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sábado, 18 de agosto de 2012

La libertad de prensa... De Alguna Manera...

El partido de los medios...


Escuchar la radio o leer el diario antes de salir a trabajar es casi un acto instintivo de buscar información. En un manual se diría que los seres humanos necesitan alimentarse y sobrevivir, antes era salir a cazar con la tribu y ahora tener un trabajo. Y para poder hacerlo necesitan conocimiento e información. Ambas constituyen necesidades básicas de las personas y de los pueblos.

Se asume que la educación –que proporciona el conocimiento– puede estar mayoritariamente en manos del Estado. Pero con la información –que se difunde y genera a través de los medios– se considera en cambio que no debe ser así, lo cual tiene sentido aunque dicho de esa manera no se vea la diferencia con la educación. En ambos casos está latente el peligro de la manipulación tanto por parte del Estado como de los privados. La diferencia es que la educación en el caso del Estado es más fácil de controlar, que la privada, por parte de la comunidad.

En contrapartida tiene una lógica que el Estado no monopolice la información o no maneje la mayoría de los medios porque parte de la información tiene que ver con las actividades del mismo Estado. Se considera que, en ese caso, los medios tendrían todos un mismo perfil. Se asume entonces que es mejor que los medios estén fuera del Estado, aunque tengan una función comunitaria ya que la información es una necesidad básica. O sea que los medios privados y públicos tienen que ser herramientas para satisfacer esa necesidad básica que es el derecho de los pueblos a ser informados. La libertad de prensa se deduce de ese derecho.

En el mundo se han ensayado distintas formas de organizar el sistema de medios. En el caso de Europa, se acepta que los medios no están aislados de la sociedad y que tienen una visión política. Entonces hay medios de izquierda, centroizquierda, centro, centroderecha y derecha. Sucede así en la mayoría de los países europeos, donde la diversidad está más en la presencia de medios con distintas miradas, que en el seno de las redacciones.

Otro sistema se ejecuta en los Estados Unidos. Se parte de concebir a la información como neutral. A pesar de las grandes empresas sobre las que están sustentados y el complejo sistema de interrelacionamientos económicos y políticos que tienen, los medios más importantes, con algunos matices, se califican a sí mismos de independientes y elaboraron máximas estrictas de procedimiento para preservar esa supuesta calidad neutral de la información y de los medios.

En Estados Unidos, los antagonismos sociales y políticos están suavizados por asentarse en una economía de gran potencia. Es un país en guerra exterior permanente, hegemonizado por dos partidos que se diferencian apenas por matices, manejado por un sistema de lobbies que incluso está reglamentado y donde la cultura dominante ha naturalizado el desprecio y la demonización de cualquier posición de izquierda. En ese esquema, donde todo es cuestión nada más que de matices y la controversia real es muy minoritaria, es lógico que los medios también se diferencien muy poco. Y esa amplia coincidencia de enfoque genera la falsa idea de una verdad mediática neutral y objetiva.

El sistema de medios en Argentina es explicado ahora copiando el bagaje ideológico del sistema norteamericano. Con la diferencia de que aquí los antagonismos no están suavizados, hay profundas brechas entre ricos y pobres, es un país que tiene disputas políticas fuertes y donde las grandes empresas, la Iglesia, los gobiernos norteamericanos y organismos financieros internacionales han intervenido históricamente con total impunidad en las decisiones de los gobiernos, en la designación de funcionarios y ministros y en el impulso de medidas. Por más que se insista en la neutralidad de la información, las únicas miradas mediáticas comunes sobre la realidad –que siempre son falsas–, aquí no se construyeron ni siquiera sobre la base de esa falta de antagonismo y de guerras externas, sino sobre la base de coincidencias corporativas impuestas a la sociedad, como sucedió tan claramente durante la era de los golpes militares. El lenguaje común de esos medios supuestamente independientes se construyó sobre la base de un funcionamiento corporativo asentado en sus intereses económicos como grandes empresas y en el de sus principales avisadores, también grandes empresas.

Cada quien puede difundir lo que le parezca, esa es la idea de la libertad de prensa, pero pretender que toda la sociedad acepte esa información como neutral y absoluta es hipócrita. En ese sentido es mucho más democrático el modelo europeo que no intenta poner el eje en la neutralidad y que blanquea los diferentes abordajes que se pueden hacer de la realidad.

