, respirar
inexistencia, aire helado y solitario, casas que parecen no guardar habitantes.
Nos vienen a buscar dos camionetas. Próximo destino: cementerio de Darwin.
La Bahía del Silencio…
"Lo que me impactaba era la expresión que tenían en los ojos esos
chicos". Foto: José Supera
Después de varias horas de viaje en dos 4 x 4, después de cruzar ríos de
piedra y zonas minadas, después de animales huesudos y solitarios, encontramos
el recinto que encierra todas las cruces blancas, las paredes de piedra con los
nombres de todos nuestros soldados caídos. Ernesto Alonso es uno de los ex
combatientes que más viajes a Malvinas tiene en su haber. Cada vez que vuelve
le duele. Ahora se queda unos segundos en la tumba de uno de sus amigos. En
silencio. Arrodillado. Tratando de entender. Por qué otro y no él. Después se
levanta y le doy un abrazo, y con un nudo en la garganta me dice que
"todos estos amigos nuestros que están aquí, hoy estarían vivos. Viviendo
la vida que les hubiera tocado. Ellos dieron todo. Venimos a rendir homenaje
acá, y estamos para reafirmar que todas las tumbas que tienen cuerpos NN, que
están acá como soldado solo conocido por Dios, tienen que ser reconocidos, para
tener su historia, su lugar, para no ser olvidados".
Después de un rato, entre las cruces blancas, perdida en un tiempo que no
es tiempo, la encuentro a Norma, la única mujer en el grupo. En sus ojos y en
su voz hay desolación, como si el ambiente terminara por pegársele a uno en el
cuerpo. "Estando acá se siente una desazón muy grande." Se queda en
silencio. Repite el mismo concepto: "Una sensación de desazón". Y
otra vez hace silencio, pero se repone y vuelve. "Había visto unas fotos
de este cementerio, había visto los rosarios colgados de las cruces. Ahora no
están. No hay nada. Sólo cruces. Se siente una tristeza muy grande estando acá.
Llevo piedras para una amiga del Chaco que me pidió, ella tiene a su hermano
acá, pero como soldado solo conocido por Dios. Ver las lápidas que dicen eso da
mucha impotencia, no saber dónde están enterrados nuestros chicos."
El cementerio tiene el tamaño de una manzana y todos los compañeros se
fueron dispersando entre las cruces, dividiendo sus dolores. Entonces el viento
me trae algo más que desesperanza. Música. Dulce y cálida. De acordeón. A lo
lejos y parado sobre un monte lo veo. Con su instrumento, con toda la fuerza,
con la energía que destila su personalidad. El ex combatiente Miguel Ruso
Anderfurhn. Descendiente de italianos. Alto y rubio y de hombros anchos. Su
bisabuelo estuvo peleando en la Primera Guerra Mundial. La tradición del
acordeón fue pasando de generación en generación en su familia. Su bisabuelo
tocó alguna vez para alejar el silencio de la locura, ese que llega después de
la guerra. Hoy Miguel está en la isla que lo marcó para siempre. Y está tocando
el Himno, parado sobre el mismo monte donde lo hizo las veces que volvió a las
islas, y todos sus compañeros cantan el Himno junto a él, y todos están
jurando, jurando por una cosa que los une y los ata, y los lleva por encima de
un dolor que todavía parecen no entender: están jurando con gloria morir.
Volver al Monte Longdon…
Llanuras, montes y laderas para un recorrido que es mucho más que un
ritual. Foto: José Supera
El monte Longdon fue uno de los últimos lugares en caer y donde se registró
la mayor cantidad de bajas argentinas. Uno camina en ese monte y ve marcas todo
el tiempo. Agujeros en la tierra que fueron bombas. Chatarra oxidada. Zapatos.
Pero qué marcas son las que quedan en nosotros. Qué marcas quedan en el suelo
de nuestra propia existencia. Acá no existe el tiempo. Es como si todo volviera
a repetirse. Los agujeros en la tierra son morteros que siguen estallando. Las
esquirlas siguen traspasando nuestra carne. "Acá no existen los
días", me dice alguno de los excombatientes, mientras caminamos durante
horas por los montes, en busca de las posiciones donde estuvieron por meses.
