¿Es la lengua un órgano sexual?...
Cuando la Real Academia Española da a conocer algún trabajo normativo, mucha gente que se entera por los medios entiende que han hecho o quieren hacer cambios en la lengua, como si la RAE tuviera esa pretensión y, de tenerla, pudiera hacerlo. Es comprensible. Los periodistas que lo transmiten raramente son personas entendidas en materia lingüística, de modo que la información suele llegar ya deformada. Y necesariamente reducida, sobre todo cuando se trata de obras extensas. A esto se agrega el aporte del público que lo recibe, que pone sus prejuicios y sus falsos conceptos.
Algo de eso ha sucedido con
“Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, un trabajo de Ignacio Bosque
que fue presentado en una sesión reciente y aprobado unánimemente por los
académicos presentes, entre ellos varios representantes de las “academias
hermanas”. Está publicado en el Boletín de Información Lingüística de la Real
Academia Española (Bilrae), que puede leerse en Internet (www.rae.es). Es un
documento breve, sin demasiados tecnicismos, y está al alcance del lector no
especializado. Tal vez por eso, la información que dieron los medios esta vez
fue bastante adecuada. Sin embargo, provocó interpretaciones contradictorias.
En su estudio, Bosque analiza
nueve guías de “lenguaje no sexista” publicadas por organismos oficiales,
universidades y centrales sindicales de España. Observa que, salvo una, esas
guías se elaboraron sin la participación de lingüistas. Bosque reconoce que hay
un uso sexista del lenguaje y que hay que lograr que la presencia de la mujer
en la sociedad sea más visible. Pero considera que de esas premisas verdaderas
los autores de las guías deducen una conclusión injustificada: “Suponer que el
léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita
sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán
automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal
directriz”.
Observa Bosque que muchos textos
de mujeres comprometidas con la defensa de los derechos de la mujer serían
considerados sexistas si se analizaran de acuerdo con las guías. Y sería así
porque ningún hablante nativo usa las construcciones que se proponen. Porque
son ajenas a nuestra lengua, y aun si alguien quisiera usarlas, la mayoría de
las veces no podría. Bosque menciona, por ejemplo, el caso de los adjetivos
predicativos. ¿Cómo hacer no sexista la oración “Juan y María viven juntos”,
dado que “juntos” invisibiliza a María? En esos casos, ¿habrá que usar
solamente adjetivos de una sola terminación? Muestra también Bosque que a veces
las soluciones propuestas cambian el sentido.
En la Argentina, a algunos el
trabajo les gustó. “Por fin la Academia pone las cosas en su lugar”, dijeron.
Entre los que así opinaron hay muchos opositores al Gobierno que, inducidos en
algún caso por el título de la nota y sin prestar atención al hecho de que el
estudio se hizo sobre materiales españoles, vieron el documento como una
crítica a la costumbre de la Presidenta de desdoblar los plurales en masculino
y femenino (el famoso “todos y todas”). Eso los llevó a interpretar que la
crítica estaba dirigida a la manera de hablar de Cristina Fernández de
Kirchner, y cargaron también contra su uso de la forma presidenta, que la
Academia nunca rechazaría, pues está documentada desde la Edad Media, figura en
el diccionario oficial desde hace más de dos siglos y la RAE reconoce que
actualmente es la más usada.
A otros, en cambio, los ofendió.
Esos son los que creen que este es un ejemplo del imperialismo lingüístico de
los españoles. Por supuesto, el hecho de que el documento fue firmado también
por académicos americanos lo pasaron por alto. Entre los que se disgustaron,
hay personas que sinceramente creen que las construcciones que proponen esas
guías pueden ayudar a eliminar el sexismo por medio del lenguaje. Pero ellos
mismos son la prueba de que ni siquiera los que apoyan esas propuestas hablan
así. De todas esas construcciones, rebuscadísimas algunas, el desdoblamiento de
los plurales sería la más fácil de incorporar. Pero tampoco la usan. No la usan
porque no pertenece a nuestra lengua. Y la prueba la dio una argentina que, muy
enojada con los académicos, los llamó en un foro “estos carcamanes”. Olvidó que
entre los firmantes también había “carcamanas”. No es la RAE la que quiere
imponer una manera de decir, sino los que redactan esas instrucciones
disparatadas, que creen que la lengua se puede modificar por decreto.
© Escrito por Lucila Castro (*) y
publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado
10 de Marzo de 2012.