Y otra de las grandes hipocresías que se ha puesto de moda sobre todo en carreras de comunicación en universidades privadas es presentar el ejercicio del periodismo como una profesión liberal, donde los periodistas tienen libertad de prensa y pueden escribir de lo que se les ocurra, incluso si va en contra de sus avisadores y de las empresas que los contratan.

En América latina en general, la pauta privada de publicidad es muy reaccionaria. Un empresario puede expresarse como progresista, pero le gusta poner avisos en los medios más conservadores. El discurso de la neutralidad dice que el aviso va al medio que tenga más circulación sin importar su línea editorial. Es fácilmente demostrable que no es así: entre dos medios con circulación parecida, la pauta siempre derivará al que sea más conservador. Es decir que la empresa dueña del medio ya está condicionada por los avisadores. A su vez como gran empresa, tiene sus propios intereses y proyecciones políticas.

El periodista tiene que buscar trabajo en ese escenario lleno de fenomenales condicionamientos económicos y políticos. No hay nada menos liberal o independiente. Por supuesto que se generan brechas y contradicciones por donde los periodistas pueden colar sus ideas y hay periodistas –muy pocos– que han ganado espacio por su propio peso, pero en general esas brechas se cierran cuando el conflicto, sea político, social o económico se agudiza en la sociedad. La mayoría de los periodistas famosos lo sabe, pero prefiere la comedia del periodismo independiente porque les facilita su trabajo. Ir contra la corriente es muy difícil: implica menos salario, menos infraestructura, más inseguridad laboral. Hasta no hace mucho era casi imposible llegar a la televisión. Y eso, en el mejor de los casos y siempre y cuando se puedan generar esos espacios.

Ese discurso de los grandes medios se impone desde esa hipocresía y trata de ocultar la carga ideológica de sus planteos detrás de una supuesta independencia y neutralidad. Para los periodistas que se autoproducen todavía es más difícil trabajar y hacer negocio sin plegarse a ese discurso. Tienen pocas alternativas porque ese discurso, además de garantizar publicidad y espónsores, abre las puertas de la academia y asegura el beneplácito de los que forman ese sistema.

La propuesta de Cristina Kirchner para elaborar una especie de manual de ética profesional de los periodistas tendría sentido en un sistema menos hipócrita. Institucionalizar la situación actual del sistema de medios sería como apuntalarlo y el famoso tribunal de ética terminaría siendo aplicado no a quienes hacen lobbies encubiertos o reciben sobres por debajo de la mesa, que es una costumbre más común de lo que se quiere admitir, sino a los periodistas que traten de ejercer la profesión por fuera de los criterios mentirosos de ese sistema.

La aplicación de la ley de medios apunta a transformar en forma progresiva esa realidad. Chocará contra esa pauta de publicidad tan reaccionaria, típica de país periférico, lo que hará difícil la sustentabilidad de los nuevos medios que puedan surgir. Podría decirse que la formidable tensión de las contradicciones que generó el debate por esa ley en el ambiente mediático puso muy en evidencia la fragilidad del discurso de la neutralidad y la independencia. El público tiene derecho a saber qué piensa el medio y los periodistas que le ofrecen la información. No se trata del fútbol, donde los periodistas siempre ocultan el club del que son hinchas.

© Escrito por Luis Bruschtein y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 17 de Agosto de 2012.




jueves, 23 de diciembre de 2010

La Información y la Verdad...

La Información y la Verdad...

