Malvinas:
la extraña derrota…
Hoy se cumple un nuevo aniversario de la rendición
argentina en las islas, que se produjo el 14 de junio de 1982. Una mirada sobre
el trasfondo de una tragedia histórica.
© Escrito por Federico
Lorenz el domingo 14/06/2020 y publicado por el Diario La Capital de la Ciudad
de Rosario de Santa Fe, Provincia de Santa Fe de la Veracruz.
El 16 de junio de 1944, después de tenerlo cautivo y someterlo a torturas, los nazis fusilaron a Marc Bloch, miembro de la Resistencia francesa. Cayó en las afueras de Lyon, a manos de miembros de la Gestapo que comandaba Klaus Barbie, apodado el Carnicero. Había combatido en dos guerras mundiales, y es un modelo para generaciones de historiadores por la forma en la que concibió la disciplina.
El 16 de junio de 1944, después de tenerlo cautivo y someterlo a torturas, los nazis fusilaron a Marc Bloch, miembro de la Resistencia francesa. Cayó en las afueras de Lyon, a manos de miembros de la Gestapo que comandaba Klaus Barbie, apodado el Carnicero. Había combatido en dos guerras mundiales, y es un modelo para generaciones de historiadores por la forma en la que concibió la disciplina.
Casi cuatro años antes,
el 14 de junio de 1940, Bloch vivió un día de humillación y derrota: la entrada
triunfal de los alemanes en París. Allí quedó su biblioteca, saqueada y
malvendida por las fuerzas de ocupación. Me gusta imaginar que ese día germinó
en la mente de Bloch un libro extraordinario: La extraña derrota. Un texto
perturbador y riguroso, indignado y melancólico en el que el historiador hizo
lo que mejor sabía hacer: se preguntó el porqué del estrepitoso fracaso de
su país; indagó en
sus causas históricas, políticas y morales. La derrota lo afectó con tanta
fuerza que tituló la tercera parte de su libro Examen de conciencia de un
francés.
Escribe Bloch:
"Tarde o temprano vendrá el día, lo espero ardientemente, en que Francia
verá florecer de nuevo, sobre su viejo suelo bendecido por tantas cosechas, la
libertad de pensamiento y de juicio. Entonces se abrirán las carpetas ocultas;
las brumas, que comienzan a tejer una malla de ignorancia o mala fe en torno al
desmoronamiento más atroz de nuestra historia, se disiparán poco a poco".
Para Bloch, ese desmoronamiento atroz fue la humillante derrota del país que
amaba.
Reparé en una
coincidencia de fechas en estos días grises: París cayó en manos alemanas un 14
de junio; las tropas argentinas en Malvinas se rindieron a los británicos en la
misma fecha, pero en 1982. Lejos de mí comparar a la Argentina con Francia, como a tantos les gustó y les
gusta hacer. Pero sí, en cambio, rescatar la invitación del acto intelectual de
Marc Bloch: a la humillación de la derrota frente a un país extranjero, lo más
evidentemente comparable, le debemos agregar en nuestro "examen de
conciencia" el hecho de que la Argentina derrotada en 1982 era un país que
había construido campos clandestinos de exterminio para su propia gente, y que
a la conmoción de la rendición en las islas se agregó, socialmente, el
reconocimiento de lo que había sucedido antes en el continente. Una doble
herida al orgullo nacional que por comodidad hemos tendido a separar antes que
a unir.
Sostiene Bloch:
"Únicamente los verdaderos combatientes tienen derecho a hablar del
peligro, del coraje y de las vacilaciones del coraje". Coincido: el
irreductible espacio de la experiencia de los actores debe ser respetado. En
cambio, no resigno mi derecho a hacer lo que hacen los historiadores: pensar
críticamente para interpretar las consecuencias de la guerra y
argumentar sobre la necesidad de estudiar nuestros vínculos con las islas y con
la historia de esa región austral de otra manera.
A pesar de que la guerra
sucedió hace más de treinta años, en ocasiones parecería que aún estamos
conmocionados por la noticia de la derrota; que vivimos en el mismo clima de
desconcierto de esos días tristes de junio de 1982, donde además muchos que hoy
gritan "patria" bien alto eligieron mirar para otro lado ante el paso
de los combatientes. La Argentina de 1982 vivía en una burbuja arrogante y
autosuficiente. Miles cantaron en las plazas "tero/tero/ hoy les toca a los
ingleses/ y mañana a los chilenos". Y esa algarabía escondió frustraciones
y pérdidas, así como dificultó que se conocieran después los dramas familiares
y personales que la guerra planteó a millares de compatriotas.