"Acá sólo existen los restos de las cosas que ves, y nada más."
Carlos Daniel Chicho Amato pertenecía al Regimiento 7. Era encargado de
manejar el radar de detección de movimiento. Había aprendido a usarlo unos días
antes de salir a Malvinas. Me cuenta su historia en la misma trinchera en la
que estuvo hace 32 años, en el mismo Monte Longdon, donde fue la gran batalla,
donde los ingleses los rodearon y ya nada se pudo hacer. "Fue a fines de
mayo. Nos llamó un segundo jefe. Estaban viendo a los ingleses con prismáticos.
Entonces empezamos a monitorear el posible avance inglés. Claramente nos lo
comimos. Yo había visto en el detector unas manchas nuevas, algo que no había
visto antes. Se lo informé a mi jefe. Me dijo que eran ramas, viento, que no
pasaba nada. Volví a ver esas manchas en el radar y le volví a decir a mi jefe.
Y nada. Esa misma noche nos atacaron. Eran como 700 tipos. Fue la parte más
jodida de la guerra ésa, donde tuvimos la mayor cantidad de bajas, un desastre.
Y ahí mismo nos tomaron prisioneros. Fue difícil porque tuvimos que enterrar a
nuestros propios muertos."
Carlos está excitado. Hace unos minutos escarbó donde estaba su posición y
encontró su cuchara y algunas municiones. Pero dejemos de escarbar la tierra.
Escarbemos el propio interior de Carlos Chicho Amato, sepamos qué se siente
volver después de tanto tiempo: "Me siento un poco raro. Como alejado de
todo y a la vez, cerca. Siempre me había resistido al viaje. Pero si vuelvo es
porque lo hago con dos amigos míos que también vuelven por primera vez.
Recuerdo que cuando estábamos acá, no veía colores, sino todo gris. Pasé por
cosas que me hicieron mal después de la guerra. Pero después fue como que lo
borré, es como si no sintiera nada. Siempre había estado en la organización de
los viajes de otros ex combatientes. Les armaba todo, los despedía, pero nunca
me animaba a venir: siempre me molestó bastante ir a un lugar que es nuestro y
tener que presentar el pasaporte. Había prometido que no iba a venir. Pero esta
vez se decidieron Mario y Sergio, que también venían por primera vez. Supongo
que pude volver porque tengo dónde apoyarme en el dolor, porque no estoy
solo".
Cuenta Sergio Isaia, otro de los ex combatientes que vuelve por primera
vez: "Recuerdo la voz de mi hermano llegándome en el medio de la
oscuridad". Estamos en el lugar donde combatió su hermano. Hay una placa
que pusieron hace varios años. Hace unos segundos le rindió homenaje a su
manera. Se quebró. Pero ahora está más entero. Sabe que cumplió con lo que
tenía que cumplir. "Yo había viajado junto a él en el mismo avión. En las
islas estuvimos en compañías diferentes, pero como los dos éramos operadores de
radio, durante todas las noches nos comunicábamos para ver cómo estábamos. La
idea fue siempre volver con él a las islas. Pero mi hermano falleció por una
enfermedad hace varios años. Hoy sé que estoy volviendo con él. Pero también
vuelvo con mis amigos, y eso me ayuda a soportar mejor este viaje, que es un
viaje que hacemos, de alguna forma, también a nuestro interior."
La Primera Mujer…
En los comienzos de la guerra se habían solicitado instrumentadoras
quirúrgicas para ir a las islas, a Puerto Argentino. Norma Navarro tenía miedo.
Miedo de que la guerra llegara al continente. Quería colaborar de la forma que
fuese. Entonces fue y se ofreció. Al instante la aceptaron. "Después del
día que me aceptaron junto a tres chicas más, al día siguiente salimos desde
Buenos Aires hasta Río Gallegos. Al rompehielos Almirante Irizar llegamos en
helicóptero. Había sido convertido en buque hospital. Nuestra tarea era
colaborar con los médicos en lo que se pudiera. Se había decidido que nos
quedásemos en el buque, porque cabía la posibilidad de que si estábamos en
tierra podíamos ser tomadas prisioneras." Respecto del trabajo que tenía
que realizar todos los días, cuenta que "estaba en quirófano, aunque en realidad
no teníamos una tarea definida. Venían con esquirlas de bombas, heridas en el
abdomen. Hubo alguien que llegó en estado muy crítico, hicimos lo que pudimos
durante muchas horas, pero falleció. Fue el único fallecido que me tocó ver.