EL CUENTO DE LA VERDAD VERDADERA

Si tomamos la ver­dad, la verdad única, absoluta, obje­tiva, verdadera, como posible de ser transmitida por los medios de difu­sión, armare­mos una estruc­tura con­denada a de­rrumbarse.
En los medios de difusión, la verdad no es nada más que un punto de vista, una parcialidad, un cos­tado, un pedacito. Es fácil descubrir la can­tidad inevitable de re­cortes que sufre la realidad al con­vertirse en información. Imaginemos el dina­mismo perio­dístico, cierto apuro, ciertos límites de tiempo. Un pe­riodista, una persona normal, hará un inevita­ble recorte, una ob­servación hu­mana­mente parcial de lo que tiene delante, para luego expre­sarlo con­dicionado por su for­mación, por aquello que más le ha impresio­nado, inclusive por su faci­lidad o di­fi­cultad para transformarlo en un men­saje. Cada pe­rio­dista nos dará, inevitablemente, un mensaje dife­rente. Es una prueba que puede ha­cerse en casa, con los amigos, des­cribiendo lo que pasó en una re­u­nión.
Digamos por otro lado que los hechos no son objetos aislados, se inscriben en un contexto más am­plio de re­laciones múltiples.
Sumemos a esto último la edi­ción de la infor­mación. Para una noticia no es lo mismo la tapa que la página 30 de un diario. No es igual algo que nos lee un locutor, que tres minutos de imágenes sobre el tema.
Esa selección cotidiana, condi­cionada por es­ca­las de valo­res casi nunca explícitas, a veces par­ti­cu­larmente ocultas, están muy lejos de ser objeti­vas.
Con la más sana intención o con la peor de las inten­ciones, con respeto por el público o sin él, sin responsa­bilidad sobre lo que le pase al otro o ha­ciéndose cargo de la sociedad en cada palabra, igualmente todo lo que se puede hacer es transmi­tir una subjetividad.

Si apelamos a un criterio democrático, tendría­mos que partir del reconocimiento respetuoso del punto de vista del otro, de la existencia de otras verdades que, sumadas, hacen el punto de vista, la opinión, la posición de la sociedad plural con res­pecto a la realidad. Un sim­ple respeto por no­sotros mismos, además, nos haría caer en la cuenta de que, con el tiempo, hemos ido mo­dificando nues­tras verdades. Las ampliamos, las sinteti­zamos, las re­formulamos y/o las seguimos bus­cando.
Aportemos, por último, un dato emocional­mente contundente: casi siempre sostienen la existencia de la verdad única los sectores totalita­rios, absolutis­tas, que prefieren dis­parar sus armas en de­fensa de lo indiscuti­ble.
Pero más allá de ese debate profundo hay un tema más cercano y más humano para compren­der: es la im­posibilidad de limitar la realidad en páginas, puntos de vista, ta­ma­ños de tipografía, imágenes, segun­dos, caras, gestos, voces, compa­gi­naciones, cortes, etc., y aun así, tan tremenda­mente re­lativi­zada, creer que se puede transmitir la verdad. Bien. La res­puesta es no.

Carlos Abrevaya


ATOLONDRAMIENTO INFORMATIVO

Un rasgo particular de lo que podríamos llamar la era de las co­municaciones es nuestra actual capacidad para malenten­der­nos. Pa­rece que junto con nuestra mayor habilidad para transmi­tir mensajes a un ritmo ver­tiginoso y conectarnos en di­recto con casi cualquier parte del país y del mundo, acabamos siendo víc­timas de un cierto atolondramiento informativo.
Un noti­ciero suele ser una muestra caótica, acele­rada, con aire de urgen­cia, inquietante, morbosamente seductora, de he­chos arbi­traria­mente amputados, sinte­ti­zados en sus puntos cul­minantes con un criterio selec­tivo que privilegia aquello que pro­voque un cierto sa­cu­dón en el receptor. De lo esbozado po­dríamos concluir que reci­bi­mos un discurso imposible de rete­ner, oral-vi­sual apa­bu­llante y ace­lerado por el emisor, por lo que nos resul­tará casi im­posible anali­zarlo en un tiempo hu­mano o con­frontar lo que en­tendimos con lo que nos di­jeron.
Suele venderse la imagen de que en esos espacios se ofrece “toda la información”, como si esto fuera poco, sobre “todo” o bien –más perverso aún– sobre “todo lo que im­porta”, lo im­por­tante, lo que a usted le debe im­portar porque si no será un tonto, marginal, inadaptado, enfermo, despreciable y etcétera.
Los que pueden emitir su opinión son sólo aquellos que dis­po­nen de la fortuna económica para comprar y mantener un me­dio de difusión. ¿El hecho de que cinco empresas nos cuen­ten lo que pasa nos garantiza que re­cibiremos todos los puntos de vista? ¿No podría pa­sar que sólo recibiéramos los puntos de vista de los dueños de esas empresas? Más allá de las diferen­cias cir­cuns­tan­ciales o super­ficiales, ¿no podríamos acabar re­ci­biendo, en el fondo, un mismo punto de vista?
Creo que estamos en condiciones de acordar que convivi­mos con un fenómeno social de desentendi­miento. Difícil es organi­zar una cultura y sus correspon­dientes acciones desde bases de in­compren­sión. En esa incapacidad de comprensión han tenido, tie­nen y ten­drán mucho que ver los medios de di­fusión masivos. Triste pa­radoja: recibir montones de noticias para saber poco y nada de verdadera utilidad para nuestros pro­yectos de vida.