Acusa Bloch:
"Muchos errores de diversa índole, cuyos efectos se acumularon, condujeron
a nuestros ejércitos al desastre. Por encima de todos ellos se yergue una gran
carencia. Nuestros jefes o quienes actuaron en su nombre no supieron pensar
esta guerra. Dicho de otro modo, el triunfo de los alemanes fue esencialmente
una victoria intelectual, y eso fue quizá lo más grave”. Los vencedores “creían
en la acción y en lo imprevisto. Nosotros habíamos hecho profesión de fe en el
inmovilismo y en la tradición”. No quiero aquí hacer una revisión crítica de la
guerra de Malvinas sino del espíritu con el que fuimos a ella y lo que hicimos
después. Y quiero reivindicar el coraje cívico e intelectual del francés de
reflexionar sobre las causas de la derrota de Francia, el país que amaba (“he
nacido en ella, he bebido en las fuentes de su cultura, he hecho mío su pasado,
solo respiro bien bajo su cielo”), mientras combatía por él en la
clandestinidad.
Por supuesto que hay
salidas más cómodas. Una es dejar las cosas como están (el “inmovilismo y la
tradición”). Sólo que eso no permite pensar qué forma de país, qué forma de
entendernos como nación –y en consecuencia, cuál es nuestro vínculo con las
Malvinas y con sus habitantes– había fracasado allí como consecuencia de la
decisión de un gobierno de facto, sí, pero que tuvo un amplio respaldo social.
Un ejemplo de tales caminos es una circular del Ministerio de Educación del 15
de junio de 1982.
Mientras aún había muertos insepultos en las islas, ofrecía la clave para explicar la derrota:
Mientras aún había muertos insepultos en las islas, ofrecía la clave para explicar la derrota:
• “El heroísmo es valor superior a la victoria”.
• “La ocupación del 2 de abril fue un acto de
recuperación, como afirmación de derechos y no de provocación o agresión”.
• “Afirmación de la unidad latinoamericana”.
• “No buscamos la guerra sino la afirmación del
derecho y la justicia”.
• “No hemos buscado ayudas ajenas a nuestra
identidad nacional”.
• “La Argentina, reserva moral y cultural de
Occidente”.
• “Es más difícil la entereza ante la adversidad
que la celebración ante el triunfo”.
• “El sacrificio y el dolor nunca son estériles”.
• “No obstante Vilcapugio, Ayohuma, Huaqui y Cancha
Rayada, la emancipación de las Provincias Unidas del Río de la Plata fue una
realidad hecha de heroísmo y de coraje”.
• “La historia señala muchas noches aciagas
precursoras de días venturosos y sus héroes no fueron únicamente los vencedores
de batallas”.
• “La síntesis final es la unidad demostrada en la
convivencia de juventudes, que superando todas las diferencias se redescubrieron
en el verdadero sentir argentino”.
• “La recuperación de las Malvinas es sello de una
profunda unión nacional. Esto es realidad demostrada y no euforia transitoria”.
Mucho de este documento,
fechado en 1982, reconocería dataciones más recientes: la apelación a la unidad
nacional lograda ante la recuperación de las islas, y reivindicada tras la
derrota, es un tópico que atravesó los gobiernos desde 1982 hasta el presente.
Y sin embargo, cada año el aniversario de la rendición en Malvinas debería
obligarnos a pensar la patria de otra manera. Me pregunto hasta dónde hemos
sido capaces de cuestionar este tipo de relatos por autocomplacientes, de
relativizarlos por inexactos, de indagar qué posibilidades de pensar las
tensiones de nuestra sociedad quemamos en el fuego sagrado del pasado
intocable. El ministerio recomendaba equiparar la rendición en las islas con
desastres que las fuerzas patriotas del siglo XIX supieron revertir. Ahora
bien, ¿es posible hablar de la guerra de Malvinas en la misma clave que para
las guerras de independencia con el terrorismo de Estado de por medio?
Es necesario despertar
por completo a la idea de que fue una derrota, producida el 14 de junio de
1982, la que aceleró la recuperación de la democracia. ¿Podemos decir que allí
comenzó el final de la dictadura, aunque los que murieron en Malvinas no
buscaban ese fin, sin que nos midan con la vara sagrada del “verdadero sentir
argentino”? Porque la precipitada salida de los dictadores se debe también a
los muertos que descansan en Darwin. Identificados muchos de ellos, paradoja de
paradojas, gracias a las mismas técnicas desarrolladas por el Equipo Argentino
de Antropología Forense (Eeaf) para conocer la identidad de las víctimas de la
represión ilegal.
La edición de La extraña
derrota incluye el testamento de Marc Bloch, que concluye de esta manera: “Me
he sentido toda la vida ante todo simplemente francés. Unido a mi patria por
una tradición familiar ya dilatada, nutrido de su legado espiritual y de su
historia, incapaz en realidad de concebir otra en la que pudiera respirar a
gusto, la he amado mucho y la he servido con todas mis fuerzas (…) No he tenido
la ocasión de morir por Francia en ninguna de las dos últimas guerras. Al menos
puedo, con total sinceridad, rendirme el siguiente testimonio: muero como he
vivido, como un buen francés”. Sin embargo, ese amor por su país no le impidió
ejercer su crítica. Todo lo contrario: lo guió hacia ella, como el mejor aporte
que podía hacer.