Hay cosas que me quedaron grabadas. No me impactaban los heridos, porque yo ya
venía con la experiencia del hospital: lo que me impactaba era la expresión que
tenían en los ojos esos chicos. Era como verles el alma, una mirada repleta de
desolación, como si la guerra estuviera contenida en las pupilas". Pero si
algo no puede olvidar Norma es la noche del 13 de junio, según ella, lo más
duro que le tocó ver. "En un momento dado salí a cubierta con un
tripulante. Recuerdo que estábamos cerca de la costa y se podían ver las casitas
con techos de colores. Todo se veía iluminado de un lado y de otro, iluminado
por las explosiones de colores amarillo y naranja, de bengalas que caían,
lanchas que pasaban, era como una película, algo dantesco pasando frente a mí,
una película espectacular y horrible. Y la desesperante sensación de que allá a
lo lejos había gente muriéndose y no podías hacer nada." Le pregunto qué
le dejó volver acá. Estamos en una montaña, el viento y la nieve arrecian. Mira
hacia el horizonte. Parece recordar. "Estar acá es algo que te marca,
porque aunque vos no veas más a las personas con las que estuviste ligada en
ese momento de la guerra, una siente que sigue unida a través del tiempo,
aunque nunca más los vuelva a ver."
Reflexiones y
Renacimientos…
Recuerdos que aún perduran de la guerra en las islas. Foto: José
Supera
Hay alguien que mientras recorremos montes y laderas se mantiene serio, por
momentos alejado del grupo, por momentos reflexivo y silencioso, como si
hubiera una batalla adentro suyo, como si todo se tratara de una guerra que se
libra en los confines de nuestros sentimientos.
Mario Volpe se desempeñaba en la Compañía C. Al principio hacía de
apuntador con un cañón, pero después le quedó como responsabilidad la parte de
la enfermería. Ahora estamos en un alto de la travesía que supone recorrer los
montes cercanos a Puerto Argentino. Mario acaba de encontrar la posición de un
amigo suyo, Calvo, que era el encargado de la Compañía A. "Este lugar para
mí es muy importante. Acá tuve la suerte de renacer, acá mismo fui
herido." Suspira. Le cuesta seguir, pero sigue. "Veníamos replegándonos,
ya habían tomado el Logdon y fuimos atacados y bombardeados. Llegamos entonces
adonde se encontraba la Compañía A. Desde el lugar donde estábamos veíamos
explosiones a 150 metros, a 100 metros, a 50. En un momento, siento que los
silbidos de las bombas venían y pegaban adelante nuestro, y fue un segundo,
pero sentí las esquirlas entrando en mi cuerpo, creo que caí unos metros. Un
compañero me ayudó a levantarme. Sentía un dolor fuerte. Las esquirlas habían
perforado mi pulmón y fracturado la escápula, entre otras cosas. La sangre no
paraba de salirme de la espalda. Sentía toda la espalda mojada. Pensé que no
tenía más posibilidades. Pero otros compañeros me ayudaron. Y llegamos
caminando, al límite de mi fuerza, para que me atendieran en la Compañía
Comando: ellos no podían hacer mucho. No había chances. O sí. Tenía que ir al
pueblo. Como pudiera. Bajé la loma y encontré que venía una camioneta Dogde de
la Marina llena de heridos. Me senté como pude. Llegué al hospital y ahí mismo
lograron operarme." Le pregunto qué es lo que le pasa por adentro estando
ahí. "Cuando uno camina por acá y siente el frío y el cansancio, de golpe,
se mezcla esa cosa atemporal, como si el 82 se repitiera una y otra vez, como
si todavía estuviera atrapado acá en las islas. La tristeza, la desazón, todo
se repite acá adentro. Es como si el tiempo no hubiera pasado. Estar acá es
revivir. Pero revivir aquel momento. A pesar de los 32 años que pasaron, uno no
logra despegarse de las sensaciones: el frío, el suelo, el viento. El tiempo no
puede despegarnos de las cosas. La sensación de que los años no hubieran
pasado, la misma sensación de soledad, la incertidumbre. Es la primera vez que
vuelvo a Malvinas, pero desde el año 82, regreso todos los días con sus
noches."