Carlos Abrevaya


Los productos del periodista, sus crónicas, sus gacetillas, sus reportajes, son comparables a las secciones de una fábrica: son productos que el equipo financiero utilizará como mercancías.

Manuel Vazquez Montalbán


CONSTRUIR EL ACONTECIMIENTO

Ese objeto cultural que llamamos actua­lidad –tal como nos la presenta, por ejemplo, el noticiero de un ca­nal de televisión en un día cual­quiera– tiene el mismo status que un automóvil: es un producto, un objeto fabri­cado que sale de esa fábrica que es un me­dio informa­tivo. Se trata de los discur­sos que nos relatan cotidiana­mente lo que ocu­rre en el mundo.
En mayor o menor grado, cada uno de nosotros cree en los acon­tecimientos de la actualidad; da­mos crédito, nece­sa­riamente, a al­guna imagen de la ac­tuali­dad. Sin em­bargo, en la enorme mayoría de los casos no hemos tenido ninguna experiencia per­sonal de los he­chos en cuestión. Si damos crédito es porque al­gún discurso ha engen­drado en nosotros la creencia y en él he­mos de­po­sitado nuestra con­fianza. La con­fianza se apoya en el si­guiente meca­nismo: el dis­curso en el que creemos es aquel cu­yas descripciones postulamos como las más próximas a las des­crip­ciones que noso­tros mismos hu­biéramos hecho del aconteci­miento si hubié­ramos te­nido de éste una “expe­riencia di­recta”. En nues­tra rela­ción con los me­dios, no es por­que hemos consta­tado que un discurso es verdadero que cre­emos en él; es porque creemos en él que lo consi­dera­mos verdadero.

Eliseo Verón


MIRANDO LAS NOTICIAS

El noticiero de televisión es una pieza funda­mental del con­sumo informativo de la pobla­ción. Mi­llones de per­sonas están diariamente frente al televi­sor mi­rando noticias de un modo fragmenta­rio: casi nadie lo ve entero desde que empieza hasta que termina y me­nos aún –si ello fuera posi­ble– sin ha­berlo interrum­pido cambiando mo­mentáneamente de canal.
Este estilo discontinuo de exposición al medio no hace más que potenciar el carácter fragmenta­rio que tiene el discurso informativo de la televi­sión. Un no­ti­cioso es una secuencia agregativa de cues­tiones que se van sucediendo generalmente sin un orden temá­tico: la polí­tica nacional, curio­si­dades, el casa­miento de una estrella internacio­nal, los goles del campeonato italiano, un re­por­taje, una concen­tración, el comentario financiero, el vía satélite de guerras des­conocidas que no se sabe bien dónde quedan, cuándo empezaron, una inundación, etc. Es como si una noticia anulara a la otra en un dis­curso plano que depende del po­si­ble comentario que la acom­pañe o del énfasis en la lectura de la noticia. Esto hace a una situa­ción propia del len­guaje televi­sivo. La agregación frag­mentaria de noti­cias y el hecho de que no son se­guidas hasta su de­senlace, esta­blece notables bre­chas en el relato que son sus­cepti­bles de ser signi­fi­cadas por el receptor de di­versa manera.
El noticiero tiene gran influencia y alcance como me­dio informativo y en ello también en­cuen­tra la posi­bili­dad de incorporarse a la vida coti­diana de las per­sonas bajo la forma nada ino­cente de la ob­viedad. Está tan a la mano, es tan fre­cuente y de fácil acceso que lo que pasa entre la pantalla y el espectador está naturali­zado por una consolidada cotidianeidad y proximi­dad. Pero sin embargo, la imagen de la pantalla remite a la cara no vi­sible de la emisión con sus tecnologías, ad­minis­tracio­nes, ne­gocios, jerarquías y técnicas pe­rio­dísticas, rela­ciones con el poder, etc..
La imagen funciona como autentificadora, se pre­senta como inocente, naturalizada, aparece como un mensaje sin código, donde está oculta la fuerte co­difi­ca­ción a la que este mensaje está su­jeto por la cámara que moldea y sesga el aconte­cimiento; la imagen emi­tida es producto de la lectura de quien maneja la cá­mara, de la elección de determinados actos y el olvido de otros.
La noticia que nos muestra la pantalla no es un he­cho en bruto frente al cual el medio y el pe­rio­dista deben funcionar sólo como un veraz y obje­tivo trans­portador del mismo hasta la audien­cia. La noti­cia está siempre cons­truida por el me­dio, aun­que la televisión funcione con el “efecto de reali­dad” de la cámara.
Lo dicho hasta ahora no desconoce lo referido a las posibili­dades ideológicas o políticas de des­in­for­mación que tienen los medios. Mario Bene­detti enu­mera y ana­liza una serie de proce­dimien­tos de desin­formación: in­formar lo contrario a lo acae­cido; infor­mar sólo una parte de lo sucedido; suprimir una parte importante de una cita; aislar una cita de su contexto; distorsio­nar un hecho acaecido, mante­niendo una parte de verdad; utili­zar un título ine­xacto o tenden­cioso para una no­ticia veraz­mente transcripta; usar tendenciosa y descalificadora­mente el adjetivo o las comillas; simular un estilo obje­tivo; desequilibrar los datos con determinada inten­ción política; borrar (o por lo menos empañar) la historia.
Desde el comienzo de este texto está presente sin explicitarse un problema que podemos sinteti­zar con una afirmación de Ingmar Bergman: “de­cidir dónde colocar la cámara es una cues­tión ética”.

Oscar Landi


LA PRENSA “INDEPENDIENTE”

Nada hay más engañoso que la prensa llamada in­depen­diente.
El método utilizado por la prensa “inde­pendiente”, cuya pri­mera trampa es esa su­puesta in­dependencia, no con­siste sólo en la deformación de los he­chos in­forma­dos y en la reiteración constante y destacada de los he­chos, doctrinas y soluciones con­ve­nientes a la realidad que hay detrás de esa indepen­dencia, sino al manipuleo de las in­for­ma­ciones que no se adecúan a sus fi­nes.
Así puede convertirse un he­cho o per­sona intrascen­dente en importante, y disi­mular lo que ver­daderamente lo es, aparen­tando cumplir con la objetividad de la infor­mación.
Cuando se quiere destacar lo que se dice, esto va en primera página, y si no en página impar. Los grandes tí­tulos, el tipo de le­tra, y el armado de la noticia –por ejemplo un recua­dro o el acom­pa­ña­miento de ilus­tración grá­fica– destacan lo que se quiere que sea leído. Con letra pequeña, poco tí­tulo perdido en una pá­gina uni­forme y con reducido espacio o entre los avisos, irá lo que se quiere que no llame la atención, pero cuya publi­ca­ción permite continuar con la imagen de la ob­jetividad que al mismo tiempo se quiere dar al lector.
Hay miles de recursos de esta natu­ra­leza que forman parte fun­damental de la “cocina” periodís­tica.

Arturo Jauretche


LA GRAN PRENSA

¡La “gran” prensa! En la historia de la prensa europea hay un ejemplario magnífico de lo que ha sido y de lo que es, o llega a ser, la “gran” prensa, al servicio, siempre de los “dominadores”, sean emperadores, generales o banqueros. Hela aquí:
Cuando Napoleón huyó de la Isla de Elba y desembarcó en el golfo Juan, el periódico más importante de Francia escribía:
-El bandido corso intenta volver a Francia.
Al hallarse el bandido corso a medio camino de París, el mismo periódico escribía:
-El general Bonaparte continúa su marcha hacia París.
Cuando el general Bonaparte se encontraba a una jornada de París, el periódico decía:
-Napoleón sigue su marcha triunfal.
Y al entrar Napoleón a la capital de su perdido imperio, el periódico remataba el proceso de sus informaciones con esta:
-¡Su Majestad el Emperador ha entrado en París, siendo entusiastamente recibido por el pueblo!

Deodoro Roca


CÓMO SE “PRODUCE” UNA NOTICIA

Las audiencias saben que el periodista sabe… que si no hay noticia, las noticias se in­ventan. Siempre habrá que decir algo nuevo, algo que na­die ha dicho todavía, o algo que parezca nuevo. El éxito o el fracaso en esta producción de news radica en un juego de espejos: el periodista debe te­ner la capacidad de conocer qué sabe, qué no sabe y qué espera el interlocutor, el lector, el público considerado “cau­tivo”.
Ya es un lugar común de­cir que la noticia es una cons­trucción que implica selección, jerarquización, recorte y edi­ción. En todos esos mecanis­mos, que se desarrollan a par­tir de la necesidad de adaptar la noticia a una determinada duración y extensión, inter­viene un punto de vista que establece cómo se desplegará la información.
¿Y qué ocurre cuando nada ocurre? ¿Cuando no aparece la materia prima para fabricar noticias? La noticia se fabrica igual, sobre la base de esa ausencia. Noticias basa­das en hipótesis, especulacio­nes, rumores o declaraciones no confirmadas y que no reci­ben rectificación posterior en ningún medio, entran en este rubro, aunque también noticias inventadas o erróneas. El no-acontecimiento es un hecho no sucedido, que tampoco está previsto cuándo puede suceder, pero capaz de produ­cir una no-información que, de todos modos, se convierte en noticia. Esta produce un efecto de desinformación: el cíclico retorno de algún monstruo de la laguna es uno de los ejem­plos más obvios, aunque tam­bién puede serlo el rumor de que cierto príncipe pedirá la mano de una famosa modelo.
Una de las características de la noticia basada en el no-acontecimiento es su camuflaje de objetividad: se presenta como si fuese verdadera, y solo una lectura cuidadosa o un seguimiento del caso permite detectar los elementos que indican su irrealidad.

Osvaldo Baigorria


EL GRAN SILENCIO

¿Qué es la verdad? Para la masa, es la que a diario lee y oye. Ya puede un pobre tonto recluirse y reunir razones para establecer “la verdad”: seguirá siendo simplemente su verdad. La otra, la verdad pública del momento, la única que importa en el mundo efectivo de las acciones y de los éxitos, es hoy un producto de la prensa. Lo que ésta quiere es la verdad. Sus jefes producen, transforman, truecan verdades. Tres meses de labor periodística, y todo el mundo ha reconocido la verdad. Sus fundamentos son irrefutables mientras haya dinero para repetirlos sin cesar. La antigua retórica también procuraba más impresionar que razonar, pero se limitaba a los presentes y al instante. El dinamismo de la prensa quiere efectos permanentes. Ha de tener a los espíritus permanentemente bajo presión. Sus argumentos quedan refutados tan pronto como una potencia económica mayor tiene interés en los contraargumentos y los ofrece con más frecuencia a los oídos y a los ojos. En el instante mismo, la aguja magnética de la opinión pública se vuelve hacia el polo más fuerte. Todo el mundo se convence enseguida de la nueva verdad.
Siéndole lícito a todo el mundo decir lo que quiera, la prensa es también libre de tomarlo en cuenta o no. Puede la prensa condenar a muerte una “verdad”; bástale con no comunicarla al mundo. Es ésta una formidable censura del silencio, tanto más poderosa cuanto que la masa servil de los lectores de periódicos no nota su existencia.

Oswald Spengler


El periodismo es un oficio fácil. Es cuestión de escribir lo que dicen los demás.

Howard P. Lovecraft


Reúne primero los datos, que ya tendrás tiempo de distorsionarlos como te plazca.

Mark Twain


ENGAÑAR CON AUTORIDAD

Lo que a uno le sorprende es ver, en cualquier asunto en que se halle vivamente interesada la opinión pública, qué extremos alcanza la facultad humana de mentir. Podría uno afirmar, sin miedo a equivocarse, que los periódicos no dicen la verdad más que en ca­sos excepcionales.
Zola escribió de la prensa financiera fran­cesa que podría dividirse en dos grupos: la venal y la titulada “incorruptible”, es decir, aquella que solo se vendía en casos especia­les y por mucho dinero. Algo parecido se po­dría decir acerca de la facultad de mentir de los periódicos en general. La prensa amarilla de cafetín miente constantemente, sin reparos ni miramientos de ninguna clase. En cambio, periódicos del corte de Times o Les temps di­cen la verdad en los asuntos triviales e indife­rentes para, de este modo, conquistarse el de­recho de engañar a la opinión pública en los asuntos grandes con la necesaria autoridad.

León Trotsky


MUCHO MÁS QUE UN MEDIO

Un diario tiene algún parecido a un ser humano. Un ser humano se integra de millo­nes de partículas muertas, de nitrógeno, de hierro, de calcio, de sodio, que permanecen estables o se renuevan fuera del alcance de nuestra voluntad. Así, al menos, nos lo asegu­ran los químicos, obstinados en hacemos creer que el residuo polvoriento y el poco de humo de un cuerpo cremado, es lo único que el cuerpo contenía. El aserto químico no nos ha conven­cido nunca. Nos parece una expe­riencia can­dorosa, como muchas otras muy científicas, semejantes a la experiencia del niño que re­coge un poco de agua en la palma de la mano y asegura que eso es el mar.
Un diario tiene su director, su secretario de redacción, su jefe de noticias, sus cronis­tas, sus corresponsales, su imprenta, su concesio­nario. Pero ese conjunto no es el diario. El dia­rio es algo más. Es ese algo que se es­capa de las manos del niño y de la pericia analítica del químico. El diario es la manifes­tación concreta de algo más grande que el diario mismo. Por eso el lector, que estima que los diarios son la simple materialidad de papel que adquiere por unas monedas, se sorprende del alcance de los temas que se desenvuelven a su entorno. Esos lectores no han comprendido aún que el periodismo no es más que una expresión del estado del país.

Raúl Scalabrini Ortiz


PRO­DUCTO CON SEN­TIDO

La presentación preten­di­da­mente imparcial de los he­chos es ya una men­tira. Los hechos apa­recen car­gados ya de valo­ración, y esto es natu­ral­mente más claro que en ningún sitio en la TV, es la sola presenta­ción de las noti­cias mis­mas, para no ha­blar de las demás co­sas, la que las hace ya significativas, sig­nos de algo, señas que se le es­tán haciendo a los te­levi­dentes que se están for­mando, que están en­trando en un pro­ceso de for­mación de ma­sas. De manera que los co­menta­rios posteriores que se puedan añadir, en ver­dad, no hacen sino di­simular esa condición ya valora­tiva, ya moral que desde su na­cimiento mismo tie­nen las noticias, tienen los he­chos. No hay que ol­vi­dar que los propios locu­to­res tele­visivos se ven obli­gados a de­cir las noti­cias que se “han produ­cido” hoy. Que se han pro­ducido quiere decir, que se han producido como se pro­du­cen los productos comer­ciales, lo cual implica ya un sen­tido, una orientación a fi­nes de­ter­minados, así que la cosa no puede estar más clara.

Agustín García Calvo

Bibliografía:
* Abrevaya Carlos. Medios locos. Cap. 13: “El cuento de la verdad verdadera”. Cap. 3: “¿Democracia? ¿Qué democracia?”. Cap. 14: “El tor­cido derecho a la informa­ción”. Ediciones de la Urraca. Bs. As., 1989.
* Jauretche Arturo. Los profetas del odio y La Yapa. La colonización pedagógica. 3ra. parte: “La superestructura cultural. Su instrumental”. Cap. 1: “Los medios de información y opinión”. A. Peña Lillo Ed. Bs. As., 1967.
* Landi Oscar. El discurso político. “Mirando las noticias”.
* Verón Eliseo. Construir el acontecimiento. “Prefacio a la se­gunda edición” e “Introducción”. Ed. Gedisa.
* Rodríguez Esteban (compilador). Contra la prensa. Antología de diatribas y apostillas. Colihue. Buenos Aires, 2001.