Regocijados...
Estamos
chochos. Contentos con nosotros mismos, orgullosos por lo que recuperamos, con
nuestra autoestima más alta que nunca. En el regocijo se anotan todos,
kirchneristas y radicales, socialistas y post comunistas. El caso de los
radicales es asombroso: resignados a la trampa nacionalista, y dispuestos a
jugar dentro del brete en el que (una vez más) los coloca el peronismo, le
regalan a Macri el centro de la alternativa opositora.
Esa
embriaguez es una reiterada experiencia, porque ya la vivimos varias veces en
las últimas décadas, pero nuestro disco rígido no nos falla. Una vez más, con
banderas agitadas y puños en alto, nos reconfortamos en nuestra virilidad
nacional. Convencidos de que, desde el aceite hirviente arrojado a los ingleses
en 1806, nos la hemos pasado combatiendo a perversos enemigos de ultramar, una
vez más la camiseta nos une y borra los matices. Atrapados sin salida en una
metafísica de la confrontación eterna, somos apenas temporalmente cordiales,
hasta que nos sale de adentro una hostilidad fiera y llamativa, nuestra
verdadera e invariable personalidad. Nutridos del alimento existencial del
conflicto, sólo en él estamos cómodos, asumiendo que estar aislados es un
mérito incuestionable. No sabemos manejarnos sino mecidos por las oleadas
crueles de la disputa. En ella nos significamos y nos reconocemos.
Desde
el fondo de la mirada nacional surge un agrio irredentismo, hojarasca
nacionalista motorizada por el combustible de una voracidad ostensible por los
bienes ajenos. No queremos procesar de modo civilizado transferencias
patrimoniales lógicas y normales en todas partes. El debido proceso es, aquí,
apenas una delicadeza sutil, pero exenta de efectividades conducentes: la Argentina “recupera”, a
lo macho y, si fuera posible, con prepotencia hiriente. Lo de 1982 en las
Falkland-Malvinas es un auténtico paradigma, como la roja Ferrari Testarossa
del Menem de los noventa, hoy (claro está) kirchnerista: lo que yo deseo es
mío-mío, y después ¡andá-a-cantarle-a-Gardel! Este notable y poderoso rasgo
identitario del país está condenado a los tiempos cortos. Carece de proyección
porque la propia realidad así lo determina y, además, porque la Argentina es así por su
tenaz negativa a vérselas con la realidad.
El
Gobierno, por ejemplo, fue hace dos semanas a la cumbre presidencial de
Cartagena alentando públicamente la infundada expectativa de que los Estados
Unidos lo respaldarían en su reclamo malvinero. No leen las noticias o gozan
autoengañándose, a la par que cierran los ojos. El 13 de ese mes el secretario
británico de Relaciones Exteriores, William Hague, se convirtió en el primer
jefe de la diplomacia del Reino Unido invitado a realizar una visita personal a
la superconfidencial Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de los EE.UU., ente
tan sensible y casi clandestino que su mera existencia hasta hace poco no era
admitida en Washington. Días más tarde, en el curso de su visita a los EE.UU.,
el británico David Cameron se convirtió en el primer jefe de gobierno
extranjero invitado a volar a bordo del ultrasecreto Air Force One con el
presidente Barack Obama, que lo llevó a Ohio para presenciar juntos un partido
de básquetbol.
¿Malvinas?
Al
igual que Galtieri en 1982, la
Argentina de 2012 se sigue riendo del mundo y de la realidad,
actividad divertida y relajante, pero deprimentemente estéril, mientras que los
brasileños preparan el Mundial de Fútbol de 2014 y las Olimpíadas de 2016 con
sólida seriedad nacional, la que prefieren en lugar del folclore populista. La
presidenta Dilma Rousseff inauguró hace pocos días el desembarco
científico-tecnológico de su país en la gran feria alemana de Hanover,
presentando al mundo su programa Ciencia sin Fronteras. En vez de
autorrecluirse, como disfruta hacerlo el arcaico aislacionismo argentino,
Brasil se abre a un escenario mundial de enorme competitividad, con audacia y,
sobre todo, con inteligencia. Este nuevo programa de becas habrá situado a
fines de 2015 a
más de cien mil brasileños (la mitad cursando sus doctorados) en las mejores
universidades del mundo, donde durante un año se perfeccionarán en temas
seleccionados por el Estado: biotecnología, ciencias oceánicas e ingeniería del
petróleo, calificados por Brasilia como esenciales para el futuro de la mayor
economía latinoamericana.
Costo del programa: 1.650 millones de dólares, con una cuarta parte a cargo de empresas privadas, y el resto de los contribuyentes. De esos cien mil, los Estados Unidos ya aceptaron 20 mil estudiantes, mientras que el resto irá a universidades de Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia, que tomarán entre seis y diez mil cada uno. No es una idea fundacional de Roussef y el programa tampoco fue anunciado en comparsa lamentable, mientras la hinchada se proclamaba “soldados de Dilma”. Es una política nacional, que se despliega desde los años sesenta, durante los cuales el Estado pagó con sus recursos los estudios de doctorado (PhD) de los graduados brasileños en áreas elegidas: exploración petrolera, investigación agrícola y diseño de aviones. En todas esas aéreas, Brasil es hoy líder mundial.
Costo del programa: 1.650 millones de dólares, con una cuarta parte a cargo de empresas privadas, y el resto de los contribuyentes. De esos cien mil, los Estados Unidos ya aceptaron 20 mil estudiantes, mientras que el resto irá a universidades de Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia, que tomarán entre seis y diez mil cada uno. No es una idea fundacional de Roussef y el programa tampoco fue anunciado en comparsa lamentable, mientras la hinchada se proclamaba “soldados de Dilma”. Es una política nacional, que se despliega desde los años sesenta, durante los cuales el Estado pagó con sus recursos los estudios de doctorado (PhD) de los graduados brasileños en áreas elegidas: exploración petrolera, investigación agrícola y diseño de aviones. En todas esas aéreas, Brasil es hoy líder mundial.
El problema
es que ellos, pobres desgraciados, no tienen líderes como Cristina,
funcionarios como De Vido, empresarios como los Esquenazi, ni ideólogos como
Kicillof. La Argentina
es diferente, entre otras cosas porque una mayoría de sus habitantes vive
fascinada con el poder de las ilusiones, y –sobre todo– con la irresistible
seducción de las propias mentiras. Existencialismo notable y a menudo amoral,
su verbo clave es “recuperar”: Malvinas, hielos continentales, Beagle, deuda
externa, Obras Sanitarias, Correo, AFJP, Aerolíneas, ahora YPF. Con una rareza
antropológica: entregamos para recapturar luego lo regalado. Pasó antes de
1989, cuando los peronistas se opusieron a las privatizaciones parciales y
reguladas de Aerolíneas y ENTel impulsadas por Raúl Alfonsín, para luego
entregarlas ellos, sin controles y de manera corrupta. Línea de argumentación
idéntica: somos así, acostúmbrense, porque no vamos a cambiar.
© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado por
el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires el sábado 21 de Abril de 2012.