Llenarse de Energía…
Ernesto Beto Alonso era uno de los 800 soldados que conformaron el
Regimiento de Infantería 7 y al que le tocó estar en el monte Longdon. Después
de visitar el lugar donde estaba su trinchera, confiesa: "Volver a
Malvinas me llena de energía; en los viajes que realicé después del 82 me ayudó
a comprender más sobre este conflicto que data desde 1833, cuando nos fueron
usurpadas; de entender qué paso en el conflicto de 1982, entender que
efectivamente la decisión de la dictadura fue una aventura bélica que nos alejó
de Malvinas, entender cada día más cuáles son las razones de la usurpación y la
importancia geoestratégica que tienen las islas, y además, no olvidar a los que
quedaron, a nuestros amigos, los verdaderos héroes" .
Carlos Tolomeo sintió "como si hubiese estado caminando en el aire,
suspendido", cuando explotó la bomba a sus espaldas. Y lo cuenta al lado
de su cañón, que ahora está oxidado y clavado en el suelo. "Mientras
huíamos del ataque inglés, sentimos las ondas expansivas. Mi función era
apuntador con el cañón. Hacía unos minutos había realizado dos disparos. Al
tercero se trabó la vaina. Ellos se acercaban. Tuvimos que retirarnos. Corrimos
y ahí fue que sentimos la bomba explotando detrás de nosotros, la onda
expansiva tirándonos." Carlos señala los lugares donde estaban todas las
posiciones. A lo lejos se ve el río Murrell. Desde ahí venían los ingleses.
"Siempre que hemos podido volver hemos vuelto. Y hoy, a 32 años de que
nuestros compañeros ofrendaran sus vidas, queremos brindarles nuestro homenaje,
con este vino." Tolomeo descorcha una botella. Es ritual que beban todos
los ex combatientes allí presente. El resto del vino lo echan a la tierra. Para
los que quedaron. Después aplauden y se abrazan, hasta que Rubén Franzcunaz les
dice a todos que encontró algo que sobresale de la tierra, cerca de la posición
en la que se encontraba Carlos. Todos se mueven hacia el lugar. Carlos va
primero. Apoya las rodillas sobre la tierra. Alguien le pasa una palita de
jardinería. La usa poco, se olvida de la palita. Empieza a excavar con sus
manos. Sus manos se llenan de tierra y de pasado.
Se ve la tela camuflada. Sus manos sacan la tierra cada vez más rápido. La
tierra de sus manos se limpia con las lágrimas que caen de sus ojos. A nadie de
los que estamos ahí se le cruza por la cabeza acercarse a ayudarlo. Es algo que
tiene que desenterrar solo. Raíces y tela y tierra. "Esto era parte de mi
uniforme", dice. Y nadie de los que está ahí dice nada. "Esto es
parte de lo que somos, lo que queda enterrado acá para siempre, somos
nosotros."
Juntarse para Contenerse…
El Centro de Ex combatientes Islas Malvinas, más conocido como el Cecim La
Plata, fue ideado por algunos jóvenes soldados estando todavía en las islas.
"Queríamos tener una voz, una voz que se escuchara, porque nos habían
llevado sin preparación ni armamento, y estando allá pasamos hambre y hasta
fuimos torturados", asegura Ernesto Alonso, que hoy es uno de los pilares
fundamentales del centro. "Cuando estábamos allá veníamos charlando la
idea de juntarnos y hacer algo que nos uniera a todos." Ahora el que habla
es Mario Volpe, actual presidente del centro que sirve para seguir la lucha de
la causa Malvinas, pero también para debatir y contenerse, y cenar todos los
martes. De la cocina se encarga el ex combatiente José Chiquito Zarzoso, que en
esas noches deleita a los más de cuarenta ex combatientes que llegan para pasar
un buen rato entre ese grupo de amigos que se fue afianzando con el tiempo.
© Escrito por
José Supera el domingo 21/09/2015 en el Diario La Nación de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires.